Daniel

Daniel

El Ejecutivo

El sol ni siquiera había asomado en el horizonte cuando Daniel entraba en el cuarto de baño reluciente. Se miró en el espejo, y vió un hombre atractivo, a pesar de su edad, sin una gota de grasa y depilado de arriba a abajo.

La ducha era uno de esos placeres que no perdonaba. Ducha larga y relajante. Primero, con agua tibia y después con agua helada para recordarle que estaba vivo y dispuesto a comerse el mundo un día más. Atrás quedó el tiempo en que sus padres lo aseaban por partes, con una esponja sucia y una palangana con agua enjabonada.

Apartó de su mente el pasado y se centró en el presente.

  • Todo el que piense en el futuro está acabado - se decía así mismo todas las mañanas - El futuro es el presente todavía por vivir. Vive el presente y no dejes que nadie te machaque. ¡Machaca a los demás!

Unas pocas palabras de ánimo frente al espejo después de la ducha y estaba dispuesto.

Completamente desnudo caminó hasta el vestidor donde zapatos, trajes, pantalones y demás accesorios estaban ordenados a la perfección. Escogió un traje de Catelani hecho a medida, una camisa ceñida al cuerpo y cuello, y unos zapatos a juego recién adquiridos. El momento merecía su estreno en sociedad, o mejor dicho el día y lo que iba a pasar lo merecían. Aunque era un amante incondicional de las pajaritas, ese día se hacía necesario llevar una aburrida corbata y si era negra mucho mejor. Debía ir serio y sobrio, pero a la vez elegante. Ni en los peores momentos se dejaba llevar por la desidia, el hastío o el abatimiento. La imagen era una parte importante de su vida y de la marca personal que había cultivado desde que empezó el camino a la gloria.

Traje perfecto, camisa impecable, corbata seria pero elegante y unos zapatos más caros que el coche de segunda mano del portero del edificio.

Perfecto para un nuevo día de trabajo, pero ese día no iba a ser igual a los demás. Aunque el trabajo era parte importante de su vida diaria, y no permitía que nada ni nadie lo alterase, esa mañana tenía que hacer algo tan importante como lo que había logrado a lo largo de toda su vida. El mundo que había construido a su alrededor se estaba viendo amenazado por un error del pasado, o mejor dicho, por una persona del pasad que se lo había recordado de la peor manera posible.

  • Cierran la estación de Chamberí ese día - le dijo Daniel de forma evasiva.
  • Búscate la vida. Yo estaré allí a la hora, si no te veo, despídete de tu vida.

Si había llegado a donde estaba, no había sido gracias a remilgos, timideces o vergüenzas. Si tenía todo lo que tenía era porque no se había parado ante nada y ante nadie. El obstáculo de unas puertas cerradas no iban a ser un impedimento en esta ocasión ni en ninguna.

Cogió el maletín negro de las grandes ocasiones, el paraguas del paragüero y salió en dirección al lujoso ascensor. El tiempo que tardó en llegar al vestíbulo fue suficiente para darse cuenta, una vez más, de que la música del hilo musical, además de oirse mal, no era la que había solicitado en la última junta de vecinos por medio de su abogado y representante legal. Podía estar inmerso en un momento crítico, donde cualquier contratiempo y distracción podrían dar al traste con todo lo logrado, pero no podía permitir que una orden por nimia que fuese se desoyera.

  • ¡Que sea la última vez! O cortáis el hilo musical o cambiáis a las melodías que propuse en la última junta de propietarios. Le dijo de forma agresiva al portero del edificio nada más llegar al vestíbulo.
  • Hay cosas en esta vida que no se pueden controlar. - Le contestó el portero con un leve sonrisa.

En los años que llevaba viviendo, en el edificio, el portero nunca se había atrevido a contestarle de aquella manera. El altivo dueño del ático siempre había creído que era una persona anodina, sin carácter y obediente bajo cualquier circunstancia. Un ser criado para ser sometido, como la mayoría de las personas con las que estaba acostumbrado a tratar. Nunca, ni en las peores pesadillas se habría imaginado tal insolencia.

  • ¿Qué has dicho? Que sea la última vez que me hablas de esa manera. Recuerda la posición en la que te encuentras.
  • Yo sé en qué posición me encuentro, pero... ¿Usted sabe dónde se encuentra? Recuerde que en la vida no se puede controlar todo. Siempre hay cosas que se pueden escapar a nuestro control. Lo que un día es blanco, al siguiente se puede convertir en negro.

Ese día, y a pesar de que Daniel intentaba ser el hombre capaz de llevar las riendas de su vida, sentía que, poco a poco, la seguridad, que tantas veces le había ayudado, se estaba escapando de sus manos de forma inexorable.

  • ¿A qué te refieres? Preguntó Daniel de forma sumisa.
  • Cuando usted piensa en poner las cosas en orden, piensa en controlar aquello que se escapa de su control, pero recuerde que cada persona tiene un concepto diferente de orden y por tanto de control. El problema viene cuando dos o más formas de entender ese concepto chocan a la hora de imponerse ¿Que estaría dispuesto a hacer para imponer su voluntad, o mejor dicho, su concepto de orden?

Por alguna extraña razón, Daniel escuchó al portero atentamente. Se encontraba en un momento crucial de su vida, donde el orden de las cosas se estaban viendo alteradas por elemento externos. Volver a poner control, implicaba volver al pasado y lo más importante, tomar una decisión sobre como solucionar este contratiempo. El sabía como solucionarlo definitivamente, pero... ¿sería capaz de hacerlo?

El portero abrió la puerta, de forma cortés, como hacía cada mañana, ante la mirada perdida y atónita de Daniel.

  • Que tenga un buen día Señor – Dijo mientras sonreía.
  • Muchas gracias Miguel – Respondió Daniel.

Desde que llegó a Madrid no había vuelto a usar el metro. Habían pasado muchos años y muchas cosas habían cambiado. El metro, Madrid, y sobre todo él mismo. Había dejado de ser un niño enamoradizo y tímido para convertirse en uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo. Hace 30 años salió del metro con unas pocas pesetas en el bolsillo, y un cepillo de dientes como único equipaje. Hoy entraba con unos cuantos años más, un traje hecho a medida y un maletín, cuyo contenido le salvaría de volver al punto de partida.

Bajó los escalones de la boca del metro y miró el mapa que había en el vestíbulo. No recordaba que hubiese tantas líneas e indicaciones, pero daba igual. El camino a tomar era muy sencillo y casi sin complicaciones.

  • ¿Necesita ayuda? - dijo una joven.
  • No. Gracias. Se a donde voy. - contestó con amabilidad sin proponérselo.
  • Una cosa es saber a dónde vamos y otra saber si queremos ir a allí. ¿Quiere ir allí?
  • No se si quiero ir, pero debo ir. El querer es muy subjetivo. A veces se confunde con el deber.
  • Entonces volveré a preguntar – Contestó la joven con una sonrisa en la boca. - ¿Debe ir allí?
  • Sí, debo ir.
  • Mi última pregunta. ¿Debe hacer lo que tiene pensado hacer en el sitio al que vá?

La seguridad de Daniel se derrumbó de nuevo al oír aquellas palabras. ¿Sería posible que esa chica tan joven supiese lo que iba a hacer?, y si lo sabía ¿conocía el secreto que tanto tiempo llevaba escondiendo? No podía ser posible, se dijo a sí mismo. Tenía que haber sido una casualidad.

Se alejó de allí en dirección al cajero automático de billetes. Por una extraña razón Daniel miró por encima del hombro. La joven no se había movido del sitio y no dejaba de mirarle. Una extraña y pequeña sonrisa salió de su boca. De sus labios salieron unas palabras inaudibles a causa de la distancia y el ruido del metro. A pesar de todo, entendió lo que aquella chica desconocida quería decirle:

  • Ten mucha suerte. Que tengas un buen día.


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