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¿Lo llaman sexo y es amor?

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¿Lo llaman sexo y es amor?

 

 

Después de discutir con Martín, decirle que lo quería a mi lado y darnos uno de nuestros abrazos, Sofía y yo cogimos el metro para ir a currar, un lunes más. Por el camino ella comentó la jugada e insistió en que Martín estaba algo extraño. Intenté convencerla que lo que le ocurría era simplemente lo que había expresado con sus palabras: estaba asustado. ¿Solo eso? No quería darle más vueltas a lo mismo, Martín no estaba enamorado de mí, punto y final Sofía. ¿Y si lo está y ninguno de los dos lo ve? No respondí a esa absurda pregunta y llegué a El Café molesta.

—Los lunes no son lo tuyo —Bruno estaba sentado en la barra y leyendo el periódico—. Buenos días.

—Buenos días —le dije esperando a que Mario viniera.

Continuó con su lectura y me gustó ver su indiferencia. Nadie hubiera dicho que habíamos pasado juntos tantas horas aquel fin de semana ni que había estado en mi cama. Mi almohada todavía olía a él y sonreí.

—Parece que las nubes van despejando —me miró de reojo y sonrió.

—Oye Bruno —Carla al ataque—. Este mes quiero hablar sobre el estilo a la hora de vestir de escritores jóvenes y había pensado en ti.

“Había pensado en ti” repetí en mi cabeza con voz de ñoña.

—Ehm, vale…

—¿Te va bien quedar esta tarde?

—¿Esta tarde? Sí, no tengo nada…

—¡Perfecto!

Mario me dio los cafés y me fui hacia Sofía dejando a Bruno con Carla. ¿Celos? No, celos no porque tampoco había ni relación ni razón. Pero me molestaba ver a Carla pavoneándose delante de él.

El lunes va mejorando por momentos, pensé.

Toni me saludó con una gran sonrisa y me senté a su lado.

—¿Qué tal la noche? —le pregunté flojo.

—Esa chica es…especial. La acompañé a su casa, paseamos tranquilamente hasta allí y no dejamos de hablar ni un segundo. Me gustó, mucho.

—Sí, Andrea es muy maja. Yo me lo pasé pipa con ella y es verdad que tiene palique.

Bruno y yo cruzamos una mirada; Carla seguía con él.

—¿Y tú qué tal?

—Bien —no quería explicarle nada a Toni—. ¿Vas a volver a verla?

—Sí, claro. Hemos quedado este viernes para ir a tomar algo. Me explicó alguna cosa de su vida…

Me miró intentando saber si yo sabía algo.

—Ya… —yo mutis por si acaso.

—Estuvo casada y creo que lo pasó mal.

Andrea le había dicho algo pero no lo jodido de su historia. Supongo que no eran cosas que una iba explicando así como así, aunque conmigo lo hubiera hecho.

—Pues ya sabes Toni, a darle alegrías —le solté intentando cambiar de tema.

No me gustaba mentir y prefería omitir.

—No sé si decirle algo a Bruno, que me gusta su hermana y eso.

—A ver Toni, Bruno no es su padre, pero tampoco creo que te diga nada, quiero decir que su hermana es mayorcita ya.

—Son mellizos, ¿lo sabías?

—Sí, ¿quién lo diría no?

—Sí, ella parece más joven.

Miré a Bruno de nuevo y vi que venía hacia la mesa.

—Cierto.

—Me comentó que irías a hacer unas fotos para la fiesta de sus padres.

—Sí, este sábado les preparan una fiesta sorpresa y Andrea me ofreció el trabajillo. ¿Quieres ir? Así las tomamos entre los dos.

Me miró sonriendo.

—No puedo, tengo que ayudar a un colega a montar una exposición.

—Siempre estás liado Toni, así ni novia ni nada  —le dije bromeando y nos reímos.

Diana me miró con su típica mirada de “te ahogaría esa risa en un cubo de agua” y yo pasé. Qué poca vista tenía la chica. Era evidente que lo que me unía a Toni era una simple amistad. Aunque quizás sí que podía odiarme un poquito porque gracias a mí salida con Andrea, Toni se había cruzado con ella y me daba en la nariz que de allí podía surgir algo real. Mala suerte Diana.

—Daniela —miré a Carla, quien también estaba al tanto de mi charla con Toni—. Con tanta risita se te ha soltado el botón de la camisa.

Gilipollas. Lo decía para joderme y apoyar a su amiga Diana. La camisa la llevaba con los dos primeros botones desabrochados porque me daba la gana. Se insinuaba el comienzo de mi pecho y era sexi.

—Carla, si Diana tiene algo que decirme que lo haga ella. ¿O es que no tienes boca?

Miré a Diana directamente.

—No tanta como tú —replicó picada.

—Doy fe —dijo Bruno tranquilamente y esa parte de la mesa quedó en silencio.

Lo miré alucinada.

—Me refiero a que Daniela tiene mucha labia —nos miró a todos—. Por algo es la más leída de la revista, digo yo.

—No necesito defensores Bruno —le solté.

—No te estoy defendiendo —me miró diciendo mil cosas más con sus ojos negros.

—Ahora se los liga a pares —Diana se dirigió a Carla, supongo que para picarla con Bruno.

—¿Un trío? No me extrañaría —murmuró Carla despectivamente.

Dios dame paciencia porque como me des fuerza…

—Quizás te iría bien probar Diana, tal vez así consigues descongestionar tu cabeza. El problema está en que no sé si encontraremos dos tíos que quieran metértela.

Diana me miró con los ojos abiertos.

—¿Qué pasa Diana? ¿Que eres virgen? —La pinché.

—No hagas caso —le dijo Carla retirando la artillería pesada contra mí.

Bruno y yo nos miramos. Ambos fingimos que allí no había pasado nada y en el trabajo cada uno a lo suyo. Alguna miradita y poco más. Nuestro pique on line estaba teniendo un éxito rotundo y nuestros tweets iban a mil por hora.

“¿Groucho Marx tenía razón? Lo llaman amor cuando quieren decir sexo. Chicos, estamos en el siglo XXI y no acabamos de nacer. Os vemos venir. No hace falta que lo enmascaréis con el rollito del amor. Preferimos la sinceridad, ¿lo captáis?” @danielatuespacio.

Lo había escrito porque Bruno hizo referencia a que a las chicas nos gustan las florituras, las princesas y los príncipes. Y que necesitábamos el Amor. Supongo que estamos educados en un mundo donde hay necesidad de etiquetar, de clasificar y de organizarlo todo. Niñas de rosa, niños de azul. Muñecas para ellas y pistolas para ellos. Parecen estereotipos pero es lo que hay desde hace años y no parece que hayamos evolucionado mucho. De vez en cuando sale un anuncio de un tío limpiando con el Fairy pero vamos, que incluso tenemos que verlo como algo revolucionario, cuando debería estar ya normalizado.

“Groucho era un crack y lo captamos pero entonces… ¿por qué os enfadáis si no somos detallistas? Abrirte la puerta del coche, cogerte al vuelo si veo que te caes, ser delicado con tu piel o susurrarte al oído cosas bonitas… Chicos, quién las entienda que las compre.” @brunotuespacio.

Me reí por su última frase. Era viernes y el humor era otro.

Aquella semana habían ocurrido varias cosas.

Mi hermana ya estaba en casa con Lucas y mi sobrinita estaba encantada con la llegada de su hermano. Había ido a visitarlos casi cada tarde, y me encantó ver a Lucas y jugar con la enana. Mis padres también fueron un par de veces y en una de ellas le di a mi padre el libro de Bruno firmado y con dedicatoria: “Para Manuel y Marian, padres pacientes de una maravillosa Daniela”. Mi padre me miró sonriendo después de leerlo y yo me encogí de hombros.

A Martín, apenas lo vi. Entre el curro y que estaba enfrascado en unos cursos de seguridad, casi no coincidíamos. Notitas en la pizarra las que quieras: “Os he dejado el pescado en el horno, guardadme un trocito”.

A quien vi con mucha asiduidad fue a Santi. En su piso había habido una fuga de agua y estaban los fontaneros en plena faena, con lo cual aquellos días los pasó con nosotros, bueno, con Sofía. Parecía que su relación iba viento en popa y que la cosa iba cuajando bien. Las risitas, los coqueteos y las miraditas los delataban constantemente. Bromeando les dije que me iban a hacer vomitar purpurina con tanto amor y el viernes les prometí que les dejaba el nidito de amor para ellos dos solos.

Salí con Lorena por Chamartín, donde inauguraban un nuevo pub: La Rueda. El nombre venía porque los gogos del local, chicos y chicas, llevaban en la mano una bandeja pequeña llena de chupitos. La historia iba de que el gogo movía aquella bandeja que rodaba en su mano, no sé con qué tipo de mecanismo, y el chupito que te quedaba enfrente, debías bebértelo, sí o sí. Inventos del tebeo, le dije a Lorena, quien riendo no le importó probar, cuando uno de aquellos tíos buenos se le plantó delante.

El chico, guapo y semidesnudo, hizo voltear la bandeja y un chupito naranja fosforito fue el que le tocó a Lorena. Se lo ofreció y ella se lo bebió de un trago. El chico vino a por mí y le seguí el juego. Me cogió de la cintura.

—Si te toca el tubito azul, va otro de regalo.

—No me fastidies  —le dije riendo.

Y el azul directo para mí, claro.

Cogió el tubito aquel, se lo colocó en la boca y me indicó que me acercara. Puso la punta de aquello en mis labios y oí a Lorena animarme. La madre que la parió, pensé. El chico fue retirando su lengua del tubo para que el líquido cayera, y lo hizo despacio y acercando su boca a la mía. Tanto que acabó dándome un beso. Me reí al retirarme pensando que era un listo y que tenía mucho arte para besar con el tubito ese en la boca. Me ofreció el chupito de castigo y le dije que no con la mano. Volvió a cogerme de la cintura.

—Me echarán del curro por tu culpa.

—Sí, seguro  —le dije riendo.

—Si quieres te lo doy con el tubito  —me miró alzando las cejas.

—No, déjalo —cogí el vasito y me lo tragué entero.

Una gotita resbaló por mi  barbilla y antes de que pudiera limpiármela, ya estaban los labios de aquel chico allí. Qué apañado era…

—¿Servicio de limpieza? —le pregunté riendo en el oído.

—Si tú quisieras, de limpieza y de mucho más.

Si tú quisieras… y yo pudiera… Ya tenía a Bruno de vuelta en mi cabeza.

—Anda, sigue con la ronda…

El muchacho se fue y Lorena y yo nos reímos un rato con la tontería. Y tanta tontería, que no sé qué llevaban esos mini vasos pero subía a la cabeza como la espuma. Mal asunto.

Y mi amiga, que bebía como un camionero, pidió la segunda copa y el camarero que le hacía ojitos nos invitó a un chupito de tequila con sal y limón.

—No me jodas Lorena, que voy a coger un pedal…

—Va nena, que este tío me lo llevo hoy al corral.

O sea, en su lenguaje, que se lo llevaba a la cama.

Todo sea por las amigas, pensé, poniéndome la sal en la mano. Ellos dos tonteaban y yo intentaba pensar que aquello no me iba a subir, ¡si todo está en tu cabeza!

—¡Salud!

Otro trago para adentro y ahí la cagué, porque el vodka que me estaba tomando tranquilamente se convirtió en agua fresca, y como bailé como una descosida con Lorena, pues bebí del vaso sin pensar que era alcohol. ¿Pido otra? Pide lo que quieras hija, yo sigo bailando. Lorena hablaba con Víctor, el camarero.

—Mira quién está aquí  —esa voz…

—Mira, si es Jack Nicolson en El Resplandor.

Julen me miró con desprecio. Recordé que aquella era su zona, vivía en ese barrio.

—Eres una payasa.

—Y tú un mentiroso de mucho cuidado.

—Que te den…

Se fue hacia otra parte y yo continué a lo mío. Lorena volvió con la tercera copa y última, le dije muy segura. Pero el gogo de las pelotas volvió a repartir cosas de aquellas y cuando llegó a mí insistió otra vez. Que no, que no. Sólo uno, va nena. Que no. Y como mis reflejos andaban lentos, el chico me abrazó otra vez y puso aquello en mis labios. Apreté pero me besó en el cuello y abrí sin querer. Bebí un poco pero no quise más y resbaló por mi boca. El chico volvió a hacer lo mismo aunque esta vez fue más allá y me besó en la boca, introduciendo su lengua caliente. Parecía que le había gustado al muchacho. Sentí su paquete en el principio de mi estómago y su erección latente. ¿Y?

Veamos, lo normal hubiera sido que me hubiera dejado llevar, ¿que un tío bueno se me arrima? Todo eso que me llevo. Pero…sentí su lengua extraña, como si fuera algo desconocido, a ver, como si fuera demasiado blanda y caliente. Y no porque no besara bien, no era eso.

Me separé de él y me miró sonriendo. Volvió a la carga pero lo detuve con una mano y él lo entendió perfectamente. No insistió más y se fue hacia otro grupo de chicas.

Resoplé mareada, intentando fijar mi vista y averiguar dónde estaba Lorena. Nada, ni rastro. Lo normal en nosotras, vamos. Si una desaparecía no había que preocuparse demasiado porque fijo estaba ligando. Fui al baño, concentrándome en andar bien, joder, la que había pillado.

—¡Daniela! Ven a chupármela un poquito —me giré extrañada y vi a Julen con sus amigos.

Debería haber pasado pero soy como soy.

—Que te follen —le dije y él me cogió de la cintura.

—Daniela, Daniela  —me miró desde arriba y yo intenté salir de su abrazo—. Estás muy sola hoy… ¿Quieres compañía? Aquí somos cinco…

—Suéltame gilipollas —le grité pero con la música apenas me oía.

—Con el gogo sí te morreas, ¿y conmigo no?

Acercó su asquerosa boca a la mía y me giré pero con la otra mano me cogió fuerte de la barbilla. Me estaba haciendo daño. Y marcó sus labios en los míos. Cuando intentó entrar su lengua, lo mordí, sin más. Y me soltó llamándome de todo, momento que aproveché para escapar de allí. Mierda de alcohol, no me dejaba ver con claridad. Intenté parecer lo más sobria posible, no quería más moscones a mi alrededor. Cogí un taxi a la que pude y me dirigí al piso. La una y media, me indicó el conductor cuando le pregunté la hora. Joder, qué pronto. Me iba a encontrar con aquellos dos follando como monos y vete a saber dónde. Y entonces tuve la gran idea y le llamé.

—¿Daniela? ¿Qué pasa?

—¿Duermes o escribes?

Tardó un par de segundos en responder.

—Escribo. ¿Estás bien?

—¿Puedo subir?

Bruno no se sorprendió al verme bebida porque por teléfono ya lo había intuido, no hacía falta ser Hércules Poirot. Al entrar en su salón, vi el ordenador abierto en la terraza y centré mi vista para analizar bien lo que veía; no eran letras, era una chica… Vaya, con Bruno, a saber qué hacía a esas horas con una tía en la pantalla.

—¿Puedo usar tu sofá unas horas? Tengo a Santi y Sofía en el piso, en plan osos amorosos y no quiero interrumpir…

—¿Te has bebido el Manzanares?

—Casi. Mierda de chupitos, joder. Lorena me ha liado.

—¿Y dónde está Lorena?

Me tumbé en su sofá y todo me dio vueltas.

—Víctor. Con ese.

—No te muevas, ahora vengo.

Que no me mueva dice, lo jodido era que parecía que estaba en la noria de Londres.

—Es una compañera del trabajo.

Lo escuché hablar con aquella chica aunque a ella no la oí.

—Paola, no hables así porque terminamos…No, Paola, no…No vamos a volver, no insistas…

Paola…volver…no…no…Qué sueño…

—¿Duermes Daniela?

—Ehm, un poco —respondí sin abrir los ojos.

—Bebe agua —me incorporó despacio y me dio el vaso.

—Buff, mi cabeza. El gogo ese no sé qué me ha dado.

—Habrás bebido porque has querido, supongo —dijo con ironía.

—Y me he encontrado con Julen. Hijo de puta. Quería besarme.

—¿El ex de Sofía?

—El del resplandor, sí.

—¿Cómo?

—Miente y mucho. Creo que es bipolar.

—Nena, no hay manera de seguirte. ¿Ha intentado besarte?

—Le he mordido la lengua.

Bruno me miró serio.

—Y eran cinco —añadí.

—¿Cinco qué?

—Cuatro amigos y él.

—¿Han intentado algo? Joder Daniela, me estás poniendo nervioso. ¿Dónde estabas?

—En el pub y he ido al baño y Julen me ha cogido.

Suspiré porque no tenía aliento para hablar.

—Pero no te ha hecho daño ni nada.

—Un poco, aquí  —le señale la cara y cerré los ojos—. Quiero dormir Bruno.

Oí a Bruno suspirar.

—Te llevo arriba, hay camas de sobras y duermes aquí.

—Mmm —le dije a modo de respuesta.

Me cogió en brazos y olí su perfume.

—Bruno…

—Anda no hables, nena —me ordenó.

—Pensado en ti…

—Ya, entre chupito y chupito, seguro que sí.

—Solo…la tuya…

Quería decir que solo quería su boca pero no me salían las palabras.

—No sé de qué hablamos pero será mejor que no me lo cuentes.

Bruno me recostó en una cama con cuidado y me quitó las sandalias de tacón. Me desabrochó la falda y me la quitó sin moverme mucho.

—Bruno…eres…muy sexi…

—Lo sé nena —dijo condescendiente mientras me quitaba la blusa y el sujetador—. Y tú eres demasiado bonita para acabar en este estado.

Me vistió con una camiseta y me tapó con la sábana. A los dos segundos desconecté.

 

Me despertó la luz del sol y maldije no haber cerrado bien la persiana, porque cuando no lo hacía, se colaban los rayos del sol directos a mis ojos y me era muy molesto.

Inspiré y me detuve unos segundos para despejar mi cabeza. ¿Bruno? Olía a él por todas partes. Estaba en su piso. Abrí los ojos, estaba en la habitación de dos camas. Llevaba una camiseta suya y mis braguitas. Vale, recordé a Bruno desvistiéndome. Recordé poco a poco lo que había pasado: los chupitos, el gogo, Julen y yo llamando a Bruno. Joder, ya me valía. No conocía a gente en el mundo no, que lo había llamado precisamente a él. Busqué mi móvil para saber qué hora era: las doce del mediodía, casi nada. Me refresqué en su baño y me vestí, no sin antes hacer meticulosamente su cama y dejar su camiseta bien doblada encima.

Cuando bajé, Bruno estaba en su terracita con el ordenador, concentrado y con los cascos puestos. Lo observé detenidamente; me gustaba de verdad.

Al verme sonrió. Buena señal, no había dicho nada fuera de lugar, suponía…

—Buenos días, ¿un chupito? —preguntó entrando en el salón.

—Ni me lo recuerdes —le dije sintiendo ardor.

—¿Un café mejor? Ven.

Lo seguí hasta la cocina.

—Esto, Bruno, siento haberte llamado.

—¿Por qué?

—No quería molestarte —en ese momento me acordé de la chica del ordenador: Paola.

—Me hiciste un favor sin saberlo pero da igual. ¿Sueles beber así?

—No —negué con rotundidad—. Suelo controlar mucho lo que bebo porque me sienta fatal pero ayer…

—Te liaron.

—Me dejé liar, lo sé —mea culpa, que fui yo la que bebí.

—Ya, ¿y tu amiga Lorena? —me dio el café.

—¿Qué?

—No entiendo esa despreocupación. ¿Y si te pasa algo?

—Bruno, tengo veinticinco años y voy sola por el mundo desde los veinte. Sé cuidarme —di un sorbo y vi que me miraba serio—. Sabemos cuidarnos  —le recalqué.

—¿Y Julen? ¿Y si le hubiera dado por hacer alguna gilipollez? —Su voz denotaba cierto nerviosismo.

—Julen es un pringado.

—Pero te hizo daño, me lo dijiste ayer  —lo miré recordando los dedos del imbécil de Julen en mi cara—. Bueno, será que me sale la vena protectora contigo, como Grey.

Lo miré y nos echamos a reír los dos.

—No me la he leído, no me mires así. Me la han explicado por encima.

Paola, seguro.

—Adivino quién.

Me miró alzando una ceja.

—Lo dudo.

—¿Qué me das si acierto?

Se rio con ganas.

—Si aciertas te invito a cenar.

—En un sitio bien pijo.

—Hecho.

—Paola.

Abrió los ojos y soltó una risilla. Me terminé el café y yo misma limpié la taza y la cucharita. Él me observaba.

—Borracha pero con un oído fino.

—Soy periodista, ¿te suena?

Nos reímos de nuevo. Cuánta risita…

—Paola es mi ex, estuvimos un año juntos, en Italia y unos meses antes de venir lo dejamos.

—Tu segundo amor —confirmé recordando que me había dicho que había salido en serio con dos chicas.

—Y breve —dijo más seco.

—Quiere volver contigo, te oí hablar algo de eso —me sonrió y continuó hablando.

—Sí, vino aquí hace un par de meses. Se presentó en casa de mi hermana y hablé con ella dos eternos días pero es insistente y yo no sé ya cómo hacérselo entender.

La cuestión es que no pasó nada grave entre nosotros, ella…es una mentirosa compulsiva y yo…no podía vivir así.

—¿Compulsiva? ¿Lo dices por decir?

—No, lo es. Miente sin sentido, sin ninguna finalidad e incluso sin maldad. Un sin vivir, te lo aseguro. Leí sobre el tema y se ve que lo hacen para llamar la atención, falsean la realidad como vía de escape porque son personas inseguras. Es un trastorno pero Paola no quería oír nada sobre esto. Al final, no pude más.

—Y ella no lo entendió.

—No, no entendió nada. Por eso sigue sin asumir que se terminó. Bueno, la verdad es que cuando empecé a descubrir sus mentiras, para mí ya había comenzado el final.

Bruno y sus historias de amor. Tela marinera.

—Sé que estás pensando, Daniela —sonrió y me indicó que saliéramos hacia la terraza,  y me apoyé en el balcón mientras él cerraba el ordenador—. Estás pensando que mejor no me hubiera liado la manta a la cabeza.

Me reí por su expresión.

—No, solo pensaba que has tenido mala suerte, supongo.

—Así es la vida, nena —me dijo viniendo hacía mí—. Espero que algún día llegue mi princesa en un Ferrari y me lleve de la mano a un partido Madrid-Barça, ¿qué te parece?

—Mucho pides —le dije sonriendo.

Sus manos atraparon mi cintura.

—Es verdad que odias el futbol…

¿Esa princesa podía ser yo?

Bruno acercó su boca a la mía y su lengua se introdujo con una tranquilidad infinita. Ahora sí, pensé, sus besos son los que yo deseaba. Pasó una de sus manos por mi pelo mientras con la otra me rozaba el cuello. Y me perdí en sus labios. Dejándome llevar como si flotara en el aire, sin gravedad. Hasta que tuve que coger aire y volver al mundo real.

—Daniela, mañana domingo cenamos juntos.

—¿Mañana?

—¿Qué más da el día?

Me reí porque era verdad, que más daba.

—Iremos a un restaurante con mucho glamour, estás avisada.

—Era broma Bruno, no hace falta.

—Yo te he avisado… ¿Y esta noche nos vemos, verdad?

—Sí, en la fiesta de tus padres.

Volvió a besarme del mismo modo y sentí ese calor recorriendo mi columna. Que tortura…

—Tendrás que quedarte durante toda la fiesta…

—Trabajando Bruno —remarqué.

—¿Y si el hijo de los cumpleañeros te mete mano?

Puso una de sus manos en mi trasero y me reí, hasta que volvió a atrapar mi boca. Junté mi cuerpo contra el suyo, yo no podía más. Bruno me estaba provocando a conciencia y busqué la cremallera de su pantalón. La bajé y acaricié su sexo por dentro del pantalón. Un gruñido de Bruno se adentró en mi oído.

—Daniela, vas a volverme loco…

—Eso quiero…

Levantó mi falda y clavó su miembro en el mío. Me moví sensualmente, acariciando mi sexo con el suyo y Bruno apartó mis braguitas a un lado.

—Nena… —gimió notando mi humedad en sus dedos.

—Quiero tenerte dentro…

—¿Cuánto?

Se colocó un preservativo que sacó por arte de magia de su bolsillo trasero y me penetró. Abrí más las piernas para él.

—Siempre…

—Repítelo Daniela…

—Siempre —dije en un gemido al sentir sus penetraciones.

—Ufff…Si gimes fuerte, mi vecino te va a oír…

No podía evitarlo, me llenaba tenerlo dentro de mí. Y Bruno, sabiéndolo, me besó, apagando en cierta manera mis gritos mientras me embestía sin pausa, con un ritmo constante y eterno.

—Así…nena…me envuelves…me encanta…tenerte… —volvió a besarme.

—Ufff Bruno…me voy…

—Sí…Daniela…córrete para mí…

Nos miramos a los ojos y sentí que algo se me removía por dentro: como si quisiera comérmelo a besos o algo parecido.

—Bruno…

—Daniela, no te calles, sigue…

—Joder, Bruno…

—Nena…dámelo…

Volví a mirarlo y estaba centrado en darme placer, en mí, solo en mí.

—Daniela…eres adorable…única…y quiero que seas mía.

—Soy tuya… —empecé a sentir las primeras sacudidas del orgasmo.

—Solo mía…

—Sí…sí…solo…

—Uffff…

Dios.

—Bruno…

Y gemí su nombre varias veces más, mordiendo mis labios para no gritar mientras un orgasmo increíble azotaba mi cuerpo entero.

Bruno aceleró y me dio mucho más rápido, y cuando yo terminaba él comenzó a gemir. Lo besé, como hacía él, tragándome su orgasmo y sentí sus labios húmedos, calientes, temblorosos…y entendí por qué Bruno me besaba cuando yo me iba. Era como sentir su placer a través de su boca…fascinante.

Nos abrazamos, uno dentro del otro, con el sol a nuestra espalda y oyendo los coches a lo lejos.

“Es ÉL, lo sabes, te llena, te completa, y es recíproco. Empiezas a sentir que quieres hacer un millón de cosas con él; tomar un café con los dedos entrelazados, pasear tranquilamente mientras habláis de vuestras vidas, ir de compras, salir, bailar, dormir,… Infinidad de hechos que te gustaría compartir con esa persona. Los comienzos siempre son bonitos, están llenos de sorpresas, de incógnitas y de miedos. Pero chicas, no os dejéis llevar por lo negativo y adelante con lo tenga que ser. ¡A quererse!”  @danielatuespacio.

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