@daniela

@daniela


Volvemos a las andadas

Página 14 de 45

Volvemos a las andadas

 

 

“¿Podemos ser amigos íntimos de una chica? No ¿Por qué? Por un millón de razones. La primera y fundamental es que ellas son el sexo opuesto, y la misma palabra lo dice, no hay que ser muy listo: opuesto. Nos gusta salir con ellas, tener sexo y charlar de todo y nada, pero de ahí a ser amigos íntimos…Va a ser que no. Sus problemas de “chicas”, sí, sí, aquellos problemas de los que no tenemos ni idea, porque gracias al cielo nosotros no los padecemos, como por ejemplo; qué base de maquillaje nos queda mejor o qué copa usas si la B o la C, o vamos a profundizar más: ¿si no me llama es porque no le intereso y si me llama es por qué no me toma en serio? No entendemos esos líos mentales chicas. Si te llama lo coges y sino a joderse. Hay una palabra que nos define y yo me enorgullezco de ella: simplicidad. El mundo ya es complicado de por sí, ¿por qué ellas lo enredan más? ¿Se aburren quizás? Y encima tienen el descaro de decir que podemos ser  sus mejores amigos, dejad que me ría. A ver, muchacha, ese que dice ser Tu Mejor Amigo lo que quiere es calzarte, y no unos Louboutin precisamente. ¿Cómo lo veis marineros?” @brunotuespacio.

—Me cago en la puta de oros… —murmuré para mí.

—Daniela, es bueno, aunque no te guste porque te lleva la contraria.

¿Bruno se reía de mí y de Martín o yo era una paranoica?

—Saldrá este mes en su columna, después de la presentación, solo quería que lo supieras y no te diera un colapso de los tuyos.

Me giré para mirar a Bruno a través del cristal de la oficina de Jaime.

Menudo gilipollas.

—Gracias, supongo.

Salí hecha una furia y pensando que el mamón de Bruno se podía meter los besos por el culo.

Fui hacia la máquina de bebidas y saqué una Coca-Cola. Necesitaba unos segundos de calma para asimilar sus palabras que, estaba segura, iban contra mí. No estaba rebatiendo mis palabras de la revista, se estaba metiendo en mi vida.

—Daniela… —Bruno venía con su sonrisa.

—¿Qué coño quieres? —le dije con rabia.

Me miró sorprendido.

—Un mal lunes, ya veo. Nos pasa a la mayoría pero los demás nos mordemos la lengua e intentamos ser más educados, ¿sabes?

—Acabo de leer tu columna.

Me miró entendiendo mi reacción.

—Ya.

—¿A qué cojones viene toda esa mierda?

—Que yo recuerde, tu último escrito, el del mes pasado, iba de eso. He empezado a hacer lo que te dije, sin más.

Sí, aquello era cierto, pero seguía pensando que me hablaba a mí directamente y sobre mi relación con Martín.

—Ya, y ahora me dirás que no has pensado en mí mientras escribías toda esa basura.

—¿Daniela y basura? No me cuadra. Si pensara en ti escribiría sobre flores silvestres en un atardecer de verano…

—Deja de tomarme el pelo Bruno, no me hace ni puta gracia —le gruñí por su actitud cínica.

—A ver, niña, me dijiste que Martín es tu mejor amigo, me parece perfecto. Y que vives con él y os besáis y folláis y yo que sé qué más harás con él. Ah sí, y vais al cine y os tiráis las palomitas por encima —¿nos había visto? Claro—. Si tú quieres pensar que simplemente es un amigo, adelante, pero está claro que no es así. Pregúntale al mundo entero.

—Tú no tienes ni idea de lo que hay o deja de haber. ¿Es que vas a venir a decirme tú qué relación tengo yo con él o con quién sea? ¿Quién eres? ¿Dios?

—Dios no, pero observador sí y sé lo que veo, tengo ojos.

—Sí, claro.

—Daniela, engáñate, tú misma. A mí me da igual.

—¿Entonces para qué hablas de mí?

Me miró serio unos segundos.

—Me lo has puesto en bandeja, no voy a desaprovecharlo. Si tú hablas de tus experiencias, tendré derecho a decir algo al respecto.

—No tienes ningún derecho, esa es la cuestión, Bruno.

—¿Tanto te molesta? Si estás tan segura, deberías pasar de lo que yo digo, ¿no crees? Quizás es que dentro de esa cabeza quepa algún tipo de duda sobre esa sana relación que mantienes con tu mejor amigo del alma.

Touché.

—De lo que no me queda duda es que eres un oportunista  —le dije asqueada—. Escribe sobre lo que te dé la gana pero a mí me dejas en paz, a mí, y a los míos ¿entendido?

Le señalé con el dedo y Bruno dirigió su vista a mi brazo, a la parte superior, que había quedado a la vista al subirse la manga de mi camiseta.

—¿Y eso? —preguntó obviando nuestra discusión.

Miré donde señalaba y vi los dos moratones que los dedos de Julen habían provocado en mi piel. No era nada y la verdad, yo era muy propensa a los morados, desde siempre.

—¿Daniela?

Pensé en decirle la verdad, pero no tenía ganas de darle ninguna explicación más.

—Es un golpe, ¿o es que no lo ves?

—¿Otra vez la cama?

—No.

—¿Entonces?

Hablábamos casi pisándonos las palabras, como si tuviéramos prisa.

—Nada joder, nada que te interese.

—¿Nada? ¿Segura?

—¿Me estás hablando de maltrato otra vez?  —me miró serio, sin decir nada—¿A ti qué te pasa con ese tema?

Bruno pasó su mano por el pelo revuelto y me miró ceñudo.

—Es algo personal —acabó diciendo.

Vaya, así que no era un proyecto sobre mujeres maltratadas como había dicho, sino algo personal.

—¿Tu madre? —me arrepentí al segundo de preguntarlo porque aquello era delicado y no era de mi incumbencia.

—Mi hermana —apretó sus labios sin decir nada más.

Que jodido estaba el mundo.

“No es un tema del que hablar a la ligera. Seamos conscientes de que es algo que ocurre demasiado a menudo y que no debería. Es otra de las consecuencias de creer que ellos están por encima de nosotras. Por su fuerza física, simplemente por eso, la usan sin pudor, como si aquello les ofreciera la autoestima necesaria para seguir adelante. Hombres secos por dentro, vacíos y casi diría que muertos. Porque tienes que ser muy hijo de puta para poner una mano encima de una mujer, o de un niño, o de quien sea. Usas tu mano, mierda andante, porque no tienes cerebro. Y te hablo así, cagándome en tus muertos, porque si te tuviera delante te escupiría en la cara de vergüenza. Vergüenza de que seas de mi especie, vergüenza de que tengas una vida y la desperdicies de esta manera, vergüenza que seas hijo de una mujer. Tú, maltratador no mereces ni mis palabras. Amigas, juntas contra la violencia de género.” @danielatuespacio.

—Sé cuidar de mí misma. No dejaría que me hicieran daño, lo tengo clarísimo.

Pensé en su hermana.

—No quiero decir que tú hermana…

—Ya sé lo que quieres decir  —me cortó bruscamente.

Y se fue. Mandaba cojones la cosa: le estaba echando la caballería por encima y al final resultaba que era yo la que terminaba sintiéndome culpable.

Durante la comida, apenas hablé con nadie. Ni Bruno tampoco. Como si nuestro cabreo afectara nuestra relación con los demás. No me apetecía charlar y Sofía bajaría más tarde porque estaba con Toni preparando un montaje sobre un viaje a Punta Cana.

Allí la mandó Julen cuando supo que quería cortar con él, allí y al final a la mierda. A ver, primero se lo había tomado con calma, pensando que Sofía tanteaba el terreno pero cuando al final vio que todo su repertorio de excusas no servía para convencerla, cogió un cabreo del quince mil. Sofía le dijo que creía que no le quería, que dudaba y que necesitaba un tiempo. No lo pasó bien, ninguno de los dos. Y Sofía llegó a casa medio llorando. Martín y yo intentamos consolarla y distraerla a su vez. El domingo se levantó más animada y aunque decía que se sentía extraña, creía que su decisión había sido la correcta.

Tantos años juntos, tantos proyectos, tantas charlas y se quedaba todo en agua de borrajas. Pero así es la vida. Unas veces te dejan y otras dejas tú. Bueno, hablo por hablar porque no es mi caso. A mí como mucho me podían dejar plantada en la puerta de una discoteca después de un beso de película o al lado de la máquina de bebidas después de leer una puta columna que no me gustaba nada. Y todo eso lo hacía el mismo hombre.

—Estás muy callada Daniela —soltó Carla pinchándome.

—No me busques Carla.

—Estará ovulando —dijo Diana para tocarme la moral; sabía que no soportaba ese tipo de frases machistas.

—Diana, para dirigirte a mí, primero aprende a hablar. ¿Acaso tienes polla ahora?

Me miró con cara de pasmada.

—Si tuviera polla, tú ya lo sabrías —soltó Carla.

La miré y vi como sonreía, junto a su querido Bruno, quien me miraba recostado en su silla. ¿Qué esperaba? ¿Una pelea de chicas en biquini revolcándonos en el fango?

—Probablemente ya se la hubiera chupado en la discoteca Carla, agachada entre la gente, mientras tú, “tontalnabo”, estarías bailando con las piernas bien cerradas. Por cierto, ¿ovuláis con tanta telaraña?

La mesa entera se rio y Carla me miró cabreada.

—Estrechas… —murmuré levantándome y yéndome de allí.

Sí, los demás se reían pero no me sentía victoriosa. ¿Qué leches me pasaba? Llevaba un humor de perros desde que había leído aquello y no me gustaba un pelo todo lo que me había dicho Bruno: engáñate, tú misma. ¿Vivía yo engañada? ¿En los mundos de Yupi o qué? No, solo que Bruno era alguien ajeno a mi vida y él no sabía nada de mi relación con Martín. Seis años de amistad, que se dice pronto, daban para mucho y no iba a venir él, un desconocido, a decirme qué tipo de vínculo era el que nos unía.

Me puse los cascos y empecé a currar, era lo mejor que podía hacer para olvidarme del asunto. Bruno había venido a rebatirme, pues ya está. Debía dejar de pensar en aquello como algo personal, tampoco no me iba a servir de nada. La revista salía aquel lunes así que podía responderle con mi próximo escrito y quedarme tan ancha. Ya está, problema solucionado. Siempre había cosas peores, como lo de su hermana, joder. ¿La habría maltratado su pareja o su marido?, ¿tendría hijos? Esperaba que no. Pensé en Lucía y llamé a mi hermana. Eran las dos del mediodía y estarían en casa.

—¡Hello Rouse!

—Daniela, ¿cómo estás?

—Bien, ¿y tú?

—Aquí liada con Lucia que no quiere comerse el plátano.

—¡Gran problema el tuyo! —nos reímos las dos y oírla así ya me alegró el día porque la risa de mi hermana era de aquellas que se te pegan y te llenan de vitalidad—. Pásamela.

Esperé a oír su dulce vocecilla.

—¡Nela!

—Hola cariño, ¿qué haces? —me cambiaba el tono de voz, el cuerpo se me relajaba y con ella me sentía como si volviera a los cuatro años.

—Liada con la mami.

Nos reímos las tres; a Rouse la oí descojonarse por detrás.

—¿Qué pasa? ¿Qué es muy amarillo el plátano ese?

Vi por el rabillo que Bruno se sentaba en su sitio y se ponía los cascos.

—Sí.

—A ver nenita, y ¿si lo pintamos un poco?

—¡De rosa!

¡Cómo no! Rosa o lila, eran los colores de mi sobrina y eso que su madre no era de aquellas que llevaban a la niña como un chicle de fresa ácida.

—Vale, venga, todo rosa. Cierra los ojos enana y dile a la mami que te dé un trocito.

—Mami, dame un trocito rosa.

La oí masticar y sonreí.

—Rosa está más rico ¿a que sí?

—Nela, rosa está súper bueno.

Mi hermana y yo nos volvimos a reír.

—Pues te dejo con tu plátano rosa y si te lo terminas todo mañana nos vamos de excursión tú y yo, ¿qué me dices?

—Síííí…

Terminé de hablar con mi hermana para quedarme con Lucia la tarde siguiente. Ella aprovecharía para hacer unas compras para el pequeño que venía. Le quedaban solo un par de meses.

Después de esa llamada, me sentí mejor. Nada como la familia para subirte la moral.

—¿Plátano rosa? —Bruno me sacó de mis pensamientos relajantes—. No lo decía para mosquearte —dijo viendo mi mirada—. Me ha sorprendido oírte hablar así, nada más.

—Quizás prejuzgas demasiado pronto.

—¿Tú no?

—Puede, pero yo no me he metido en tu vida.

—Eso es verdad, porque ni siquiera me has preguntado quién me llamó el viernes en la discoteca. Parece que todo te dé igual.

¿Estaba mosqueado o me lo parecía a mí?

—¿Es que tengo que pedirte explicaciones por un simple beso?

—¿Simple? ¿Esa es tu definición? Porque me dio la impresión de que ponías los cinco sentidos en ese beso.

Me quedé algo descuadrada unos segundos al oírlo hablar con tanta naturalidad.

—Fue un buen beso, no te digo que no, pero es problema tuyo si tienes pareja y tienes que irte con el rabo entre las piernas, no quieras pasarme tu mierda. No voy a ir a preguntarte algo tan obvio.

—Tan obvio, claro. Prejuzgas.

—Lo que tú digas.

Me quise poner los cascos pero no me dejó: su mano en mi brazo me detuvo.

—Lo que yo diga no, lo que es. Escribes y prejuzgas, e incluso a veces atacas a tu género.

—No ataco, solo intento que abran los ojos y a veces solo se consigue con la provocación.

—En eso te doy la razón…

Me miró los labios con deseo y cómo si fuera una conexión directa hacia mi sexo, mojé mis braguitas de ganas. Ganas de volver a besarlo de aquella forma.

Fueron unos segundos de duda, ¿me va a besar? ¿Lo beso yo? Pero creo que ambos recordamos casi a la vez dónde estábamos. Joder, joder, que sólo me faltaba eso: morrearme con alguien del curro y en el curro.

Nos pusimos a escribir, sin decirnos nada más, hasta que Jaime nos llamó al despacho. Nos felicitó por el trabajo de Sol; del escrito de Bruno y de mis fotos había surgido un artículo genial y él estaba la mar de contento. ¿Os parece que trabajéis juntos en otros artículos? Sí, claro jefe, pero ya puestos que sea de salas de sexo o de camas redondas o algo así, ameno, simplón. Bruno y yo nos miramos. Él dijo no tener ningún problema y yo tardé unos segundos en responder. Me vi vestida de blanco, en el altar, con el novio al lado, y toda la iglesia esperando mí sí, un sí que no llegó hasta el último segundo para darle más emoción. Jaime nos dijo que en un par de días nos mandaría el trabajito. Bien, así podríamos morrearnos por la calle sin que nadie nos cortara el rollo. Me reí por lo bajo por ese absurdo pensamiento. Pero o me lo tomaba así o iba a terminar tarada.

A la salida me sorprendió ver a Julen apoyado en una de las paredes del edificio. Me giré, sabiendo que Sofía venía detrás con Santi. No es que fueran metiéndose mano pero cualquiera podía ver la cara que ponía Sofía cuando estaba con él. Ni el uno ni el otro me miraron, estaban tan a lo suyo que no veían el mundo exterior.

—¡Julen! —Exclamé alzando la voz y él me miró como si yo fuera una marciana.

—Daniela, ¿sale ya Sofía?

—Julen  —Sofía se sorprendió al verlo.

Y ahora saldrá Santi con su súper sonrisa y se va a liar parda, pero no. Miré hacia dentro y vi a Santi y a Bruno hablando. Sin saberlo Bruno le acababa de hacer un favor.

—¿Podemos hablar Sofía? —era una mezcla de exigencia y súplica.

—Julen, te dije que de momento la cosa estaba así, que me dejaras espacio.

Me separé un par de pasos, esperando a Sofía e intentando parecer que no me interesaba la conversación.

—Solo es un momento.

—Dime lo que sea.

—No, aquí no.

—Julen, no lo hagamos más difícil, por favor. ¡Julen! —exclamó ella.

Y ahí fue cuando el poli la cagó porque cogió a Sofía del brazo, tal y como había hecho conmigo, y yo salté. Porque me puedes hacer daño a mí, lo aguantaré, pero no a los míos, eso sí que no.

—¡Suéltala gilipollas! —le di un empujón sin pensar en su más de metro ochenta.

—¡Daniela! —Me gritó Sofía al ver que trastabillaba con él del impulso.

Julen dio unos pasos hacia atrás y me miró cabreado. ¿Y este imbécil de qué iba?

—¿Qué pasa? ¿Qué no repartes suficiente en tu curro? —le inquirí sin miedo.

Era Julen, el soso, no me jodas.

—Como vuelvas a darme un empujón…  —me amenazó con su dedo.

Aparecieron Bruno y Santi, sin entender la escena que veían. No sabían quién era aquel tío ni que ocurría allí.

—¿Qué? ¿Me vas a dar una paliza? ¿Es que te has vuelto loco? ¿Ves esto?  —le enseñé los morados del brazo y él me miró callado—. Son tus dedos Julen, se te va la pinza. Si alguien no te quiere, lo asumes y punto. Y si me entero que tocas a Sofía te juro que se te van a quitar las ganas de meter la chorra en ningún sitio.

Creo que con las últimas palabras escupí y todo al hablar de la rabia que sentía. ¿Quién se creía que era amenazando de ese modo?

—Y si yo me entero que tocas a Daniela otra vez, te juro que no te vas a reconocer cuando salgas del hospital.

¡Joder con Bruno! Estaba a mi lado, encarándose con Julen, y con una voz que parecía que venía de bajo tierra, como mínimo.

Julen puso mala cara pero calló; viendo el panorama tenía todas las de perder. Se fue sin decir nada más y rebufé por la tensión. A mi esos rollos no me iban; una cosa era la discusión verbal pero aquello se salía de madre.

—¿Estás bien? —me preguntó la dulce voz de Bruno.

Asentí con la cabeza mirando a Sofía; estaba asustada.

—Sofi, se le pasará —le dije abrazándola.

—Es que estoy flipando Daniela —dijo en un susurro.

“¿Y a cuántas personas no les ocurre lo mismo? Crees conocer a alguien hasta que ¡zas!, se muestra tal como es y entonces saca la artillería pesada. Suele ocurrir en muchas parejas; cuando todo va bien, aquello parece un mar tranquilo y sereno, pero cuando, por el motivo que sea, la cosa se estropea, entonces cuidado, porque llega el tsunami. Una gran ola que arrasa con todo y no deja nada a su paso; ni vivencias, ni noches de amor, ni “nuestra” canción, ni lo que puedas imaginar que construye una pareja. Y entonces te preguntas, ¿dónde está esa persona de la que me enamoré? ¿Puede ser que alguien cambie tanto? Pues no, amiga, no ha cambiado tanto. Solo que mostramos parte de nosotros, la que nos interesa y cuando algo se nos pone de culo, podemos sacar nuestra peor versión. Así que no os culpéis pensando que no fuisteis capaces de ver esa parte, porque no es tan fácil. Pensad que es un mecanismo de defensa ante la incapacidad de actuar de otra forma. No le dediquéis vuestro tiempo y dejad que después de la tormenta llegue la calma. Todo tiene solución, todo, o casi todo.” @danielatuespacio.

Ir a la siguiente página

Report Page