@daniela

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La familia es la familia…

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La familia es la familia…

 

 

Aquella noche de sábado, Sofía llegó al piso feliz y sonriente. Había pasado la noche con Santi y había logrado por fin hablar con él del tema que tanto le preocupaba. Había llegado a un punto en que Santi había notado que le ocurría algo cuando estaban juntos en la intimidad. Él no se rio, simplemente le quitó importancia y eliminó de esa manera aquellas inseguridades de mi amiga.

Le recordé que había olvidado a Julen y ella negó haber quedado con él. O sea, que inventó la excusa para poder hablar con ella. Sofía resopló hastiada por el tema y yo le dije que no se preocupara, que ya se le pasaría. Pero en el fondo no lo tenía tan claro.

“¿Qué hacer cuando alguien no entiende que ya no le amas? Que los sentimientos son otros, que no vale la pena seguir con aquella relación. ¿Cómo afrontar esa situación? Con valentía y sin mirar atrás chicas porque por mucho que se haga cuesta arriba, al final valdrá la pena ser consecuente con lo que sientes. No te dejes llevar por la rutina ni te dejes convencer por sus palabras. Lo sabes dentro de ti, y lo sabes de hace mucho. No le quieres, no quieres estar con él y ya has dado el paso, no vuelvas atrás y verás que el esfuerzo merece la pena. A vivir, que son pocos días.” @danielatuespacio.

Analicé puntillosamente mi conversación con Julen y pensé que el tío o no estaba muy fino de la cabeza o era un actor de mucho cuidado. ¿No me había dicho convencidísimo que había quedado a esa hora con ella? ¿Y que le diera las gracias por nada? Yo alucinaba. ¿Tendría algún tipo de trastorno? Joder. Con lo soso que se había mostrado siempre. Era un tipo gris, ese era su color. Parecía que ni respiraba y ahora venía con esta insistencia. Quizás era bipolar y Sofía no lo sabía. Pero eso era imposible. En fin, paciencia que decía mi madre.

Hablando de familia, el domingo tocaba ir a casa de mis padres porque hacía días que no me veían el pelo. Le dije a Martín que viniera, y como en mi casa era uno más, se apuntó. También estaba Rouse con su enorme barrigón y Miguel, mi cuñado. Y como no, mi pequeña Lucía. Comimos juntos, charlando y riendo. El postre lo había hecho Martín; un brazo relleno de mousse y todos elogiamos su arte, sobre todo mi madre.

—Daniela, deberías cazar a este chico —mi madre siempre bromeaba sobre lo mismo, aunque sabía de sobras qué tipo de relación manteníamos.

Bueno, todo no, de sexo no hablas con tu madre.

—Marian, cualquier día te viene con novio  —le dijo Martín guiñándole el ojo.

—Eso no te lo crees ni tú  —le repliqué masticando.

—Nela, el de las piruletas, ese, ese.

Joder con la enana, para tener cuatro años estaba en todo.

—¿Qué piruletas? —preguntó mi madre curiosa.

—Eso, cuenta, cuenta  —pinchó Martín.

—Unas de corazón —respondió Lucía orgullosa de que la tuvieran en cuenta en la conversación.

—Shhhh  —le dije a la pequeña riendo y ella hizo el mismo gesto—Secreto…

—El nuevo del curro, mamá, que quiere ligarse a Sofía  —miré a Rouse, quien se reía por la bajini.

—Bruno —recalcó Martín a mi madre.

—¿Chico nuevo en la oficina? —me preguntó a mí.

—Más o menos como el del anuncio  —dijo Rouse riendo.

—¡Bah! Seguro que es corto  —soltó mi cuñado.

—Me parece que no —le contradijo mi hermana—. Parece un tío inteligente, ¿no, Daniela?

Todos me miraban.

—Creo que sois una panda de marujas —les dije riendo.

—Ha escrito un libro mamá.

—¿Sobre qué? —Mí padre intervino por primera vez porque era un gran lector, como yo.

—Un thriller —respondió mi hermana.

—¿Es ese que me comentaste ayer? —Miguel la miró con interés—. Pues tiene buena pinta.

—Es muy bueno —les informé yo.

—¿El libro o él Daniela? —preguntó Rouse riendo.

Le di un codazo y todo se echaron a reír, yo incluida.

—Menuda familia tengo…

Más tarde, mi madre y mi hermana intentaron indagar sobre Bruno pero no solté prenda. Ni yo misma sabía lo mucho que me gustaba y no quería ponerle etiquetas a algo que no las necesitaba. De momento, así estaba bien y yo me seguía sintiendo en mi zona de confort. No podía negar que Bruno me atraía en muchos sentidos pero de ahí a querer formalizar aquello había un mundo. Él tampoco parecía tener prisa, así que dejarme llevar era la mejor opción.

A la vuelta, Martín bajó en Sol porque había quedado con unos amigos del trabajo y yo seguí hasta Antón Martín. De camino al piso, pasé por delante del Jamaica Coffe y tuve que mirar dos veces al ver que alguien me saludaba desde dentro: Bruno…

Al entrar, observé que estaba con su portátil, un bloc de notas y el bolígrafo en la mano.

—¿Trabajando? —le pregunté a modo de saludo.

—Acabo de empezar…

La camarera puso sobre la mesa un café con leche y espuma.

—¿Quieres un café? —me preguntó aprovechando que la chica estaba ahí.

—Un cortado, por favor —le pedí sentándome frente a Bruno—. No quiero molestar  —le dije señalando su ordenador.

—Tranquila, estoy con el libro.

—¿En serio? ¿Y cómo lo llevas?

Me podían las ganas de saber cosas sobre su nuevo libro.

—Estoy hilando el final, que, para mí, es lo que más cuesta.

—¿Puedo acribillarte a preguntas? —alzó una ceja sonriendo—. Ya, ya sé que me lo dijiste que me moriría por preguntarte…

—Soy todo tuyo, adelante —me indicó cogiendo el azucarillo.

—A ver, ¿cómo empiezas la historia?

—Pues…no me siento un día delante del ordenador y me digo: ¡ahora! Es más bien algo que se va formando en mi cabeza. Un día surge un personaje, otro día otro, y en pocos días tengo a los protagonistas en mi mente: cómo son, como hablan, cómo visten…

Lo miraba embobada, lo sé.

—Y pienso en la línea general del libro, es decir, qué quiero contar, aunque a veces los personajes hacen lo que les da la gana.

—¿Van por libre?

—A veces sí. Yo tengo algo en mente pero una conversación me lleva a otra y acaba ocurriendo algo que ni me había planteado.

—Vaya…

—Escribir es algo mágico. Das vida a unas personas, moldeas sus vidas y las pones donde quieres y cuando quieres.

—Es fascinante —le dije entendiendo que Bruno debía sentirse como un Dios griego moviendo fichas aquí y allá —. ¿Y la trama? ¿Y esa tensión de no poder descubrir quién es el asesino? Me pareció increíble.

—Gracias  —sonrió —. Son horas de darle vueltas, sobre todo por la noche. Intento buscar la manera de sorprender, de no dar pistas demasiado claras, de enmascarar al asesino y despistar al lector.

—¿Es complicado?

—Algunas veces más que otras pero acaba saliendo.

—¿Siempre has escrito?

La camarera me dejó el cortado enfrente y Bruno aprovechó para dar un sorbo a su café.

—Siempre no, empecé en Italia. Comenzar allí de cero, conocer a Federico y tener mucho tiempo libre me llevó a pensar en escribir.

—¿Moccia te animó?

—Sí, bastante. Ya sabes que él empezó auto publicando sus novelas.

—Sí, lo sé. No me gusta lo que escribe pero he leído algo de él.

—No es tu estilo —sonrió divertido.

—Para nada —puse los ojos en blanco.

—¿Tienes ya bastante para tu artículo sobre mí?

Nos reímos los dos, porque no le había dado respiro con tanta pregunta.

—La última, va. Cuando escribes sobre esas personas, sobre las situaciones que viven, supongo que hay parte de ti en ellas…

—En lo bueno y en lo malo, sí. Es inevitable no dejar huella en todos ellos y sobre lo que les ocurre la mayoría son situaciones inventadas pero alguna que otra son vivencias personales.

—¿Cómo cuál?

Sonrió y dio otro sorbo.

—Cuando Sheila encuentra a su pareja con su mejor amiga en la cama, por ejemplo.

Lo miré desconcertada.

—Yo soy Sheila cuando se marcha de su casa, dando ese tremendo portazo, y empieza a andar sin rumbo, sin saber cómo llega a aquel parque de aquel barrio de mala fama.

Joder. Realmente Sheila te hace sentir en tu piel lo que vive en esos momentos con sus pensamientos. Porque era real. Porque era Bruno.

—¿Sorprendida?

—Un poco, bueno, bastante. Lo cuentas con mucha tranquilidad… —tanteé el terreno porque no sabía hasta qué punto aquello podía doler a Bruno.

—Han pasado seis años, así que puedo hablar de aquello sin atragantarme. Eva y yo llevábamos juntos cuatro años, y el último compartimos piso. Yo trabajaba en el departamento de prensa de una multinacional junto a Álex y nos hicimos amigos. Una tarde los encontré juntos, follando en nuestra cama.

Lo miré apretando dientes. Joder que heavy.

—Es lo que tiene pringarse Daniela —dijo sonriendo al ver mi cara.

—¿Por eso te fuiste?

—En parte, sí. No quise seguir currando con Álex. Un colega me presentó a Federico y una cosa llevó a la otra. Maletas y hacia Roma.

—Y volviste por tu hermana.

—Y me alegro de haber vuelto —Su sonrisa se ensanchó—. Tu barrio me gusta, ya me he instalado en el dúplex.

—¿Ya? —Qué rapidez, por Dios.

—Sí, esta misma tarde he terminado de guardarlo todo, tampoco tengo tanto… ¿Quieres ir a verlo? Tiene unas vistas alucinantes de Madrid.

—¿No tienes que escribir?  —le pregunté sabiendo que lo había entretenido más de la cuenta.

—Tengo toda la noche por delante.

—¿No duermes, vampiro?

—Cuando escribo, poco, ya recupero después. ¿Llevas el biquini ese en el bolso?

Me reí y él me miró sonriendo.

Salimos de allí como dos amigos que se han encontrado y les apetece pasar un rato más juntos. Subimos al quinto y me enseñó el dúplex. Realmente era una pasada. En la planta baja estaba la cocina y el salón abierto con unas escaleras blancas que daban al piso superior. Arriba, dos dormitorios, uno con dos camas y el otro con una de matrimonio, y un baño frente a la habitación más grande. Todo limpio, inmaculado y ordenado, como me imaginaba que era Bruno. Volvimos al salón donde abrió un gran ventanal y salimos a una terracita; la de la foto. Sonreí. Miré hacia abajo y vi la piscina.

—Menudas vistas. Un lujo en medio de Madrid. Las ventas del libro van bien ¿eh?

Reímos.

—Por cierto, mi padre quiere que le firmes tu libro. Hoy hemos hablado de ti en casa y me ha mandado el encargo de que se lo compre y se lo firmes.

—No se lo compres, tengo alguno por aquí…

—No, no, ya me regalaste uno —nos miramos recordando aquel momento.

—Que sí, que le dices que es mi regalo por tener una hija tan especial.

Me reí por el piropo.

—Ahora pregunto yo: ¿y has hablado de mí, por…?

Puso cara de miedo y nos reímos.

—Ha venido Martín a comer, que en mi casa es como de la familia —le remarqué viendo su gesto—. Y Martín ha sacado el tema Bruno, así que todos, y cuando digo todos, incluyo a Lucía, han estado cotilleando sobre ti.

Me miró abriendo los ojos.

—¿Tan raro es?

—Depende de qué tratara “el cotilleo”. ¿Quieres tomar algo? —Fue hacia la cocina y le seguí—. Yo necesito otro café, ¿tú?

—No, gracias. No hablamos de sexo, no te preocupes.

Soltó una carcajada y lo vi tan guapo…

—¿Te apetece otra cosa? —negué con la cabeza—. Entonces hablasteis del libro…

—Sí, me acosaron a preguntas. Ya sabes.

—¿Y con Martín bien?  —preguntó mirándome directamente.

Le gustaba leer en los ojos de la gente, como a mí.

—Todo bien  —le dije escueta—A ver…

Mi móvil, con la sinfonía que tenía asociada a mi hermana, sonó.

—Dime sister…

—Daniela, soy Álex…

—¿Qué? —pregunté asustada.

—¡Ya eres tía otra vez!

—¿Sí?

—¡Lucas te está esperando!

Madre mía, si solo hacia unas horas que había visto a mi hermana. Ella y Álex se habían ido a descansar después de comer y Lucía se había quedado jugando con Martín y conmigo en casa de mis padres. Lucas tenía prisa por llegar al mundo, se había adelantado unos diez días.

—¿Y Rouse?

—Perfecta, ha ido todo genial. Están los dos como si nada. Por eso te llamo, ven cuando quieras.

Solté un gritito de alegría y Bruno me miró sonriendo.

—¡Voy volando!

Mi hermana estaba en La Paz y Bruno se ofreció a llevarme. Me negué, como siempre, pero el chico es cabezón, así que nos fuimos los dos hacia allá. Tardamos unos veinte minutos y otros cinco en encontrar su habitación. Bruno a mi lado, hasta que llegamos a la puerta.

—Te espero  —me dijo comedido.

Lo miré con una sonrisa despreocupada.

—Entra, que a Rouse le hará gracia verte.

En mi casa éramos así, nos daba igual uno que cincuenta a la hora de juntarnos.

Mi hermana estaba estupenda, nadie diría que acababa de parir. Mi cuñado iba de un lado a otro, ayudando a Rouse. Y de momento, no había nadie más en aquella blanca habitación, a excepción de una cabecita muy morena que contrastaba con las sábanas blancas de aquella mini cuna de plástico trasparente.

—Lucas… qué bonito eres…

—Mira que ojos… —mi hermana lo miraba orgullosa.

—Enhorabuena Rosa —dijo Bruno de lejos.

—¡Bruno! —Lo saludó ella sorprendida.

Se presentaron entre ellos mientras yo observaba a Lucas. Morenito. Arrugado. Precioso. Era increíble ver esos dedos con esas uñitas. Me maravillaba.

—Lucas, soy tu tía, la guay, la que te va a enseñar un montón de cosas, choca esos cinco —le dije rozando su dedo.

Parecía que me miraba pero sabía que todavía no veía con precisión.

—Sí, Bruno, tiene madera de madre —dijo bromeando mi hermana.

Bruno me observaba sonriendo.

—Ya veo —dijo acercándose a nosotros.

Nos miramos y Bruno saludó a Lucas como si fuera alguien de la familia. Lo miré absorta, pensando en el día de mañana… ¿Bruno y yo? ¿Y un bebé? Ay, ay, que me iba a dar algo. Afortunadamente mis padres y Lucía interrumpieron esa clase de pensamientos. Mi madre saludando con su habitual efusividad, mi padre con su permanente sonrisa y Lucía con un poco de miedo al no saber bien qué iba a encontrar.

Rouse me hizo un gesto y cogí el regalo que teníamos preparado hacia días para mi sobrina. Le habíamos dicho que Lucas le iba a traer un regalo a su hermanita, era algo que recomendaban los psicólogos para que el mayor no se sintiera fuera de lugar en ese momento.

—Mira Lucía, Lucas te ha traído esto…

Ella corrió hacia mí sonriendo y cogió el paquete, pero no lo abrió.

—Quiero verlo —me pidió.

La cogí en brazos y miró con cariño a su hermano. Se llevarían bien, seguro, pensé.

En pocos segundos hubo un cruce de conversaciones, mi padre, mi madre, mi cuñado,… y Bruno, observándonos con su media sonrisa.

—Mamá —la llamé—Él es…

—Bruno Abreu —me cortó acercándose a nosotros—. Daniela, lo he buscado en Google, no he podido aguantarme.

Me reí y Bruno la saludó divertido. Mi padre hizo lo propio pero diciéndole que no hiciera mucho caso de las mujeres de su familia, que creía que habíamos heredado de mi madre alguna especie de tara.

—Yo las llamo las “sin filtro”; aquello que les pasa por la cabeza, zas, te lo sueltan. Y la primera, Marian, mi mujer.

Nos reímos y Bruno me miró con aquel brillo en los ojos.

El corrillo alrededor de mi hermana y Lucas duró media hora larga. Bruno, a mi lado, charlaba con ellos como si los conociera de siempre. Y me gustó verlo así, relajado, tranquilo. Debía reconocer que Bruno era un hombre maduro, curtido y sereno.

Y debía reconocer que Bruno se estaba metiendo en mi vida de lleno.

Me dejó en el piso y nos despedimos con un simple beso en los labios, no sin antes decirme que tenía una familia genial y que le había impactado verme tan…madraza con los niños.

Subí al piso feliz por mi hermana y porque todo hubiera salido la mar de bien. Rápido, sin apenas dolor y ahí teníamos a un nuevo miembro. Era cierto que me gustaban los niños en general, no soy de esas que les echa para atrás un cambio de pañal cagado hasta arriba o unos mocos colgando después de un estornudo. Con Lucia había aprendido un millón de cosas y las había disfrutado todo lo que había podido. Con Lucas iba a hacer lo mismo, cuidando a mi pequeña, eso sí, no quería que tuviera celos.

¿Me veía de madre en un futuro? Probablemente, pero me quedaba tan lejos todavía que no me preocupaba el tema. Con pareja o sin pareja, tampoco me lo había planteado. Suponía que con pareja podía ser más satisfactorio pero había muchas mujeres que tenían hijos sin necesidad de tener a un hombre al lado.

Pero no es lo mismo, me dijo un día mi hermana. Para nada. Ella segura de su teoría. Si estás cansada, si estás de mal humor o incluso si estás enferma, si tienes a alguien a tu lado, sea hombre o mujer, el cuento cambia ¿Por qué? Porque es un apoyo moral, físico, no te lo comes todo tú. Ser madre es jodido, es duro, no es como lo pintan en muchas películas, Daniela. Noches sin dormir, días sin poder darte una ducha en condiciones, lloros, cólicos, rabietas, papillas por el suelo de la cocina y un millón de cosas más que me dijo sobre las tareas que comporta tener un bebé. Y si lo compartes, tanto lo bueno como lo malo, mucho mejor. Sí, vale, supongo que sí, que siempre es mejor compartir las cosas.

Fíjate, la primera palabra de Lucía fue papá, como en la mayoría de los niños. Pues mi hermana corrió por todo el pasillo a buscar a su marido: Áleeeeex, Lucíaaaaa que te llamaaaaa. Risas, ilusión y un recuerdo que quedaría para siempre gravado en sus corazones. ¿Pero y si no encuentras a esa persona con la que compartir, Rouse? Entonces, adelante chica. Qué le vamos a hacer, no por eso no vas a poder gozar de tener un hijo, si es lo que deseas. Yo creo que son Súper Mamás, dijo Rouse riendo.

 

Al día siguiente, lunes, nada más pisar la cocina les solté la noticia de Lucas a Sofía y Martín. Se alegraron y me felicitaron. Les expliqué cómo había ido todo y me miraron asombrados cuando les comenté que Bruno había conocido a los míos. Joder qué rápido va esto ¿no? Si eso para la boda nos avisas. Comentario irónico de mi mejor amigo.

—Muy gracioso Martín, estás que te sales —le dije sentándome en la mesa con ellos.

—Esto, Daniela, es un poco raro… —no quería darle la razón a Martín pero se la daba.

—Pues a mí no me lo parece —le respondí tranquila.

—Tú porque no lo quieres ver —me acusó Martín.

—¿Ver qué? —le pregunté más chula.

—Que ese tío te está llevando al huerto. Pasas más horas con él que con nadie —soltó con retintín.

—Hemos coincidido, nada más.

—¿Y en su piso también?

—Bueno, Martín —intervino Sofía viendo nuestro pique—, tampoco es para ponerse así.

—Me jode que no lo reconozca —resopló Martin sin mirarme—. Ha presentado Bruno a sus padres y dice que no pasa nada.

Había sido casualidad y tampoco era para tanto. Eran mis padres, no los curas de nuestra boda.

—Mira Martín, no tragas a Bruno y punto, eso es lo único que pasa aquí. Si fuera una tía que he conocido y se da el caso que me lleva al hospital y le presento a mis padres, ¿también te tocaría tanto los huevos?

Me miró, ahora sí, cabreado.

—No sabe, no contesta. Pues ya está, ya sabemos qué es —dije cruzándome de brazos.

—Haz lo que te dé la gana Daniela, como siempre —gruñó moviendo la silla hacia atrás haciendo ruido.

—Voy a hacer lo que tú me digas —no sabía callarme…

Martín se acercó a un palmo de mí.

—Va chicos, dejad ya el tema —Sofía intentaba poner paz.

—Daniela, lo único que pasa aquí es que estoy cagado de miedo, y ¿sabes por qué? Porque creo que estás a punto de tirarte por un abismo y no llevas paracaídas.

Hostia en la cara, hostia de una dura realidad. Lo entendí a la primera, como si fuera la voz de mi conciencia. No me había enamorado nunca, no había catado ese sentimiento, no había perdido el culo por nadie, no había perdido el sentido, ni suspirado ni todas esas cosas que conlleva el amor. No tenía experiencia. Cero. Nada. Desnuda ante esa nueva vivencia. ¿Y qué me decía Martín? Que probablemente no sabría lidiar con según qué cosas, que dolerían, que marcarían mi corazón, que cambiarían a esa Daniela feliz, insolente, descarada, sin ataduras ni batallas que ganar.

Martín era casi como un hermano para mí, uno más de los míos y día a día me lo demostraba.

Aunque sus palabras dolieran, aunque tuviera o no razón. Me quería, se preocupaba por mí, me mimaba y me cuidaba.

Ese día supe que no quería jamás tenerlo lejos de mí.

“La familia es la familia, decía Corleone en El padrino con su voz cascada. Y razón tenía. Chicas, ya sabemos que las madres se ponen cansinas, los padres pesados y l@s herman@s protectores, pero en el fondo sabemos que es porque nos quieren y nos adoran, tal cual somos. La familia es ese vínculo que nos recoge, nos abraza y nos cuida. Esa zona donde estás a gusto, donde estás cómoda, donde simplemente eres tú. Así pues, cuidad de los vuestros y dejaros cuidar, la familia siempre va a estar ahí, no lo olvidéis.” @danielatuespacio.

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