@daniela

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No digas nunca de esta purpurina no usaré

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No digas nunca de esta purpurina no usaré

 

 

Nos fuimos al piso, la fiesta había terminado para todos nosotros. Bruno no se separó de mí ni un segundo. Me miraba las heridas, los ojos, preocupado por mi silencio. Pero estaba callada porque no me creía todavía lo que me había pasado. A ver, yo siempre había vivido la vida con una ingenuidad absoluta, no me había pasado jamás nada malo, quiero decir, que había tenido la suerte siempre de cara. Ni enfermedades, ni problemas familiares, ni seres queridos muertos, ni nada de aquellas cosas que pueden considerarse graves o que te marcan de algún modo a lo largo de la vida. Era feliz, sin más. Y sí, claro, era consciente de que cada día violan a una mujer, de que las maltratan y de que incluso las matan. Pero una cosa es leerlo en el periódico y otra vivirlo en tu propia piel.

Julen me había bajado de las nubes de golpe. Me había demostrado que un tío cualquiera, como él, al que conocía de años, podía ser un auténtico loco. No debía haberme ido sola a por él, pero la rabia me pudo; lo que le había hecho a Sofía no tenía perdón y se me fue la cabeza. No pensé, es cierto. No actué con sensatez, como en muchas otras ocasiones, pero aquella vez me la había jugado. Por suerte, después de recorrer algunas calles como desesperados, Bruno y mis amigos habían dado conmigo.

Me metí en la ducha, llorando de nuevo. El agua se mezcló con mis lágrimas. Había echado un vistazo a mi espalda y tenía un enorme morado en mi omoplato izquierdo. El labio se me había hinchado y en la cara tenía un par de dedos marcados en un tono rojizo que acabarían en un morado. Pasé la mano por mi pelo y noté el dolor en mi cuero cabelludo. Joder. Estaba hecha un puto cromo.

Bruno estaba sentado en la cama, con las manos en su pelo y mirando hacia el suelo.

—Nena... —se levantó y vino hacía mí.

—Estoy mejor...

Retiró un mechón de mi cara con suavidad y me estremecí.

Entramos juntos en mi cama y me apoyé en su pecho.

—Siento haberme ido del pub, la he cagado ahí, lo sé.

—No te tortures Daniela, yo hubiera hecho lo mismo.

Bruno y los demás sabían lo que ponía en la foto porque yo lo había detallado a la policía.

—¿Te duele?

—Sí —Sofía me había preparado una aspirina y parecía que iba haciendo efecto—. Cuéntame lo del libro —le pedí con la intención de no darle más vueltas a lo ocurrido.

Me acarició el pelo y comenzó a hablarme de su última reunión con la editorial. El libro estaba siendo revisado por los correctores, para que saliera a la venta cuanto antes mejor. En nada tendría su novela en las manos, unos tres meses a los sumo.

Me dormí en su pecho, sintiendo su respiración y oyendo su dulce voz.

Por la mañana me levanté más relajada, aunque me dolía todo, pero eso pasaría. Yo era dura de pelar, así que sabía que con el paso de los días aquella mala experiencia quedaría difuminada y sería un vago recuerdo. Había pasado miedo y había sentido dolor, pero no el suficiente como para quedarme estancada en eso, tenía que ser positiva y pensar que por suerte se había quedado todo en un susto y un par de hostias. Menudo mamón el tío. Que fácil era meterse con alguien que físicamente no podía devolvértelas, así cualquiera. Que machito, ¿no?

Martín estuvo un par de días cabizbajo, como si la paliza la hubiera recibido él. Al final quiso hablar conmigo. Primero de las sensaciones que había vivido al saber que yo había desaparecido. Después me contó que Bruno lo había animado a buscarme. Estoy seguro de que anda por aquí, le había dicho Bruno a Martín. Cuando me encontraron dio mil gracias a Bruno mentalmente. Cuando pegó a Julen solo quería matarlo, de la rabia que sentía. El resto...reflexiones varias. ¿Por qué no soportaba a Bruno realmente? Había pasado aquellos dos días dándole vueltas y no tenía sentido ese resentimiento.

—No, Daniela, no estoy enamorado de ti ni nada parecido, aunque estoy seguro que si te lo propusieras enamorarías hasta un muerto. 

Respiré aliviada porque no quería que Martín sufriera.

—Esto que ha pasado con Julen me ha hecho tocar de pies al suelo. Te quiero enana, pero como mi mejor amiga...

Creo que el susto con Julen nos había hecho plantear a todos algunas cosillas.

Sofía se armó de valor y lo denunció por acoso y yo por agresión. La policía nos dijo que debíamos esperar a que la denuncia progresara y entonces se abriría una investigación. La pena media era de tres a seis meses de prisión, en función de las lesiones y de la alevosía con la que actuó. Y de alevosía hubo mucha, porque todo aquel tinglado lo había preparado para Sofía, para hacerle ¿qué? Eso no lo sabremos y casi mejor, porque yo estaba segura que aquel coche aparcado en la otra calle era para llevarse a mi amiga, no sé dónde ni para qué, pero para nada bueno seguro.

El lunes, al volver al trabajo, nos esperaban todos en El Café. Cuando entramos Sofía y yo, vinieron a recibirnos con muestras de cariño. Se habían enterado de todo: de lo pirado que estaba Julen, del tema de las fotos, de lo que le habían hecho a Sofía drogándola, de lo que me había hecho a mí,... Incluso Carla me dio un abrazo sincero y como fue tan maja,  aquel día no me metí con sus mallas ni con su hamburguesa.

Bruno estaba sentado en la barra, esperándome y me acerqué a él.

—Buenos días nena, ya te echaba de menos  —me dio un beso suave en los labios para no dañarme.

—Buenos días Abreu, yo también.

Sonreí de lado porque me tiraba la herida del labio y sentía pinchazos. Habíamos dormido juntos otra vez, en mi cama, así que solo hacía un par de horas que nos habíamos visto.

Una vez en el trabajo, fui directa al despacho de Jaime, para explicarle por encima lo que había pasado. Más que nada para justificar mi cara amoratada y mi labio hinchado. Jaime me dijo que si queríamos podíamos tomarnos unos días, Sofía y yo, pero le dije que no. Preferíamos volver a la normalidad, y cuanto antes mejor. Gracias jefe, eres el mejor. De nada, Daniela, lo mismo puedo decir de ti. Me fui con la sonrisa puesta, me gustaba que Jaime creyera que era buena en lo mío.

A mis padres no les conté nada, no hacía falta preocuparlos más de la cuenta. A Rouse sí que se lo expliqué, con la condición de que no les dijera nada. Mi hermana sacó su vena de psicóloga y me hizo un diagnóstico completo de Julen. Me explicó su teoría y usó muchas palabras raras, en fin, la conclusión: Julen era un acosador, un stalker. ¿Un qué? Una persona que acecha, persigue y acosa físicamente a su víctima por maldad, hostilidad, enfado, celos o culpa. El objetivo de un stalker es acceder a la persona que quiere o que le gusta aunque no sea correspondido. A Julen lo catalogó dentro de los resentidos y dictaminó que padecía algún desequilibrio emocional como ansiedad, baja autoestima, inseguridad o celos.

Un cuadro, señores.

Aquella semana Bruno y yo la pasamos pegados, pero pegadísimos. O en su piso o en el mío. A todas horas. Intenso pero gratificante porque me encantaba estar con él, charlar, reír, pasear, vaguear en el sofá, mirar una peli, ir a cenar, al cine, dónde fuera. Nos pasaban las horas volando y eso que estábamos juntos todo el día, por Dios.

Viví a su lado el proceso editorial de su nueva novela y me fascinó saber lo complicado que era aquel mundillo. Parecía que no iban a terminar nunca, revisión tras revisión, galeradas, portadas, llamadas a todas horas, reuniones. Madre mía. Ahora entendía porque un libro valía lo que valía: había que pagar a un montón de peña para sacar un solo libro a la venta.

Pasadas dos semanas del asunto Julen, a todos se nos fue olvidando el mal rato y el viernes tuvimos ganas de salir. Y lo hicimos, las tres parejas. Todo un experimento.

Fuimos al garito de Lorena, como no, y nos invitó a un Orgasmo. Martín y Bruno se saludaron más amigablemente y al final de la noche acabaron hablando los tres de la próxima temporada de liga y del Real Madrid, casualmente los tres adoraban a ese equipo. ¿Podríamos ir a un partido cuando empiece la liga? Sí, molaría.

Los miré sonriendo, menudos tres. Una tortilla de seis huevos hacía yo.

Eli, Sofía y yo hablábamos de una bilogía que había sacado una autora novel. ¿Cómo se titula? Beauty. ¡Ah! Pues seguro que me gusta, dijo Sofía. Te encantará, seguro. ¿Cómo se llama la autora? Ahora no me viene a la cabeza, ya te diré...

Nos los pasamos bien, bebiendo poco y bailando mucho, pero no estuvimos hasta muy tarde. Nos despedimos y le recordé a Sofía y a Martín que el sábado por la noche necesitaba el piso para mí solita. Quería darle una pequeña sorpresa a Bruno.

Subimos a su coche y se concentró en la conducción. Había demasiado silencio para mi gusto y le pedí que pusiera música. Sonó la última de Matt Simons, Catch and release y me puse a cantar flojo la letra de la canción.

Bruno me miró unos segundos y sonrió.

—Me encanta —le dije siguiendo la letra.

Detuvo el coche cerca de su portal y sopló con las manos en el volante. Me miró serio y no entendí a qué venía esa mirada.

—¿Pasa algo?

—Pasan muchas cosas Daniela, y el mundo no lo sabe.

Se me escapó la risa.

—¿Has fumado algo? Porque podías haber invitado.

Sonrió relajando el gesto.

—No he fumado nada pero me iría bien un porro, no creas.

—Venga Bruno, canta, ¿qué te pasa? —le pregunté mirándolo con una sonrisa.

—Todo y nada —respondió enigmáticamente.

—Estás muy filosófico...

—Martín me ha explicado una cosa.

Una cosa... Bocazas. Para una vez que charlaban y Martín se iba de la lengua. Me crucé de brazos esperando que siguiera.

—¿Podrías confirmármelo?

—Si me dices la cosa.

Bruno volvió a sonreír sabiendo que yo ya sabía de qué hablábamos.

—Aquella noche, que me escapé de la fiesta de mis padres, como un desesperado adolescente porque me moría por otro beso —hizo una pausa teatrera y continuó—. Y te encontré en camiseta y braguitas y a Martín en bolas...

—Sí, algo me suena —le dije con ironía.

—No pasó nada.

—No, no pasó nada —le confirmé como me había pedido.

Parpadeó un par de veces y se mordió el labio inferior.

—¡Joder Daniela! ¿Y me lo tiene que decir él?

—No, te lo tendría que haber explicado yo —hice la misma pausa que él—. Si tú me hubieras dejado, claro.

Me miró frunciendo el ceño.

—Ni me cogiste el teléfono, ni me preguntaste y cuando quise decírtelo no pude. Me rechazaste en el curro, delante de todos, ¿recuerdas? Preferiste hacer el artículo con Carla y me cogí un cabreo de los buenos.

—Ya...

—Podría habértelo dicho antes, lo sé, pero no he querido.

—Joder Daniela, pero yo me he comido la cabeza con aquello muchas veces, ¿sabes? No sabía si estabas con él o no, o si cuando yo estaba mandándote un mensaje tú estarías con él...

—Pues no, ni aquel día ni ninguno a partir de... un poco antes de ir a Barcelona —sí, mucho tiempo...—. Aquella noche se le fue la cabeza con el rollo del trío, y nos enfadamos en serio hasta que hablamos y quedamos en que debíamos terminar el sexo entre nosotros. Es verdad, que a partir de ahí todo fue mejor. Luego apareció Eli...

—Eso me pasa por no preguntar —se dijo a sí mismo.

—Pensé que te daba igual...

—¿Darme igual? Hasta hace nada no soportaba a Martín, besándote y abrazándote como si estuvierais juntos. Al principio no me importó pero cuando lo vi desnudo...no me tiré a por él porque pensaba que yo era el tercero en discordia allí.

—Martín y yo marcamos mal algunos límites, nada más, pero lo nuestro ha sido siempre amistad.

Lógicamente no iba a contarle algunos detalles, todo aquello ya era pasado. No valía la pena.

—En cambio, contigo...

Me miró alzando una ceja.

—Contigo es distinto. Creo que podría pillarme por ti.

Nos reímos los dos y nos besamos con fuerza en los labios.

 

—No entiendo por qué quieres ir a tu piso, si tenemos el mío para nosotros solos.

Sábado. Habíamos cenado en la vinacoteca Neptuno y eran cerca de las doce de la noche. Metí la llave en la cerradura sonriendo.

—Duermo mejor en mi cama —le solté mirándolo a los ojos.

—¿En serio?

Me reí y abrí la puerta. Un par de luces tenues del salón iluminaban el piso a esas horas de la noche.

—¿Lo ves? Hay alguien —susurró—. No voy a poder hacerte gritar como una loca.

Nos reímos de nuevo.

—Pasa, bobo —le dije sonriendo.

Al entrar Bruno miró al suelo sorprendido. Una alfombra de pétalos marcaban un camino hacia... ¿dónde?

—¿Y esto? —alcé los hombros negando saber qué era—. Nena, que aquí alguien ha montado un rollito romántico y no te han avisado.

—A ver...

Andamos los dos entre risitas hasta que vio que el camino iba a mi habitación. Me miró sin entender y le abrí la puerta. En mi habitación había algunas velas esparcidas que daban un aire romántico e íntimo. Joder, Sofía se lo había currado bien. Incluso a mí me gustó esa hilerita de bombillas pequeñas que había puesto de pared a pared.

Encima de la cama había un picardías verde de encaje de Women´secret con un lacito negro debajo del pecho entre algunos pétalos de rosa. Me encantó en cuanto lo vi en la tienda y Sofía dijo literalmente: a Bruno no se le baja en una semana, fijo. Por detrás tenía la espalda descubierta y solo cubría un trocito de mi trasero. Fino pero jodidamente sexi.

Bruno entró alucinando y cerré la puerta.

—Bueno, ¿qué te parece?

—¿Es idea tuya? —me miraba sorprendido.

—Hombre, gracias. Pues sí.

Me abrazó sonriendo.

—Me parece increíble...

Cogí el picardías y se lo enseñé por encima; me miró humedeciendo sus labios.

—No digas nada. Me lo pongo en un segundo y vienes al baño ¿sí?

—Sí, sí a todo —dijo bromeando.

Me desvestí con rapidez y me puse el picardías. Me miré en el espejo y sonreí. Estaba todo perfecto.

—Bruno...

No tardó ni una milésima de segundo y me reí. Me miró resoplando al verme con aquello puesto.

—¿Te gusta?

—Menuda pregunta Daniela... ¿tú te has visto?

—Pues ahora que lo dices, no —me giré hacia el espejo y me aparté un poco para ver a Bruno.

Me miró pero sus ojos se fueron a donde yo quería, hacia las letras de purpurina rosa pegadas en mi espejo.

—Te quiero... —leyó en un murmuro.

Me miró con los ojos muy abiertos y volvió a mirar las letras. Te quiero, sí, simple pero directo. No hacía falta más.

—Nena...  —volvió a mirarme y me giré apoyando mis manos en el lavabo.

—¿Qué? —me puse nerviosa porque por un momento pensé que quizás era pronto...pero yo lo sentía así y por eso había decidido decírselo de una forma...distinta.

Dio un paso y me besó con aquella delicadeza con la que yo me derretía.

—De purpurina... —dijo en mis labios sonriendo.

—Purpurina rosa —maticé—. He querido reconciliarme con mi yo romántico.

—Que existe, por lo que veo... —dijo besándome de nuevo.

—Se ve que sí...

Me cogió del mentón y me miró intensamente.

—Daniela, hace días que te quiero...muchos...

Apreté mis labios para no soltar un suspiro y le sonreí con mis ojos.

Me cogió en brazos de repente y me reí mientras me llevaba hacia la cama. Me recostó en ella, despacio, como si fuera a romperme. Sacó el móvil de su bolsillo posterior y lo toqueteó mientras lo dejaba en la mesilla. Sonaron los primeros acordes y lo atrapé por el cuello.

“You were the shadow to my light, did you feel us? Another start, you fade away…” Faded de Alan Walker, como no.

—Nuestro primer beso —dijo con su media sonrisa.

—Sí, es nuestra canción.

—Me gusta...

—Te quiero —nos mirábamos a los ojos, él recostado encima de mí y yo toqueteando su pelo.

Cuando lo dije, en voz alta, para él, no me supo raro, como pensaba que me pasaría. Al contrario, me sentía feliz.

—Y yo, nena, te quiero...

Me mordí el labio por vivir tantas sensaciones a la vez.

—Daniela.... —Bruno comenzó a darme pequeños besos en la cara, en el cuello, en mis brazos desnudos.

—¿Mmmm? —estaba concentrada en sus labios.

—¿Para siempre?

Solté una risilla al recordar nuestra conversación con Max en Barcelona. ¿Por qué decís para siempre?, había preguntado yo. Porque así te comprometes, respondió Max.

Lo miré con picardía y él rio. Con el dedo le dije que se acercara a mí rostro para responderle. Labio con labio...

—Para siempre...

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