@daniela

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Si tú quisieras y yo pudiera…

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Si tú quisieras y yo pudiera…

 

 

Aparcó cerca del portal de mi piso y paró el coche, dejando aquella música rock invadiendo su interior. Antes de que pudiera decir algo, Bruno invadió mi espacio vital y me besó con sus manos en mi cara, acercándome más a él. Empezamos con aquellos besos lentos, mordiendo con suavidad los labios y buscando nuestras lenguas. El ambiente se fue caldeando y su mano recorrió mi muslo hasta terminar justo en el principio de mi faldita. Se quedó ahí, sin mover un dedo. Me atreví a tocarle y pasé mi mano con suavidad por su cremallera, incrementando más aún su erección. Soltó un suave gruñido y me colocó encima de él con una habilidad increíble. Los cristales se empañaron pero cualquiera nos podía ver si observaba con atención. Nos dio igual cuando empezó a sonar otra vez aquella sensual melodía de Stressed out; Bruno cogió mi cintura y yo inicié un baile sensual encima de su sexo.

—Nena, para…

—¿Por qué? —le pregunté melosa, sabiendo que aquellas caricias lo estaban poniendo a mil.

—Porque lograrás que me corra aquí mismo —su tono grave y sus palabras me dejaron sin aliento.

—Joder Bruno,…

—Daniela…

Seguí rozándome con él mientras me acariciaba por debajo de mi camiseta.

—Quiero sentirte dentro, que me beses, me comas…

—Daniela, llevo días pensando en esto…demasiados…

Uffff. Y yo.

—Pero aquí no, nena…

Tenía razón, joder, estábamos en medio de mi calle.

—¿Subimos? —Lo dijimos a la vez y nos reímos.

En el ascensor Bruno me acorraló besándome el cuello con sus manos en mi trasero.

—Daniela, este culo debe ser pecado capital.

Seguía besándome y yo reía y gemía a la vez. Estaba extasiada, drogada de placer y de deseo.

Entramos en el piso, y con sigilo nos fuimos a mi habitación. Nos miramos como si aquella intimidad nos superara y Bruno se acercó a mi cuerpo.

—Daniela…si tú quisieras…y yo pudiera…

Me reí.

—¿Así que te hago gracia eh? —me quitó la camiseta y miró mi sujetador de copa—. ¿Es necesario que siempre vayas así de…sexi, nena?

—Nunca se sabe —le respondí aguantando la risa.

—Vamos a concentrarnos… —pasó su dedo por mi pelo y me estremecí—. Así, mejor…mi pequeña Daniela que no quiere caer en las garras del lobo…

—¿Y ese lobo eres tú? —le desabroché la cremallera del pantalón y se los bajé un poco observando su paquete—. Siempre vas tan ajustado que no la dejas respirar.

Esta vez fue Bruno quien soltó una buena carcajada.

—Sí, te he pillado alguna vez muy preocupada, mirándola.

—Mucho, tanto que he pensado en hacerle el boca a boca.

Me coloqué de rodillas y mi falda subió hasta la cintura. Bruno ahogó un gemido sabiendo lo que iba a hacer. Se la saqué y la miré detenidamente: fuerte, tersa y erecta. Directa a mis labios que la acariciaron con sumo cuidado. Empecé a lamer, chupar y mordisquear con deseo, porque realmente era algo con lo que había incluso soñado. Así que le dediqué toda mi atención mientras oía los gruñidos de Bruno.

—Joder Daniela…o paras o no respondo…

—No… —le dije mientras aceleraba el ritmo.

—Nena…

Lo miré mientras se la comía y aquello pudo con él.

—Daniela…Daniela…

Soltó su líquido en mi boca y seguí mis movimientos, un poco más suaves, mientras le oía gemir y blasfemar con mi nombre de por medio.

—La puta… —terminó diciendo.

Sus ojos brillantes me persiguieron al levantarme. Pasé mi lengua por mis labios, saboreando su semen salado. Me quitó la falda y me quedé en ropa interior. Él hizo lo mismo y se quedó con el bóxer. Tenía un cuerpo de infarto y lo recorrí con la vista.

—Ahora ya sabes cómo la chupo —le dije sonriendo.

—Mejor que en mis fantasías —sonrió y con su dedo empezó a acariciar mi cuello para ir bajando hacia mis pechos.

—¿Has fantaseado conmigo?

Volvió a reír y me gustó ver que podíamos mezclar sexo y risas.

—¿Tú que crees? Te he visto ahí arrodillada en varias ocasiones.

—Interesante…

Su dedo iba despacio y sentía el hormigueo que provocaba en mi piel.

—En otras, te he visto sentada encima de mí, a cuatro de espaldas,… —su voz sensual me indicaba que se estaba imaginando la situación.

—Veo que te lo has pasado bien ¿no?

—Te he usado, un poco —su dedo se paró en el principio de mi tanga—. ¿Tú no?

—Alguna que otra vez —respondí en un tono chulesco.

—¿Y quieres que cumpla alguna de esas fantasías? —Su dedo se introdujo despacio entre mis labios y cogí aire—. Daniela, me encanta que me mojes los dedos… Dime, ¿qué deseas?

Ufff, ese tonillo de dominante me volvía loca.

—Quiero sentirte dentro, fuerte y duro. Quiero follarte. Cabalgar encima de ti y que te corras una y otra vez.

Sus ojos delataban el deseo que sentía y me gustó ver que podía perder el control con mis palabras.

—Daniela…veamos qué podemos hacer con esto…—introdujo uno de sus dedos y seguidamente el otro y comenzó a masturbarme—. Veamos cómo gimes…

Me pegó a su cuerpo y sus labios quedaron en mi cuello. Comencé a gemir entrecortadamente al sentir cómo ralentizaba el ritmo.

—No pares…  —le rogué.

—Joder Daniela, no hables en ese tono que puedo correrme viendo cómo me suplicas…

Ufffff. Era un cabrón de armas tomar. Un escalofrío recorrió mi columna y sentí flojear las piernas. Cogí su trasero para empujarlo hacia la cama, con la intención de tumbarme en ella y continuar sintiendo sus dedos, pero Bruno no se dejó llevar. Me giró, de espaldas a él.

—Las manos en la cama Daniela —ordeno y mando—. Ábrete de piernas.

Y lo acaté todo, bueno… en el sexo no me importa acatar órdenes de ese tipo.

Bruno pasó sus manos por mi trasero, cogió el tanga y tiró de él, de manera que me lo clavó en mi sexo. Lo comenzó a mover, con cuidado y de un lado a otro, masturbando mi clítoris con la tela. Cerré los ojos y gemí de placer. Con la otra mano, sacó su pene y lo rozó por la entrada de mi sexo. Me moría por tenerlo dentro, joder.

—Fóllame  —le exigí con el tanga empapado.

—Tranquila Daniela, vas a pedírmelo casi llorando…

—No, Bruno…

—Sí, nena, vas a querer que te folle cada día de tu vida, a cada minuto vas a pensar en mi polla en la entrada de tus labios hinchados. Joder Daniela, si pudieras verte como te veo yo…

De repente entró uno de sus dedos y lo sacó con la misma rapidez, dejándome con ganas de más. Apreté instintivamente mis piernas, sintiendo la necesidad de su polla.

—No, no, nena, abre…

Qué tortura…Abrí esperando que entrara de una vez.

—Me faltan manos ¿sabes? —cogió de nuevo su sexo y lo rozó por mi culo mientras sus dedos buscaban mi clítoris—. ¿Tienes algún juguetito por aquí?

—En el cajón… arriba —le dije casi sin poder hablar.

Bruno abrió el cajón de arriba de mi mesita y sacó mi masturbador negro. Lo vi pasar de refilón.

—Así que Daniela se masturba con esto…Vamos a ver si le gusta…

Oí el leve ruido del masturbador y Bruno lo introdujo en mi sexo, mientras con la otra mano acariciaba en círculo mí clítoris. Su pene estaba apostado, duro y erecto, en la entrada de mi trasero. Sin moverse pero con la sensación de que podía entrar por ahí de un momento a otro. Era excitante. Morboso.

Comencé a gemir fuerte. Sentir placer por ambas partes sumado al calor de su pene, me llevó al clímax, en pocos segundos.

—Dámelo Daniela…córrete en mis dedos…mójame…así nena…

—Bruno, Bruno,…

Su nombre se perdía en mis labios y grité que me iba. Bruno sintió mi orgasmo y a la segunda o tercera corriente introdujo su pene en mi trasero provocando un grito más. Sentí una quemazón pero se mezcló agradablemente con mi orgasmo. Él entró y salió de allí tres o cuatro veces y cuando notó que mi orgasmo se iba difuminando, salió y me giró de cara a él para besarme y llevarse con él mis últimos gemidos.

—Dios nena, me vuelves loco con esos gemidos…

Nos tumbamos en la cama, besándonos, desesperados, como si acabáramos de comenzar y nos abrazamos, acercándonos, de lado y enredando nuestras piernas. Cogimos aire para respirar y nos miramos sonriendo. Me gustaba esa complicidad tan íntima, como si nos conociéramos a la perfección.

—Daniela, me gustas —me dijo sellando mis labios—. Y no sólo por el sexo, por lo buena que estás y por esas piernas de infarto que tienes.

Me reí y me sentí súper cómoda, cuando lo normal hubiera sido que aquellos comentarios me agobiaran.

—Bruno, me gustas —le besé del mismo modo y sonrió—. Y no sólo por tu pene, por tu pelo revuelto y por esos abdominales de infarto que tienes.

Nos besamos de nuevo y seguimos acariciándonos con más tranquilidad. Bruno sacó por arte de magia un preservativo y se lo puso. Me coloqué sentada, encima de él. Desabrochó mi sujetador y nos quitamos el resto de la ropa interior. Cogí su sexo, mirándolo directamente y con una sonrisa traviesa. Bruno sonreía de medio lado, esperando que tomara la iniciativa.

—Manos debajo de la cabeza y relájate  —le dije con voz de mando.

Se mordió el labio inferior y obedeció al segundo. Parecía que iba a tomar el sol en la playa. Joder que bueno estaba.

Masturbé su piel arriba y abajo, con lentitud, mirándonos con deseo. Levanté mis caderas y la situé en mi entrada. Yo palpitaba de deseo pero esperé a que me lo pidiera él. Se la acaricié de ese modo, hacia adelante y hacia atrás, a un lado, mojándosela con mi humedad, mi calor.

—Nena…por favor…me estás torturando…

—¿Ah sí?

—Sí… —La metí de golpe dentro de mí, sin previo aviso—. ¡Dios!

—¿Mejor? —me mantuve quieta esperando que hablara.

—Daniela, me matas…

—¿Eso es un sí?

Y cuando vi que iba a responder, moví mis caderas, dejándolo con la boca abierta, sin poder articular palabra.

—¿Bruno? —le pregunté parando—. ¿Todo bien?

Me sonrió.

—Perfecto —respondió suspirando.

—Cógete fuerte…porque vienen curvas  —le dije en un tono de zorra total y él se mordió el labio.

Comencé a hacer pequeños círculos con lentitud, sabiendo que gradualmente su placer iría incrementando hasta llegar al punto que querría tomar las riendas y darme más fuerte. Mis caderas empezaron a moverse con más rapidez hasta que Bruno las tomó con sus manos y movió su pene arriba y abajo. Seguí cabalgando y él moviéndose, y nuestros gemidos fueron también a la par.

—Daniela…

—Bruno…Bruno…

Íbamos repitiendo nuestros nombres mientras nuestro placer iba llegando a su punto culminante. Una de sus manos fue a mi clítoris y con dos leves roces maestros me corrí gimiendo fuerte, gritando su nombre y marcando mis dedos en sus pantorrillas. Bruno continuó dando fuerte y rápido y pude observar su cara de placer. Me miró con los ojos vidriosos, frunció levemente el ceño y apretó sus labios antes de soltar un gruñido de satisfacción y seguidamente mi nombre.

Eché mi cabeza hacia atrás y resoplé pensando que Bruno me iba a volver loca. Joder, no era solo que me gustaba follar con él, era todo. Me encantaba cómo era, cómo hablaba, como me tocaba, como me hacía sentir única para él. Y encima me dejaba ver cómo se corría con mi nombre en sus labios. ¿Quién no hubiera enloquecido?

Y enloquecí tanto que hice mi primera concesión consciente, porque inconscientemente ya había realizado unas cuantas…

Me tumbé y Bruno se fue al baño. Lo observé con una sonrisa. No tenía desperdicio, cuando andaba se le marcaban varios músculos. Cerré los ojos y saboreé el olor de sexo que inundaba mi habitación.

—¿Sueñas despierta? —Bruno se tumbó a mi lado y lo abracé sintiendo su piel desnuda.

—Lo parece —olí su pecho y su cuello mientras él me rodeaba con sus brazos y nos cubría con la sábana.

Estaba claro, se quedaba en mí cama, y yo, por primera vez en mi vida, tuve la necesidad de dormir entre los brazos de alguien, concretamente en los de Bruno.

Cuando desperté, él me abrazaba por la cintura y me gustó sentirlo detrás de mí, durmiendo, respirando con tranquilidad. Nuestros pies se tocaban y moví los deditos para despertarlo.

Justo en ese momento unos leves golpes sonaron en la puerta.

—¿Daniela? —era Martín.

—¿Qué hora es? —me extrañó que llamara.

—Las dos del mediodía…

—Estoy durmiendo —le dije bromeando y pensando que era ya tarde.

—Debes necesitarlo después de la maratón de esta madrugada.

 

Me reí y Bruno me abrazó besándome el cuello.

—Buenos días nena…

—En la cocina te espero, quiero hablar contigo —dijo Martín.

—Buenos días bella durmiente  —le dije a Bruno en un susurro—. Ahora voy —le respondí a Martín.

Me giré hacia Bruno y pasé mi mano amasando su pelo revuelto.

—Estás sexi de buena mañana —le dije con una gran sonrisa.

Me sentí bien, feliz, llena, satisfecha. Ni me había planteado que era extraño que Bruno se despertara en mi cama.

—Tú estás preciosa —retiró el pelo de mi cara y me besó en los labios.

Nos miramos fijamente y nos sonreímos de nuevo. Como dos niños que comparten un secreto especial, y nadie más puede saberlo.

—¿Qué tal has dormido? —preguntó con curiosidad.

—Aunque no te lo creas, he dormido como los ángeles. Te has portado bien —nos reímos los dos.

—Conmigo se duerme muy bien nena, te lo digo yo que lo hago cada día.

—Eres el primero…

—¿Te he desvirgado? Joder, que presión.

Nos reímos a carcajada limpia.

—Pero he dado la talla, que es lo que cuenta.

—Eso sí, y me ha gustado despertarme y sentirte.

—Y a mí despertarme y olerte; es algo a lo que me podría enganchar.

—¿Solo a eso?  —le pregunté con picardía.

—Si tú quisieras…

Nos reímos otra vez recordando su frase.

Y como una pareja más, nos duchamos por turnos. Primero yo y después Bruno, quien ya había quitado las sábanas de mi cama. Sonreí y puse sábanas limpias aunque las fundas de las almohadas no las quise cambiar; olían a nosotros dos. Sonreí otra vez al recordar cuando Bruno me pilló oliendo su almohada en el hotel de Barcelona.

Muchas sonrisitas en pocas horas…

Sonó el timbre del piso y viendo que nadie abría, salí yo, con mi camiseta de tirantes, unos pantalones cortos y descalza.

—Soy Julen, ábreme. He quedado con Sofía.

No sabía nada de esa cita pero no veía a mi amiga desde ayer por la tarde. Había quedado con Santi y algunos de sus amigos para salir a cenar.

—No sé si está —le dije abriendo la puerta.

—Me dijo que viniera a esta hora —miró mis piernas desnudas.

—Pues pasa y espérate que lo miro.

—¿Es que no sabes si está o no?

—Acabo de levantarme  —le informé yendo hacia la habitación de mi amiga—. ¿Sofía? —llamé a su puerta pero nada—¿Sofía?

Giré el pomo y la habitación se abrió. No había nadie.

—Pues aquí no está —le dije alzando los hombros.

—Odio perder el tiempo —dijo yendo hacia la puerta mientras llamaba con el móvil—. ¡Mierda! Lo tiene apagado —me miró con cierto desprecio, como si yo tuviera la culpa—. Dile que he venido y que gracias por nada.

—Muy bien Julen —mi tono aburrido lo encabritó.

—Sois todas unas zorras —dijo mientras se iba.

—Lo que tú digas —cerré la puerta y al girar me encontré de cara con Martín—. ¡Qué susto!

—¿Era Julen? —afirmé con la cabeza yendo hacia la cocina—. ¿Qué quería?

—Dar por saco, como siempre. Dice que había quedado con Sofía, vete a saber —cogí un vaso de agua y lo llené hasta el borde; estaba seca.

Bruno también debía estarlo. Cogí otro vaso y lo llené.

—¿Te los bebes de dos en dos?  —preguntó Martín riendo mientras iba mirando dentro de la nevera, supongo que para preparar algo para comer.

—Supongo que ese vaso es para mí —dijo Bruno sonriendo.

Martín se giró sin dar crédito. Hasta esa mañana no había tenido que cruzarse con ninguno de mis ligues. Y justamente era Bruno. Él bebió sin más y me dio las gracias. Saludó a Martín, con unos escuetos buenos días y Martín hizo lo mismo. Sin mirarse a la cara y como si no se conocieran. Acompañé a Bruno hacia la salida.

—Bueno, nena, ha estado bien —dijo apoyando su cadera en el umbral de la puerta.

Pasé mi dedo por su pecho.

—Sí, nene, te has ganado un beso.

Se acercó a mi boca y nos besamos despacio, sintiendo la suavidad de nuestros labios. Me miró fijamente. Volvió a besarme de esa forma y suspiré por dentro.

—Me ha gustado ser el primero —retiró un mechón de mi pelo y me estremecí—. Y me gusta esta Daniela.

—¿Esta? —sonreí por lo que decía.

—Sí, relajada, feliz y sonriente, que no se esconde, que se muestra y que le echa huevos. Ya me entiendes.

—Será que estoy dejando de ser una niña —le dije con retintín pero bromeando.

—¿Entonces vas a llamarme? —preguntó con otro beso.

Joder. Los dos teníamos nuestras conversaciones en nuestras cabezas, como si las hubiéramos repetido varias veces en nuestro interior. “Cuando crezcas, llámame…”

—Posiblemente —le dije coqueta en sus labios.

Vamos, que si por mí fuera, en ese momento me lo llevaba de nuevo a mi habitación. Y no solo a darle manteca, sino a reír, charlar y juguetear con él.

Bruno se marchó y cerré la puerta como una quinceañera. Pensando en él y en sus besos. Me toqué los labios y sonreí satisfecha.

En la cocina ya sabía que iba a encontrarme a Martín mosqueado. Estaba preparando unos macarrones y lo miré apoyada en la mesa pequeña que usábamos para desayunar. Callado y en silencio, no decía esta boca es mía.

—¿Querías hablarme? —inicié la conversación viendo que él no lo haría.

—Ya no me acuerdo de qué —dijo seco.

—¿De anoche quizás? ¿Te follaste a las dos inglesas?

Me miró un momento y volvió a lo que hacía. Estaba enfadado, no solo mosqueado. Supuse que no le había gustado encontrarse a Bruno en su cocina.

—¿Te ayudo?  —le pregunté situándome a su lado y cogiendo una cebolla y un cuchillo.

—No cortes los trozos a tu estilo —indicó meticuloso.

—Venga, dime, ¿cómo terminaste anoche?

—Le dije a Jan que me trajera a casa, bebí demasiado.

—Sí, eso lo vi. Te peleaste con un tío ¿recuerdas?

—¡Bah! Me empujó y me tocó los huevos.

—Muy rápido te enfadas tú últimamente —le dije con sinceridad.

Volvió a mirarme con el ceño fruncido.

—Se ve que las personas cambian o las hacen cambiar, no lo sé —dijo con una notable ironía.

Estaba claro que lo decía por Bruno.

—Si hablas de mí, soy la misma.

—Sí, hablo de ti, la Daniela que no quiere colgarse de los tíos ni dormir con ellos. ¡Ah no! Que ahora sí duerme con alguno.

—¿Te molesta eso Martín? —le pregunté sin tapujos.

—Te oí gemir alguna que otra vez y a él también. Pero ni pensé que sería ese tío ni que me lo iba a encontrar a las dos del mediodía. Me molesta él. No me gusta. No me cae bien. Ya lo sabes.

—¿Y puedo saber por qué?

Le pasé la cebolla y Martín siguió cocinando sin responder. ¿Estaba pensando la respuesta?

—¿Martín?

—Porque…te va a cambiar, como si lo viera. Y te digo qué va a pasar conmigo Daniela, no hace falta ser muy listo, va a alejarte de mí.

—¿Pero qué dices? Estás haciendo unas suposiciones muy raras. Ni me va a cambiar ni vamos a dejar de ser lo que somos, lo hemos hablado mil veces ya Martín. Joder.

Me fui al otro lado de la cocina, picada por su insistente manía en que iba a dejarlo tirado por un tío. Era mi amigo leches, mi mejor amigo, ¿qué no entendía?

Martín suspiró y se limpió las manos con un trapo de cocina. Se giró hacia mí.

—Nena, ¿sabe Bruno que tú y yo…?

—Sí. Lo sabe.

Miró hacia el techo como si aquello le pesara. ¿Qué coño estaba pasando por su cabeza?

—¿Y crees que no le importará más adelante, si se diera el caso de que tú y él salierais juntos?

—No voy a salir con nadie  —dije sin pensar.

—Si se diera el caso de que tú y él follarais a menudo —dijo cambiando el verbo.

—A ver Martín, estás planteando cosas que ni siquiera han pasado, ni siquiera las hemos pensado ni dicho.

—Plantéatelo.

—¿Es que eres adivino ahora y no lo sé?

—Te he oído reír Daniela, te conozco como si te hubiera parido. ¿Le importaría?

—Se lo preguntas a él, chico, yo paso de seguir hablando de estas tonterías. No sé por qué hablamos de él y de lo que pensaría. Yo quiero saber qué temes perder, por qué ese rechazo hacia alguien que ni conoces, ¿qué pasa por esa cabeza Martín?

Me dio la espalda para seguir con los macarrones y esperé a que terminara.

—Daniela, no quiero perderte —dijo girándose—. No quiero dejar de ser tu amigo, tu colega y tu confidente. Te quiero nena —vino hacia mí y nos abrazamos.

—Joder Martín, deja ese miedo ya, ¿sí? Vives nuestra amistad acojonado y no me gusta nada. No me disfrutas ni yo a ti y no dejamos de hablar de lo mismo. Se acabó, quiero verte reír, hablar por los codos, bailar, pasártelo bien y sobre todo, cocinar para mí.

Nos reímos los dos.

—Te quiero enano —le dije apretándolo contra mí.

Martín me cogió en volandas y me dio un par de vueltas.

—¡Suéltame!

Seguimos con las risas y más tarde comimos esos deliciosos macarrones. Hubo siesta, por supuesto. Aquella sesión de sexo con Bruno me había dejado agotada y me faltaban horas de descanso. Un mensaje en mi móvil me terminó de despertar hacia las seis de la tarde. Era Bruno; me mandaba una foto de una terracita con un par de hamacas, una sombrilla, una mesa de teca y un suelo oscuro. Seguidamente me llegó otra foto: las vistas de una piscina desde arriba. Sonreí pensando que estaba viendo el piso de su amigo para alquilarlo.

“Te veo nena, con un biquini muy pequeño, negro, dentro de esa piscina”

Reí por lo bajo y le respondí con rapidez.

“Te veo nene, apartando mi biquini y mmmm debajo el agua”

No quise ser soez y no puse follando, que era lo que realmente pensaba.

“Calle León, número 17, piso quinto”

Me reí fuerte y Martín me miró con gesto interrogante.

—Nada  —le aclaré.

“Espérame sentado”

“Ha valido la pena esperar”

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