@daniela

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¿Otro orgasmo?

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¿Otro orgasmo?

 

 

Era jueves pero los jueves en Madrid son como un viernes o un sábado. Sofía y yo habíamos decidido salir, bueno, más bien yo la había obligado a salir: solo un ratito. Necesitaba desconectar, beber y bailar. Sacar la mala leche que había ido acumulando a lo largo del día al cruzarme varias veces con Bruno.

“Los polos opuestos se atraen, bonita frase que oímos miles de veces. ¿Pero es real? La lista con el tonto, la guapa con el feo y la estilosa con el vulgar. No va así la cosa, los polos se complementan, como nos complementamos en lo que podemos con ellos chicas, porque no es en todo. Ellos nunca entenderán ciertas cosas, como nuestros tacones, nuestro maquillaje o nuestras ganas locas de bailar. ¿Y qué pasa con los polos iguales? Se repelen, pero muy mucho. No puedes soportar verte reflejada en tu igual y además puede ser tan aburrido…que acabaríamos dándonos golpes de cabeza contra la pared. Siempre dándote la razón o diciendo sí a todo, ¿qué puede aportarte eso? ¿Qué vas a aprender? Te parecerá genial que él esté conforme contigo en política, en gustos, en aficiones, en todo, pero a la larga verás que te falta algo y ese algo se llama Pasión. Chicas, a pensar en ello.” @danielatuespacio.

Y pasión no iba a faltar entre Bruno y yo, pero pasión de la que te fastidia.

Jaime le dio la mesa libre de mi derecha, así que lo tenía demasiado cerca para mi gusto. Lo miré por encima del hombro y me hizo gracia ver que llevaba los cascos puestos, yo hacía lo mismo para escribir. Me hubiera gustado ver qué era exactamente lo que escuchaba, pero pasé de ser amable con él y me puse a lo mío. Cogí el iPhone y conecté la radio; la Flash era mi preferida para evadirme del exterior. Me puse con el artículo sobre “Corredor o runner”, un artículo con el cual hubiera metido más chicha de la que tenía permitida. Solo podía exponer lo qué era y el porqué de estas ganas de correr de la gente de pie. ¿La crisis? ¿Un deporte de bajo coste? ¿O una moda más? Yo me decantaba por esto último, pero Jaime ya me había dicho que si quería lo metiera en mi columna, pero que en ese artículo me cortara. En fin, también lo sabía hacer pero mordiéndome la lengua y borrando palabras que me salían solas.

Y ahí era feliz, en mi mesa, escribiendo y sin oír a nadie más…hasta que sentí que alguien me tocaba el hombro.

—¿Qué quieres? Sabes que odio que me molesten.

Carla sacó su sonrisa más falsa, porque tenía unas cuantas en su repertorio.

—Necesito que me pases las fotos que hizo Toni en el museo del Prado —Su tono no era el habitual y supe por qué al instante.

Bruno nos miraba y escuchaba atento. Y él era el culpable de tener al loro de Carla en mi hombro.

—¿Y para eso vienes a tocarme lo que no suena? Hay una cosita, Carlita, que se llama Correo In-ter-no, ¿lo ves que fácil? Correo In-ter-no. ¿Lo pillas?

—Que desagradable eres Daniela.

Si quería mostrarle a Bruno que ella y yo no nos soportábamos, se lo iba a poner en bandeja.

—Carla, creo que necesitas que alguien te meta caña. En serio te lo digo, esa boca tan rígida que tienes, me da a mí que no haces el ejercicio necesario. Ya sabes, chupando po…

—¡Daniela!

—…llitas. Si quieres te paso el número de un amigo que…

Se dio la vuelta y se fue diciendo “niñata”, mientras yo lo vocalizaba.

—Joder, que pesadilla de mujer —murmuré mientras me ponía otra vez los cascos.

Noté que Bruno seguía mirando y vi que sonreía. Sí, claro mucha gracia me hacía a mí tener ahora pululando al pavo de Carla por aquí buscando al nuevo.

Se hizo la hora de comer y Sofía me avisó de ello, pero le dije que fuera tirando, que en nada estaría en El Café. Solíamos comer allí juntos, sí todos, como una gran familia. Muy bonito, siempre y cuando Ana no pidiera su plato de coliflor que nada más verla comer eso me daban arcadas. Y ya no digo nada del olor…

—¡Sofía!

—¿Qué? —ya se iba junto a Toni.

—No me dejes al lado de Ana, por tus muertos te lo ruego.

Toni y ella soltaron una carcajada pero no lo decía en broma, joder. Los jueves solía haber paella y Ana se la comía grano a grano, ¿era eso posible? Me ponía histérica. Sí, tengo algunas manías de abuela; no soporto ver a la gente comer mal, o masticar con los dientes en vez de con las muelas, o hacer ruido al tragar. No puedo con ello y acabo dando vueltas a mi comida sin probar bocado, lo que significa que en una hora estaré de una mala hostia que no me aguanta ni mi padre. Soy primitiva, sí, lo sé. Si no como bien, si no duermo bien y, por qué no decirlo también, si no follo, me pongo de mal humor. Mejor no te cruces conmigo.

—No tardes —me dijo Sofía.

Me quedaban dos cosas que mirar y no iba a tardar nada. Una era mi nota del curso de fotografía que había hecho el trimestre pasado. Hoy me decían si lo había pasado o no.

La otra cosa, era cotillear sobre la novela de Bruno. Soy periodista, no hay ninguna intención más que la de cotillear.

Abrí mi correo personal y no había nada. Bueno, más tarde volvería a probar.

Google: Bruno Abreu.

Fecha de nacimiento: 17 de febrero de 1986 (edad 30), Madrid, España.

Libros: Dos más dos cinco.

Leí con avidez algunos datos más: su padre era profesor de economía  y su madre enfermera. Estudió periodismo en Madrid. Se fue a Londres a los veinticuatro años para trabajar junto a Federico Moccia en un proyecto literario. “Dos más dos cinco” es una novela de intriga y misterio que se ha convertido en un fenómeno literario a nivel nacional en Italia. Se ha vendido un millón de ejemplares en pocos meses…Traducido en varios idiomas…Expansión a nivel…

Vaya, Vaya. Me recosté en la silla y fui directamente a Amazon, donde solía comprar lo que leía en mi Kindle. Estaba entre los más vendidos y lo compré: 12,34 €, ¿Acepta? Le di al botón y entonces oí un carraspeo justo detrás de mí.

—Gracias señorita Sánchez —“Caguentó” lo que se menea.

—Perdona Bruno, pero ¿podrías no estar ahí detrás plantado como un puto espía de la KGB?

—Pasaba y he mirado por curiosidad. Pero gracias, otra vez.

Estaba segura que lo decía para picarme. Me giré hacia él y me levanté. Bruno, debería haber dado un par de pasos hacia atrás, pero no se movió un pelo.

—Es mi trabajo Bruno, no te crezcas.

—¿Leer mi novela?

—No, iluso. Conocer al enemigo, ya sabes.

Bruno soltó una risotada y yo esperé a que se le pasara la tontería.

—¿Así que has comprado mi libro para conocerme?

—Eso es —hablé lo más segura que pude, mintiendo claro, porque no me daba la gana reconocer delante de él que sentía curiosidad por saber qué había escrito.

En el fondo, esperaba encontrar una bazofia pero tantas ventas…Tenía que comprobarlo por mí misma, simplemente.

—Pues si quieres tomamos un café, o una caña o incluso podríamos hacer gimnasia de esa que le has dicho a tu amiga. Y así me conoces mejor para después tener algo decente para tu columna.

Gracioso, gracioso el niño.

—No me gusta perder el tiempo.

—No lo harías.

Lo miré un poco flipada. Conocía a pocas personas tan rápidas de mente, con ese desparpajo y que fueran capaces de dejarme casi en blanco.

—Eso lo dirás tú, pero probablemente mi tiempo vale más que el tuyo.

—Pues que lo disfrutes con MI libro —su tono de subidillo me empezó a poner nerviosa.

—Dudo que me guste.

—Te gustará.

—Sí, claro.

—Es de tu estilo.

—¿Y cuál es mi estilo?

Nos miramos fijamente, como dos leones a punto de saltar el uno sobre el otro. Por unos segundos se me fue la vista hacia su boca. Puta boca. Era demasiado…demasiado perfecta. Volví inmediatamente a sus ojos y vi un amago de sonrisa que no me gustó nada.

—Yo soy tu estilo.

—Ja, ja, ja y yo la chica de tu vida.

¿De qué iba este?

—Podría ser. Nunca se sabe.

—Contigo ni en una reunión de pastores.

—Cuando empieces a leer el libro, te morirás de ganas de hablar conmigo. Quedas avisada.

—Ahora me muero de hambre, así que, si no te importa, apártate un poquito.

Hizo una reverencia y pasé por su lado.

—Bonitas piernas —murmuró como yo solía hacer para picar a Carla y sonreí sin que me viera. Menudo personaje estaba hecho aquel tipo.

Lo peor de todo era que el muy idiota tenía razón. Nada más llegar a casa, empecé a leer su novela y odio decir que me enganchó a la segunda página por cómo escribía y por la fuerza de sus personajes. Estuve un par de horas leyendo, disfrutando de ese thriller, de la trama, de los giros intentando averiguar quién era el asesino. Nada, imposible saberlo, porque te presentaba varias opciones y no tenía claro cuál de ellas era la correcta. Cerré el ibook y me puse a pensar. Este tío me iba a traer complicaciones, lo intuía.

Así que decidí salir, olvidarme del trabajo y convencí a Sofía. No me costó demasiado porque estaba muy aburrida con el máster.

Fuimos hacia el barrio de Las Letras, hacia un garito donde trabajaba una de nuestras amigas; Lorena. Al principio de la noche había poca gente y así aprovechábamos para beber las tres juntas. Más tarde aquello parecía un hervidero de cuerpos y era imposible decirle ni mu.

Lorena salió de la barra y nos dimos un buen achuchón, con besos incluidos. Estuvimos charlando y bebiendo cerveza de importación porque ella nos invitaba siempre a la primera ronda. Después pasamos al Orgasmo; un combinado que mezclaba licor de melocotón y limonada. El garito se llama Los uxenta y ofrece una extensa carta de combinados que se ve que se tomaban en los años ochenta; destornillador, lugumba, mosca, sol y sombra,… y otros tantos. Sofía y yo hemos probado ya varios porque Lorena nos los mete entre pecho y espalda, qué remedio.

Sofía tolera el alcohol como un tío y yo como una “mierdecilla”. Con lo cual intento controlar lo que chupo porque a la que no me doy cuenta ya llevo una buena, y entonces viene cuando me encuentro a alguno en la cama por la mañana, y es algo que no soporto. Procuro no pasar de las tres copas y, más o menos, algunas veces más que menos, voy dominando el tema.

—¿Otro Orgasmo? —Lorena lo decía a modo de pregunta pero la verdad era que ya teníamos las bebidas en la barra.

Un brindis entre las tres y Lorena a currar. Sofía y yo ya estábamos bailoteando por el local, riendo y hablando por los codos, todo a la vez.

—Daniela, hola, ¿cómo estás?

Miré a ver quién era y vi a… ¿quién era? Alto y guapo. Un ligue fijo pero ni idea de su nombre. Me solía pasar.

—Ah, bien.

—Soy Alberto  —se justificó ante mi intento de encontrarle un sentido a su cara bonita—Nos conocimos hace unas semanas.

Vale, sí. Alberto.

Y entonces lo típico; hablamos un poco, nos acercamos un poco más y acabamos dándonos algunos morreos en una de aquellas paredes, entre muchos cuerpos bailando. Miré por el rabillo y vi a Sofía charlando con un par de chicas que conocíamos. Me separé de Alberto y aunque no me hubiera importado repetir con él, porque el muchacho estuvo bien en la cama, le dije que debía irme. Alberto insistió y me dio su número de teléfono. Le dije que le llamaría (en sueños quizás).

Del local de Lorena pasamos a otro donde nos tomamos un chupito de whisky, ¡qué cosa más mala!, pero a Sofía le pirraban y yo la acompañaba. El mundo empezaba a nublarse y era hora de dejar de beber. Bailamos y bailamos, dejándonos llevar por la música y disfrutamos como camellos.  Llegamos al piso riendo, yo apoyándome en ella y haciendo algo de ruido.

—Deja de reírte así o Martín nos echará  —me avisaba Sofía soltando también sonoras carcajadas.

—Vale, vale —intentaba cerrar la boca pero explosionaba en una nueva risotada.

Al entrar oímos la ducha e imaginamos que Martín acababa de llegar de su turno. Eran ya las dos de la mañana.

—Hasta tomorrow petarda  —le dije yendo hacia mi cuarto.

—¡Un beso para tu culo!

Nos reímos de nuevo porque llevábamos una señora borrachera. Al final habían caído dos chupitos más y Sofía le había sumado un gin-tonic, “en copa de bola por favor porque a mí me gustan las pelotas bien grandes”. Aún me reía con Sofía, que tía.

Vi la puerta de Martín medio abierta y di un golpecito. Apareció con la toalla en su cintura y el pelo mojado. Joder ¿no? Martín era como el buen vino, a más años más bueno estaba. Y yo ojos tenía, claro, por muy compañero de piso y amigo del alma que fuera. Me sonrió sabiendo que no iba fina.

—¿Qué tal la noche?  —entró invitándome a pasar y me tumbé en su cama mirando el techo.

Martín tenía allí dibujado el mapa del mundo y era divertido observarlo, sobre todo si habías bebido. A veces jugábamos a situar países y nos peleábamos y todo.

—Hemos bailado tooooooda la noche. Estoy muerta. Ya no soy lo que era, Martín.

Se rio por mis tonterías mientras se desprendía de la toalla y cogía uno de sus calzoncillos.

—¿Todo eso es tuyo? —le pregunté mirando su ya conocido miembro. Estaba bien dotado.

Se puso un pantalón de pijama fino con su sonrisa de rompecorazones y observé bien su cuerpo. Musculado. Terso. Suave. Sin imperfecciones. Cuerpo de bombero, vamos.

—¿Estás muy cansado? —le pregunté sintiendo el calorcito entre mis piernas.

—¿Cansado para? —me conocía de sobras pero le gustaba remolonear.

—¿Un teto?

Nos reímos los dos.

—¿Y quién se agacha?  —preguntó quitándome los zapatos.

—¡Me presento voluntaria mi general!

—Daniela, eres un caso perdido.

Se tumbó encima de mí y acercó su boca a mis labios. Su lengua se introdujo y sentí su calidez. Besaba despacio, con maestría, saboreando mi saliva junto con el regusto de alcohol.

—Daniela…

Su nombre en mis labios siempre me encendía y subí las caderas para sentir su erección. Él introdujo su mano por debajo de mi camiseta y cogió uno de mis pechos liberándolo del sujetador. Apretó lo justo para que soltara mis primeros gemidos. Cerré los ojos y la cabeza me dio alguna que otra vuelta, pero por culpa de la bebida, así que los abrí de nuevo.

—Fóllame Martín…

Siempre le encantaba que le hablara y le dijera guarradas.

—En cuatro, dame duro…

Martín aceleraba su respiración y apretaba sus dedos en mis carnes. Me giró sin esfuerzo y levantó mis caderas. Subió mi falda hasta la cintura y bajó las medias. Apartó el tanga sin bajarlo y pasó su pene por mis labios mojados.

Gemimos los dos a la vez.

Se puso el preservativo con su habitual rapidez y entró de una estocada.

—Sí…

No podía casi ni hablar. Me llenaba al completo y sentía cómo palpitaba mi sexo por él.

—Daniela, voy a follarte hasta que llores…

—Joder Martín…

—Dime de quién eres…

—Tuya…

Era un juego típico de palabras entre nosotros dos porque nos iba el rollo de hablar en la cama. Eso de estar mudos mientras manchábamos no nos gustaba. Si usabas el sentido del tacto, de la vista, del olfato y del gusto, ¿por qué no el del oído? No había nada mejor que un tío que sabía decir cerdadas en mi oreja mientras me iba dando. Y ese era Martín.

—Qué más eres…

—Una puta…

—La puta de quién…

—Tu puta Martín…

Con cada frase iba entrando y saliendo y se nos iba más la olla al decirnos cosas.

—Siempre serás mi puta nena, siempre…

—Sí…

Me cogió del pelo, tirando de él y solté un leve grito. Martín empezó a darme fuerte y rápido. Comencé a sentir esa maravillosa sensación; el hormigueo. Comenzaba en mi sexo para expandirse por todo mi cuerpo hasta niveles de placer tan brutales que a veces me parecía que no iba a poder soportarlo.

Grité al sentir mi orgasmo recorrer mi piel y Martín siguió con el mismo ritmo hasta que notó que yo había terminado, y entonces aceleró y me usó como una muñeca. Me encantaba sentirlo así porque cuando yo estaba tan en el limbo del placer, apenas me percataba de lo que sentía mi compañero. Martín me lo solía mostrar porque era de los que tardan en correrse y sabía que me agradaba sentir su corrida.

Soltó varios gruñidos de placer al correrse con mi nombre en su boca y sonreí.

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