@daniela

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Sofía, Martín y yo

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Sofía, Martín y yo

 

 

Sofía y Martín son mis mejores amigos. Son mis confidentes y es algo recíproco. Salgo con ambos, paseo con ambos o voy al cine con ambos, indistintamente. Incluso muchas veces hacemos cosas los tres juntos, y yo soy el punto de unión entre ellos.

Vivimos en el mismo piso, un piso de la abuela de Martín y nos llevamos bien, aunque de vez en cuando me cae alguna bronca porque he hecho demasiado ruido al llegar de fiesta con compañía incluida, lo que implica risas y demás.

Sofía también estudió periodismo y somos amigas desde el instituto. Es una chica divertida aunque más seria que yo. Sale con un chico hace seis años y, obviamente, no nos parecemos en nada en ese sentido. A mí las relaciones no me van. El chico en cuestión es Julen, es policía y no le pega porque para mí es demasiado manso. Es un tío común, vulgar y le falta sangre en las venas. Sofía sabe qué opino de él y me dice que en la cama es una fiera (ejem). Cuando salimos juntas, que es a menudo porque su fiera trabaja a turnos, suelo empujar a Sofía a conocer a otros chicos, pero no hay nada que hacer. Como ella ya me conoce, se lo toma todo a broma y la verdad es que nos los pasamos teta. Además curramos juntas; ella en la sección de viajes, que es una de sus pasiones. Se pasaría la vida viajando. Cuando supe que había una vacante en la plantilla acosé literalmente a Jaime con el currículum de Sofía y me salí con la mía.

Sofía, físicamente, es mí antítesis. Yo soy morena, con una melena ondulada y un cuerpo de curvas pronunciadas. Ella es rubia, con el pelo corto y es muy delgada. Tiene unos preciosos ojos azules y rasgados que se maquilla con maestría. Su boquita de piñón siempre perfilada de un rojo intenso atrae inevitablemente la mirada de cualquiera. Pero Sofía no tiene ninguna necesidad de ir besuqueándose con unos y con otros, y menos acostarse con ellos. Es curioso que siendo tan distintas en ese sentido, seamos tan amigas. Ella dice que somos el ying y el yang y yo me río, pero la verdad es que en muchos otros aspectos coincidimos bastante. Nos gusta leer autores similares, nos va el mismo tipo de películas, y curiosamente en versión original, nos gusta el mismo estilo de ropa y sobre todo nos gusta hablar. Hablar por los codos. Todo lo contrario a Martín.

¿Qué decir de él? Lo conocí una noche de fiesta, hace seis años más o menos, o sea, que teníamos diecinueve y veintidós por aquel entonces. Fue una noche de esas locas en las que acabo en la tarima, moviendo mi cuerpo sin reparo y bailando con sensualidad. Adoro bailar, es una de las cosas que más me gusta en esta vida, aparte de escribir.

Martín pululaba por el local, ya le había echado el ojo, claro. Un chico alto, atlético, con el pelo recogido en una coleta corta y moreno, muy moreno, a la par que guapo. Ojos claros, nariz grande pero acorde con sus facciones y unos labios mullidos que pedían a gritos que alguien los besara.

Estaba con un par de chicas, tonteando y riendo, pero cuando su vista me alcanzó, supe que vendría a por mí.

Bailé para él, así de simple.

“Allí está tu presa y tú tienes hambre, no lo niegues. Empiezas a moverte al ritmo de la música, mientras lo miras fijamente. No apartes tus ojos de los suyos. Debes acorralarlo, debe sentirse único, debe creer que no hay más hombre que él. Las señales son inequívocas; no puede apartar la vista de ti, no hay nadie más entre vosotros dos y en breve vendrá a preguntarte ¿quién eres? Te ríes con coquetería, ¿quién soy? Soy la chica de tus sueños. Te mira alzando sus cejas y con su sonrisa de ligón. Le gustas, le gustas mucho. ¿Vas a preguntarte si es demasiado pronto para meterlo en tu cama? No, ni se te ocurra amiga. A por él.” @danielatuespacio.

Fue uno de mis primeros escritos en la revista y, lo sé, es algo sosillo, pero era el principio y no tenía la misma seguridad que ahora. Pensé en Martín cuando lo escribí porque nos conocimos exactamente así.

Al cabo de un rato vino hacia donde estábamos Sofía y yo. Me tocó el hombro ligeramente y me giré hacia él. Realmente estaba bueno el chico.

—¿Quién eres? —Su pregunta me gustó.

Directo, al grano y…distinto.

—¿Quién soy?

Ambos sonreímos.

—Soy la chica de tus sueños.

Martín alzó las cejas en un gesto divertido y me enseñó por primera vez su sonrisa destroza corazones, así la bauticé más adelante.

—¿Y qué sabes tú de mis sueños? —dio un paso hacia mí, esperando que yo me retirara pero Martín no sabía que yo, antes de dar un paso atrás me tiro por un puente.

—Sueñas con encontrar una chica que no se enamore de ti, que no babee por ti y que sepa cabalgar sobre ti durante horas mientras te mira a los ojos sin miedo.

¿Demasiado directa?

Vi la sorpresa en sus ojos pero Martín es como yo; le va lo diferente.

—Y esa eres tú.

No hubo muchas palabras más. Nos fuimos a su piso, el que ahora compartimos. En el ascensor empezamos a enrollarnos, casi con desespero. Su lengua húmeda se mezclaba con la mía y la excitación recorría mi cuerpo. Adoraba esa sensación. Al entrar, Martín no atinaba con la llave porque íbamos metiéndonos mano. Ya en su habitación, nos desnudamos con prisas y después de algunas caricias y besos, me coloqué encima de él y le sonreí.

—Chica de mis sueños… —susurró con su peculiar sonrisa.

—Sigo sin babear, aunque debo reconocer que tienes un cuerpazo  —le dije mientras le ponía el preservativo.

—Soy bombero —dijo alzando solo una ceja. Y entonces entré su pene en mí de golpe—Joder…

Se acabó la conversación y comenzó una maratón de dos horas de puro sexo, durante las cuales perdí la cuenta de mis orgasmos. Martín sabía follar, era de los pocos que sabía lo que se hacía y realmente fue una de las mejores noches de mi vida.

“Cuando es sexo y le quieres llamar amor. Perdona, pero no te engañes. Es fácil tener química con una persona, sentir deseo, querer compartir su placer pero no es lo mismo que el Amor. Esa palabra que usamos tan alegremente y en muchas ocasiones de forma errónea. Me parece perfecto que busques pareja, que tengas ganas de enamorarte, que quieras compartir tu tiempo con esa persona, que soñéis con un futuro juntos, con esa casita adosada o con un corrillo de niños enganchados a vosotros. Pero debes estar bien atenta y saber discernir una cosa de otra. No es lo mismo y no es lo mismo para nada. Que él te busque, que quiera meterse entre tus piernas o que te llame a las tres de la mañana para tener una sesión sexual vía teléfono, eso no responde al amor. Responde a la naturaleza humana y a las ganas de follar, así de claro. No confundas términos aunque las señales sean muy parecidas. Atentas chicas.” @danielatuespacio.

No me he enamorado nunca y cuando se lo conté a Martín aquella noche, después de aquella sesión de sexo del bueno, comenzó nuestra amistad.

Suelo echar a los chicos de mi cama o irme de las suyas con bastante rapidez. Algunos marchan por sí solos pero otros se cuelgan un poco y buscan lo que no les voy a dar. A mí. A éstos tengo que ponerlos de patitas a la calle con alguna excusa e incluso alguna que otra vez me pongo borde, pero es lo que hay. No voy a aguantar a un tipo en mi cama si no me apetece, y nunca me apetece dormir con alguien. No tengo esa necesidad de abrazos ni de ese apego hacia el género masculino. Me gusta recibir un achuchón, claro que sí, pero de mis amigos, no de mis ligues de una noche.

Excepcionalmente, me quedé con Martín un par de horas más en su cama, charlando, no sé cómo ocurrió pero una cosa llevó a la otra y acabamos hablando de mí. Al día siguiente pensé detenidamente en ello y al cabo de una semana lo llamé para hacer un café. A partir de ahí; inseparables. Encontré a mi amigo del alma, como se suele decir. Poco a poco, fuimos encajando nuestras vidas y acabamos compartiendo piso, y, la verdad, acertamos.

Martín es una persona de pocas palabras, excepto conmigo. Parece que le doy la confianza que necesita para abrirse y a mí me encanta que lo haga. Ahora lleva el pelo corto, con una especie de tupé a un lado y sigue estando igual de bueno, lo que nos lleva a acostarnos juntos alguna que otra vez, pero sin rollos sentimentales. Nos pasa cuando llegamos juntos de juerga y las feromonas están también de fiesta. Al día siguiente una sonrisita cómplice y se acabó.

No me implico en las relaciones porque no me apetece, no porque tenga ningún problema. Cuando explico que no he salido con nadie, me miran con incredulidad. Tampoco es tan raro ¿no? A ver, he tenido folla amigos varios, con los que durante una temporada hemos ido teniendo sexo pero nada serio. La verdad es que no es mi objetivo; enamorarme. Más bien al contrario. Prefiero disfrutar de los hombres a nivel sexual y hacer con mis amigos lo que podría hacer con un “novio”. Tampoco me siento sola, porque tengo muchos conocidos, y siempre hay alguien dispuesto a ir al cine o a salir a tomar unas cañas. Y si estoy sola, me las apaño perfectamente. No tengo problemas para viajar sola o pasear sola o hacer lo que sea conmigo misma. Soy una persona segura, mis padres procuraron que mi autoestima nunca saliera dañada y así es, me quiero mogollón. Martín se parte la caja cuando se lo digo pero en parte me apena que la gente no se quiera a sí misma, tal cual lo hago yo. La mayoría necesitan llegar a la cuarentena o más para sentir ese apego por uno mismo, y yo hace años que llevo esa mochila cargada de sentimientos positivos hacia mí misma.

—¿Pero es posible Daniela que ningún hombre te haya hecho sentir algo más? —Sofía me miraba con sus ojos bien abiertos.

—No exageremos chica, alguna vez me he topado con alguno con el que podría haber surgido algo, no te digo que no.

Martín sonrió con su súper mega sonrisa y yo le correspondí. Aquel día estábamos en el Jamaica Coffe de nuestro barrio.

—Sofía, hay muchos chicos que viven las relaciones como yo y nadie les pregunta.

—Pero me parece increíble que no te dejes llevar, no sé —me replicó ella convencida de que a mí me pasaba algo.

—Martín podría haber sido una relación. Ahí tienes un ejemplo.

Él me miró sabiendo de qué hablaba.

—Pero preferí tener una amigo para toda la vida a una relación que se iba a terminar tarde o temprano. ¿Entonces elegí mal? No, porque ahí seguimos, siendo amigos. Cosa que no pueden decir la mayoría de las parejas que han roto.

—Además te saltas todo el rollito de numeritos, enfados, celos y comeduras de cabeza, Sofía —Martín era de los míos, por supuesto pero porque a los dieciocho se enamoró de una chica más mayor y ella le rompió el corazón.

Yo no tenía ninguna razón de peso para ser así, y a mí me estaba perfecto.

—Si es que sois tal para cual  —murmuró Sofía sin entendernos.

—¿Y cuál es el problema? —Le pregunté divertida, me gustaba llegar al fondo de la cuestión—. Porque yo soy feliz así.

—¿Cada vez con uno diferente? Buf, que pereza.

Martín y yo soltamos una buena carcajada. Pereza decía…, no era esa la palabra que teníamos nosotros en la cabeza. Quizás excitante, o emocionante, o divertido.

—¿Y qué haces cuando ves que ese chico podría gustarte más de lo normal?  —preguntó Sofía curiosa.

—Lo mismo que con los otros, los echo de mi cama.

Ella me miró moviendo la cabeza en un gesto de negación; no tienes remedio Daniela.

—Vale, ¿y si, por ejemplo, ese chico está en el curso ese que haces de cocina? Lo ves un día a la semana, a él también le gustas y ¿entonces qué? Porque a ese no lo puedes echar del taller.

Me había apuntado a ese curso animada por otra amiga, Lorena. Ninguna de las dos sabía cocinar pero nos reímos un rato haciendo lo que pudimos. Odio cocinar pero entiendo que es una necesidad y me propuse hacer algo al respecto. Acabé sabiendo preparar algunos platos pero ni así me entusiasma el tema, no es lo mío.

—Pues paso de él.

—¿Y si te busca?

—Pues no me encuentra.

—Ya, un día a la semana no da para mucho —dijo Sofía para sí misma—. ¿Y si fuera en el curro? ¿El jefe por ejemplo?

Me reí con ganas. Jaime, mi jefe más directo, no era mi tipo.

—Solo digo que te lo imagines.

—Tendría que cambiar de curro  —dijo Martín.

Nos reímos los tres por lo absurdo de esa idea, sobre todo como estaban las cosas hoy día en nuestro país.

—Mira Sofí, estás planteando un imposible, así que déjalo. ¿Te preocupa algo?

Me miró más seria y negó con rapidez, demasiada. Más tarde hablaría con ella y me contaría que con Julen pasaba por una crisis de pareja. Una de tantas.

Y lo que me alegraba yo cuando me veía libre de esas banalidades.

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