@daniela

@daniela


Sábanas egipcias

Página 18 de 35

Sábanas egipcias

 

 

Por la mañana verlo fue…extraño.

A ver, no estaba acostumbrada al día siguiente a ver a un machito cerca de mí, ya lo sabemos; no dormía nunca con mis amantes, con lo cual, ver a Bruno trasteando por la habitación mientras me despertaba, me resultó extraño.

—Bella durmiente, espabila. Parece que anoche alguien te dio candela ¿eh?

—Y tú estás de muy buen humor, parece que alguien te cambió los humos.

Nos miramos unos segundos de más.

—Pues parece que sí —me contestó mientras se iba al baño.

Me estiré sintiendo aquellas sábanas tan suaves, ¡fijo que eran egipcias! Miré su cama, apenas deshecha, todo lo contrario a la mía porque solía moverme bastante. Me levanté y por impulso cogí su almohada, del lado donde había dormido, y la olí. Bruno salió en ese momento y me miró sorprendido. Supongo que por mi desnudez y por ver lo que yo hacía.

—No preguntaré —dijo mientras se acercaba a su mesita y yo me quedaba quieta observando sus pasos—. Aunque sí miraré —dijo alzando las cejas un par de veces—. Lo sabía, sabía que dormías desnuda.

—¿Y por qué lo sabías? —recordaba ese comentario.

—Porque te pega, simplemente —dijo cerrando uno de los cajones.

Dejé la almohada y sí, desnuda, fui a por mi ropa. ¿Para qué esconderme después de lo de anoche? Yo no tenía miedo de enseñar mi cuerpo, que aunque fuera bonito tenía sus imperfecciones.

—Daniela…

Me giré para ver qué quería y su cara me lo dijo todo: me miraba embobado y me gustó, para que negarlo.

—¿Algún problema? —le pregunté divertida.

—Eso es una provocación en toda regla.

—Creí que ya estarías en el baño —le dije en un tono inocente.

—Ya. ¿Podrías no andar así cerca de mí?

—¿Vas a azotarme por mala?

Ufff, recordé su mano en mis nalgas y sentí un inesperado calor en mi cara. Y yo misma me lo había buscado…

—No me pongas a prueba de buena mañana porque no llegamos ni a la hora de la comida  —joder, parecía una amenaza, pero tan caliente que hubiera deseado que fuera verdad.

—Oído cocina, jefe —le dije tapándome con una camiseta que me llegaba a media pantorrilla y que marcaba mis pezones descaradamente.

Me miró frunciendo el ceño y se dirigió al baño murmurando.

—No sé si estás más buena así o desnuda, manda cojones…

Me reí, vaya que sí me reí. Porque Bruno era…Bruno, y me encantaba su forma de ser.

Aquella mañana, ya en el desayuno, vi la mirada inquisitiva que nos hacía Carla a Bruno y a mí, pero los dos nos mostramos como siempre, como si no hubiera pasado nada.

La misma mirada la encontré en Sofía, a la que tuve que darle un codazo cuando abrió los ojos como un búho al ver mi cara radiante.

—Calla la boca  —le susurré.

—Cincuenta euros que he ganado —canturreó feliz levantándose de la mesa, ya había terminado el desayuno.

—¿Has hecho una porra, so mamona?  —le pregunté asustada sabiendo que era capaz.

—No, hombre, loca. Ha sido una pequeña apuesta con Santi.

—Ya os vale —miré a Bruno, que hablaba con Jaime y sentí una especie de cosquilleo.

—¿Y qué tal? —preguntó por la bajini con sus ojos curiosos.

—Increíble —respondí sincera.

—Ya veo que no te quita ojo —me dijo riendo y crucé la mirada con Bruno—. Después nos vemos.

—Buenos días Daniela —Max me sacó de ese estado casi catatónico y me senté en la mesa.

—Buenos días Max. ¿Qué tal esas sábanas de algodón egipcio?

Max rio con una sonora carcajada y le miré sorprendida.

—Perdona, no estoy acostumbrado a ese tipo de preguntas —me sonrió divertido y yo pensé que quizás me había pasado.

Ya, ya, era de los de arriba pero como habíamos charlado con tanta naturalidad del mundo de la fotografía, no me había parecido tan raro tratarlo como a uno más.

—Además, —añadió—no sabía que eras una entendida en algodón.

—Bueno, viendo toda la parafernalia que nos envuelve…

—¿Demasiado lujo para tu gusto? —preguntó pasándome el café.

—A ver, que he dormido como los ángeles en esa cama pero no me hace falta todo esto para ser feliz.

—¿Y qué te hace falta? —intervino Bruno sentándose a mi izquierda y me giré hacia él.

Humedecí mis labios y seguidamente los mordí, él me los miró y yo supe qué pasaba por su cabeza.

—¿Hablamos de felicidad, Bruno? Porque no creo en la felicidad absoluta, sino en las pequeñas cosas que se acumulan y que durante más o menos tiempo te hacen feliz.

—¿No hay un para siempre?

Parpadeé un par de veces y fruncí el ceño, pensando.

—Depende.

—¿De qué?  —preguntó Max a mi derecha y me dirigí a él.

—De muchos factores. A ver, ¿qué significa para siempre? Te querré para siempre, ¿por qué decís eso si no lo sabéis? Y me refiero a una pareja…

—Porque es lo que sientes en ese momento y crees que diciendo el “para siempre” potencias ese sentimiento. Todos sabemos que puede no ser para siempre pero al decirlo te comprometes Daniela.

—Cosa que Daniela desconoce  —miré a Bruno—Porque…

—¿Por qué? —pregunté interesada.

—Prefiero no decirlo en la mesa, si quieres te lo digo en privado.

Me guiñó un ojo y Max rio por el comentario de Bruno. Vaya, vaya, con los gallitos. Ellos se lo guisan y ellos se lo comen.

—Bruno, ¿has tenido muchas parejas? —aproveché la ocasión para saber cosas de él.

—¿De las de para siempre? —preguntó sonriendo—. De esas, un par. Lo demás han sido amores de juventud y rollos, ya me entiendes.

—De esas suelen haber pocas Daniela —me informó Max—. Pásame el azúcar por favor.

—Ya, ¿y tú Max? —me miró divertido y Bruno me dio un codazo—. ¿Qué? Estoy recabando información para mi columna.

Nos reímos los tres.

—Pues una más que Bruno, de esas, claro. Una a los dieciocho, otra a los veinticinco y mi mujer, que la conocí a los treinta. Y espero que esta sí sea para siempre porque me casé con ella, iglesia incluida.

Le sonreí por su explicación.

—Felizmente casado —dije para mí.

—Se supone —dijo Bruno entonces y el codazo se lo devolví yo—. No quiero decir que sea tu caso Max, pero hay muchos casados que no querrían estarlo, por una razón u otra.

—Y casadas —puntualicé quisquillosa.

—Sí, sí, y casadas.

—Supongo que en tus planes no está casarte —me dijo Max.

—Ni enamorarte —siguió Bruno.

—Lo de enamorarse es más difícil controlarlo —añadió Max.

Y yo mutis por el foro, que hablen ellos.

—Cierto, quizás cualquier día pierdes el norte por alguien, señorita Sánchez —que gracioso este Bruno…

—Pues si eso ocurre, me lo presentas —dijo Max medio riendo—. Me gustaría conocer a ese tipo que te hará hacer tonterías, reír por nada, soñar despierta o hacer que sientas mariposas en el estómago. Con lo que escribes en la columna, el pobre va apañado.

—Espera sentado —le dije resolutiva y nos reímos los tres a la vez, provocando las miradas de algunos de nuestros compañeros, entre ellos Carla.

Aquella mañana, la primera actividad que nos habían preparado consistía en un taller de tapas que debíamos realizar por grupos. Primero nos metieron el rollo de que debíamos trabajar en equipo mientras tomábamos una copa de cava de bienvenida. Las tapas las debíamos elaborar nosotros, con la ayuda de un chef por grupo, en unas mesas enormes que había en aquella sala. 

Mi grupo estuvo formado por Sofía, Santi, Toni, Bruno, Ruth y yo. Estaba claro que Bruno y yo buscamos la forma de estar en el mismo grupo porque…a ver, porque molaba ese tonteo ¿no?

Nuestra chef, una chica más joven que nosotros, se llamaba Raquel y nos explicó el origen geográfico de cada tapa y otras curiosidades.

¿La verdad? Nos lo pasamos de coña, todos, Jaime y Max incluidos. Fue un taller ameno, interesante y divertido. Algunas tapas eran muy fáciles pero otras no había manera de que quedaran decentes y nos reímos con ganas de los churros que salían de nuestras manos.

La última fue una mini pizza de jamón y trigueros, y parecía fácil pero al hacer la pasta de la pizza….qué desastre. Cuando no echábamos agua demasiado fría, no poníamos la harina en la encimera o en las manos y terminábamos con la masa pegada en los dedos. Al final, Bruno cogió las riendas del asunto, y poniendo acento italiano logró que aquella masa cogiera forma mientras nosotros reíamos al oírlo hacer el tonto de aquel modo.

Acabamos comiendo aquellas tapas y alguna más que nos habían preparado los chefs. Y menuda diferencia…

Después de aquello teníamos unas horas libres  y a las seis debíamos presentarnos de nuevo en aquella sala para otra actividad. Tomamos el café en el bar del hotel y más tarde nos dispersamos; unos pasearon por los jardines, otros se quedaron charlando en aquel bar y otros nos fuimos a la habitación. Subí con Sofía y Santi, con quienes bromeé de hacer o no la siesta. Iba a ser un no por parte de ellos, fijo. ¿Y yo? Me puse cómoda con mi pijama corto, por si acaso venía mi compañero de habitación, y me dormí, con el ibook en la mano hasta que el móvil me despertó.

—¿Sí?  —ni había mirado quién podía ser.

—Daniela…soy yo —¡vaya! Era Martín e intenté despejarme con la máxima rapidez posible—¿Cómo estás?

—Bien, ¿y tú? —echaba de menos escuchar su voz y sentí nostalgia.

—Siento lo que dije, nena, fue otra ida de olla.

—Ya…

—Se me metieron las palabras del tío este en la cabeza y yo qué sé… Sonó el teléfono y me dio la impresión que me decía: ¿lo ves tío?, quieres calzártela a todas horas…

Los dos nos reímos y justo entonces entró el protagonista de nuestra charla.

—Pero los dos sabemos que no es cierto, lo hemos hablado miles de veces.

—Estoy sensiblera, Daniela —dijo en tono melodramático y bromeando.

Y me reí de nuevo.

—Martín, tú lo que estás es gilipollas.

Más risas de aquellas que no controlas y con las que te sientes después tan bien.

—¿Me perdonas enana?

—No hace falta ni que lo preguntes ¿vale?

Miré a Bruno y vi que se sentaba en el escritorio con su ordenador.

—Bien, porque te he echado de menos.

—Y yo —le dije sonriendo.

—No me gusta estar cabreado contigo.

—Ni a mí…

—Nos vemos mañana…

—Hasta mañana.

Y colgué, pensando que Bruno había sido indirectamente el artífice de ese enfado y que el que me había acabado calzando había sido él.

—¿Tu mejor amigo? —preguntó con ironía de espaldas a mí.

—Se llama Martín, si no te importa —le recalqué.

—Menudo cabreo llevaba el otro día —cerró el ordenador y se giró—. ¿Suele ser así?

—No, Martín es muy sociable y divertido.

—Déjame que lo dude —soltó con su tonillo prepotente.

—Bueno Bruno, deja el tema ¿eh? Martín no es cosa tuya, así que deja de picarme.

—Es un tema que me interesa y que no entiendo. Porque yo veo que ese tío está colado por ti y tú me dices que no, a ver ¿cómo se come eso? Si solo hace falta ver cómo te mira, Daniela.

—Tú no lo entiendes. Nos queremos, somos muy amigos y entre nosotros no hay secretos.

—No hay secretos…ya. ¿Y sabe que tonteas conmigo? —preguntó cruzando los brazos y recostándose en la silla.

—Sí, lo sabe.

Me miró serio, pensativo. Me daba igual que pensara que era lo suficiente importante como para explicárselo a Martín, porque era cierto; lo era.

—¿Y lo de ayer?

—¿Qué?

—¿Se lo dirás?

—Pues no lo sé.

—¿Y por qué no?

—Porque no le explico lo que hago con todos…

—Ya. ¿Y si te pregunta? Porque me apuesto a lo que quieras a que te pregunta.

—Pues le diré la verdad —era una tontería mentirle aunque Bruno no le cayera nada bien.

—Todavía le gustaré más —dijo en una mueca.

—Él tampoco te gusta a ti.

—Exacto, ¿y sabes por qué Daniela? Por las mismas razones.

Las mismas razones…era yo.

—Probablemente, sin ti en la ecuación, no habría problemas entre Martín y yo. Sería un tío más.

—Sin mí en la ecuación no os conoceríais, ¿podemos dejar de hablar de Martín?

No me gustaba que Bruno tuviera razón.

—¡Daniela! Ponte algo encima y ve bajando  —era Sofía tras la puerta.

Era la hora de la siguiente actividad; el Quiz, un juego interactivo en el que en una pantalla iban proyectando preguntas y un presentador las iba leyendo. Nosotros, por grupos, debíamos responder bien y rápido. Mi grupo, en este caso, estaba formado por Sofía, Ruth, Santi, Jaime y yo. Carla logró liar a Bruno en su grupo, cosa que sentí más por él que por mí.

Fue una hora y media entretenida, en la que intentamos ganar por todos los medios pero fue el equipo de Toni el que se llevó la medalla. Al finalizar le dije a Jaime que tenía razón cuando me dijo que sería divertido.

—Siempre me ha gustado de ti que das dos pasos hacia atrás si hace falta y reconoces que te has equivocado Daniela, no cambies eso.

Le sonreí orgullosa, porque me parecía un muy buen cumplido.

Aquella noche fuimos a pasear por el centro de Barcelona y a cenar en un restaurante donde ya teníamos una larga mesa preparada para tantos. Aquellos juegos nos habían puesto a todos de muy buen humor y todo el mundo estaba sonriente y hablando por los codos. Acabamos la cena tomando un gin-tonic, como no, en aquellas copas en forma de bola y tan grandes que eran de todo menos cómodas para beber, y ya no te digo beber y bailar.

—Mierda de bolitas —murmuré acercándome el copón a los labios.

Bruno aprovechó el espacio vacío que había dejado Toni y se sentó a mi lado.

Miré de reojo a mi compañero y contrincante. Los vaqueros ceñidos, muy ceñidos marcaban unas pantorrillas fuertes. Subí la mirada y me fijé en su paquete, envuelto por la tela elástica, mostrando al público (en ese momento mis ojos grandes y oscuros) que su dueño estaba bien provisto.

—Daniela —menudo susto, ¿pillada?

—¿Sí?  —dejé la copa-bola en la mesa mientras le respondía sin mirarle.

—¿Estás leyendo las letras de mi botón? —sonreía de aquella forma tan seductora.

Joder, podría ser más discreto.

—Es que yo leo todo lo que se me pone delante.

—Si solo fuera leer  —murmuró Carla que estaba dos sitios más allá, a mi derecha.

—Oye Carla, ¿te has leído ya la novela del amigo? —le pregunté directamente.

Sabía que mi archienemiga no leía. Yo era algo que no entendía porque primero: eres periodista. Segundo: leer es…es algo indescriptible.

“Leed, leed lo que os venga en gana, pero leed chicas. Un libro de miedo, de amor, erótico, de fantasía, suspense, actual, antiguo, lo que sea, pero intentad sumergiros en ese mar de palabras porque es ahí donde más vais a soñar. Es fascinante meterte en una historia y sentirte parte de ella, vivir otras vidas, pensar, aprender, escuchar. Es todo un mundo que no os podéis perder. Y no os dejéis engañar por nadie; podéis leer lo que os plazca porque ¿quién dice que esto o aquello es literatura o no lo es? Esto es bueno, esto no. Para gustos, colores y flores. No tenéis que rendir cuentas sobre lo que leéis, es algo muy vuestro y que debéis disfrutar solas. Así que ya sabéis, en el formato que más os plazca, empezad a buscar qué os apetece leer, sentaros en vuestro rincón favorito y a fantasear. Dulces sueños, chicas.” @danielatuespacio.

Carla me miró con cara de pocos amigos y yo alcé las cejas esperando su respuesta.

—No he tenido tiempo.

—¿Así, lo tienes?

—Claro.

Bruno no decía nada y nos iba mirando.

—¿Y lo vas a leer?

Carla chasqueó la lengua.

—Daniela, olvídame.

—Ojalá.

Se giró hacia Ana, que estaba a su lado.

—No todo el mundo lee —la defendió Bruno intuyendo que Carla no iba a leer su novela.

—Y no lo entiendo.

—¿Tenemos que hacer todos lo mismo? ¿Esa es tu filosofía de vida? Porque creía que era todo lo contrario.

Lo miré frunciendo el ceño.

—Ya sé por dónde vas.

No claro, no todos teníamos por qué leer. Al fin y al cabo era una afición, reconocida como culta, pero afición. Como la música, el cine, la tecnología o los deportes. Y había gente para todo. También es verdad pero es que encima Carla es periodista.

—Dime algo que odies.

—El futbol  —lo solté sin pensar.

No me gustaba ese deporte, ni todo lo que se movía entorno a él.

—Pues para los amantes del futbol tú eres la rara, y son muchos Daniela.

—Ya, ya. ¿Y tú?

—¿Yo? —pensó unos segundos—Odio el jazz.

—¿En serio?

—No puedo con el jazz, me da dolor de cabeza. Esa música sin ton ni son…

Me reí y Bruno también.

—Y también odio lo previsible, que no es una afición, pero creo que voy un poco en contra de las normas sociales de hoy día.

—¿A qué te refieres?

Sin querer nos habíamos acercado para oírnos mejor y sentí su pierna junto a la mía.

—A ver cómo me explico. No me gusta tenerlo todo controlado, ni saber qué va a pasar cada segundo de mi vida. Me da que nos regimos demasiado por “lo que hay que hacer”, casi vivimos más el futuro que el presente y al final parece que vivamos varias horas por delante. Sin disfrutar del ahora, del momento, de lo que estás haciendo, porque ya estás pensando después…después he quedado, y después voy a pádel, y después haré tal o cual cosa. Me da grima vivir así e intento ser lo más espontáneo que puedo, dentro de una rutina obligada, que es ir a currar, que de eso no me libro, claro.

Y me acojoné al escucharlo, literalmente. Lo que decía me encantaba, me calaba hondo y me dejaba algunos metros levitando de mi cuerpo. Y cómo lo decía era aún peor, porque ya veía todas aquellas palabras escritas en su columna y con un ejército de seguidores gritando su nombre: ¡Bruno! ¡Bruno!

Me separé de él con brusquedad y lo miré como si fuera un bicho raro.

—Te lo dije Daniela —su sonrisa de superioridad hizo presencia.

—¿El qué, listo?

—Que soy tu estilo.

No me agradó ni un pelo que pudiera leerme de aquel modo.

—No me conoces, así que deja de decir eso creído. ¿Se te ha pegado mucho el ego italiano o qué?

—Lo justo —dijo—Pero suelo equivocarme pocas veces.

—Vamos a dejar las cosas claras Bruno.

—Perfecto, empieza.

—No tengo un prototipo de hombre, ni lo busco, ni me interesa. Así que, si se te ha pasado por la cabeza que quiero algo contigo, vas listo.

—Ayer, salían otras palabras de tu boca… —Tan cerca, tan sugerente y tan lascivo que sentí el calor entre mis piernas y seguidamente cómo mojaba mi tanga.

—Lo de ayer fue…ocasional.

—¿Así no quieres repetir? Porque yo estoy deseando llegar al hotel.

Uffff. Por supuesto que quería repetir, y a poder ser muchas veces, encima, debajo, de pie, tumbada, como fuera…pero ¿sabía dónde me metía?

Ir a la siguiente página

Report Page