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Bruno

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Bruno

 

 

El tema candente era el nuevo fichaje de Jaime, parecía que no hubiera más tíos en todo el universo, joder. Total, un periodista que venía de trabajar en el extranjero, que tenía masters, cursos y cursillos que le salían del currículum. Un tipo que sabía idiomas, que dominaba incluso el chino, que eso tiene tela.

—Y lo más increíble: es colega de Moccia  —soltó Carla.

—¿El de los candados?  —pregunté asqueada.

—Sí, de Federico Moccia. A tres metros sobre el cielo, tengo ganas de ti,…

Las tres lobas y alguna más se pusieron como a dar una especie de saltitos que no entendí.

Bah, menuda mierda de libros. Me he leído alguno de ellos y los he terminado, que conste. Pero me lo tomo como literatura fantástica porque tanto sentimentalismo me pone los pelos de punta, aunque es verdad que sirven para darme ideas sobre el amor y las relaciones. Debo reconocer que escribir escribe bien, pero que el contenido…

—Y ha escrito un libro  —miré a Toni, quien había dicho aquello.

—¿Cómo? ¿Qué? ¿Quién? —preguntaron a la vez.

—Bruno. Una novela, un thriller…

—Hora de irse —nos cortó Sofía.

La conversación se terminó con el ruido de sillas y el parloteo de las chicas sobre aquella nueva información.

Me quedé un poco mosqueada. ¿Un libro? ¿Chino? ¿Quién venía, Superman o qué? Solo faltaba que estuviera bueno el jodido. Y hablando de eso…me giré para dar un último vistazo al despeinado y vi que estaba leyendo el periódico, con su pose de guaperas. Me miró unos segundos, como si hubiera adivinado que lo observaba más de lo normal, pero desvié la vista de él, haciendo ver qué me importaba un pito. Estoy casi segura de que sonrió a mis espaldas, sabiendo lo que despertaba en el género femenino. Yo también solía hacerlo.

Jaime nos convocó a primera hora del día en la sala de reuniones. Una sala rectangular con una mesa alargada donde los redactores exponíamos nuestras propuestas y donde él, el director, hacia las reparticiones correspondientes de los artículos del mes. Yo me sentaba siempre enfrente de él, me gustaba ver su expresión cuando dirigía el cotarro o diluía algunos enfrentamientos.

Crucé las piernas y mí falda subió un poco. Toni me miró unos segundos, lo tenía al lado.

—Un día de estos te quedas bizco —le solté flojo.

—Y tú pagarás la operación —replicó sonriendo.

—Apañado vas —le dije divertida.

Diana me miró muy seria. Estaba loca por Toni, pero él no le hacía caso. No era culpa mía si ella era tan siesa y no sabía sacarse partido. A veces me recordaba a una tía de esas series que primero sale tan horrible y después viene el cambiazo. Estaba segura de que si Diana se ponía en mis manos, iba a sacar de allí una tipa bien guapa. Pero, ni en sueños íbamos a coincidir en algo esa chica y yo.

—Un apaño te hacía yo —siguió Toni en mi oreja.

Me reí con coquetería justo en el momento que Jaime saludaba a alguien.

—Buenos días…Bruno.

La sala se quedó en silencio. Pasó un ángel, dos, tres y un regimiento entero por allí. Y yo me giré, muy curiosa, para ver al calvo y gordo de Bruno, el sabelotodo, el que habla chino y escribe novelas baratas…

¡La madre que me parió! Si me pinchan no sangro ni gota.

—Joder cómo está el niño…  —me susurró Sofía.

—Bruno va a trabajar con nosotros, en una nueva columna que estamos acabando de pulir pero que probablemente será antagónica a la de Daniela.

Mis ojos pasaron a mi jefe y lo miré incrédula. ¿Qué coño estaba diciendo? Jaime vio mi mirada y siguió hablando casi solo para mí.

—La columna de Daniela es la más leída y seguida, y con la junta directiva hemos decidido sacarle más partido. Hemos pensado que también será interesante leer el punto de vista masculino y, además, así podremos defender la opinión de nuestros lectores.

—¿Qué hay que defender? —pregunté dando golpecitos con el bolígrafo en la mesa.

Oí un murmullo entre Carla y Diana pero lo obvié.

—Que no somos machistas, que no os tenemos engañadas en nuestro mundo masculino o que no regalamos rosas porque somos unos capullos, por ejemplo.

Así que el tal Bruno había leído mis artículos. Todo aquello eran algunas de mis expresiones de los últimos meses.

—Pues ya tienes curro —le dije mirándolo fijamente.

—A eso he venido, señorita Daniela Sánchez—respondió con retintín.

Otro murmullo en la sala y solo vi sus ojos negros y su boca perfecta. Gilipollas.

—Daniela a secas, si no te importa —le dije con desdén.

Jaime nos interrumpió antes de que nos enzarzáramos y continuó exponiendo un poco más la idea de la junta. Una idea que a todos les pareció genial, a todos excepto a mí. No tenía ganas de debatirme con nadie en la revista, y menos con el guaperas de turno.

Lo miré sin cortarme, y con la luz de la sala me fijé mejor en sus facciones. ¿Ese pelo revuelto estaba peinado o salía de casa tal cual se levantaba? No podía negar que le quedaba de vicio. Daban ganas de tirar de él mientras veías cómo bajaba por tu vientre dándote pequeños besos hasta llegar al monte de Venus... Me di una hostia en cuanto me di cuenta de que estaba fantaseando con el tipo aquel. Ni hablar del peluquín Dani, con éste ni a la vuelta de la esquina.

Él también me miró e hizo un amago de sonrisa, como diciéndome: prepárate nena. Puse los ojos en blanco y retire la mirada casi con asco. Otro en el curro con el que me iba a llevar de culo, perfecto.

Al salir de la sala, me fui con Sofía a preparar una escapada a París de tres días. La idea era presentar un viaje rápido, durante el que vieras otros lugares menos concurridos de la ciudad, y con el que te gastaras poquísima pasta. Nos pusimos al momento a ello; a buscar hoteles, hostales, restaurantes y rincones desconocidos hasta entonces para nosotras. Las dos habíamos estado en la ciudad, durante el viaje de final de curso de la universidad, y la habíamos pateado bastante, aunque con unas buenas resacas encima.

—Daniela, ¿puedes venir un momento?

Seguí a Jaime hasta su despacho y sabía exactamente qué me iba a decir, pero no esperaba que estuviera allí el despeinado de Bruno. Estaba de pie y vi que era mucho más alto de lo que me había parecido en la barra del bar.

—Bonitos tacones  —murmuró él.

—Péinate —le respondí del mismo modo.

—Daniela, no te tomes esto como algo personal. Ya sabes que la finalidad de la revista es ganar dinero, y hace tiempo que van pensando en sacar más partido a tus escritos.

—Muy buenos, por cierto —añadió Bruno sin mirarme.

—No quiero que esto sea una competición a nivel personal, aunque no nos importa que lo sea a nivel escrito.

—Quiero seguir escribiendo lo que quiera  —le  dije sin reparos.

Mi columna era mía y siempre expresaba lo que me apetecía. Otra cosa era el resto de artículos en los que debía seguir una línea.

—Y seguirás haciéndolo. Y Bruno escribirá con la misma libertad que tú.

Que poco me gustó que otra persona hiciera un trabajo parecido al mío, y encima un tío bueno que sabía chino y que escribía novelas. ¿Qué novela sería? Nada más salir de allí lo miraría en Google.

—Si tú quieres responder a mis provocaciones, es cosa tuya. Vengo a rebatir tus palabras —Bruno me miró con cierto aire de superioridad.

Sí, vale, era mayor que yo. Rondaría los treinta, seguro, pero a mí no me daba miedo alguno.

—¿Es que me necesitas para escribir algo decente?

Me entendió a la primera y no le gustó mi pregunta.

—Hasta hoy no te conocía y no me ha ido mal. Puedo escribir la revista entera si quieres.

—Sí, claro, y ganar el Pulitzer. ¿Algo más Jaime? —corté radicalmente mi charla con Bruno y miré a mí jefe, quien nos observaba sonriendo.

Supongo que ese pique entre nosotros era lo que buscaban y me habían puesto al empollón de la clase para que me robara mis matrículas de honor.

—Nada más, podéis salir.

Ambos nos dirigimos hacia la puerta y cogimos el pomo a la vez. Su mano encima de la mía. La retiré inmediatamente, como si quemara. Esperaba encontrar una mano sudada o yo que sé, áspera, pero la verdad fue que su mano era fuerte, ruda y suave a la vez. Uñas inmaculadas en sus dedos de escritor y una leve cicatriz en el inicio de su dedo pulgar. ¿De qué seria? Y a mí qué me importaba. No entendía porque divagaba tanto aquella mañana. Estaba algo espesa y ver que el tipo del bar, el guapo y deslenguado tipo del bar, era el nuevo fichaje de la revista, no me había gustado un pelo. Y para más inri, tenía plena libertad para decir mentiras sobre nosotras, sobre mis comentarios y sobre lo que yo escribía.

De coña Daniela.

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