@daniela

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La noche es joven

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La noche es joven

 

 

Cogida a sus musculosos brazos, sintiendo sus profundas embestidas y relamiéndome de placer. Damián sabía lo que se hacía y era un experto en caricias, estaba claro. Cogí aire con una inspiración profunda antes de llegar al orgasmo y sentir aquella explosión por todo mi cuerpo. Temblé de pies a cabeza y degusté el placer como una niña un helado. Me encantaba.

Pero, o estaba obsesionada con Bruno o, aún ahora, no entiendo qué extrañas conexiones hizo mi cerebro, porque justo al terminar, con los ojos cerrados, lo vi en mi cabeza: altivo, guapo y sonriendo.

Y aquello me cortó el rollo, de forma radical.

—Tengo que irme —dije mientras Damián salía de mí.

—¿Ya?  —me miró sorprendido, sabía que no dormiría en su cama pero todavía ni se había desprendido del preservativo.

—Sí Damián, mañana tengo que entregar unos cuestionarios del máster y voy muy retrasada.

Y no era mentira aunque sabía que durante el fin de semana me pondría a ello. Pero no me apetecía repetir y ver a Bruno como un fantasma, ni alargar la estancia en su cama.

Fui al baño a limpiarme y me vestí ultra veloz. Damián seguía en su cama, fumando un cigarro. Había abierto las ventanas porque ese mes de mayo estaba siendo caluroso, la verdad.

—Pareces un marajá —le sonreí mientras me calzaba.

—Satisfecho —añadió con su bonita sonrisa.

—Me alegro.

—¿Te llamo?  —preguntó directo.

—Sin prisas  —le guiñé un ojo y me fui de allí.

Me gustaba Damián; era un chico directo y sincero. Tenía un par de años más que yo, era delineante y autónomo. Y lo más importante: buscaba lo mismo que yo, un buen rato de placer.

Cuando llegué al piso estaba Martín viendo la televisión y me senté con él.

—¿Y Sofía?

—Con Julen por ahí.

—¿De boxeo? —le pregunté por la película.

—Sí —me miró sonriendo.

Apoyé mi cabeza en su hombro.

—Hueles a sexo nena.

—Que olfato tienes.

—¿Todo bien? —preguntó oyendo mi tono desganado.

Nos miramos y le sonreí. Martín se acercó a mis labios y me dejé besar. Necesitaba mimos y cariño, y él me los dio con un dulce beso. Me miró esperando mi reacción y volvió a besarme pero introduciendo su lengua en mi boca. Despacio. Lento. Como si quisiera memorizar cada rincón de mi boca. Y le correspondí, era Martín y en ese momento quise sentir su lengua y la calidez de su contacto con la mía.

Sin darnos cuenta nos tumbamos en el sofá, entre besos y caricias, y seguimos en ese estado de trance durante varios minutos. No fuimos a más, ninguno de los dos buscó bajo la ropa del otro. No era algo solo sexual. Martín y yo nos queríamos, eso lo teníamos claro, aunque no en el plano amoroso.

Nos separamos para respirar y coger aire. Nos volvimos a sonreír y yo le abracé escondiendo mi cabeza en su pecho. Martín pasó su mano por mi pelo y me sentí en la gloria.

—¿Mejor? —me preguntó.

—¿Besas así para animar a la gente?  —le pregunté yo medio riendo.

—Sí, claro, soy un alma caritativa —Martín también rio.

—¿Entonces?  —pregunté esperando que aquello significara lo mismo para los dos.

—¿Hay que ponerle un nombre a todo lo que hacemos, nena?

—Eres tú el que cuenta los polvos.

—Es que no quiero que te enamores de mí.

Nos miramos cara a cara y soltamos los dos una fuerte carcajada.

Aquel fin de semana, tampoco salí de fiesta, y aquello era raro en mí porque ya iban dos fines de semana encerrada en plan monja. Me dediqué a ponerme al día con el máster y en cuarenta y ocho horas hice toda la faena que Sofía llevaba haciendo días atrás. Ella era mucho más organizada, no mentiré. En la universidad yo lo dejaba todo para el último día y ella nunca. Después me pegaba unos empachos de trabajos y estudio que tela marinera, pero mientras era feliz.

Ahora, con el trabajo eso no me pasaba. Desde el día uno, me obligué a llevar las cosas al día, era cuestión de empeño. Y estaba orgullosa de mí en ese sentido, porque siempre era de las primeras en tener el trabajo hecho y bien hecho.

Entre pregunta y pregunta del máster iba pensando en Sofía y su lio mental, en Martín y yo, y en la aparición fantasmagórica y oportuna de Bruno en mi mente.

Sofía se pasó el sábado entero intentando buscar la manera de decirle a Julen que quería dejarlo, de momento. No estaba segura de lo que deseaba realmente, pero sabía que así no podía continuar. Creo que pasó el día reuniendo el valor necesario para hablar con Julen porque no era algo agradable. Solo de pensarlo se me ponían los pelos de punta. En parte, de ahí venían también mis pocas ganas de compromisos en cuanto a relaciones. Implicarte de esa manera con alguien y llegar a ese tipo de situaciones me daba grima, la verdad. Prefería disfrutar de la parte positiva de salir con alguien: una buena cena, una buena conversación y un buen revolcón.

Y llegó el domingo y como bien temía, Sofía no le dijo nada del tema a Julen. Al poli le había surgido un curso de formación de última hora, en Segovia, nada menos, y mi amiga había preferido esperar a que regresara el sábado.

En cuanto a Martín, ¿qué decir? Estuve analizando minuciosamente, casi diseccionando los besos del viernes por la noche en el sofá. En un primer momento lo había tenido claro: cariño y mimos. Pero a medida que pasaban las horas y yo me iba distanciando de la escena, ya no lo tenía tan claro. A ver, ignorar que tenemos sentimientos el uno hacia el otro sería ignorar algo evidente, pero recordaba su lengua junto a la mía y ahí me perdía. Había algo que no me cuadraba, algo que no pillaba. En los años que llevábamos juntos no nos habíamos besado de ese modo ni con esa intensidad. Siempre había unas copas de más y un “vamos a la cama”. ¿Debía darle importancia a aquellos besos o dejarlo estar? Me había gustado estar así con él, pero yo no estaba enamorada de mi mejor amigo ni él de mí. ¿Entonces?

Y entonces pensé en Bruno.

Y me di cuenta de algo muy jodido para mi salud mental, cuando intenté entender por qué, estando con Damián, había acabado pensando en él.

Bruno era de aquellos hombres que me podían gustar de verdad, que me podían llevar a querer algo más y que podían poner de vuelta y media mi mundo.

“Sé sincera con tus sentimientos, no te mientas. ¿De qué te va a servir? Si quieres, no lo hables con nadie pero no te mientas porque tú eres tu mejor amiga, con la que estás las veinticuatro horas del día, con la que no hay secreto que valga y con la que estás más a gusto. Entonces, es mejor andar con la verdad por delante y reconocer que ya no le quieres o que sí, que te gusta mucho, poco o nada, actuar con sensatez, ser fiel a tus pensamientos, en definitiva, ser coherente. A partir de ahí, puedes hacer o deshacer, siempre reconociendo tus sensaciones. No lo tapes con mentiras, no te niegues a ti misma, no busques excusas. Esto es lo que hay ¿no? Pues “palante”, como los de Alicante. ¿Qué vamos a ganar diciéndonos esto no es posible? Chicas, si con nosotras mismas no somos auténticas, ¿con quién lo seremos?” @danielatuespacio.

En fin, Serafín, a aplicarse el cuento. No iba a negarme ante la evidencia pero tampoco iba a llorar por eso. No era el primer hombre que me atraía un pelín más de la cuenta, ahí teníamos a Martín como claro ejemplo y….hasta ahora todo había salido rodado. Aquello era como una carrera de obstáculos, simplemente debía ir saltando las vallas, aunque quizás con Bruno la carrera iba a ser más complicada y con fosos de agua más anchos de lo habitual. Nada con lo que yo no pudiera lidiar. Además tenía el viento de cara porque nos llevábamos como el culo.

Curiosamente, a Martín apenas le había hablado de Bruno. Supongo que no había salido el tema, y que los dos estábamos muy encima de Sofía y de su delicada situación.

No le dije nada a mí amiga de mi fantástica conclusión sobre Bruno, porque creo que ella lo sabía ya antes que yo y no quería reforzar su teoría, y que me fuera tirando pullitas. Bastante tendría ya con pasar de él, no mirar ese cuerpazo y no pensar en lo jodidamente brillante que me parecía el tío.

Sí, esto es como reconocer que eres alcohólico, una vez lo haces ya puedes comenzar con la cura. Lo malo es negarlo y no ver el problema. Pues ea, ya estaba reconocido. Y debo añadir, que me quitaba cierto peso de encima porque no me gusta sentirme confusa, y con Bruno me había sentido algo descolocada. Ahora ya sabía el por qué.

Y durante aquella semana fui con mi hacha de guerra y no le pasé ni una. Ni una mirada de más en las reuniones con el jefe, ni un coqueteo, ni una sonrisa, ni darle la oportunidad de que me pillara a solas en la barra del bar. No puedo decir qué pasaba por la cabeza de Bruno al ignorarlo de aquella forma porque apenas tuve contacto con él. Cuando estaba sentado a mi lado currando y me decía algo le respondía lo mínimo y sin mucho contacto visual.

Aquel viernes me tocaba a mí coger los cafés y me dirigí a un par de chicas que estaban en la barra y que conocía, por si acaso Bruno venía a buscarme las cosquillas. Esperaba que se le hubieran quitado las ganas desde que lo había convertido en el hombre invisible de la revista. Costaba lo suyo; costaba lo mismo que cuando no te dejan hacer algo, o probar algo o fumar, por ejemplo. ¿Qué pasa? Que te apetece más, solo por llevar la contraria, en plan adolescente.

—Daniela, esta noche salen todos —Sofía me hablaba por lo bajini cuando llegué con las tacitas.

—¿De qué me hablas? —le pregunté viendo su nerviosismo.

—Carla los ha animado, supongo que quiere llevarse al huerto a Bruno.

Igual me hacía un favor la Carlita.

—Y van todos…

—Todos es Santi ¿no?  —entendí qué me estaba queriendo decir.

Ven Daniela, que no quiero ir sola pero me muero por ir.

—Pues vamos y así, a ver si la noche no te confunde y te aclaras, chatina.

—Joder, pensaba que me dirías que no…

—¿Por qué?

Yo solía ser la primera en apuntarme a la fiesta.

—Como estás en plan escurridizo con el nuevo.

La miré con los ojos bien abiertos. ¿Es que se había dado cuenta el mundo entero?

—No me mires así Daniela, se te nota un huevo y parte del otro.

Me reí por su expresión.

—Querrás decir me lo notas solo tú.

—Sí, bueno, y supongo que la víctima de tu rechazo también nota algo. No hace falta que me des explicaciones, las intuyo.

—Paparazzi, ¿trabajas en Salsa Rosa?

Nos reímos las dos y Santi la miró con unos ojos….por el amor de Dios, que baje Cupido y les diga algo a este par. Pero no quise agobiar a Sofía con el tema. Así como otras veces salíamos y la instigaba al ligoteo, en esa decisión no me metí en ningún momento. Ni le dije deja o no dejes, ve con Santi o no vayas. Era algo tan suyo que sólo quería estar a su lado, escuchar lo que hiciera falta y darle mi apoyo en todo lo que necesitara. Pero no la iba a empujar hacia Santi, por muchas miraditas que viera entre ellos dos.

 

Habíamos quedado entorno a las once en La carnicería, uno de los locales de Las letras. Solíamos empezar allí las juergas porque conocíamos al dueño y porque el lugar era amplio, con mesas y sillas para sentarte a charlar oyendo música actual en un tono más bien flojo. Solíamos ser de las primeras en llegar, porque tenemos la manía de llegar puntual a los sitios, cosa que la gente no suele hacer, como si tu tiempo tuviera menos valor. Pero me llamó mi madre y estuvimos más de media hora hablando de…cosas; de mi hermana, de Lucia, de mi trabajo, del suyo, de papá… y es que mi madre es como yo, o yo como ella, vamos. Nos gusta hablar y vamos ligando un tema con otro, de manera que, hasta que no nos corta mi padre con un: “Daniela deja ya a tu madre que nos vamos de cena”, aquello sigue su curso natural de darle a la sin hueso.

Así pues, por culpa mía, y del taxi que tardó en parar, llegamos las últimas al pub. Estaban todos sentados en la mesa de la esquina, al lado de un gran ventanal dónde había dibujado un carnicero con el delantal lleno de sangre y con una cabeza de cerdo en la mano. Yendo hacia ellos analicé la situación: Carla al lado de Bruno, por supuesto y Toni acorralado por Diana, Santi junto a Ruth pero dejando un pequeño espacio que hizo más amplio para sentarnos nosotras. Bruno me quedó justo enfrente, ideal para poder ignorarlo, vamos.

Sofía estaba encandilada con el Pitt y yo fui charlando con unos y otros, procurando pasar de mi contrincante hasta que Toni sacó el tema de su libro y ahí puse la antena.

—Oye Bruno, ayer terminé tu libro. Me has dejado clavado tío.

—¡No cuentes el final!  —exclamó Diana coqueta.

—Nada de spoilers, entendido  —dijo Toni—. Pero tenemos que hablar en privado.

Ambos se rieron y vi a Bruno tan relajado, que me pareció otra persona. Conmigo siempre estaba a la que saltaba.

—¿Así te ha gustado? —preguntó él interesado.

¿Es que necesitaba saberlo? Su libro era bueno.

—Ya te digo, me has tenido en ascuas desde la primera página, ya te lo comenté.

—¿Escribes algo ahora? —preguntó Carla melosa.

—Sí, estoy de lleno en otra historia turbulenta.

—Pues espabila que la quiero leer ya —dijo un Toni entusiasmado.

Me mordí la lengua porque yo le hubiera acribillado a preguntas. Me miró unos segundos; sabía que estaba escuchando aunque no dijera nada.

—¿Te ha gustado a ti? —no me miró con su habitual descaro, sino con una cauta curiosidad.

—Sí, reúne los ingredientes necesarios. Buena trama, diálogos amenos y unos personajes bien perfilados.  —le dije en plan empollona.

—¿Y la estructura?

—Digna de un buen thriller.

Parecía que no había nadie más en la mesa porque nadie decía nada. Solo nosotros dos.

—¿Y el desenlace? ¿Intuías quién era el asesino?

—Para nada. Esa es tu gran virtud ¿no? Creía saber quién era el asesino durante las primeras cien páginas, pero después empecé a sospechar de otro y después de otro y así hasta el final.

Me miró esperando que dijera más.

—Sí, me sorprendiste.

Y sonrió satisfecho.

—Bien, esa es la intención.

—Y no digáis más que Diana está en ello —nos interrumpió Toni.

Se pusieron a hablar todos a la vez sobre por dónde iban o cuánto les quedaba para terminarlo. Podía estar contento el amigo porque la mayoría habíamos comprado su libro.

De ahí pasamos al local de Lorena y ella salió de la barra para darnos un fuerte abrazo. Los demás le saludaron y Sofía le presentó a Bruno.

—Jodidas, me habíais dicho que era guapo pero no tanto —él se rio con ella y yo me quise esconder bajo tierra.

Solo faltaba que ella le subiera más el ego al muchacho.

Nos quedamos en la esquina de la barra y pedimos la bebida. Con la segunda copa nos entraron ganas de bailar. Toni y Santi siempre se apuntaban al lío pero Bruno se quedó pegado a la barra, charlando con algunas de las chicas. Sonó Faded de Alan Walker y Sofía y yo nos miramos sonriendo; nos encantaba esa canción. Santi aprovechó la coyuntura; era una melodía más bien lenta y abrazó a mi amiga por la espalda. Yo le guiñé un ojo a ella y justo en ese momento sentí unos brazos que rodeaban mi cintura. Miré sus manos y me apoyé en su pecho, sabiendo quién era el dueño de aquel abrazo robado.

Me giré para mirar a Martín y nos sonreímos. Me dio un repentino beso en los labios, como si fuera nuestro saludo habitual, y me volvió a abrazar para bailar. Sonreí al sentir mi mejilla en su pecho; este Martín era una caja de sorpresas pero me sentía bien con él, como siempre.

—¿Qué haces aquí?

—He venido a por ti.

Nos reímos los dos.

—Manu me ha llamado a última hora y hemos salido a tomar algo, ya sabes. Ahí lo tengo, colgado hablando con Lorena, que mira que le digo que no tiene nada que hacer con ella pero él tío insiste cada vez que venimos.

Nos volvimos a reír. A Lorena no le gustaba y punto.

—¿Y vosotros qué tal?

—Pues ya ves a Sofía, creo que está por lo menos en la estratosfera.

La miramos unos segundos, charlando con Santi, riendo, feliz.

—Los demás por aquí bailando y en la barra.

—¿Ese es el nuevo?

—Sí, ese es el juguete nuevo de la revista.

—El tío tiene planta.

—Pues si te gusta, ya sabes  —le dije.

Bruno nos miró y nos quedamos los tres mirándonos.

—¿Tenéis algún problema?

—No.

—Que poco te explicas...

Martín me miró a los ojos y no dijo nada más sobre el tema.

—¿Un chupito con Manu?

—Venga, sí.

Me cogió de la cintura y fuimos hacia la barra. Lorena me miró diciendo: “ya era hora” y me reí. Nos invitó a una ronda de chupitos pero antes avisamos a Sofía y Santi para que nos acompañaran.

—Por tanta chica guapa  —dijo Manu.

—Y por tanto tío bueno  —le repliqué yo.

Me lo bebí de golpe y arrugué la nariz. Otra vez whisky, brrr. Me topé con los ojos negros de Bruno y el alcohol en mi cabeza no me dejó ver el cartel de “ignóralo Dani”, así que simplemente le seguí el rollo. Y mientras charlaba con ellos empecé a coquetear con Bruno, un juego de miradas que empezaba a entrarme por el cuerpo hasta llegar a mis partes íntimas. Sí, me sentía caliente, con ganas de cogerlo y catarlo. Probar su boca y saber cómo besaba. Sentir sus manos subiendo mi falda y su aliento en mi cuello. Ufff, frena chiquilla.

—¿Otra ronda chicos? —preguntó Lorena mientras preparaba los vasitos.

—No, a mí no me pongas más.

Me abuchearon pero es que yo sabía cuál era mi límite y pasaba de hacer cosas de las que me arrepentiría después.

Ellos se tomaron otro de aquellos y, mientras, Bruno seguía con sus miraditas charlando con Carla.

Martín cogió mi mentón y me giró hacia él. Vi sus labios apretados en una media sonrisa y sin esperarlo se acercó a mi boca y sentí el gusto del whisky. El muy cerdo me estaba pasando el líquido a mi boca y me retiré riendo. Se lo tragó y volvió a por mi boca y forcejeamos en broma hasta que me cogió de las manos y me las puso en su cuello, abrazándolo.

—Nena, sólo era un poquito de elixir del amor —dijo riendo.

—Elixir de la hostia que te va a caer —dije también entre risas.

—Dame un beso —ronroneó pegando su sexo al mío y me calentó oírlo de aquel modo. Mucho.

Y por inercia, porque era Martín, porque estaba en sus labios como en casa, lo besé. Su mano pasó por mi cuello y ambos nos acoplamos a la boca del otro en busca de nuestras lenguas. Cuando nos separamos, nos sonreímos y seguimos como si nada hubiera pasado aunque Sofía me cogió de la mano y me llevó al baño.

—¿Me he perdido algo Daniela? —inquirió Sofía mientras se colocaba en cuclillas para no tocar la taza del váter.

—¿De qué?

—De nuestro compañero de piso, de qué va a ser. Joder Daniela, ¿qué hacéis?

—Pues nada, que yo sepa.

—Nada no, te ha besado al llegar y ahora os estabais enrollando. ¿Eso es nada?

—Ay Sofía, no exageres ¿no?

—No lo hago, solo pregunto por qué parecéis una puta pareja. Y por mí perfecto, pero recuerda que vivimos los tres juntos, que es tu mejor amigo y que tú no quieres historias con nadie.

La miré seria y entendí su preocupación.

—Tranquila Sofía, Martín y yo tenemos claro qué somos, y un beso de más no implica que nos vayamos a casar.

—Piensa en lo que haces ¿sí?

—Sí, mami.

Sofía resopló y salió del baño. Me quedé unos segundos pensando en todo aquello. Sí, quizás nos estábamos achuchando demasiado y podía confundirnos a alguno de los dos o al resto del personal. Yo quería a Martín, mucho, pero no me veía siendo su pareja. ¿Por qué? Porque Martín era lo conocido, lo habitual, lo esperado, era como sentirse entre algodones, a gustito y con esa tranquilidad de saber lo que va a venir.

Todo lo contrario a Bruno.

Al salir del baño, Toni me llamó y estuve charlando con él sobre una exposición de fotografía; iría el domingo por la tarde y me propuso ir juntos. Le dije que sí, faltaría más. Toni me caía muy bien y casi lo consideraba como mi profe en el tema de las fotos. Era un tío listo e interesante y podía aprender de él.

Al otro lado vi a Martín con Manu y me guiñó un ojo. ¿Lo ves Sofía? Todo sigue igual.

Lorena convenció a todos mis compañeros de redacción para que tomaran un Orgasmo y entre risas lo fueron probando. Yo seguí con mi vodka, que aún lo tenía a medias.

—Tú, de estos, habrás tomado unos cuantos…

La voz de Bruno me rozó el cuello y me giré para encontrarme con su intensa mirada.

—Más de uno —le dije sintiendo de repente un calor exagerado.

Orgasmo. Bruno.

—No está mal —dijo medio sonriendo—. Y tu amiga es muy convincente.

—Lo sé, es algo cabezona.

Bruno pasó los dientes por su labio inferior y no pude evitar contemplarlo con deseo.

—¡Bruno!  —Carla se acercó y yo me fui de su lado.

—Daniela… —volví a sentir su aliento tan cerca que me encogí.

Pies para que os quiero. Escapé de su influjo y con mi copa en la mano y Bruno en mi cabeza abotargada, bailé. Bailé intentando obviar lo mucho que me gustaba mi compañero el escritor.

Al cabo de nada, Martín y Manu vinieron a despedirse. Y, simplemente, nos dimos un abrazo. Miré a Sofía y le dije ¿lo ves?, con un gesto, y ella me sacó la lengua. Nos reímos hasta que Bruno se situó a mí lado y me ofreció un cigarro.

—No fumo —le dije seca.

—Yo tampoco —me dijo con un cigarro en la boca.

Se lo cogí y me lo puse en los labios. A esas alturas de la noche ya no quedaba ni rastro de mi pintalabios Chanel rouge.

—¿Quieres fuego nena?

Su voz grave y susurrante en mi oído me provocó un escalofrío y a la vez una subida de diez grados de mi temperatura. Ay Dani.

—¿Y si me quemo? —le pregunté coqueta y sonriendo.

—Yo puedo solucionarlo —acercó su cuerpo al mío y tragué saliva.

Creo que era la primera vez que me encontraba en esa situación: la de desear a un chico y decirme a mí misma que no. Me sentía extraña y sin saber hacia dónde tirar. Estaba claro qué quería mi cuerpo, pero mi cabeza me gritaba que me alejara de él. El problema está, en que yo soy más de piel que de razonar, así que la partida estaba perdida de antemano, siempre y cuando no hubiera alguien que me salvara de la situación.

¿Una Carla, por ejemplo?

—¡Chicos! ¿Nos vamos a Foxford? —Carla iba cortando nuestros acercamientos. Y me reí porque al final tendría que darle las gracias y todo.

Foxford era una discoteca que estaba a un par de calles de allí, donde la música sonaba a todo trapo, las luces te iluminaban a flashes y donde la gente ya empezaba a ir cocida: parejas besándose en cualquier esquina, alguna que otra pelea de machitos y grupos de jóvenes saltando y cantando la canción del momento.

Nos despedimos de Lorena y salimos. Hacía una noche buenísima y nos dirigimos rumbo a la disco. Sofía y Santi cerraban el grupo y cada vez iban más rezagados. Cuando quedaban unos metros y me giré, no vi a Sofía y compañía. Mírala que mona ella, pensé. Bueno, no la necesitaba para seguir de fiesta pero a veces, ella era mi parte juiciosa, aquella parte que a mí me escaseaba.

Y lo descrito: luces, música y muchísima gente. No sé cómo, Bruno se situó detrás de mí y fui notando su cuerpo a mis espaldas. ¿Se acercaba demasiado o me lo parecía a mí? Sonreí porque me hacía gracia que un tipo que no me soportaba, ni yo a él, fuera arrimando la cebolleta. ¿Y si me lo tiraba? Tampoco sería para tanto, ¿no? El lenguaje sexual era otro y no era necesario decir mucho. Después lo despacharía y ya está. Pero no, yo sabía que aquello podía ser la gran cagada del año. Trabajábamos juntos, codito a codito, y yo no sabía si él estaría de acuerdo con un “si te he visto no me acuerdo”. ¿Y si quería más? No digo que se colgara de mí, digo que ¿y si quería más sexo? ¿Y si yo también? ¿Y si de allí pasaba a otra cosa mariposa? No, no, ni hablar del peluquín Dani.

Joder, me había despistado al seguir a Toni con tanta pregunta en mi cabeza y me giré. Bruno y…nadie más. Qué bien.

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