@daniela

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No te escondas, que te encuentro

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No te escondas, que te encuentro

 

 

En la redacción Carla me buscó nada más poner el pie en la oficina.

—¿Ya te los has tirado Daniela?

—¿Celosa, Carla? —me estaba esperando porque nada más sentarme, se situó en el lugar de Bruno, que todavía no había llegado.

Cruzó sus piernas y me miró bajo ese quilo de rímel que se ponía. Yo no entendía como no se le cerraban los ojos debido al peso.

—¿De ti? No me hagas reír. Tú eres de aquellas con las que se divierten y yo con las que se casan.

—Pues menudo negocio el tuyo hija. Prefiero mil veces divertirme que casarme, no sé cómo lo ves.

—Sí, eso dices ahora pero cuando crezcas ya hablaremos.

—Pues si cuando crezca esos dos años que nos separan, tengo que ser como tú, prefiero ser como Peter Pan y voy a pasar de crecer. ¿No habrás visto a Campanilla por aquí para que te haga desaparecer de mí lado?

—Tú misma, sabes que lo que digo es así. Puedes tirarte a Bruno pero solo eres un pasatiempo. Una cara bonita.

—A ver, Carlita, si estás por Bruno, ves a por él y a mí me dejas en paz.

—Sólo digo lo que la mayoría pensamos —concluyó con su sonrisa falsa.

La mayoría…deja que me ría. Carla creía que con ese tipo de comentarios iba a molestarme pero vamos, que me la trae floja la mayoría.

“Hablan de ti, dicen cosas que son ciertas, otras que no. ¿Te molesta? Pues no debería. ¿Qué quieren hablar? Que lo hagan. Tú estás segura con tu manera de ser, entonces ¿dónde está el problema? Porque te aviso que si cotillean sobre ti puede ser bien o mal y además por múltiples razones: admiración, cariño, envidia o celos. Vete a saber. No hagas mucho caso, o más bien, no hagas ni caso. Que hablen lo que les venga en gana y que les aproveche. Tú tienes el mismo poder de hablar que esas personas, así que estamos en igualdad de condiciones. Recordad chicas, menos blablablá y más acción.” @danielatuespacio.

De todos modos, yo sabía que su mayoría eran ella y sus dos seguidoras incondicionales. También sabía que en la redacción hablaban de Bruno y de mí, pero no me importaba. Yo trabajo ahí, no tengo por qué dar explicaciones de mi vida si no me da la gana. Y quien quiera saber algo, que venga y pregunte. Ya veremos si respondo. Siempre he pensado que esas ganas de saber qué ocurre en la mesa del vecino, en el perfil del Facebook de tu ex o qué ocurre en casa de los vecinos, es simplemente poca faena.

Bruno, a media mañana, me mandó un mensaje diciéndome que le pasara yo misma el borrador a Jaime y le enseñara las fotos, que él vendría más tarde. Jaime, estaba reunido con uno de los de la junta, pero me hizo pasar a su despacho.

—Daniela, él es Máximo, de la junta. Vendrá con nosotros a Barcelona este fin de semana.

Un hombre de unos treinta y pocos, alto, atlético y guapillo.

—Encantado Daniela  —tendió su mano y nos dimos un leve apretón.

—Igualmente Máximo —debía ser educada pero la verdad era que no tenía simpatía hacia los de arriba.

—Max, por favor —me indicó sonriendo.

Vaya, tenía una sonrisa como la de mi hermana: todo, dientes blancos y bien puestecitos.

—Jaime, el borrador del artículo y las fotos —le pasé los papeles y la cámara.

—A ver esas fotos  —me miró y seguidamente observó las fotos a través de la pantalla.

—Daniela  —era el ejecutivo aquel—¿Lo que escribes en tu columna es real?

Le miré sospesando qué decirle.

—Max —recalqué su nombre—. Un escritor no te dirá si lo que lees en su libro es real o no lo es, si son sus pensamientos o si los toma prestados.

Sonrió por mi respuesta.

—Perfecto Daniela, muy buenas fotos. Puedes dárselas a Toni y que las revele.

—Tengo lo mío muy avanzado, ¿puedo echarle una mano?

Me moría por entrar en el cuarto oscuro y ver cómo Toni hacia magia con sus manos. Y más con mis fotos.

—Daniela —y ahora me diría que no…—Dile que te vaya enseñando.

Lo miré abriendo los ojos y no le di un abrazo porque era Jaime y además estaba el tipo aquel ahí.

—Gracias Jaime —le dije mirando a Bruno que acababa de llegar.

—Buen trabajo, los dos —dijo Jaime mientras cogía el teléfono de su mesa de nogal—¿Diga?

Salí de allí pero Max me llamó para preguntarme si también era fotógrafa.

—He hecho algunos cursillos —le informé.

—Yo estoy en Too Many Flash…

—¿En serio? —Lo miré con interés.

Era una escuela especializada en fotografía de Madrid, de la que había oído hablar muy bien.

—Bueno, es algo que me gusta y estoy haciendo el curso avanzado de fotografía.

Vaya, vaya con el estirado.

—Máximo —Jaime lo llamó y me fui hacia mi ordenador para cerrarlo e ir con Toni.

—Se te han pegado las sábanas —le dije a Bruno a modo de saludo.

Me miró con cara de pocos amigos.

—Tenía asuntos personales que resolver —dijo seco.

Asuntos sí, la novia o la mujer que te va a canear Bruno como se entere de que tonteas con una del curro.

—Muy bien, me voy a revelar las fotos con Toni.

Bruno se puso los cascos y siguió a lo suyo. Que seco era cuando quería. Pero él mismo, yo estaba de muy buen humor y me hacía una ilusión tremenda poder ayudar a Toni.

Llamé a la puerta y cuando me indicó, entré con rapidez. Cuarto oscuro, con la luz roja encendida, la ampliadora, pinzas, fijador, revelador y el papel fotosensible, todo bien organizado, como le gustaba a Toni.

—¿Así que voy a ser tu niñero? —preguntó bromeando después de decirle que Jaime quería que empezara a iniciarme en el tema del revelado.

Y comenzó colocando el negativo en la ampliadora, enfocando bien en el papel y dándole la luz necesaria. Después lo sumergió en el revelador y lo dejó hasta que apareció la imagen: magia para mí. Cogió el papel con las pinzas y lo sumergió en agua, para después sumergirlo en el fijador. Finalmente, me mandó abrir la luz y lavó el papel con agua y lo puso a secar con otras pinzas que tenía colgadas.

—¿Cómo lo ves?  —preguntó sonriendo.

—Veo que hace un calor de mil demonios aquí dentro. Vamos a por ello.

Toni rio conmigo.

—Vamos a probar con esta, por si no sale bien.

Me pasó el negativo y me fue indicando los pasos.

—Así, despacio, muy bien Daniela.

Estaba emocionada, sudando de calor por la tensión y lo pequeño del habitáculo, pero me podían más las ganas de aprender.

—Buen pulso.

Y cuando terminé me sentí como si hubiera realizado la gran proeza.

—Vaya, Toni, esto es una pasada…

Hice un par más de pruebas mientras Toni hacía el trabajo de verdad y me sentí el mago de Oz.

Al salir, él se rio de mí, porque estaba con el pelo pegado a la cara y me lo apartó. Un gesto de amigos, claro, pero Diana me miró con cara de querer asesinarme. Era su problema, no el mío.

 

Al llegar a casa, Sofía estaba como una niña con zapatos nuevos. Jaime nos había dejado salir una hora antes para que nos preparáramos para el gran viaje a Barcelona. Lo cierto era que en la redacción se respiraba un aire de nerviosismo por aquella salida, como si con seis años fuéramos de excursión. Estaban exaltados, hablando de lo mismo, todos excepto Bruno, que estaba más serio de lo normal, y nada hablador.

¿Quizás le había caído bronca de su novia la noche anterior?

Habíamos quedado en la estación de Atocha, para coger el Ave de las seis de la tarde. Tardaríamos aproximadamente unas dos horas y quince minutos, o sea, que hacia las nueve de la noche estaríamos en el hotel Meliá Barcelona, ubicado en las afueras, a unos diez minutos de la ciudad. Era un hotel de lujo, de cinco estrellas, con jardines, pistas de tenis y esas pijadas que gustan a los ricos. Todo aquello lo sabía por Sofía, quien me iba dando datos sobre el hotel y la ciudad de Barcelona. Me habló de Las Ramblas, Gaudí, el puerto, Montjuïc y no sé cuántas cosas más. Era interesante, sí, pero a mí me gustaba más ir por la ciudad y descubrir todo lo que Sofía había ido leyendo.

Nada más llegar, los de recepción realizaron un check-in ultra veloz y a los pocos minutos teníamos nuestras tarjetas doradas en la mano. Fuimos repartiéndonos por las habitaciones del largo pasillo de la planta número tres. 369, mira qué número más chulo. La nuestra. La de Bruno y mía.

Habitación amplia, con dos camas de matrimonio vestidas de gris, con un par de sofás de piel negros, una par de mesas tipo escritorio y una televisión de plasma enorme. Lo primero que hicimos fue abrir el balcón y las vistas eran magnificas, unos jardines llenos de flores y árboles de varias especies, todo muy harmónico. Lo segundo, yo irme al baño y Bruno hacer una llamada.

—¿Nena?...Sí ya he llegado, ¿todo bien?...

Cerré la puerta y puse música con mi móvil porque no quería escuchar su conversación. A los pocos minutos Bruno llamó a la puerta y salí, duchada y envuelta en una toalla extra grande. Allí todo era a lo grande. Bruno me observó más de la cuenta.

—¿No has visto nunca a nadie salir de la ducha? —le pregunté con ironía.

—Que rapidez —dijo entrando en el baño.

—A ver si te vas a creer que es verdad que las mujeres estamos tres horas en el baño —me sequé el pelo a conciencia—. Pero bueno, eso tú ya lo sabrás —murmuré para mí pensando que si vivía con su chica-esposa-amante o lo que fuera, ya lo sabría.

Curiosamente, Bruno me había estado evitando aquel viernes. Por la mañana, en la revista, había estado seco. A la hora de la comida apenas lo había visto porque se había quedado terminando un artículo y en el Ave apenas habíamos cruzado dos palabras y una mirada. ¿Se sentía culpable? ¿Era eso? El libro, las piruletas, el beso… A ver, no había pasado nada entre nosotros pero aquel tonteo era real y si tenía pareja, o era un Don Juan que iba metiendo los cuernos o se le había ido de las manos. Porque ojos tenemos todos, y alguna que otra mirada no hace daño, pero aquello parecía el típico acercamiento de chico quiere cepillarse a chica. No es que no me gustara, está claro que me había encantado, pero quizás Bruno era de aquellos que no saben mantener su cosa dentro de los calzoncillos, aunque lo prometan ante Dios.

Cuando Bruno salió, con el pelo revuelto y húmedo, la toalla en la cintura y marcando abdominales, tuve que hacer un esfuerzo por no seguir mirándolo como una adolescente cuando ve a uno de sus ídolos.  Joder con el niño, menudo cuerpo tenía. Espalda ancha, hombros torneados, brazos musculados en su justa medida, un pecho fuerte y unos abdominales suaves… para comérselo. Seguí leyendo, sentada en el sofá, esperando a que se hiciera la hora de bajar. Sofía llamó a mi puerta y junto a Santi, bajamos los cuatro.

En el comedor nos habían preparado un par de mesas redondas y casualmente Max se sentó a mi lado. Estuvimos charlando del tema de la fotografía media cena, y la otra media estuvimos hablando con Jaime de las actividades que nos tenían preparadas.

En la otra mesa estaban mis amigas las brujas averías y, casualmente, también Bruno, quien se había acomodado con ellas.

Después de la cena, pasamos a una zona chill out del hotel, que estaba en el jardín, y allí tomamos una copa, charlando unos con otros, porque se trataba de eso: de fomentar el compañerismo entre nosotros. ¿Es que no sabía la empresa que salíamos de fiesta a menudo? Sí, Jaime sí lo sabía pero aquellas actividades debían servir para fomentar la dinámica de grupos, el trabajo en equipo y las relaciones entre los empleados.

Bruno seguía evitándome aunque sus miradas fueron más constantes. Y yo no sabía si mandarlo a la mierda o averiguar por qué estaba tan raro conmigo. A ver, averiguar no, sino confirmar que tenía pareja. Quizás si lo hablábamos, podíamos dejar clara nuestra situación y poner los puntos sobre las íes.

Con quien no había manera de hablar fue con Martín. Aquel viernes estuvo desaparecido en combate y ni siquiera pude decirle adiós. ¿Dónde se había metido? Porque no le tocaba trabajar… Le dejé una nota en la pizarrita de la cocina, a ver si reblandecía ese cabreo que llevábamos los dos.

“Los verdaderos amigos se tienen que enfadar de vez en cuando. Pasteur.”

No lo firmé porque él conocía mi letra perfectamente. Tenía la esperanza de que el domingo pudiéramos tener una charla tranquila, si estaba en el piso, claro.

Hacia las doce de la noche fuimos yendo a nuestras habitaciones y cuando subí, Bruno estaba encima de su cama vestido con un fino pantalón de pijama de rayas, con el móvil en la oreja y charlando. Joder, si era su pareja, que control…

—Sí, tengo que dejarte que viene mi compi —“compi” que podía ser masculino—. Venga Andrea, mañana a primera hora te llamo. Un beso y te quiero, no lo olvides renacuaja.

Uy, qué bonito… y me mordí la lengua porque le hubiera preguntado: ¿quién controla a quién? Pero se ve que con la edad estaba aprendiendo a callarme algunas cosas y a evitar discusiones que no me aportaban nada.

—Bruno…

—Dime.

—No hace falta que te escondas de mí, no te voy a morder. Entiendo que se te ha ido la cabeza y que has dicho y hecho cosas conmigo que no deberías, pero tranquilo, no voy a acecharte en una esquina y bajarte los pantalones. Pero prefiero que seas claro, a mí estos rollitos raros no me van.

Me miró sorprendido pero reaccionó con rapidez.

—¿Y por qué, según tú, no debería? —iba a responder pero no me dejó—¿Porque eres una tía fría, sin sentimientos y que te da igual un tío que otro?

Me sentó como un patadón en el centro del estómago.

—¡Tendrás cojones! A mí no me pases tus paranoias Bruno. Y no hables de mí como si me conocieras porque hace un mes, uno, ¿me oyes? Uno, que me conoces… Me parece de puta madre que quieras hacer las cosas bien pero no me eches a mí la culpa de tus cagadas.

—¿Mis cagadas? ¿Eso es lo que piensas? ¿Lo ves? Eres un puto témpano de hielo. ¿Tú sabes lo que es querer niña? —Bruno se levantó de la cama casi de un salto y se acercó mientras hablaba.

Joderrrrrrrrrr.

—Niña lo será tu prima, y quizás lo sé mejor que tú porque a mí no me ha faltado amor en la vida. ¿Qué te falta a ti que vas buscando fuera lo que no encuentras en tu casa?

—Pero ¿qué dices?

—Digo que eres un machista, que vas de lo que no eres. Que pareces una cosa y eres otra. Y mientras, tu mujercita haciendo calceta ¿verdad? —paré pero mi cabeza seguía a lo suyo—. Putón —murmuré.

Bruno puso su cara justo frente a la mía y sentí su aliento.

—No tengo mujer Daniela, no estoy casado ni tengo pareja —lo dijo con una seguridad rotunda; no hay más que hablar.

Nos quedamos mudos, los dos. Mirándonos fijamente a los ojos, como intentando saber qué pensaba el oponente.

Joder, ¿¿que no tiene pareja??

De forma sincronizada nuestras bocas chocaron, y nos besamos con una pasión desmesurada, como si nos faltara el suficiente aire para poder respirar. Sus manos cogieron mi cuello, masando mi melena y yo acerqué mi cuerpo al suyo. Sentí su erección en el principio de mi estómago; dura, fuerte, altiva. 

Bruno me empujó con suavidad hasta el sofá, dejando atrás nuestras camas, y seguimos besándonos de aquella forma desesperada, como si lleváramos años ansiando aquel contacto. Sentí una oleada de placer al sentir sus labios mordisqueando los míos, sintiendo su lengua recorrer la mía y sintiendo como encajaban nuestras bocas.

Seguíamos de pie, y Bruno fue bajando sus manos hasta mi cintura, desde donde ágilmente me subió la falda. Sentí la tela suave y me estremecí por saber que sus manos estaban tan cerca de mi epicentro.

—Daniela….

Madre mía, que voz.

—¿Mmm?

—Voy a hacerte tuya —dijo en un susurro.

—¿Tuya? —O ¿mía?

—Tuya. Vamos a hacer que sepas que hay dentro de ti, hasta dónde puedes llegar y hasta dónde quieres llegar.

—Hasta el final —dije sin ser plenamente consciente de lo que pesaban sus palabras.

—No podía ser de otra forma —dijo mientras su boca bajaba por mi cuello y una de sus manos se colaba en mi tanga de encaje negro.

Pasó su dedo corazón por mis labios, con mucha suavidad y abrí un poco para darle paso. Pero Bruno no hizo nada más que pasar su dedo por mi humedad, despacio, sin prisas, agónico. Sentía la necesidad física de que entrara ni que fuera uno de sus dedos pero a la vez esas caricias aumentaban mi excitación. Gemí flojo y Bruno atrapó uno de mis pechos con sus labios, para lamer, mordisquear y soplar o todo a la vez. Empecé a no poder estar quieta y bajé mi mano hasta su erección.

—No, no —me cogió la mano antes de que alcanzara su sexo—. Mira.

Y miré. Su mano cogió su pene recto, marcando las venas latientes. No dejó de acariciarme mientras él empezaba a masturbarse para mí, subiendo y bajando su mano, con presión y firmeza. Verlo así, tan masculino, tan seguro y tan…no sé, me excitó exageradamente y mojé sin poderlo evitar. Él sonrió de forma chulesca al sentir mi reacción en su dedo. Y de repente introdujo dos dedos provocando un gemido que absorbió con su boca y su lengua. Volvimos a aquellos besos largos, deliciosos y sobre todo cargados de una electricidad que recorría mi cuerpo entero.

—Bruno… —necesitaba respirar y parar aquel placer porque me sentía al borde del orgasmo, cosa a la que no estaba habituada. Solía necesitar más tiempo para llegar al clímax, bueno, más tiempo o a Martín, que sabía dónde tocar en mí.

—No voy a parar, nena —me avisó con sus dedos entrando y saliendo de mis labios mojados—Quiero que el primero me lo des en mi boca.

¿Cómo?

De repente lo tuve entre mis piernas, sujetando mi falda con una mano, la otra en mi pierna y su boca en mi sexo. Lamiendo con una calma inusual que provocaba sacudidas en mi estómago. Joder con Bruno. Sentí que mis piernas flojeaban y que estaba a punto de irme. Quise sentarme en el sofá, que estaba justo a nuestro lado, pero me lo impidió sujetando con fuerza mis pantorrillas.

—¿No buscabas placer Daniela? —hablaba mientras lamía, ufff…—¿No es lo que querías? Pues siéntelo…así…dame ese coñito delicioso que tienes…

Dios. Sentí la tensión en mis piernas y cómo aquel explosivo orgasmo empezaba en mi sexo hasta expandirse por todo mi cuerpo de una forma casi brutal. Bruno, me abrazó por la cintura, y me besó de nuevo, haciendo que mis últimos gemidos se quedaran en la garganta. Volví a sentir su dura erección rozando mi cuerpo.

—¿Seguimos? —no era una pregunta porque me volteó hacia el sofá y subió la falda de un tirón a la vez que me empujaba con suavidad la espalda para que le ofreciera mi culo—. Joder, Daniela, no sé por dónde metértela… ¿Qué prefieres?

Todavía sentía el pálpito de mi orgasmo y estaba en aquel estado en que todo me daba igual. Métela por donde gustes. El rasgar de un preservativo me puso en alerta.

Jugueteó unos segundos con su pene hasta que entró de una estocada en mi sexo. Madre…su polla me llenaba al completo, como si encajara a la perfección y sentí aquella intensidad boqueando e intentando coger aire. Se detuvo.

—Daniela, ¿así que usas a los chicos? Creo que eres una niña mala y ¿sabes que necesitan las niñas que no se portan bien? —iba saliendo despacio de mí pero la dejó en la entrada.

Un golpe en mi nalga derecha, fuerte, y una embestida que ahogó mi grito para convertirlo en un gemido exagerado. No me reconocí, porque solía gemir pero no de esa forma tan…expresiva. No me dio tregua, Bruno no estaba para hostias. Y comenzó a bombear, con sus manos en mi cintura, una, dos, tres, y palmada seca en mi nalga otra vez. Joder.  Otro gemido de aquellos.

—Bien, Daniela, sigue gimiendo como una zorra.

La metía, la sacaba y me iba propinando alguno de aquellos golpes, que primero quemaban en la piel pero después se convertían en un hormigueo placentero que sumado a sus penetraciones me estaban llevando a lugares insospechados de placer.

—Podría estar así un buen rato Daniela, pero creo que por hoy ya tenemos bastante, ¿no crees?

Yo alucinaba por su tono de voz. Tenía un autocontrol exagerado porque su voz se tornaba más oscura pero hablaba con mucha seguridad, sin gemidos, sin una respiración entrecortada.

—Así que vamos a por tu placer, nena, y después a por el mío.

Su mano buscó mi clítoris, directo, y sin perderse por el camino, lo rozó con mucha suavidad dibujando pequeños círculos, mientras comenzó a marcar un ritmo continuo con sus embestidas. Era como un placer que empieza al mínimo y va creciendo, despacio, pero con una seguridad arrasadora. Hasta llegar al final, donde juro, que no podía apenas sostenerme ni dejar de gemir de aquella forma. Me dio la impresión que algo dentro de mí se rompía. Dios. Me mordí los labios y entonces Bruno me cogió con suavidad de los hombros y dio las últimas estocadas hasta que se corrió con un gruñido casi salvaje.

Joder. ¿Quién era Bruno? ¿El puto amo del sexo?

Me hizo incorporarme, con él aún dentro, y me abrazó recogiendo mi cuerpo en el suyo.

—Daniela…espero que haya sido mutuo…

—Y lo ha sido —le dije atontada aún.

—¿La sientes, como late? —susurró al oído con su pérfida voz.

La verdad, no sabía de quién eran esas palpitaciones, si suyas o mías.

Salió despacio, cogiendo el preservativo y de reojo lo vi irse al baño.

Sin cursilerías, ni besos, ni un abrazo apretado, como esperaban la mayoría de mis amantes. Pero me quedé algo vacía, como si al salir de mí, me faltara él. Fruncí el ceño intentando borrar esos últimos pensamientos.

Esperé a que saliera de la ducha, preparando mi pijama de pantalón corto que me quitaría una vez dentro de la cama.

Me gusta dormir desnuda, de siempre.

Sonrió al pasar por mi lado, vestido solo con un bóxer azul oscuro, y se acomodó de nuevo en su cama.

Y aquí no ha pasado nada. Perfecto.

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