@daniela

@daniela


¡¡Sorpresa!!

Página 25 de 35

¡¡Sorpresa!!

 

 

Soy tuya, solo tuya, eran palabras, palabras banales que una podía decir sin sentido mientras te la metían y perdías el sentido de la realidad. Pero, yendo hacia el piso, pensé en esas palabras. Bruno era parte de mí, de mi vida, no podía negar lo evidente. En pocos días había pasado de ser alguien repelente a un hombre que me gustaba mucho. En todos los sentidos. Y, casualmente, nuestros encuentros eran continuos: la habitación de Barcelona, Andrea y yo de parranda, su piso en mi barrio, el café en el Jamaica, el hospital con mi familia, la fiesta de esta noche… Donde por cierto, conocería a sus padres. No sabía ni si decírselo a Sofía y Martín, porque los veía mirándome con cara de flipados. ¿Por qué daban tanta importancia a según qué cosas?

—Hombre, ¿vienes de un after? —preguntó Sofía al verme entrar.

Julen vino a mi mente pero preferí no decirle nada, de momento. Lo único que iba a conseguir era preocuparla más.

—Vengo de misa, de las doce —le dije sonriendo y yendo hacia mi habitación—. ¿Está Martín?

—Ha bajado un momento al súper, que le faltaba no sé qué para el arroz.

Suerte teníamos de él porque Sofía y yo éramos poco creativas en la cocina.

Me metí en la ducha y me quedé un buen rato bajo el agua, pensando inevitablemente en Bruno. En su vida pasada, en sus dedos en el teclado y su cara de concentración, en su boca acercándose a la mía, en su cara de placer, en sus ojos diciéndome que yo le gustaba de verdad,…Uffff.

Me tumbé en mi cama, envuelta en la toalla, y seguí divagando. ¿Era normal aquella sensación de querer más? Me apetecía estar con él, preguntarle un millón de cosas, oírle hablar, reír y besar sus labios continuamente mientras me miraba de aquel modo. Me sentía bien con él, tranquila pero excitada, segura pero a la expectativa. Bruno era como un mundo por descubrir, no se parecía a los demás chicos. Era especial.

En ningún momento me pregunté qué querría él. Bastante tenía con lo mío pero para eso están los amigos…

Martín llamó a la puerta diciendo soy yo y le dije que pasara.

—¿Cansada enana? 

Seguía tumbada en la cama, con la toalla y el pelo húmedo.

—Un poco.

—¿Vas a comer?

—¡Vengo muerta de hambre!

Martín se sentó a mi lado.

—¿Te apetece ir al cine esta noche?

—Tengo un curro esta noche —lo miré a los ojos—. Andrea, la hermana de Bruno, me ofreció tomar las fotos de la fiesta de sus padres.

—Los padres de Bruno —confirmó.

—Sí, porque son los mismos padres. Son mellizos ¿sabes? —intenté cambiar de tema.

—Así que hoy te toca a ti conocer a sus padres.

—No va a ser una presentación en sociedad Martín, soy la fotógrafa y amiga de sus hijos, nada más. No saques punta al lápiz… —lo avisé.

—¿Nada más? A mí me parece que sí hay algo más, nena… —No estaba enfadado, intentaba hablar conmigo con tranquilidad.

—Me gusta y yo le gusto y lo pasamos bien Martín.

—¿Y sabes qué quiere él?

No quería ser mi folla-amigo, eso me lo había dejado claro, entonces ¿qué éramos Bruno y yo en ese momento?

—Porque Bruno no es un niño, Daniela, no juegues a las casitas porque saldrás escaldada.

Suspiré porque no tenía ganas ni de etiquetar lo que vivía ni de pensar en el mañana.

—Daniela, sé cómo eres, solo te digo que pienses un poco.

—¿Es que ahora te pones de su parte?

—Eres una tontaina —me hizo cosquillas en el cuello y me reí—. De mucho cuidado —bajó su mano a un costado y siguió jugando conmigo—. Lo que pasa es que me gusta Bruno y no quiero que me lo quites.

Nos reímos los dos y yo estiré demasiado los brazos para devolverle las cosquillas, con lo que desapareció la toalla de mi cuerpo. Martín observó mi desnudez unos segundos, deteniendo sus manos mientras yo seguía riendo.

—Joder, la toalla —fui a cogerla pero Martín atrapó mis manos.

—Daniela…

Vi el deseo en sus ojos, podía reconocer esa mirada de mi mejor amigo a quilómetros.

—Martín…no…—pensé que acababa de estar con Bruno…

—Nena —se acercó a mi pecho y lo besó, como si fuera mi boca.

—Para… —le rogué sintiendo su aliento en mi piel.

—¡¡Martín!! —era Sofía, desde la cocina—¡Esto ya está!

Se separó de mí y me miró suspirando. Se levantó con rapidez maldiciendo por la bajo no sé exactamente qué.

Martín y yo habíamos estado juntos muchas veces, la mayoría, después de salir y con alguna copa de más. Pero últimamente habíamos dado un paso más. Como en ese momento. Martín no podía resistirse a mi cuerpo desnudo, hecho que antes no sucedía porque me veía más como a una colega que a una chica. Quise pensar que era la edad o que eran las ganas de marcar territorio, pero mis argumentos no eran de mucho peso, lo sé.

Lo curioso del caso es que después comimos los tres su delicioso arroz como si no hubiera ocurrido nada. Y que echamos la siesta en el sofá y yo apoyada en su hombro, como en muchas otras ocasiones. Todo ello reafirmaba mi teoría de que Martín tenía celos de amistad, no de otra cosa. Tampoco era tan raro porque lo compartíamos todo: piso, amigos e incluso familia.

Estaba mosqueado porque había entrado alguien en mi vida y él no lo conocía. Estaba segura que Bruno y Martín se podrían llevar bien si quisieran conocerse mínimamente, pero creo que no iban a compartir ni un refugio en caso de un bombardeo.

Aquella noche Sofía se fue con Santi, a su piso que ya estaba en condiciones. Martín acabó saliendo con un par de amigos y yo me dirigí, cámara en mano, hacia la dirección que me había indicado Andrea, en las afueras de Madrid.

El taxi me dejo frente a una casa enorme, una mansión para mí, vamos. Como se los gastan, pensé. Llamé y me hicieron pasar. Aquella casa era de unos amigos de sus padres, y se habían ofrecido para realizar allí la fiesta sorpresa. Sus padres vendrían al cabo de un rato, sin saber que estarían allí sus hijos, hermanos, amigos e hijos de sus amigos.

Andrea me invitó a pasar y me llevó hacia el jardín trasero, por uno de los laterales de la casa. Estaba iluminado con pequeñas bombillas blancas, por el suelo y entre los árboles. Varias mesas repartidas, con algunos platos fríos para picar. Una especie de barra con un par de camareros con pajarita, preparados para servir al cliente. Y mucha gente, muchísima. Creía que iba a ser una fiesta más privada pero se les había ido de las manos, según Andrea.

Vi a Bruno, charlando con varias personas y Andrea me dijo de ir hacia ellos pero preferí dar una vuelta por los jardines para saber qué tipo de luz me ofrecía aquel lugar. En pocos minutos tuve claro cuáles eran los mejores ángulos para sacar buenas fotos y comencé a disparar algunas al jardín iluminado, a la gente parloteando, a Andrea con Bruno, quien me sonrió a la cámara.

—Ese uniforme me gusta —dijo dándome dos besos.

Iba con vaqueros otra vez.

—Una fiesta íntima —bromeé.

—Ya ves…

—Bruno —un chico alto y con cierto parecido a él se nos acercó—. Me juego el cuello a que has contratado tú a la fotógrafa. Encantado —me dio dos besos y se presentó él solito—. Soy Gabriel.

—Uno de mis primos —añadió Bruno.

—Hola, soy Daniela  —le dije viendo que el chico me miraba de arriba abajo.

—Trabajamos juntos, en la revista —Bruno miró a Gabriel—. Está casada y tiene cinco hijos.

Él lo miró sorprendido y Bruno y yo nos reímos al ver su cara.

—Qué mamón —dijo él riendo también.

—Bruno, vienen los papis —le avisó Andrea—. ¿Vamos Daniela?

Los seguí hacia la entrada del jardín. La pareja amiga los recibió y nosotros esperamos a que entraran. A través de la cámara observé a sus padres detenidamente. Su madre, con un gesto amable, se parecía bastante a sus hijos. Su padre, muy elegante, serio y de pocas palabras. Nieves y Joaquín.

Nada más llegar, la gente gritó “¡¡Sorpresa!!” y su madre se tapó la boca de la impresión. Su padre soltó una media sonrisa, como la de Bruno. Yo fui tomando fotos de todos los momentos. De la sorpresa, de los abrazos, de los besos, de toda aquella gente que se acumulaba alrededor de los padres de Bruno para felicitarlos...

—No estás casada, ¿pero sales con alguien?

Miré a mi derecha y vi al primo de Bruno: Gabriel.

—No —respondí enfocando con mi cámara de nuevo.

—¿Sin pareja? —insistió con un tono de incredulidad.

Miré la foto y después a él.

—¿Tienes tú pareja?  —supuse que no, por su interés hacia mí.

—No —respondió sonriendo.

—Pues no será tan raro que no la tenga yo.

Volví a enfocar y cogí una muy buena foto de Bruno abrazando a su padre.

—Perfecta —me dije al mirarla.

—Eso pensaba yo —Gabriel me miraba con interés—. Eres demasiado guapa para no estar con alguien.

—Supongo que es un piropo —le dije bromeando.

—Una realidad.

Nos sonreímos y seguí a lo mío, con él plantado a mi lado, porque iba siguiendo mis pasos y haciendo comentarios varios para saber de mí.

—¡Daniela! —Andrea me llamó y me acerqué a ella—. Mamá, ella es la chica que trabaja con Bruno, en la revista. Y también es fotógrafa.

Aquella mujer, con los mismos ojos que sus hijos, me observó haciéndome una rápida radiografía. Dos segundos y sabría si era de su gusto, porque yo solía hacer lo mismo.

—Encantada, Daniela —me ofreció una mano cálida y amable.

—Igualmente, Nieves.

Nos sonreímos y entonces me presentaron a Joaquín, el padre. Serio y adusto.

—Daniela —un buen apretón que confirmaba que era un hombre recto.

Hice muchas fotos, a los padres, a los padres con los hijos, a los primos, hermanos, etc. Como si fuera una boda, igual. En todas ellas tuve rondándome a Gabriel y a Bruno observando. Más tarde ofrecieron bebida y comida y Andrea me instó a quedarme entre ellos, pero me negué. Le dije que prefería ir tomando fotos de la gente divirtiéndose y de sus padres con unos y otros.

—Supongo que no te apetece alcohol, pero te he traído una limonada. Quita la sed y la resaca.

—Gracias, Abreu, por el interés.

Me ofreció el vaso y bebí sedienta, la verdad era que estaba seca.

—Gabriel me ha preguntado por ti —sus ojos negros me traspasaron—. Quiere saber si estás disponible para poder tirarte los tejos. Le he dicho que no sabía nada.

—Bueno, algo sí que sabes. Y Gabriel no me interesa.

—¿Eso quiere decir que te interesa alguien? —se acercó un poco más a mi rostro.

—Podría ser —respondí directa mirándolo fijamente.

—Eso sería una novedad, señorita Sánchez —murmuró flojo.

—Parece ser que alguien está provocando ciertos cambios en mis rutinas.

—Qué suerte la de ese alguien —se acercó un pelín más, lo justo para seguir respetando las distancias.

—O qué suerte la mía, según lo mires.

Bruno rio y yo con él.

—Cuánto secreto, Bruno —su madre apareció de la nada y lo miró con picardía.

—Mamá, ¿te lo pasas bien? —preguntó él, cambiando de tema.

—Mucho. Oye Daniela, ¿así trabajáis juntos?

—Codo a codo —le dije—. Es mi contrincante en la revista.

—Mi madre no lee revistas, no le gustan nada.

—Me gusta leer otras cosas.

—Poesía —me aclaró Bruno y la miré sorprendida.

—Admirable —le dije pensando que conocía a poca gente que fuera aficionada a la poesía.

—Daniela, ¿y estás casada?

—¡Mamá! —exclamó Bruno.

Me reí porque parecía la pregunta de la noche, por Dios, si solo tengo veinticinco años.

—O rejuntada, como lo digáis vosotros.

—Sin pareja —respondí sin problemas.

—Mejor, porque Bruno tiende a no atinar.

—Gracias mamá, eres única —le soltó con rapidez.

—Lo sé, algo me ha contado —le dije a su madre y nos sonreímos.

—Si seguís por ahí me voy —nos amenazó Bruno sonriendo.

—En el fondo es un sensible, aunque no lo parece con esos vaqueros que me lleva.

Lo vi irse resoplando y me reí con ganas con su madre.

—Soy su madre, sé cómo espantarlo —me miró sonriendo—. Y veo cómo te mira.

Se me cortó la risa de golpe.

—Bueno…

—Tranquila, no te voy a meter un sermón. Solo quería conocerte porque Bruno no es un enamoradizo y veo que siente cosas por ti.

Tragué saliva al oír aquello de boca de su madre.

—Déjate llevar —me aconsejó viendo mi mirada asustada.

Sí, claro, como si fuera tan sencillo.

—Ser correspondido no es algo que pase cada día, y no es que quiera venderte a mi hijo —se rio por su comentario y le sonreí—. Ya me gustaría tenerlo en una jaula para no verlo sufrir pero tampoco sería justo.

—Cariño —era su marido y me sorprendió oír esa palabra en sus labios—. Nos reclaman para cortar una tarta.

Les sonreí y les seguí hasta una enorme tarta que estaba en medio del jardín. Cortaron la tarta, foto. Se dieron un beso cariñoso, foto. Un abrazo, una sonrisa, un guiño,…y mi cámara atrapó todo aquellos momentos, uno tras otro.

—Quizás algún día seas tú la que corta la tarta —Gabriel y sus indirectas.

—Si me hago pastelera de mayor, quizás sí.

Gabriel soltó una carcajada.

—No tenemos porqué casarnos —me dijo aun riendo.

—Yo no, tú haz lo que creas.

—Hablaba de nosotros dos —su mano retiró uno de mis mechones.

—Gabriel, no te lo tomes a mal, pero no hay un nosotros, ni lo habrá.

Me miró sonriendo, como si le diera igual lo que le decía. Supuse que como era guapillo, estaría acostumbrado a salirse con la suya.

—Eso es mucho suponer, Daniela —me miró fijamente y aparté la mirada.

—Tengo faena, Gabriel —enfoqué de nuevo y tiré más fotos.

Más tarde pusieron música y la gente se animó a bailar. Eran ya las doce de la noche y fui en busca de Andrea para decirle que me iba. Quedamos en vernos el martes por la tarde y enseñarle las fotos para que escogiera. Sus padres me dijeron adiós amablemente y vi a Bruno riendo con sus primos, así que no quise molestarlo.

—¿Te vas ya?

—Sí, Gabriel, las doce y me espera la carroza.

—¿Te acompaño? —preguntó riendo.

—No, gracias —le dije guardando la cámara y el objetivo.

—¿Nos veremos? —insistió el chico.

—Quién sabe —le dije yéndome con la bolsa al hombro.

—¿Te ayudo? —joder…iba a decir no cuando mi cerebro reconoció la voz de Bruno.

—No hace falta, Abreu, puedo sola.

—Sé que puedes  —cogió la bolsa y anduvo a mi lado por el lateral de la casa—. ¿Has venido en taxi?

—Sí, ya he llamado para que me recojan.

—Te podría haber llevado yo —dijo mirándome con esa intensidad.

Pasó un dedo por mi mejilla y una ola de calor pasó por mi piel. Bruno se mordió el labio y yo me lo humedecí. Tenías ganas de besarlo, pero no en ese momento, sino de antes, de mucho antes.

Oí el claxon de un coche y supuse que era mi taxi.

—Me voy —le dije abriendo la puerta.

—Una pena —su voz se oscureció y mi sexo palpitó de repente.

Me tiré, literalmente, hacia su boca y lo besé como si fuera el último beso de nuestras vidas, con desespero, pasión y una entrega que no me conocía.

Y sí, me marché con el taxi y sola. Con el corazón a mil y suspirando. Bruno debía estar dónde estaba y yo no quería separarlo de los suyos, por muy caliente que me hubiera puesto.

Como una niña buena, me fui al piso, me duché, eché un vistazo a las fotos, recreándome un poco con Bruno, pero unos golpes por el piso me pusieron en alerta. Oí unas risas y supuse que eran alguno de ellos viniendo de juerga. Puse la oreja y escuché a Martín riendo y seguidamente la voz aguda de una chica. Se lo estaban pasando bien.

Martín abrió la puerta de mi habitación.

—¡Martín! —le grité.

—¿Tienes novia? —le preguntó riendo una chica peli-roja con el pelo muy corto.

—Hostia, me he equivocado —dijo Martín partiéndose de la risa.

Iba otra vez bebido, los ojos achinados lo delataban y el balbuceo al hablar todavía más. Vino hacia mí riendo y con aquella que le seguía.

—Daniela, esta es Chus, ¿si, no? —la miró a ella.

Los dos llevaban una buena.

—Chusy —le corrigió riendo.

—Martín, pírate de aquí con tu amiga, por favor —le dije molesta.

—Mmm, no.

Flipante. Martín cogió a aquella chica y comenzó a besarla delante de mi cama. ¿Pero esto qué coño era?

—Martín, ¿tú eres idiota o qué?

Ni puto caso oye, ellos a lo suyo, en mi habitación y magreándose.

—Joder, manda lo que manda…

Martín se quitó los pantalones, con su habitual rapidez, la camiseta y calzoncillos. En pelotas y como si nada. Y ella hizo lo mismo.

—Me cago en todo, Martín —le dije levantándome de la cama para irme.

—Vamos, Daniela, ven… —me dijo con su sonrisa de guaperas.

¿Me estaba proponiendo un trío con aquella?

—Ni hablar —dije con rotundidad.

Había hecho algún trío alguna vez, ocasionalmente, y con Martín lo hicimos casi al principio de nuestra amistad con una amiga suya, ¿pero hacerlo en esas condiciones? No y no por un millón de razones.

—Vamos nena…

—Estás borracho —le solté con desprecio.

No me gustó nada esa actitud de mi mejor amigo. Y salí de mi habitación. Martín me siguió, dejando a aquella chica plantada.

—¿Lo ves? Pasas de mí.

Lo miré alucinada por todo.

—No voy a hablar contigo en ese estado, ¿entiendes? No sabes qué dices y espero que no sepas lo que estás haciendo, joder, Martín. Mañana se te va a caer la cara de vergüenza.

Me miró serio.

—Saca a esa tía de mi habitación  —le ordené—Ahora mismo.

Sonó el timbre de casa y me quedé mirando la puerta. ¿Quién cojones…? Abrí sin pensar que quien fuera vería a Martín en pelota picada.

—No podía dejar de pensar en ese beso… —Bruno me cogió por la cintura y me apretó contra él pero noté como sus dedos iban resbalando por mi cintura para separarse de mí y mirar fijamente a Martín. De puta madre Dani—. Joder… —murmuró dando un paso atrás.

—Bruno, no es…

—Lo que parece. Me conozco la frase Daniela —su tono de ultra tumba me puso los pelos de punta.

—Bruno…

Desapareció sin dejar que me explicara.

Bruno se encontró con Martín desnudo al completo y conmigo con una simple camiseta que apenas me cubría las braguitas a esas horas de la noche. ¿Qué hubiera pensado cualquiera? Que estábamos dándole al pistón, por supuesto. Y si alguien me hubiera dicho qué ocurrió en realidad me lo hubiera mirado de reojo, un poco incrédula.

¿Qué tu mejor amigo viene con un ligue a tu habitación? ¿Qué se desnuda con ella y se empiezan a enrollar en los pies de tu cama? Suena raro…

Al día siguiente, llamé a Bruno, pero no me cogió el teléfono en ninguna ocasión. Lo intenté un par de veces más pero sin éxito. Estaba claro que no quería saber de mí, así que, de cenar nada ¿verdad? No podría evitarme eternamente, porque el lunes mismo nos encontraríamos en el curro y en algún momento tendría que escucharme, sí o sí.

Martín se levantó a media tarde y me miró cabizbajo. No quise ni hablarle porque lo hubiera puesto de vuelta y media. Sofía apareció por la noche y preguntó qué ocurría. Nada Sofía, que a Martín le falta un hervor, solo eso.

En fin, un buen rollo al que solo le faltaba la guinda del lunes.

Llegamos a El Café las últimas, como era lo habitual. Bruno estaba en la barra, acompañado de Carla y cuando fui hacia ellos ni siquiera me miró. Sabía que con ella delante no le diría nada, así que se escudó en Carla.

Ya encontraré el momento, pensé.

En la reunión con Jaime, Bruno me ignoró completamente, ni una sola vez me miró, como si no existiera y me jodió.

—¿Bruno, podrás preparar el artículo sobre París? Podrías hacerlo con Daniela…

Y Bruno lo cortó por primera vez.

—Creo que sería mejor que lo hiciera con Carla; ella podría aportar la visión de la moda parisina, ya sabes que eso gusta y ella es una experta.

Todos miraron a Bruno, yo incluida.

—Sí, me parece una buena idea, ¿qué dices Carla?

—Por mí perfecto —bajé la vista a mis papeles y me di golpecitos con el bolígrafo en la otra mano para no tirárselo por la cabeza a Bruno.

La rabia me subió por el esófago y me mordí la lengua.

—Vale, entonces sigamos…

Jaime continuó hablando pero desconecté. Tuve que apretar las mandíbulas porque inesperadamente tuve ganas de llorar. Joder Dani, no me fastidies. Apreté mis labios en un gesto impotente y me concentré como nunca para meter esas lágrimas hacia dentro. Lo último que quería era que nadie me viera llorar, por Dios. Y menos por esa gilipollez. Por mí, se podía meter el artículo por el culo. O por el culo de Carla.

Jaime  no lo sabía, pero Bruno había hecho una declaración delante de toda la redacción. Yo ya no le interesaba. Prefería trabajar con Carla. Y ella daba palmas con las plantas de los pies, como una foca orgullosa. Mierda, no iba a culpar a Carla, pero me repateaba que Bruno se pusiera de su lado.

Y quizás era verdad que yo no le interesaba como había creído porque no me había pedido ninguna explicación. Cero. Nada. Me quedo con lo que he visto y punto. Muy bien, tú mismo Bruno. Se me pasaron las ganas de hablar con él, ¿para qué? Tampoco me iba a creer.

Cuando nos sentamos en el ordenador, nos ignoramos al completo.

“¿Qué nos compre quién nos entienda? No necesitamos que nadie nos compre, nos valemos solitas. No penséis que sois imprescindibles en nuestras vidas porque no es así, podemos vivir sin vosotros, sin problemas. Somos autosuficientes, independientes e inteligentes, no lo olvidéis.” @danielatuespacio

Hubiera escrito un millón de barbaridades de lo rabiosa que estaba pero me aguanté las ganas como pude. A los pocos minutos Bruno respondió.

“Evidentemente, lo tenemos claro hace siglos que hacéis y deshacéis a vuestro antojo. Ahora sí quiero, ahora no, ahora me voy con mi mejor amigo. Es la dura realidad chicos, ellas mandan pero no perdáis la esperanza, no vale la pena.” @brunotuespacio.

Estaba claro que ambos hablábamos del otro. Al terminar de leerlo lo miré enfadada.

—¿Algún problema, Sánchez?

—El problema lo tienes tú, listo.

—Te equivocas.

—Y una mierda me equivoco. Vas de maduro y ni has querido saber qué coño pasaba allí.

Bruno soltó una carcajada y me tocó la moral.

—Está claro, Daniela, que eres una cría, a la que le gusta ir rozándose con todos los que puede y follarse a su amigo del alma. No necesito saber nada más —se colocó los cascos dando por terminada la explicación.

—Gilipollas —me puse los cascos y seguí a lo mío.

Cuando bajé a mediodía con Sofía, Bruno estaba rodeado de sus seguidoras. Me senté junto a Ruth y ella me hizo un interrogatorio de tercer grado sobre Martín. Ruth me agradaba, era una chica que no se metía con nadie, iba a la suya y curraba como la que más. Le propuse que viniera un día al piso a tomarse una cerveza. Lo mío no era hacer de Celestina, pasaba bastante de estas cosas, pero Ruth me caía bien y la veía muy interesada en mi amigo. ¿Por qué no?

Bruno, como no, estuvo pendiente de mi conversación y se metió en medio.

—A ver cuándo me invitas a mí, Daniela —me dijo como si fuéramos tan amigos.

—En la alfombrilla de entrada pone prohibido capullos —le solté cabreada.

Algunos compañeros que nos oyeron rieron, entre ellos Enrique con su habitual risa escandalosa, y a Bruno no le sentó bien.

—Pero si dentro vive uno, ¿cómo se llama tu amiguito? ¿Mastín?

El coro de risas vino de Carla, Natalia y etcétera. Parecíamos dos actores en una mesa haciendo reír a la gente con nuestros piques. El comentario me resultó fuera de lugar, mucho.

—No le llegas a la suela del zapato —le dije cabreada.

—¿En ningún sentido?

Silencio absoluto en la mesa. Esperaban qué podíamos desvelar con nuestras réplicas. Miré a mí alrededor y después a él.

—Son todos tuyos —le dije levantándome de la mesa—. Sigue haciendo el payaso, se te da de vicio.

Me fui sin dejarle seguir porque era capaz de decir alguna barbaridad delante de todo el mundo y no tenían por qué saber lo que yo hacía o dejaba de hacer con ninguno de los dos. Pero me tocaba los cojones que tuviera que retirarme de aquel modo, para que Bruno no se fuera de la boca. Maldita la hora, joder.

Ir a la siguiente página

Report Page