@daniela

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Viernessssssssssss

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Viernessssssssssss

 

 

Me quedé tumbada, sintiendo las palpitaciones y su respiración entrecortada a mi lado.

—Martín eres el number one.

—Lo sé.

Nos reímos los dos y bajamos el tono al acordarnos de que Sofía ya debía estar durmiendo.

—Daniela…

—¿Mmm?

Me caía la babilla por un lado y me reí mientras me limpiaba con la mano.

—Es la tercera vez este mes.

—¿En serio? ¿Y qué?

La tercera vez que follábamos.

—¿Y para qué las cuentas, Martín?

Me puse bien el tanga, me subí las medias y me bajé la falda, todo en la misma posición.

—No es tan difícil contar hasta tres, nena. Lo que quiero decirte es que no es lo habitual ¿no?

Me quedé pensando. No lo era pero tampoco me parecía tan extraño.

—¿Te supone algún problema?

—No —Demasiado rápido Martín, mientes.

—¿Seguro?

Lo miré y vi que miraba hacia el mapamundi.

—No.

—Mírame enano  —le pedí más flojo.

Me miró con cautela.

—No Daniela, pero es que me preocupa que esto pueda joder lo nuestro.

Me senté de un salto y resbalé, cayendo al suelo como una imbécil y dándome un buen golpe encima de la ceja con la esquina de su cama.

—¡¡Joder!!

Martín vino a socorrerme al instante y en nada tuve una bolsa de guisantes congelados en el chichón.

—¿Ves por qué lo mejor es pirar de la cama después de follar?

—Daniela, no me hagas sentir culpable, joder.

Estaba preocupado por la hinchazón. Me miré en el espejo y vi que aquello tardaría un par de días en irse pero que tampoco no era nada grave.

—Martín.

—¿Qué?

—Nada ni nadie va a estropear nuestra amistad, ¿lo entiendes?

Nos dimos un abrazo y para destensar el ambiente le puse la bolsa congelada en el pompis.

—¡Cabrona!

Me fui corriendo de su habitación entre risas, oyendo cómo se cagaba en mí.

“¿Podemos ser amigos íntimos de un chico? ¿Por qué no? No nos entienden del mismo modo, no hablan el mismo lenguaje, hay cosas que les parecen banales y miles de excusas más. Pero os diré, por experiencia propia, que un mejor amigo puede ser igual de real que una mejor amiga. ¿Por qué basarnos en su sexo? Afirmo que un hombre y una mujer pueden ser amigos y sin intereses por ninguna de las partes. Puede llegar a ser tu cómplice y tu compañero de juergas y lo que se tercie, porque no es su sexo lo que lo define, sino su mente, su manera de ser, su manera de ver la vida. ¿Por qué tengo que cortarme para contarle según qué cosas? Puedo hablarle de mi vida sentimental, amorosa y sexual ¿Por qué no? Y él podrá aconsejarme, darme su visión e incluso muchas veces simplificar algunos de mis problemas. Chicas, siempre os digo que el mundo masculino nos somete, lo sé, pero a veces estaría bien poder sacar provecho de algunas de sus cualidades. ¿Os animáis?” @danielatuespacio.

Sofía tuvo que despertarme y me costó horrores salir de la cama. Me dolía un poco la cabeza y también la ceja. En el espejo me di cuenta de que el golpe había sido más fuerte de lo que había creído.

—Buenas días Daniela  —Sofía me dio el café.

—Buenos días Sofi —rebufé cansada ya de buena mañana.

—¿Y eso?  —me miró preocupada.

—Resbalé de la cama.

—No me digas… ¿De la tuya? —me miró medio sonriendo.

—De la de Martín.

—Daniela, ¿y eso?

—Pasé a saludarlo y follamos. Luego me caí.

Hubo unos segundos demasiado silenciosos para mi gusto.

—¿Qué?

—Nada.

—Quien nada no se ahoga, casca  —le pedí dando sorbos al cafelito.

—Van tres.

—¡Joder con los contadores humanos!

Sofía me miró sin entenderme.

—¿Y qué si van tres o cuatro? Martín y yo somos…Martín y yo. Parece que no nos conozcas.

Me vino a la cabeza las palabras de Martin; joder lo nuestro. Pero ¿por qué? ¿Qué más daba un polvo más o uno menos?

—Por eso lo digo, porque os conozco, a ti y a él, y ÉL aunque hable poco, expresa mucho.

—Sofi no me hables con metáforas periodísticas. Habla claro.

—Martín no es como tú Daniela.

—¿Y?

—¿Y si se cuela por ti? No, no me mires como si vieras a una hormiga rosa de tres metros de altura paseando por la cocina. Sabes de qué te hablo.

Jodida Sofía, siempre tan juiciosa.

—Martín no quiere colgarse por nadie, es como yo.

—No, no lo es. No intentes convencerme porque no lo es.

—Bueno Sofía, ya es grande el chico para saber qué quiere ¿no? Así que dejemos el tema.

—Y así lo termina todo la señorita Sánchez.

—No me llames así, leches.

—Daniela, cuando estés sola contigo, y te pongas a pensar en esto, que lo harás, piénsalo bien ¿sí?

—Sí, sí, sí.

Y me fui sin replicarle más porque Sofía me quería mucho, me cuidaba, me protegía y estaba siempre pendiente de mí. Y sus palabras siempre buscaban mi bienestar. No podía mandarla a tomar por saco ni decirle que no se metiera en mis cosas, porque Sofía era aquella vocecilla que intentaba que entraras en razón. Debo decir a favor de ella, además, que eran pocas las veces que me metía caña, porque respetaba mi manera de ser.

Aquel viernes, en El Café también estaba el despeinado. Cuando entramos Sofía y yo, que solíamos llegar las últimas, Bruno nos miró. Estaba rodeado de las tres brujas y del resto del personal. Por supuesto, Carla, en su papel de reina al lado del rey.

—¿Pido yo? —preguntó Sofía.

—No, me haces un favor dejándome invitarte otra vez, please.

Sofía se dirigió hacia ellos y yo me senté en el taburete. Cogí el periódico y esperé a que viniera a servirme alguno de los camareros. Di un vistazo y vi que iban a tope, como siempre a esa horas de la mañana. Pero casi mejor así, no tenía ninguna prisa en reunirme con las demás ovejas.

Fui pasando páginas pero no leí nada. Estaba pensando en Martín. ¿Era posible que Martín…? No, no. Él tenía clara cuál era nuestra relación. Cuando nos hicimos amigos, al principio, lo hablamos abiertamente y ambos coincidimos en que lo mejor era continuar como dos amigos que pueden salir cuando les apetezca, incluso follar en alguna ocasión, pero sin ser pareja ni nada por el estilo. Sin enredos, ni líos ni complicaciones. Y hasta el momento había salido todo genial. Es verdad que ese mes nos habíamos acostado tres veces juntos pero había sido casualidad…

—Si lees así de rápido ya debes haber terminado mi Dos más dos.

—Apareces de la nada como los muertos vivientes. ¿Qué pasa, te aburren las tres gracias?

—¿De Rubens?

—Que culto eres, me fascinas  —le dije con una ironía palpable.

Miró el golpe de mi frente y frunció el ceño.

—¿Qué te ha pasado?

Su tono de preocupación me sorprendió y no supe si me gustaba o no.

—Me caí de la cama.

—¿Durmiendo? —No, no me gustaba que se preocupara por mí.

—Follando.

Lo vi tragar saliva por mi brusca contestación. A él tampoco le gustó mi respuesta, mala suerte, no haber preguntado.

—Así sería tu compañero.

Más le valía no seguir por ese camino; a Martín no lo toca ni Dios.

—¿Y a ti qué te importa, Bruno?

Me miró sorprendido pero rápidamente chasqueó la lengua.

—No me gustaría pensar que eres la típica chica deslenguada que después agacha las orejas con su pareja.

Lo miré alucinada, en serio. ¿Pero qué decía?

—Estuve en Italia en un proyecto en contra de la violencia machista y es algo que tengo muy en mente.

Se justificó ante mi mirada y no supe si mandarlo a la mierda o qué.

—No tengo pareja, eso lo primero. Y yo soy como me ves en el curro y en cualquier lado, no soy actriz.

Nos miramos en silencio. Yo pensando por qué cojones había acabado dándole explicaciones innecesarias y él… no lo sé.

—¿Qué? —le inquirí de mal humor.

—Tendré que creerte —alzó su ceja mientras lo decía

—Me da igual si no me crees.

Se sentó a mí lado y cogió otro periódico. ¿Por qué se quedaba ahí? Lo miré de reojo y vi que llevaba vaqueros negros ajustados y una camiseta de color crudo. Me molaba su estilo, no puedo negarlo, moderno pero informal.

—Me estás mirando  —soltó en un tono de burla y sin quitar la vista de lo que leía.

—Miraba si venía el camarero de una vez —le dije molesta.

—Ya, ya.

Menudo idiota.

Bruno y yo no íbamos a caernos bien en la vida. Primero porque no me gustaba tener un rival como él en la revista, no porque le tuviera miedo sino porque era un tío, y ellos siempre tienen más cosas a favor que nosotras. El jefe es un hombre y por muy liberal que sea, la cabra tira para el monte. Además las féminas de la revista se morían por estar cerca de Bruno y estaba segura que iba a pedir a más de una algún que otro favorcillo. Todo eso sumado, a que cuando creara su cuenta de tweet como redactor iba a tener ya un montón de seguidores: todos aquellos hombres que me leían a mí y a los que no les gustaba nada lo que yo escribía.

Me iban los retos, por supuesto, pero Bruno me molestaba demasiado. Su novela decía muchas cosas de él y la primera era que tenía una mente creativa y brillante, no era un tipo mediocre, con el que darte un revolcón y poco más. Además de guapo tenía más de una neurona y eso era peligroso. Tal y como había predicho tenía ganas de hacerle un millón de preguntas sobre su libro: ¿Cómo era ese pequeño pueblo italiano? ¿Por qué la protagonista tenía ese miedo a la gente? ¿Por qué su madre era alcohólica? ¿Cómo era posible no intuir siquiera quién era el asesino?

Pero no le dije esta boca es mía porque no quería darle la razón.

—Oye Bruno, ¿tienes planes para este fin de semana?

La voz de gata de Carla se me metió en el oído como líquido hirviendo y casi puedo jurar que me dolió. Carla es como una otitis crónica para mí.

—¿Por? —preguntó Bruno.

Se acercó por fin un camarero y pedí los cafés para llevar. Eso me pasaba por llegar tan justo, era culpa mía porque me había costado un año levantarme. Miré a Sofía; estaba parloteando animada con Brad Pitt, bueno, así lo llamaba yo a Santi, el experto en deportes de TuEspacio. Era demasiado guapo, tanto que tenía cara de niña y a mí esos físicos no me gustaban nada. Me iban los chicos más rudos, con facciones más marcadas, con barbita de dos o tres días y con cara de hombres.

—Hemos quedado los de redacción para salir esta noche por Malasaña.

—¿Vais todos?

—Normalmente sí.

Pagué con rapidez y me fui del influjo negativo de las feromonas de Carla antes de que me dieran ganas de vomitar. Si de por sí su voz aguda me repelía, me horrorizaba cuando se ponía en plan “cómeme el coño”.

Le di el café a Sofía y ella me miró absorta.

—¿Todo bien?  —le pregunté.

—¿Eh? Sí…

—Daniela —era Toni.

—Dime.

—Esta noche hemos quedado para acabar borrachos hasta el amanecer.

—Que bonito Toni. Pero no contéis conmigo, tengo planes maquiavélicos.

—¿Y qué haré yo sin ti?

—Te dejo que me pienses, va, y que hagas guarradas.

Nos reímos y fuimos hacia la revista. Los de redacción solíamos salir juntos y, la verdad, era divertido conocernos mejor fuera del trabajo. Habíamos formado un grupo bastante majo y entre desayunos, comidas y alguna que otra noche de juerga, habíamos cuajado bien, sin tener en cuenta a las tres marías y a mí. Todos sabían de nuestras tiranteces pero creo que les divertíamos y se lo tomaban con filosofía. Hasta ahora no habíamos pasado de decirnos alguna que otra barbaridad. La batalla estaba entre Carla y yo, eso era evidente, y tengo que decir a su favor que la tía es dura como una piedra y que aguanta estoicamente mi lengua viperina. Fíjate que a veces pienso que en el fondo le mola porque es un poco masoquista. Debería follar más y hablar menos, siempre se lo digo, pero Carla es lo contrario a mí. Necesita sentir cosas de esas en el estómago para enrollarse con alguno. Alguna que otra vez, sabiendo que está cerca, doy detalles sobre mis escarceos sexuales y ella se escandaliza, como si fuera la virgen María. Cuando salimos con el resto procuramos ignorarnos al máximo, tampoco me gusta salpicar a los demás y ella hace lo propio.

Pero aquella noche mi plan era totalmente alternativo: quería seguir leyendo el libro de mí contrincante, sentada en el sofá con una cerveza en la mano y degustando el final de aquella apasionante novela.

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