@daniela

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Hashtag: #Baño#Baldosas

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Hashtag: #Baño#Baldosas

 

 

Al llegar a casa, procuré no hacer ruido, por si alguien dormía, que lo dudaba porque era muy pronto.

Oí unos gemidos, leves, y sonreí. Alguien se lo estaba pasando bien. Me vino a la cabeza Bruno y su lengua en mi boca. Lo mejor sería meterme en la cama y olvidar todo aquello. Si Bruno tenía pareja todavía me lo ponía más fácil para pasar de él.

Al ir hacia mi habitación, los gemidos aumentaron de volumen. Provenían del cuarto de Martín, quien creyendo que estaría solo, había dejado por descuido la puerta un poco entreabierta. El tío se lo estaba pasando pipa y ni corta ni perezosa eché un ojo. Por morbo, sí. Martín estaba de pie, vi su trasero, cogiendo a la chica en cuestión por la cintura, y le iba dando manteca. Los dos desnudos. Observé la cara de mi amigo, su boca entreabierta, sus gemidos y sonreí. Era un lince en la cama y entendía tanto grito por parte de aquella fémina.

Me fui, pensando que yo también estaba caliente, bien caliente y que me había quedado a dos velas. Siempre me quedaba mi consolador negro de medidas fantásticas pero no era lo mismo y me apetecía una tranca, la verdad. ¿Llamar a alguien? ¿A esas horas? Pues no. Así que me quedé escuchando a mis compañeros folladores de la habitación contigua con los ojos cerrados, pensando en Bruno. E hice algo que solía hacer de niña y que había olvidado de mayor.

Cuando me gustaba algún niño, antes de dormir, me ponía a pensar en él y me montaba historias varias: que si salíamos a tomar un helado, él me cogía de la mano, me daba un beso en la mejilla,… Ya entrando en la adolescencia las historias eran algo más picantes, claro: que si me levantaba la falda, me metía mano o me tocaba una teta. Ya sabéis.

Y cuando crecí, dejé de fantasear y me dediqué a poner en práctica algunas de mis historias.

Aquella noche creé mi historia con Bruno. De entrada, nos llevábamos bien, muy bien. Ni él era un capullo prepotente ni yo una deslenguada anti relaciones. Y estábamos en la discoteca, nos acabábamos de besar con pasión y Bruno sonreía. Me decía de ir a su casa y yo aceptaba deseosa de poder estar entre sus brazos. Al llegar a su piso, moderno e inmaculado, nos íbamos desnudando mientras nos besábamos, dejando un reguero de ropa, antes de llegar a su habitación. En el marco de la puerta me cogía en volandas y su enorme y erecta polla se metía dentro de mí. Bruno…joder…y empezaba a darme fuerte, duro y mientras sus dientes se clavaban en mi piel…

¡Madre mía! Uffff, estaba ardiendo como si tuviera fiebre. Me levanté de un salto y me fui a la ducha. Si hubiera sido un tío, mi erección hubiera sido digna de retratar, pero lo que había era un leve dolor en mis partes por desear algo que no tenía. El agua fría calmó mi sed de sexo y una vez salí me pegué un susto del copón al ver a Martín ahí plantado.

—¡Hostias! ¿Qué coño haces?

Y el tío todo desnudo, sin reparo alguno, con su cosa saludándome. Me miró serio y me pasó mí toalla.

—Martín, ¿qué pasa?

—Estabas mirando.

¿Me había visto?

—Bueno, esto, ha sido un momentito de nada, a ver que…no he visto nada que no haya visto otras veces. No, que no te he mirado otras veces que quiero decir que…

Me empujó con suavidad hacia las baldosas y presionó su cuerpo contra el mío. No, no, solo me faltaba eso. Entre nosotros simplemente había una fina toalla y noté perfectamente su erección en el comienzo de mí espalda. Oí como rasgaba el preservativo.

—Martín…para…

Joder, que tenía una chica allí al lado, ¿qué hacíamos?

—Y una mierda voy a parar, ¿querías mirar o querías follar?

Tragué saliva por su tono, era nuestro tono de jugar duro.

—Mirar…  —mentí y Martín subió la toalla hasta dejar mi culo descubierto.

Mojé como una perra en celo. No pude evitarlo. Me ponía.

—¿Mirar? ¿Segura?

—Sí…

—¿Mi puta sólo quiere eso?

Uffff, madre.

—No…

Quería tenerlo dentro de una vez y él lo sabía, conocía mi cuerpo y mis reacciones. Me tenía contra la pared, pero sabía que me estaba dejando.

—Mi Daniela quiere un poco de… ¿esto?

Entro la punta despacio y sentí estremecer.

—¿Y de esto?

—Sí, sí…

Empezó a entrarla toda y me sentí llena, con ganas de más.

—¿Qué quieres, nena? —Su voz ronca me dejaba kao.

—Que me folles…

—Pídemelo  —exigió en mi oído, entrando hasta el fondo.

—Fóllame…Martín…

—Más…

—Fóllame…

Y empezaron las estocadas. Rápidas. Fuertes. Intensas. Procuré gemir flojo y Martín hizo lo mismo. Fue un polvo rápido pero glorioso y casi en silencio. Me mordí el labio al llegar al orgasmo y Martín, los últimos empujones, los dio con una fuerza brutal, tanto que me clavó los dedos en la cintura hasta casi dañarme.

—Dios…Daniela…

Paró y respiramos los dos jadeando, oyendo el corazón del otro bombear a toda máquina.

—Y van cuatro —me dije en un susurro.

Salió sin decir nada y se fue del mismo modo.

Qué bien, otro que se despedía a la francesa.

Sonó el timbre y miré el reloj mientras me secaba de la segunda ducha: las tres de la mañana. ¿Quién podía ser?

—¿No está aquí? —Julen alzó un poco la voz para la hora que era.

¿No llegaba el sábado? Salí a ver qué bola podíamos meterle porque estaba claro que Sofía estaba con Santi, vete a saber dónde.

—¿Y Sofía? —me preguntó directamente, sabiendo que yo sí sabría dónde andaba, o al menos, con quién—. ¿Por qué no me coge el teléfono? —se colocó a un paso de mí.

¿Quería intimidarme, Julen, el soso?

—Estará sin batería, hemos decidido en el último momento ir a casa de Lorena, que nos ha dicho que libraba y hemos tomado la última allí. Nos hemos quedado mirando una peli pero yo he vuelto porque mañana madrugo. Sofía dormirá allí…

Me miró serio, asimilando mis palabras supongo.

—¡Mentirosa! —me cogió de un brazo y marcó sus dedos en él.

Lo aparté de mí, sorprendida por aquel dolor.

—Eh, eh, tranquilo Julen —intervino Martín acercándose a la escena de “gritos y mentiras”, el título del peliculón que estaba protagonizando.

Con lo fácil que sería decirle, mira Julen, Sofía se ha cansado de practicar el misionero y se ha buscado a un “elastic-man” que le haga dar pirivueltas, yo qué quieres que te diga hijo. Pero claro, Sofía quizás me mandaba a la horca con una soga de pinchos en plan punk.

Lo primero era averiguar por qué me llamaba mentirosa, ¿qué no cuadraba en mi súper tapadera?

—Julen…

—He ido al garito de Lorena y ella estaba allí, currando.

¡Ole, ole! Dani podías haber pensado que el poli Julen podría pasar por allí. Pero claro, yo de celos y de buscar a novios por las calles sabía bien poco.

Soplé pensando qué decirle.

—¿Qué me dices a eso? —Julen se encaró a mí.

—A ver, Julen, la verdad es que no sé dónde está —le dije intentando no liarla más.

—Eres una puta mentirosa —estaba cabreado y era lógico pero tampoco necesitaba insultarme de esa manera.

—Julen, esa boca —le advirtió Martín.

—Escucha Julen, no quería que te preocuparas porque estábamos de fiesta pero me he perdido por la discoteca y como no los he encontrado, me he ido.

Podía haber empezado por ahí, era una verdad a medias y más creíble.

La fiera del novio de mi amiga se acercó demasiado a mi cuerpo y me amenazó con el dedo levantado frente a mi rostro perplejo. No estaba acostumbrada a la violencia, de ningún tipo, la verdad.

—Si me entero que está con un tío…

Martín se encaró a él y dio un paso atrás. Sabía que era más fuerte y que por muy poli que fuera, no tenía nada qué hacer.

—Julen, será mejor que te vayas.

—Julen, lo que tengas que hablar que sea con ella, aquí no vas a encontrar ninguna respuesta —intenté poner paz entre ellos.

Me miró iracundo y no me gustó ese deje violento que veía en él. ¿Sabía Sofía que era así? Se fue sin decir nada más. Resoplé sacando todo el aire de dentro después de tanta tensión.

—¿Estás bien, nena? —Me preguntó Martín vestido solo con sus pantalones finos de pijama.

Pasó su mano por mi mejilla y le sonreí. Se fue a su habitación, donde supuse que todavía estaría aquella chica.

 

Sofía apareció a las seis de la mañana y me levanté de la cama, con una rapidez asombrosa, para hablar con ella en cuanto oí la puerta.

—¡Sofía!

Y ella venía con una cara radiante, feliz.

—Daniela…

—Joder tía, ¿has hablado con Julen?

—No…

—Vino anoche al piso buscándote. Algo nervioso.

—¡No me fastidies! Si llegaba hoy…

Y le expliqué el capítulo de la noche anterior, con pelos y señales. Sofía me escuchó atenta y acabó con el ceño fruncido. No entendía aquella actitud de Julen, lo cual me quitó un peso de encima, porque había llegado a pensar que quizás para Sofía aquel punto de mala uva era normal.

¿Los celos habían llevado a Julen a comportarse como un hombre primitivo? No había excusa ante esa actitud.

Sofía, después de relatarme brevemente que había estado con Santi paseando y charlando, simplemente charlando, se fue a la cama muerta de sueño.

Yo no le conté nada porque ni me apetecía ni quería agobiarla a ella con lo mío, bastante tenía ya.

Aquel sábado pues, me escondí en mi habitación; era uno de aquellos días que tenía demasiadas cosas en la cabeza y no me sentía bien. No era mi estilo tener tantas turbulencias en mi mente. Así que adelanté faena del curro y del master hasta que llegó la hora de comer, y nos sentamos las tres a degustar un risotto de ceps de Martín. Cocinaba como los ángeles el amigo.

Sofía llevó la batuta en la conversación hablando de Santi y de Julen.  Nosotros íbamos preguntando y ella respondiendo, como si fuera el gran juicio final, donde debíamos dictaminar sí o sí un veredicto. A favor. En contra. Abstención, pensaba yo, porque no quería decirle en ningún momento qué debía hacer, ella misma.

Martín y yo nos miramos un par de veces, como si pasara algo. A ver, pasar había pasado, claro. Pero ¿por qué? Joder Martín, estás con una tipa en tu cama y vienes a buscarme. Sí, vale, yo miré y mea culpa, no debería haberlo hecho, aunque el noventa y nueve por ciento de los mortales hubieran tenido la misma intención que yo sin llevarla a cabo. Pero de ahí a castigarme con un polvo contra las baldosas…Fue la rehostia, no lo niego, pero hasta yo, que paso de rollos, entiendo que no es lo normal. Debía hablar con él del tema pero me acojonaba porque no quería interferencias en nuestra sana amistad. Pero esas miradas ya eran una señal inequívoca de que algo no andaba bien. ¿El qué?

—¿Os pasa algo?

Quizás Sofía sí se parecía un poco a Aramis Fuster. Jodida.

—¿Algo? ¿Lo que le cuelga al galgo? —Le dije yo escurriendo el bulto.

—Estoy cansado —dijo escuetamente Martín.

Nos miramos unos segundos y Sofía carraspeó.

—Martín ha estado toda la noche manchando con una  —le informé yo para que viera que no pasaba nada.

—¿Una? ¿O dos? —preguntó Martín—. Ahora no me acuerdo.

Pasé de mirar qué cara ponía mi mejor amigo al decir aquello porque Sofía era peor que Sherlock Holmes.

—Joder Martín, ¿un trío? Como te las gastas, de ahí esa cara.

—Va a tener que ponerla en hielo —comenté bromeando.

Sofía se descojonaba pero Martín y yo sonreímos levemente.

—Daniela, ¿y qué tal en la discoteca?

—Bien.

—¿Solo bien?

—Bruno y yo perdimos al resto y nos tomamos una cerveza. Le llamó alguien y se tuvo que ir. No hay más.

Sofía me miró alzando las cejas.

—¿Lo llamó su madre o qué?

Me reí por la idea de que a un treintañero le dijeran que volviera a casa.

—A mí qué me cuentas, no le pregunté.

Martín nos escuchaba atento sin decir esta boca es mía.

Muy disimuladamente, la hice volver al tema que nos preocupaba: Julen. Sofía había quedado con él esa misma tarde, en una cafetería, para decirle que quería dejarlo. No estaba segura al cien por cien pero debía tomar una decisión. No quería seguir mintiéndole, aunque no le diría que había pasado una noche mágica con Santi, simplemente conociéndolo. No era necesario hacerle más daño. Martín insistía en que debía decirle la verdad pero ella prefirió esta opción.

Martín y yo habíamos quedado en ir al cine cuando el lunes habían anunciado el estreno de Spotlight, la mejor película del año según los Óscars. Le pregunté si le seguía apeteciendo ir y me dijo que sí. Aprovecharía para hablar con él.

Fuimos en metro hasta Sol, en silencio y observando a la gente. Que estuviéramos callados no era extraño porque nos sentíamos a gusto sin tener que rellenar aquellos vacíos. Pero aquel día había algo en el ambiente enrarecido. De Sol al cine Capitol saqué el tema.

—Martín, tenemos que hablar.

Nos miramos mientras caminamos y seguí hablando solo yo.

—Siento haber mirado ayer, que no sé cómo me viste porque fueron unos segundos, pero os oí y me picó la curiosidad. Pero eso es lo de menos ¿no? Porque lo jodido es lo que pasó después. Bueno, jodido no, porque a mí me encantó pero necesito saber de qué va todo esto. Estoy perdida contigo…

—Se me fue la olla  —así de simple.

—Que yo sepa ni bebes mucho ni te drogas, ¿en qué sentido?

—Te vi cuando te ibas. Te imaginé mirando y me pusiste a mil. Y se me fue la olla, ya te lo he dicho.

Madre mía.

—Joder Martín pero estabas con una tipa, estaba en tu cama y tú follándome en el baño.

Al recordarlo sentí calor porque no se podía negar que la escena era morbosa.

—Pensé que estarías dormida pero al oír la ducha me lo pusiste a huevo.

Seguimos unos minutos en silencio. Intentaba entender qué había pasado por la cabeza de Martín. Suponía que había sido algo simplemente sexual pero quería aclararlo.

Llegamos al cine y nos pusimos a la cola.

—Entonces, ¿no debo preocuparme por nada?

—No.

—¿Estamos bien? ¿Estás bien, en serio? Martín, sabes que te quiero mucho y me fastidiaría que te pasara algo y yo no lo supiera.

—Daniela, aquí pasa lo que tú quieres que pase —dictaminó resolutivo.

Hablábamos bajo para que la gente de la cola no nos oyera.

—Estás cabreado, ¿puedo saber por qué?

—No.

¡Joder con Martín! Me giré hacia adelante resoplando y justo al hacerlo, a mi derecha, vi una cara conocida, miré de nuevo y sí, era él. Bruno charlaba con una chica joven, de pelo corto y ojos oscuros. De cara era muy guapa y vestía unos vaqueros ceñidos y una camiseta de manga corta, como él. Hablaban y se reían, y me quedé absorta viéndolo porque me gustaba ver su otra cara, esa que yo no vería ni en sueños.

¿Sería aquella la chica de la llamada? Era muy probable que fuera su pareja o incluso su mujer, la miraba con mucho cariño. Miré demasiado, lo sé, y él notó que alguien lo observaba. Nuestros ojos se encontraron y se sorprendió, pero le dijo algo a aquella chica y vino hacia nosotros.

—Daniela, qué sorpresa —No hubo besos cordiales.

—Pues sí, con lo grande que es Madrid.

—Oye, perdona que ayer me fuera así pero era una urgencia…

—Nada, no te preocupes.

Creo que era la primera vez que los dos usábamos un tono suave, distante pero suave. Oí carraspear a Martín.

—Ah, él es Martín. Martín, Bruno.

Se dieron la mano y los miré a los dos. Tan guapos y tan distintos.

—El mejor amigo —afirmó Bruno.

—El nuevo —afirmó Martín.

—Eso es —dije yo procurando que no siguieran hablando porque solo con el tono, me había quedado claro lo poco que se gustaban.

No era algo tan raro, a mí también me ocurría. A veces con solo tres palabras me bastaba para saber si aquella persona me iba a caer bien.

“¿Intuición Femenina? Ellos se ríen al escuchar esas dos palabras pero lo jodido es que no saben que son ciertas. La tenemos y mucha. ¿Y qué es chicos? Es aquella vocecilla que te da un aviso, que te aconseja o que simplemente te indica por dónde tirar en un momento determinado. Vamos a poner un ejemplo. Tú y tu pareja, salís con amig@s y entre ellos hay una chica que mira demasiado a tu chico. Intuyes que pasa algo, intuyes que esa chica busca a tu pareja. Y podemos ir más allá. ¿Cuántas de vosotras no habéis intuido que él os engaña? Y cuando podemos confirmarlo nos decimos: lo sabía, joder. Siempre lo sabemos pero no siempre podemos asegurarlo. ¿Qué hacer? Sigue tu intuición, escúchate y no tengas miedo de equivocarte porque falla pocas veces. Intuimos que nos mienten, que aquella persona no nos va a gustar o que la solución no es la correcta. Y gracias a nuestra intuición femenina somos capaces de salir adelante sin muchos más recursos. Así que ya sabéis amigas, atentas a vuestra vocecilla.” @danielatuespacio.

Martín se adelantó para pedir las entradas.

—¿Spotlight? Yo también voy a verla —Bruno se giró hacia aquella chica—. Bueno, nos vemos Daniela.

Nos miramos unos segundos de más.

—Cuídate Bruno.

—¿Así que le molas al nuevo? —preguntó con ironía mientras me daba la entrada.

—Yo invito a las palomitas —le respondí pasando de su pregunta.

—No me pidas esas de colores que son un asco  —dijo sonriendo.

A Martín tampoco le gustaba estar a malas conmigo; si es que no podíamos, porque los cabreos nos duraban milésimas de segundos. Ninguno de los dos era rencoroso y menos entre nosotros.

—Las voy a pedir con dos quilos de sal para que te quede la lengua como un trapo viejo —le saqué la lengua y nos reímos.

Mientras pagaba me cogió de la cintura por detrás y me dio un beso en la mejilla.

—Te perdono por mirar —me dijo en el oído.

—Te perdono por follarme.

Nos reímos a carcajada limpia pero creo que nos pudieron más las ganas de estar bien, como siempre, que de saber qué pasaba ahí, que había en el fondo de todo aquello. No nos apetecía hurgar, a ninguno de los dos. Estábamos bien y aquello era lo que contaba. Sofía hubiera sacado las uñas y hubiera hecho ella solita un pozo hasta encontrar agua, pero ¿Martín y yo? ¿Para qué? ¿Para cagarla?

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