@daniela

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Lo tenemos claro

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Lo tenemos claro

 

 

“¿Qué hacer chicos cuando sabes que es Ella? ¿Qué tiene esa chica que nos vuelve locos? No somos enamoradizos, no solemos obsesionarnos con una chica pero aparece Ella y lo pone todo patas arriba. ¿Qué hacer? Cuando la vemos desaparece el mundo, cuando la escuchamos la miramos como bobos y cuando olemos su perfume, con la excusa de los dos besos al saludarnos, se nos va la sangre del cerebro y solo pensamos en…besarla. Hasta no terminar. Hasta que nos quedemos los dos sin aire. Hasta que Ella, con sus ojazos, nos indique que quiere tenernos en su vida. No desistáis, no tiréis la toalla, no dejéis de luchar por lo que queréis. Nunca podrás decirte que no lo intestaste, ni que sea una sola vez.” @brunotuespacio.

 

Lo leí tres veces más. Ni que sea una sola vez… Me hubiera gustado que aquello lo hubiera escrito pensando en mí, pero la noche de aquel sábado no había parecido que yo fuera “Ella”, más bien, la que me follo en el asiento de atrás del coche. Joder, me molestaba lo que siempre había querido, no me entendía ni yo.

Aquel escrito era la columna de Bruno de agosto y él mismo me la había pasado por correo interno. A ver qué te parece. ¿Qué me parece? Que se van a enamorar todas tus seguidoras de ti, le respondí.

Lo observé mientras charlaba con Toni y pasaba la mano por su pelo revuelto. Sentí un escalofrío por mi espalda. Lo echaba de menos, estaba claro.

Había vuelto de las vacaciones, era viernes, y llevaba más de diez días sin verlo. Y me parecía más guapo que antes, más alto, más corpulento, más de todo.

Me levanté de la silla, dando un empujón, cabreada. Sí, conmigo por sentir tantas cosas por un tío.

—Daniela, relájate chica —me dijo Carla pendiente de lo que hacía.

—Olvídame  —le gruñí.

Durante el desayuno yo había estado lanzándole miraditas y él nada. Cero. No existes Daniela.

Me había saludado como a una más. ¿Qué tal esas vacaciones? Bien, me he ido unos días con Moccia a Roma. ¿Ah sí? Sí, muy bien.

Pues de puta madre, me alegro por ti.

Y no podía enfadarme con él, ¿qué culpa tenía él de que yo no supiera ni lo que quería? Siempre había dejado claro que no quería una relación, que con follar tenía más que suficiente, ¿qué cojones me pasaba?

Desde el sábado aquel, en su coche, sentía la necesidad de algo más. Pero ¿de qué? Y lo más gracioso era que Bruno había regresado de su descanso pasando de mí olímpicamente. Mandaba ovarios la cosa.

—Perdonad —interrumpí a Bruno y Toni—. Entro a revelar las fotos del pase de modelos.

—Bien —me contestó Toni—. Coge una botella de agua.

—Ahora voy.

Cerré la puerta y me concentré en las fotos que habíamos tomado a las modelos de la pasarela Cibeles. Había muchas y había que elegir bien, así que estuve un buen rato liada con eso. Empecé a notar el calor que hacía allí y me desabroché los botones de la blusa, los del principio solo, por si acaso entraba Toni. Mi frente empezaba a mojarse por el sudor y me iba pasando un clínex por la frente, el pelo se me pegaba e iba soplando. Me recogí el pelo en una coleta. Fui a coger el agua y me di cuenta de que no había hecho caso a Toni. Bueno, vería un par más de aquella modelo y saldría a por la botella.

Llamaron y di el permiso para pasar, segura de que era Toni.

—Tu agua —me giré sorprendida.

Bruno y mi botella.

—Vaya, gracias —fui hacia él para cogerla.

Bruno miró mi blusa abierta y el principio de mi pecho cubierto por el sujetador de encaje. Lo vi tragar saliva y volver a mis ojos. Me acerqué más de la cuenta para tomar la botella de sus manos y él se mordió los labios.

Descaradamente, miré su paquete y vi su erección.

—¿Sin palabras? —le pregunté quitando el tapón y mirándolo de reojo mientras bebía.

—¿Me estás provocando Daniela? —preguntó con su habitual autocontrol.

—¿Yo? Inocente de mí —respondí con una sonrisa y lamiendo mis labios.

Bruno los miró y medio sonrió. Cogió una de las muchas carpetas que había en una mesa y salió, supuse que para taparse lo evidente.

Me reí y me gustó saber que provocaba en él esas reacciones primarias, no era inmune a mí.

Salí de allí al cabo de una hora, acalorada pero satisfecha. Y mucho más relajada. Aquel trabajo me aportaba la calma que necesitaba para volver al ordenador. En la redacción apenas había nadie y vi que me había pasado con la hora. Debían estar todos comiendo. 

—Daniela —me giré al oír mi nombre y vi a Enrique en su mesa.

—¿No vas a comer? —me acerqué a él.

—Tengo que acabar esto —señaló la pantalla—. ¿Sabes cómo pasar el documento a nuestro programa?

Me senté a su lado y le indiqué cómo hacerlo. Enrique iba asintiendo hasta que noté una de sus manos en mi pierna. Lo miré incrédula.

—Enrique, tu mano —le advertí seria.

La deslizó unos centímetros arriba y le di un manotazo.

—¿De qué vas? —le pregunté cabreada.

—No te pongas así, no es para tanto —él sonreía como si nada.

—Tú eres tonto —le dije mientras me iba de allí.

“¿Por qué esa manía en creer que nos gusta que nos toqueteen sin permiso? ¿Quién se creen que son? Un golpe en el culo, un roce en un pecho, un beso robado, un millón de agresiones físicas, en menor o mayor grado del hombre hacia la mujer. Pero ¿qué mundo es este? Continuamente nos soban sin tener nuestro consentimiento y encima sonríen. Chicas, esto debe terminar, no es gracioso ni es simpático. Tu cuerpo es tuyo y lo tocan cuando tú quieres, no cuando les apetece a ellos. No lo entenderé nunca. No nos vamos a dejar chicos, no somos juguetes.” @danielatuespacio.

Al entrar en El Café le pedí a Mario que me sirviera algo ligero, una ensalada me estaba bien. Ni tenía tiempo ni hambre. Mis compañeros estaban en la mesa, charlando y tomando el café. Bruno al lado de Carla, quien seguía tras él como un perro en celo. O más bien, una perra.

Sofía se acercó en cuanto me vio y le dije que no me apetecía estar con ellos. Quería acabar de leer un libro mientras comía, sola y tranquila. Enrique me había puesto de un humor de perros y no tenía ganas de tener compañía. Afortunadamente mi mejor amiga sabía de mis manías y volvió con los demás.

—Preciosa, una ensalada preparada con cariño para ti.

—Gracias Mario.

—Las tuyas  —dijo mientras se iba.

¿Las mías? En ocasiones deseaba ser hombre, sí, tal cual. Y un hombre de metro ochenta como mínimo y de espalda ancha. A ver quién tenía huevos de tocarme una pierna o de darme un beso.

—¿Qué lees? —Bruno me sacó de mis pensamientos.

Tenía el Ibook encendido pero no había leído ni una sola palabra.

—La chica del tren —respondí algo seca.

—Buen libro —dijo sentándose a mi lado.

—¿Quieres algo? —le pregunté impaciente.

—Un café, ¿los sirves tú? —Su tono tranquilo y sereno me recordó que Bruno no era Enrique, que no debía pagarla con él.

—Daniela —joder otra vez el imbécil ese.

Enrique se apoyó en la barra, al otro lado.

—¿Quedamos esta noche?

¿Cómo?

—Ni esta noche ni ninguna —le respondí con mucha sinceridad.

—Vamos, Daniela, no te hagas la dura —insistió sonriendo.

Los tíos de hoy día o no pillaban nada o eran idiotas perdidos.

—No puedo creer que te hayas sacado una carrera, ¿a quién le comiste el coño para sacarte el título?

—Soy bueno en eso, si quieres te lo demuestro.

Joder con Enrique. Me atraganté con un trozo de lechuga y Bruno me pasó el vaso de agua.

—Oye Enrique, pasa de mí, por favor —le dije dándole la espalda, con lo que me quedé mirando hacia Bruno.

—Daniela es que he hecho una apuesta y sino, la voy a perder, no seas así.

—¿Estarás bromeando, no? —Le preguntó Bruno de repente.

Lo miré y estaba con una cara de cabreo que no podía con ella.

—Esto…sí, hombre, era una broma, Brunito.

—A mí me llamas por mi nombre.

—Joder, que poco sentido del humor…

Y se fue con los demás.

—Menudo gilipollas —murmuré por lo bajo y Bruno me miró—. Lo decía por él. ¿Podrás creer que antes me ha puesto la mano encima?

—Valiente gilipollas diría yo. ¿Por eso venías cabreada?

Sonreí por su observación.

—Sí, perdona si te he contestado mal. Enrique me ha tocado los ovarios. Me pone la mano en la pierna y encima sonríe, como si eso no me molestara. Jamás le he dado pie a nada, así que no sé a qué ha venido ese tocamiento. Bueno, sí lo sé, a que los hombres lleváis millones de años creyendo que somos de vuestra propiedad.

—Bueno, no todos.

—No, qué va…

Recordé nuestro polvo en el coche, el sábado, y lo frío que había estado Bruno conmigo al final. Bah, qué más daba.

—Me subo a currar.

Dejé la comida a medias y a Bruno allí plantado.

Estaba enfadada sí. ¿Por qué? Lo de Enrique me había molestado pero era Bruno quién me hacía sentir de aquel modo. Joder Dani, pero ¿qué coño quieres? O lo tomas o lo dejas.

Aquella tarde quedé con Sofía y Lorena en el piso y estuvimos charlando de nosotras, de nuestras cosas, de nuestros problemas y del curro, como no. Llevábamos una hora allí cuando me sonó el móvil.

—¿Estás arriba? —era Bruno…—¿En el piso?

—Sí… ¿qué ocurre?

Me colgó e inmediatamente sonó el timbre. Sofía abrió y apareció por la puerta, directo hacia mí. Me quedé de piedra al tenerlo plantado delante, a un palmo.

—No vuelvas a decir algo así, no me incluyas, no me metas en el mismo saco.

Seguidamente me besó marcando sus labios en lo míos y me miró serio.

—¿Te ha quedado claro?

Joder, pero ¿y esto?

—Creo que no, que se lo deberías repetir, está colapsada, solo le pasa con los tíos que le molan mucho —dijo Lorena quitándole importancia a todo aquello.

—Bruno... ¿qué haces aquí? —parecía que mis neuronas empezaban a moverse.

—No quiero que pienses así de mí.

—Daniela, esto es muy entretenido pero... ¿mejor en tu habitación no? —Sofía abría los ojos como diciendo: “tira pallá”.

—No hace falta, ya me voy —dijo Bruno yendo hacia la salida.

Reaccioné y le seguí con rapidez, logrando ponerme entre él y la puerta. Nos miramos fijamente y sin decirnos nada acercamos de nuevo nuestros labios. Un beso suave, sin prisas, sin furia, sin desespero. Solo sintiendo la suavidad de su piel, su calidez.

Nos separamos y ambos nos mordimos el labio inferior con los dientes. Como si aquel beso implicara muchas cosas que no hacía falta decir.

—Debo irme —dijo con su media sonrisa.

—Puedes quedarte si quieres —me lancé.

—Estás con tus amigas, cotorreando, seguro —su dedo pasó por mi mejilla y cerré los ojos unos segundos—. Y me espera el de la editorial.

—¿Lo han leído?

—Sí.

—¿Y qué? —pregunté como si el libro fuera mío.

—Les ha gustado, mucho.

—Lo sabía  —le dije chascando mi lengua y él rio.

—Mañana te paso un informe —bromeó mientras le dejaba pasar—. Daniela...

—¿Qué?

—Estás preciosa —otro beso suave en mi labios y se fue.

Si no hubieran estado ellas, hubiera dejado caer mi cuerpo resbalando por encima de la puerta hasta sentarme en el suelo, hubiera suspirado fuerte y me hubiera quedado con cara de idiota pensándolo. Como en las pelis, sí. Pero estaba acompañada y tan solo me toqué los labios, ufff.

Aquellas dos me acribillaron a preguntas, por supuesto, y tuve que calmarlas para explicarles qué había ocurrido con Enrique y más tarde con Bruno. Ambas coincidieron en que estaba pillada por él y no lo negué, para qué, si era verdad. Me gustaba, tanto que pasaba ya de pensar en qué podía o no ocurrir, en si me haría sufrir o no, en si era lo que me convenía o no.

Después, volvimos al tema que teníamos entre manos cuando Bruno nos interrumpió. El cumpleaños de Sofía; sería aquel sábado y quería celebrarlo por todo lo alto. Dedicamos la siguiente media hora a hablar sobre dónde lo celebraría, con quién y cómo. Decidido: en el pub de un primo de Sofía, dónde solía montar fiestas y cosas por el estilo. Llevaríamos bebida y comida, y le diríamos a Martín que preparara unos de sus deliciosos pasteles de nata. Vendrían los amigos de Sofía y los del curro. ¡Nos lo pasaríamos bien segurísimo!

En cuanto se fue Lorena, nos metimos en la ducha. Sofía todavía estaba liada con el secador cuando sonó su móvil en el salón. Vi que era Julen y respondí.

—¿Qué quieres?

—¿Daniela?

—No se puede poner, está ocupada, ¿qué coño quieres?

—Dile que se ponga.

—No.

—Si te pillo una noche de estas, vas a saber lo que es una buena polla, Daniela.

Me quedé con la boca abierta. Será gilipollas.

—Vas a atragantarte con ella.

—Eres imbécil Julen, no hay duda de que estás mal de la cabeza, tío.

—Tú procura no cruzarte conmigo zorra, que eres una…

Le colgué, no quería escuchar más tonterías de aquel tarado. Menudo idiota estaba hecho. Eliminé la llamada y me fui a la cocina pensando en lo pesadas que podían ser algunas personas.

Al llegar el martes a El Café, Bruno estaba en la barra hablando por teléfono.

—No, no puedo ahora… No Paola, no… Paola, por favor… —durante unos segundos puso los ojos en blanco y negó con la cabeza—. Voy a colgar…No, no Paola, las cosas no son así, debes asumirlo.

Y colgó con el ceño fruncido. Se percató que estaba observándolo y fueron desapareciendo las arruguitas de la frente.

—Buenos días, supongo —le dije sonriendo.

—Ahora mucho mejor —sus ojos me traspasaron.

—Si sigues mirándome así, vas a sonrojarme —bromeé a medias.

—Eso sería una novedad señorita Sánchez.

—Lo sería —me dirigí entonces a Mario para pedirle lo de siempre —¿Sigue insistiendo?

Pensé en Julen y su llamada.

—Es algo fuera de serie —pasó la mano por su pelo despeinado—. Que quiere venir dice, que necesita verme y hablar. No sé cómo decírselo...

—¿Y vendrá?

—Sí, este fin de semana.

—Vaya, este fin de semana es el cumple de Sofía. Vamos a montar una fiesta en el pub de su primo.

Resopló agobiado y me miró pensativo.

—No podré ir, porque con ella no voy, eso lo tengo claro. Llega el sábado y se va el domingo —volvió a resoplar como si le pesara mucho toda aquella historia.

—Lástima.

Sí, me jodía que no viniera, claro. Me apetecía estar con él. Y me fastidiaba que fuera por una paranoica que no entendía que Bruno había terminado aquella relación. En fin.

Mario me dio el café y avisé a Sofía para que lo cogiera. Preferí quedarme con él en la barra.

—Bruno —Sofía se dirigió a él—. El sábado es mi cumple, así que ya sabes.

—Ya me lo ha dicho Daniela, pero no puedo ir.

—Anda, ¿y eso?

—Tengo un asunto personal que resolver  —respondió con diplomacia.

Sofía me miró y yo alcé los hombros: no está en mis manos.

—Pues vaya mierda ¿no? Si puedes escaquearte te quiero allí.

—Cuenta con ello —respondió él con una sonrisa.

—Se te echará de menos. —le dije mientras Sofía se iba.

—¿Tú me echarás de menos?

—Claro.

Nos miramos coqueteando.

—Oye Daniela, ¿has leído esto?

Nos acercamos ambos al periódico y olí su perfume.

—¿El qué?

—Mira, esto...

Me giré un poco y Bruno me besó fugazmente. Lo miré y me sonreía como un macarra. Solté una risilla, por ese beso robado que había subido mi temperatura unos cuantos grados.

—Oye Bruno, ¿y tú has leído esto otro?

Se acercó sonriendo.

—¿El qué?

Puse mi mano en su pantorrilla, cerca de su sexo, pero sin tocar nada. Muy inocente todo.

—Nena...que después no podré salir y aquí no hay carpetas para taparme.

Nos reímos los dos y nos separamos, no era cuestión de montar un numerito.

Seguidamente le pregunté por la reunión con la editorial y todo había ido muy bien, él temía que no gustara o que el final no impactara, pero estaba bien equivocado. Le habían dicho que estaba mejor incluso que su primera novela. Pues si era así, no quería ni imaginar el éxito que tendría. Bruno se abrumó un poco y me hizo gracia.

—¿No te gusta que te lo diga?

—No es eso, me gusta, claro que me gusta y más viniendo de ti. Pero no creo que sea tan, tan bueno.

Joder, lo decía en serio el tío.

—Por eso vendiste pocos ejemplares del anterior, a ti lo que te pasa es que estás cagado.

Nos reímos los dos.

—Puede, no te digo que no. Imagina que no gusta o que es un fracaso rotundo.

—A ver Bruno, ¿a ti te gusta? ¿Estás satisfecho? ¿Contento?

—Sí, la verdad es que sí. Hace un par de días que lo terminé y me gusta, incluso el final me parece redondo.

—Pues ya está. Estoy segura de que será otro bombazo. Lo que me dejaste leer me encantó, quiero decir, que si te pillo delante en ese momento te obligo a que me lo pases entero. El personaje de doña Berta es…no sé, está tan currado que tengo a esa mujer en la mente, pensando por donde va a tirar.

Bruno sonrió y alzó las cejas un par de veces.

—Ahora tienes miedo escénico de ese, pero en cuanto salga a la venta y veas que hacen cola para que lo firmes, se te pasará.

—Sí, supongo que sí. Moccia me comentó que eso le ocurre con cada libro que publica. Por cierto, me dio recuerdos para ti, de purpurina.

Me miró sonriendo.

—  Sois el día y la noche como escritores, ¿de qué habláis?

—  De la vida, de las mujeres, del amor… —dijo haciendo gestos.

—Bruno recuerda que lo tuyo es el suspense…

Nos reímos de nuevo.

—¿Y dónde hay más suspense que en una mujer que no sabes que paso va a dar?

¿Hablaba de mí?

—A veces, es el hombre el que complica las cosas. Ya sabes, unos cardan la lana y otros crían la fama —le repliqué.

—Tienes razón Daniela, punto para la señorita.

Y por supuesto, tenía razón y recordé que el tema de Martín en pelotas ni lo habíamos hablado. Quedaba tan lejos que apenas ni me acordaba. Podía explicárselo ahora pero...preferí esperar y que él preguntara.

Aquel día estuvimos con miraditas, sonrisitas y coqueteos, todos disimulados porque queríamos mantener aquello para nosotros. A la hora de comer nos sentamos juntos y estuve súper a gusto. Era como tener a un buen amigo al lado, que me gustaba, que estaba como un Dios, eso también, y que de vez en cuando rozaba mi pierna para sentirme.

Al salir del trabajo, yo iba con Bruno y detrás Sofía con Santi, charlando y riendo. Lo vi yo primera; Julen estaba en la puerta, con varios chicos. Reconocí a algunos de ellos de aquella noche.

—Hombre, Sofía —Julen saludó a Sofía como si fuera casualidad que la encontrara allí.

Bruno y Santi, lo miraron con recelo y sus cuerpos se tensaron. Cogí la mano de Bruno avisándolo de que se relajara.

—Julen —Sofía se mostró fría e impasible.

—¿Cómo estás? —él como si nada, como si no estuviera dando por saco a mi amiga.

—Bien, gracias.

—Sí, ya veo que estás estupenda.

La mano de Julen pasó por un mechón de su pelo y Santi saltó a la vez que Sofía se apartó de él.

—Las manitas quietas —le avisó crispado y me impresionó ver a Santi cabreado. Era alguien muy pacífico,  habitualmente.

—¿Y tú quién eres? —preguntó con desprecio Julen.

—Déjalo, Santi —Sofía se interpuso entre ellos dos y empujó con suavidad a Santi para que diera un paso atrás.

—Un día te van a caer hostias de todos lados y no vas a saber de dónde —le dijo en un tono muy tranquilo Bruno y todos lo miramos—. Estás más que avisado Julen, vete a molestar a otra.

—Es que Daniela me pone ¿sabes? —Le picó él—. Esa boca promete.

Me miró con malicia.

—No eres más tonto porque no te entrenas —le solté yo.

—Sofía, pronto es tu cumpleaños —se dirigió de nuevo a ella—. Y ya tengo tu regalo.

¿Pero qué le pasaba a este chico? ¿No se daba por enterado?

—No quiero nada —le dijo ella dándole la espalda.

—Lo querrás —afirmó seguro de sí mismo mientras se iba.

Lo miramos y después intentamos que aquella tensión fuera desapareciendo de allí mientras él se iba, seguido por sus amigos. Uno de ellos nos miró con cara de mala leche. Joder, con el personal. Y lo que hablamos fue más de lo mismo: Sofía tienes que hacer algo con este asunto. Lo hablamos los cuatro tomando una cerveza y más tarde Sofía se fue al piso de Santi. Bruno y yo cogimos el metro.

—¿Tienes planes esta noche?

—Pues no, la verdad.

—¿Te apetece leerme?

Abrí los ojos sorprendida por aquella proposición.

—¿Leer qué?

—Mi nuevo libro, en mi piso. Y te preparo una cena para chuparse los dedos.

Otra cosa chuparía yo…Dani relaja la faja.

—¿Es una nueva manera de ligar?

Bruno soltó una buena carcajada y me contagió la risa.

—Qué boba eres Daniela, ¿eso es un sí?

—¿Cuando he dicho no a proposiciones extrañas?

—A las ocho y así puedes leer largo y tendido.

—¿Y tú qué harás mientras?

—Te preguntaré mil veces si te gusta, prepararé la mesa en la terracita y haré la cena.

Bueno, me era inevitable decirle sí a Bruno. Me apetecía estar con él, no era simplemente una atracción física. ¿Por qué negármelo? Porque no quería sufrir, pero era un sentimiento más que traía consigo tener una relación con alguien, ya fuera pareja o no. Con Martín había tenido momentos malos, con Sofía no tantos. Pero no era lo mismo que con alguien por quien sientes algo. Recordé como Bruno me había rechazado delante de todos en la redacción y la desagradable sensación que me había invadido. Con ganas de llorar incluidas. En aquellos momentos debía decidirme: o me tiraba a la piscina con Bruno y seguía hacia delante o daba un paso atrás. De momento, yo quería andar hacia delante.

A las ocho estaba en su dúplex, con una cerveza al lado de su notebook. Y su novela delante de mis narices. Se me hacía la boca agua. Empecé por el capítulo cinco y me abstraje de todo lo que me rodeaba. Estaba en su terraza, corría una suave brisa y se estaba de maravilla. Bruno vino un par de veces pero no me dijo nada. Vio que estaba concentrada y se fue a la cocina.

Iba ya por el capítulo diez cuando un mensaje de su correo saltó en la pantalla  del ordenador. Era la tal Paola y se leían sus primeras palabras: “Llego el viernes a las…” No lo abrí pero me quedé mirando aquellas palabras fijamente. ¿Así, venía antes? Aquella chica quería aprovechar el tiempo.

Fui hacia la cocina y observé a Bruno, cocinando con su música, guapo, apuesto y concentrado en lo que hacía.

—¿Te ayudo? —le pregunté con una sonrisa.

—No te ha gustado… —dijo con el ceño fruncido.

—Ehm, no, qué va… me encanta, pero un mensaje de Paola me ha desconcentrado.

—Joder, que pesadilla.

—Decía algo sobre que viene el viernes...

—¿Cómo? —Bruno me miró incrédulo y esperando que yo bromeara.

Alcé las cejas a modo de: es lo que he leído. Resopló y apartó la comida del fuego para dirigirse hacia el ordenador. Lo esperé allí observando lo impecable que estaba su cocina, al estilo Martín, y cuando entró lo hizo maldiciendo a Paola.

—¿Te puedes creer que viene sin preguntar? Yo no lo entiendo, no entiendo esa obstinación.

—Lucha por algo que quiere —dije defendiéndola no sé porque.

—No, Daniela, ella sabe que no tiene ninguna opción. Es…es como Julen, ¿entiendes? —Lo dijo algo picado conmigo.

—Sí, sí, perdona.

—Joder, perdóname tú, pero es que esta mujer me saca de mis casillas. Yo ya no sé cómo hacer para que lo entienda.

Puso la comida en el fuego de nuevo.

—Pues nada, otra vez a hablar de lo mismo. Debería mandarla a la mierda.

Estaba cabreado y me acerqué a él. Lo abracé por la espalda y Bruno se relajó.

—Lo siento, no quiero meterte en estos marrones.

—No pasa nada —le dije sintiendo su perfume.

Bruno se giró y cogió mi cintura. Nos miramos con una sonrisa en los labios.

—¿Pongo la mesa? —le pregunté con sus ojos en mis labios.

—Ehm, sí…

Se acercó despacio y me dio un suave beso.

—No lo he podido evitar —susurró.

—¿Y por qué lo quieres evitar? —pregunté del mismo modo.

—Dudo que me conforme solo con un beso —su voz grave se coló en mi ropa interior.

Ufff.

—Inconformista —le dije besándolo yo ésta vez y soltándome de sus manos para ir a poner la mesa—. ¿Puedo poner música?

—Sí, tú misma.

Enchufé el iPod de Bruno en el altavoz y puse la radio. Sonaba una de Justin Bieber. Fui haciendo viajes de la cocina a la terraza y viceversa mientras Bruno terminaba de preparar la ternera con salsa de setas. Qué suerte estar rodeada de hombres que sabían cocinar. Me reí al escuchar al locutor nombrar a Meghan Trainor y su nueva canción No, porque pensé en Eli bailando y en Martín flipando con nosotras. Comencé a cantarla flojo pero me animé y subí el volumen mientras el cuerpo se me iba solo con el ritmo, bailando con sensualidad, a mi bola. Sin acordarme de que Bruno estaba a un metro de mí, loca del coño.

Noté su mano en mi cintura y su sexo pegarse al principio de mi espalda. Bruno bailó conmigo, siguiendo mi ritmo. Cuando terminó la canción me giró hacia él y podía notar su erección perfectamente.

—¿Quién era esta?

—Meghan Trainor.

—Joder, Daniela…

—¿Te pasa algo? —le pregunté divertida.

—Estabas tan sexi…

Acercó su boca a la mía pero se quedó a un centímetro.

—Tan deseable…

Levanté la punta de mis pies para llegar a sus labios y Bruno me abrazó subiéndome un poco. Me cogí de su cuello y nos besamos en la boca. Nos miramos sonriendo.

—¿Cenamos? —preguntó indeciso y asentí con la cabeza.

—Si no como, me pongo de mal humor —le dije medio riendo.

—Entonces mejor cenamos.

La comida riquísima y la compañía más, ¿qué decir? Tonteo, coqueteo y risas por todos los rincones de la terraza de Bruno. Una botella de vino del bueno entre los dos y estábamos achispados, no sé si por sentirnos cerca otra vez el uno del otro o por el líquido negro que entraba demasiado bien. Estás muy guapa, ¿lo sabes? Y tú muy bueno, ¿te lo he dicho ya? Y más risotadas de aquellas.

Le ayudé a recoger y a dejarlo todo bien puestecito, pero me obligó a sentarme mientras preparaba el café. Me recosté en una de aquellas hamacas de teca y miré el cielo. Una noche clara en la que se veían las estrellas sin problema alguno. Suspiré satisfecha, por estar dónde quería estar. ¿Qué mejor sensación que aquella?

Tomamos el café tranquilamente y charlando sobre lo que había leído de su libro. Seguía pareciéndome increíble que fuera tan creativo y que sus personajes pisaran tan fuerte en tu cabeza cuando los leías. Tenía incluso algún trozo de conversación de ellos en mi mente. Le pedí poder leer el resto, ¿otro día? Me miró sonriendo y me dijo que cuando quisiera.

—Lectura y cena, eres todo un señor —le dije burlándome.

Me miró levantando sus cejas.

—Ven —ordenó con voz suave.

Me senté entre sus piernas, en la hamaca, y me recosté en su pecho. Algo se aceleró dentro de mí, como si al tenerlo tan cerca mi cuerpo reaccionará al segundo. Lo curioso era que también notaba su corazón algo acelerado…

—Daniela…

—¿Mmmm?

Estaba en la gloria, sintiendo sus dedos entre mi pelo, viendo las estrellas y sintiendo el calor de su cuerpo duro.

—No sé qué hacer contigo.

—¿A qué te refieres? —me giré para verle los ojos.

Nos miramos fijamente.

—No eres como ninguna chica que haya conocido antes y me tienes…desconcertado. Te acercas y te alejas de mí constantemente. Sé que huyes de las relaciones pero a la vez me parece que quieres algo de mí.

Me quedé callada y pensando en sus palabras. No le faltaba razón aunque no sabía que quien me había separado radicalmente de él, había sido él mismo, con la historia de Martín en bolas.

—Me lo voy a tomar como un piropo  —le sonreí—. Y, bueno, ¿qué quieres? Yo también estoy desconcertada contigo y con esto…bueno, lo que sea esto nuestro.

—Esto nuestro, suena bien —dijo con su media sonrisa—. Así pues ¿hay un algo nuestro?

Me reí por su pregunta.

—Bruno, no me líes.

—Eso me gustaría, liarte, volverte loca, tanto que acabaras pidiéndome que fuera tu…

Me besó el cuello a conciencia y uffffff.

—¿Tu qué? —pregunté en un gemido.

—Pareja, novio, chico, amante, cariño, churri…

Nos reímos los dos por su retahíla de palabras en referencia al tema.

—Entonces, ¿se trata de poner un nombre?

—No, Daniela, se trata de saber qué quieres tú.

Me giré y me senté encima de él, rozando inevitablemente nuestros sexos. Yo llevaba una de mis falditas.

—¿Tú lo tienes claro?

—Yo sí, aunque ahora mismo mi sangre no esté en mi cerebro.

Soltamos los dos una buena carcajada. Me gustaba lo que oía: Bruno quería algo conmigo.

—Yo estoy donde quiero ahora mismo —le dije mirando sus preciosos ojos negros.

Me acerqué a su boca y le di un leve mordisco.

—¿Y después? —preguntó serio.

—Seguiré aquí.

Volví a besarlo, con calma, saboreando sus labios hasta que los entreabrió y me ofreció su boca. Rozamos nuestras lenguas y las enredamos, jugueteando, reencontrándonos y degustando la calidez del otro. Madre mía, cuánto echaba de menos su boca, su lengua, sus labios, aquellos mordiscos y lamidas mutuas.

Me separé un poco para coger aire y nos miramos con esa intensidad que me dejaba sin respiración. Joder, Bruno me tenía ida.

—Nena, me vuelves loco…

Seguimos besándonos como si quisiéramos recuperar los besos perdidos.

—Bruno, me encantas…

No dejamos de decirnos cosas mientras nos besábamos hasta que nuestras manos tocaron nuestros respectivos sexos. Gemimos al sentirnos. Bajé su cremallera y se la saqué, rozándola con cuidado. Ufff, su piel tersa, suave… no había nada mejor en el mundo que sentirlo tan cerca.

Nos miramos con deseo. Un deseo contenido de hacía demasiados días y… noches. Me despojé del tanga con rapidez y rozamos de nuevo nuestros sexos, soltando gruñidos de placer. Subió mi camiseta, admirando mi cuerpo, y bajó la copa de mi sujetador para besar mis pechos. Lo cogí del cuello y él de mis nalgas. Nos sonreímos otra vez. Sacó un preservativo y se lo colocó mientras yo le miraba con deseo. Bruno entró despacio, mirándonos de aquella manera que no hacían falta palabras de ningún tipo. Eché mi cabeza hacia atrás, sintiéndolo. No solo su pene, sino a Bruno. Porque Bruno no follaba, Bruno ponía los cinco sentidos en lo que hacía y hablaba a través del sexo.

—Bruno…

Sentí las mil maravillas revoloteando dentro de mi cuerpo. ¿Era posible tanto placer?

—Daniela…

Comenzamos a movernos con lentitud y en sincronía. Su sexo rozaba el mío a la vez que iba penetrándome sin prisas. Ufff, estaba algo apurada porque lo había fantaseado en demasiadas ocasiones en los últimos días.

—Nena…

Bruno notó mi humedad y empezó a empujar más fuerte con pequeños gruñidos. Gemimos los dos, sabiendo que llegábamos al final.

—Bruno —le nombré apurada.

—¿Qué?

—Yo…también… —le dije notando el principio de mi orgasmo.

—¡Dios nena! —empujó fuerte y nos corrimos a la vez gimiendo y gritando nuestros nombres hasta acabar en un apretado abrazo.

Yo también lo tengo claro...

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