@daniela

@daniela


No hago locuras por amor, las hago por Madonna

Página 14 de 35

No hago locuras por amor, las hago por Madonna

 

 

Todos acabamos normalizando las cosas. La vida es así y el ser humano tiene esa capacidad de adaptación, y gracias al cielo que la tiene. Conlleva una parte negativa, claro. Porque no es normal que normalicemos la miseria, la pobreza, las injusticias o las guerras, pero lo hacemos porque no nos queda otra. O eso o vives amargado.

Sofía estaba asustada, al principio, por la reacción de Julen, y no era para menos, pero al pasar los días fue ignorando sus insistentes llamadas y sus apariciones repentinas. Supuse que Julen, poco a poco, se daría cuenta de que Sofía estaba muy decidida. Lo malo era que no se enteraba de que con esa actitud la estaba pifiando. Si antes Sofía dudaba, ahora lo tenía clarísimo. Como si aquello le hubiera abierto los ojos.

Cuando se lo explicamos a Martín también puso mala cara, y arrugó la nariz cuando le comentamos la intervención de Bruno. ¿De qué va, de príncipe salvador? Me reí por su comentario pero la verdad era que me había gustado que se metiera en medio, y no para defenderme a mí, sino porque esas actitudes no se pueden tolerar y a la gente le cuesta pringarse en lo que no le atañe.

Santi pasó aquella semana pendiente de Sofía: te acompaño, te llamo cuando llegues, llámame… Y a ella le encantaba sentirse protegida, querida y mimada. Son maneras de ser porque a mí eso me agobiaría horrores. A ver, que parezco seca, ya lo sé. Parece que no necesite nadie y no es así porque soy cariñosa como la que más y me gustan los arrumacos pero no en plan soy una princesita, sálvame. No me gustan los “eres mía”, perdona, no soy de nadie, si acaso te concedo el honor de salir conmigo. Los “voy a hacerte feliz” tampoco porque yo ya soy feliz; si quieres compartimos tu felicidad y la mía, poco más. Y odiaba los “sin ti no soy nadie”. Por Dios bendito. Tú lo que eres es gilipollas de remate, qué quieres que te diga. Tu madre te parió y eras alguien ya. A estos les daría collejas hasta en el carné de identidad.

Y llegó el viernes, y con el viernes unas copas con unas amigas, y con la copas un ligue de esos que te follan solo con las manos, qué manos... Fuimos a mi piso porque en el suyo había una fiesta o algo así. Estuvimos unas tres horas, más o menos, entre caricias, besos y estocadas brutales. O yo tenía buen ojo o últimamente mis amantes salían licenciados en artes sexuales. Y no me quejo, yo contentísima. Cuando terminamos nos quedamos los dos medio extasiados hasta que él se incorporó.

—¿Puedo darme una ducha antes de irme?  —me preguntó.

—Toda tuya —le dije—. Voy a por agua, ¿te traigo un vaso?

Tenía que estar seco, como yo.

—Una botella entera, por favor.

Nos reímos y me puse una camiseta de tirantes, muy fina, sin las braguitas porque me quería dar una ducha también.

Fui hacia la cocina, procurando no hacer ruido. Normas de la casa. Bebí de un trago un vaso de agua y quise abrir la nevera pero una mano me tapó la boca y un cuerpo se pegó al mío.

—No chilles, nena…

Me soltó y me giré hacia él.

—Joder, Martín, qué susto.

Susurrábamos por si Sofía dormía.

Me miró los pechos, los pezones bajo la tela blanca y sus manos se posaron en mi cintura, rozando la camiseta.

—Martín…Ni se te ocurra.

—Podría subirte a la mesa, abrirte y hacer que te corrieras en dos segundos.

Tragué saliva por lo que decía y por cómo lo decía. Su voz oscura me ponía a cien.

—¿Estás solo? —le pregunté porque venía en calzoncillos.

—No —dijo con su sonrisa perniciosa.

—Ni yo Martín, no la vayamos a liar.

Rozó su sexo en mi estómago y me humedecí sin remedio. Apreté mis piernas. Bajó su mano y metió uno de sus dedos, notando lo mojada que estaba.

—Dios…nena… —gruñó ante lo que él provocaba.

Le obligué a sacar los dedos de mí y me miró con puro deseo.

—Martín…para… cojo un agua y me voy —abrí la nevera para coger una de las botellas de la nevera.

Al cerrarla Martín se colocó detrás y apretó su erección en mi culo. Joder, joder, que yo tuviera que poner cabeza, manda lo que manda.

—¿Es que no te dejan satisfecho o qué? —le pregunté separándome de él.

Frunció el ceño porque no le seguía el rollo.

—Sí, pero no es lo mismo que contigo.

Uy, uy, uy. ¿Eso no sonaba a rollo romántico?

—¿A qué te refieres?

—A que nos conocemos perfectamente, sabes lo que me gusta, sé lo que  te gusta. Es más…satisfactorio.

—Ya, pero Martín si acabamos follando el uno con el otro día tras día, ¿qué será esto?

—Pues dos amigos que follan.

—¿Y que no follan con nadie más? —le miré esperando su respuesta.

—Si no hace falta…

Mierda, ¿qué le pasaba a Martín? Pensé en Bruno, sí, en aquel momento pensé en lo que me había dicho sobre nuestra relación.

—Martín, ¿sientes algo por mí?

—Claro, te quiero, ya lo sabes. Y tú a mi ¿no?

—Me refiero a algo más. Hablo de amor de pareja y esas cosas.

—No, me gustas y me gusta estar contigo. Y follar, mucho.

Bueno, aquella era la simplicidad del hombre, supongo.

—Bien, mejor, porque así estamos de coña. Mira Martín, eso de follar pues como surja ¿no? Quiero decir que yo no quiero centrarme sólo en ti o en quien sea, ¿sí? Necesito esa libertad, si me apetece bien y sino pues tan amigos.

—Eres una guarrilla —dijo en tono de broma.

—Y tú un cerdo  —le dije apretando su paquete al pasar por su lado.

Soltamos una risilla y ahí se acabó la cuestión. Al menos en mí cabeza.

Al día siguiente, que era sábado, todo siguió su curso con normalidad. Sofía y yo nos pasamos la mañana estudiando y Martín durmiendo. Más tarde nos preparó un arroz con bacalao que estaba para chuparse los dedos, como todo lo que cocinaba el señor bombero. Por la tarde, en nuestro cómodo sofá, echamos una siesta los tres; nos quedamos fritos viendo una película de esas de casos reales. Después Sofía quedó con Santi, Martín con su amigo Manu y a mí me dio pereza salir, así que me quedé en casa, sola y tranquila. Era algo que me gustaba: tener mi espacio, mis ratos de soledad, en los cuales podía hacer o deshacer a mi antojo.

Me serví una copa de vino blanco fresco y me puse a leer, con una camiseta vieja que usaba a modo de camisón. En una de las escenas del libro, los protagonistas se besaban y se me fue la cabeza: pensé en Bruno y en el beso de Bruno. ¿Tanto me había gustado? ¿Por qué? A ver, la situación era la ideal: aquella canción, las luces y nosotros mirándonos de aquella forma….tan…intensa. Sí, Bruno era intenso, en todo lo que decía y hacía y me había llevado a saborear uno de los mejores besos de los últimos tiempos. Me toqué de nuevo los labios, pensando en cómo sería estar con él, sexualmente hablando. ¿Sería rudo? ¿Delicado? Tenía pinta de meterle caña, pero vete a saber, a veces las apariencias engañan. Me reí porque me acordé de un ligue; guapo a rabiar el tío, y luego fue una decepción en la cama…como un soufflé que se desinfla, pues lo mismito. ¿Qué hice? Largarme. De repente me encontré fatal y ante mis ganas de vomitar al tío se le bajó la bandera. Estuve a un tris de decirle que se dedicara durante un tiempo a ver pelis de amor para que supiera cómo tocar a una chica y para que entendiera que si sus partes son delicadas, las nuestras también. Pensé que en una de sus vidas había sido panadero, menuda forma de amasar las tetas, no sé cómo no me las descolocó.

En cambio, estaba segura de que Bruno sería todo lo contrario; intuición femenina.

Aquella noche hubo movimiento en el piso.

Primero llegó Sofía riendo con Santi. Nos saludamos y se metieron en su habitación. Me fui yo también a la mía, por si a Santi se le ocurría salir en calzoncillos a por agua. No quería esa imagen en mi cabeza. Al cabo de una media hora llegó Martín, riendo con alguna de sus chicas. Definitivamente, me puse los cascos, no tenía ganas de oír gemidos y demás.

Por la mañana había demasiada gente, para mi gusto, en la cocina. Sofía y Santi tomaban el café sentados en la mesa pequeña y Martín estaba con una desconocida al lado de la encimera preparando un desayuno completo de los suyos.

Nos dimos los buenos días de rigor, Martín me presentó a la tal Julia y preparé mi café cargado, a ver si espabilaba. Me senté con Sofía y Santi, estaban hablando del siguiente fin de semana; el que íbamos a pasar en Barcelona. Me miraron a la vez con una sonrisilla.

—No me jodáis —les dije resoplando.

Jaime, que era el tío más organizado que te puedas echar a la cara, nos pasó un Excel dónde poner nuestra pareja de habitación para el hotel de lujo de Barcelona. Lógicamente, Sofía y yo ni nos los habíamos pensado: juntas.

—No me puedes hacer esto Sofí…

—Va, va, y te doy mi cd de Madonna.

Abrí los ojos como una niña ante un caramelo. Ella sabía que ese cd me encantaba; True Blue de Madonna, y encima estaba firmado por la reina del pop.

—Hecho —le dije por impulso, sin pensar bien lo que hacía.

Martín me miró como si estuviera en nuestra conversación y yo observé a Julia. La chica era guapa y lo miraba como si viera un Dios. No era para menos, Martín se gastaba un cuerpo de aúpa, con su pantalón fino y una camiseta cualquiera, estaba para mojar pan. Ambos se fueron al salón a desayunar y me extrañó que Martín no la hubiera echado todavía del piso. Él sí dormía con sus chicas pero no solía ser tan amable ni cocinar para ellas.

Cuando volvió a la cocina para llevarse el café, le pregunté por ese desayuno tan espectacular con Julia mientras yo limpiaba cuatro platos.

—Me ha dado por ahí —respondió sin darle importancia.

—A ver cuándo me preparas uno a mí —le dije bromeando.

—Tendrás que dormir en mi cama —me miró fijamente.

—¿Dormir o follar? —le pregunté en un tono más bajo.

—El lote completo —susurró en mis labios y mordió mi labio inferior.

—Martín… —le avisé sintiendo calor en mis partes íntimas.

—Me buscas —dijo exculpándose.

Nos reímos y marchó con su última conquista dejándome con las hormonas alteradas, tanto que estuve inquieta todo el día, hasta que llegó la noche y quise ponerle solución con mi amigo el negrito, mi masturbador. Cerré los ojos y dejé volar mi imaginación. Mis fantasías salían de la nada; un desconocido en el metro, un vecino que pedía sal, dos amigos que me hacían un sándwich, un Bruno que me cogía a pulso y me empotraba contra una pared. Paré el cacharro aquel, cabreada por su interferencia, y me levanté mosqueada. Sí, conmigo misma por pensar en él. Mi contrincante número uno metiéndose en mis fantasías sexuales. ¿Le ocurriría a él lo mismo? Sonreí viendo a Bruno, pajeándose y pensando en mí. Seguro que tampoco le resultaba gracioso.

Me castigué y me quedé con las ganas, pero lo único que conseguí fue estar más caliente que la pipa de un indio. Y soy primitiva, recordémoslo bien. Si no duermo, no como o no follo, mal vamos.

Y aquel mal humor se notó el lunes, sumado a que era lunes y a que Sofía me recordó que lo primero que debía hacer era cambiarle la habitación a Santi, en el Excel, que no se te olvide.

—Qué buena cara tienes —Bruno en busca de la barra perdida, ya lo tenía a mi lado en la cafetería.

—Piérdete.

—¿Entre tus piernas?

Lo miré alucinada. Sólo faltaba que me hiciera ese tipo de comentarios.

—Podrías meterme un dedo y a ver si me calmo. A veces, funciona.

Yo y mi lengua. ¿Por qué no sé callarme y punto?

—Podría, y podría…levantarte la falda y hacer que te corrieras con un solo dedo. ¿Te he dicho que me pone muy tonto el ruidito ese que hace el dedo cuando entra y sale?

Me miró con cara de vicio, no puedo describirlo de otro modo. Cerré los ojos unos segundos, intentando olvidar lo que acababa de oír. Pero solo veía su dedo entrando y saliendo de mí sexo. Por Dios. Tuve que apretar las piernas porque si no iba a abrirlas del todo para que hiciera lo que le diera la puta gana conmigo, allí, en el bar o dónde fuera.

—Uy, qué sensibles estamos —dijo con ironía al ver mi reacción.

—Para tener pareja, se te va mucho la boca, ¿no crees? Y mucho lerele y poco larala, veo yo.

—Si quieres vamos al baño y te hago una demostración —alzó las cejas un par de veces, al estilo Bruno—. Y eso de la pareja…

—Que me da igual, que no quiero saber tu vida —le corté tajante y cabreada de nuevo.

—Los lunes no son lo tuyo —dijo soltando una risa.

Qué gracia. Pero algo de razón tenía.

Una vez en la revista, en la sala de reuniones, fui pensando en cómo llevar lo del fin de semana en Barcelona con Bruno. Iba a ser complicado ignorarlo. Sofía volvió a recordarme el cambio de habitaciones y en cuanto me senté delante del ordenador, realicé el maldito cambio. A la media hora tuve allí a la controladora aérea de turno: a Carla.

—¿Y ese cambio de última hora? ¿Qué bien, no?

Bruno se quitó los cascos y nos miró con su habitual sonrisa.

—¿Quieres ir tú? Porque como vas un poco salida últimamente  —le dije mosqueada.

Sólo me faltaba esta. Y quizás si la picaba, me daba el cambiazo. Pero Carla no es como yo, está chapada a la antigua pero antigua de verdad. ¿Compartir habitación con un tío? Ni loca.

—Daniela, ¿me ves cara de facilona?

Cara de inútil, eso sí.

—Mira, Carla, si quieres follarte a Bruno, vas y se lo dices. Que aquí el compañero,  —le miré a él—es muy sincero y te dirá si quiere mojar el churro o no.

—¿Por qué esto va conmigo? —preguntó divertido.

—Ah, es que encima ni se lo has dicho. Pobre chaval —dijo Carla.

—¿Decirme el qué?

—Dale un vistazo al listado del hotel —el tono de Carla era como el de una niña pequeña: “nanananá”

 

—Carla vete a tomar por el culo  —le dije airada y colocándome los cascos mientras ella se iba.

Fin de la conversación.

Al minuto oí a Bruno descojonarse de la risa, solo. Al verlo reír de ese modo se me escapó una sonrisa pero se me borró rápido cuando se dirigió a mí.

—Daniela —me quité los cascos otra vez—¿Vamos a compartir habitación? ¿En serio? ¿Tú y yo?

—¿Sabes lo que es la amistad no? Pues no tengo nada más que decir.  No te hagas ilusiones. Hay dos camas, así que tranquilito.

—¿Y voy a ver cómo te vistes, te desvistes y lo despeinada que te levantas por la mañana?

—Y yo veré tu erección matutina, sí, Bruno va a ser todo muy romántico.

Se volvió a reír y yo resoplé medio riendo. Mandaba huevos la cosa; que Santi fuera la pareja de habitación de Bruno y que aquellos dos me lo hubieran pedido con ojos de cordero; más el cd de Madonna, no lo olvidemos. ¿Quién hubiera dicho que no?

—Eres una caja de sorpresas, Daniela —y silabeó mi nombre de una forma que me gustó.

Empezaban a gustarme demasiadas cosas de aquel hombre. Danger Dani.

—Bien, no sabes cuánto me alegra que te divierta. Solo espero que no ronques ni seas de esos que mean fuera de la taza. Por tu bien, lo digo —apreté mis labios en una mueca mientras él volvía a reír.

—Tranquila, que normalmente apunto bien.

Nos miramos unos segundos, yo pensando que se refería a otra cosa y él sonriendo. Mira que era guapo el jodido de él.

—Pues ya está, ¿algo más que añadir o puedo seguir trabajando?

—¿Duermes sin nada?

Abrí los ojos y la boca a la vez. Bruno volvió a reír; estaba de muy buen humor, todo lo contrario que yo.

—Llevo un mono entero de felpa con pingüinos verdes. De cuello alto. —recalqué pensando cómo había llegado a la conclusión de que dormía sin apenas ropa.

—Vaya, es sexy de cojones —reí sin poderlo evitar cuando arrugó la nariz—. Procuraré no mirarte.

—Que risa más tonta tenemos de buena mañana —Jaime nos interrumpió y le sonreímos—. Esto, Daniela, venía a preguntarte si este cambio de habitaciones es correcto…

—Sí —le dije sin más.

Podría haber añadido que no había sido por voluntad propia pero no era cosa del jefe.

—Perfecto. ¿Qué más? Ah, sí, necesito que empecéis a trabajar sobre el tema que os he dado esta mañana y necesito buenas fotos Daniela, como las de Sol. A ver si el viernes me podéis pasar un borrador.

En la reunión el jefe nos había otorgado el honor de trabajar juntos en un artículo: “Juventud macerada en alcohol”, o sea, informar sobre el asunto de cuánto, qué y dónde bebemos.

—Sin problema —dijo Bruno, y Jaime se fue hacia Ruth para comentarle otro tema—. ¿Cómo lo tienes? —me preguntó a mí.

—Yo tengo mi faena siempre adelantada, así que cuando quiera el marqués.

—Pues si te parece, mañana nos ponemos a ello. Y lo de las fotos…

—Las fotos mejor el jueves, que hay más ambiente.

—Claro, el viernes nos vamos y ya no podremos…

—Sí y yo prefiero que Jaime de un vistazo a las fotos primero, siempre podemos volver, o puedo volver sola.

Parecíamos dos compañeros que se llevaban bien, nadie diría que éramos rivales en la revista.

—Mejor vamos los dos.

—¿Tienes miedo de que lo haga mal?

—No, tengo miedo de que vayas sola por ahí a esas horas.

Lo miré levantando las cejas.

—Perdona, pero no será la primera vez —El viernes él se había largado dejándome sola.

—Bueno, pues yo estoy más tranquilo así, ¿te vale eso?

Su tono de enfado me sorprendió. Yo tenía cambios de humor pero Bruno…no se quedaba corto el amigo. Me daba en la nariz que los tiros iban por lo de su hermana, así que me callé, que estoy más bonita, y pasé de picarlo más. Raro ¿eh?

“¿Puede ser que conozcas a alguien y cambien cosas dentro de ti? ¿Es posible? Lo es. Aunque quizás no te des cuenta, aquella nueva amistad puede regular ciertos comportamientos que tienes habitualmente. ¿A qué me refiero? A que bajas la guardia, a que te sientes relajada, a que sin saberlo cedes parte de ti para que te conozcan, aunque no quieras, aunque estés empecinada en no dar. Porque la otra parte hace lo mismo y te sientes bien, simplemente, porque te apetece y porque acabas aceptando que ese cambio es bueno y te sientes a gusto con él. Cuando te das cuenta, en un primer momento le preguntas, ¿qué me estás haciendo? Pero sonríes y sabes que lo que está sucediendo es lo que tú también quieres. Cambiar no es algo negativo, cambiar es necesario y necesitamos sentir cambios en nosotras. Chicas, nada de conformismos, abrid vuestras mentes y dejad que simplemente fluya…” @danielatuespacio.

Ir a la siguiente página

Report Page