Dakota

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CAPÍTULO XV

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CAPÍTULO XV

«DOSCARAS» RECTIFICA

 

Se había equivocado y lo reconocía sin rubor.

—¡«Doscaras» Strong, eres un estúpido! —se decía.

Y era cierto. Las consecuencias que de su equivocación podían haberse derivado le estremecían. Todo podía haber ocurrido y, si no fue así, se debió a algo parecido a un milagro.

Recordaba los trágicos instantes como si los estuviese viviendo todavía: él se había refugiado en lo más hondo de la bodega, y sobre su cabeza, los sioux saqueaban la taberna. No tardarían en llegar hasta allí. Lo que ocurriese después superaría los más sangrientos delirios.

Sin embargo, no habían llegado. Algo interrumpió su vandálica tarea. Más tarde supo que su salvación se debió a la entrada de Carruthers en el pueblo.

Pero ¿y el fuego? ¡Ah, el fuego había sido espantoso! Cuando salió de la bodega, convencido de que los diablos rojos se habían alejado para no volver, la taberna ardía por sus cuatro costados. Tuvo que abrirse paso entre las llamas en un alarde de valor del que no se creía capaz. Al fin, la salvación.

Sin duda se había equivocado. No supo ver quién era el más fuerte ni de qué lado llegaría el verdadero peligro. Solo los sioux eran temibles, no aquellos hombres blancos enfundados en sus uniformes que luchaban a los sones de las cornetas, ni aquellos otros a quienes toda su vida temió y que lucían sobre el pecho la estrella de la Ley. Solo de los sioux podía llegar el mal, ¡y qué mal! Era mejor estar con ellos, a su lado. Si se presentaban malos tiempos, ocasión habría de cambiar de actitud, presentar cualquier pretexto y salir bien librado.

No, no había nada que temer de los hombres blancos. «Doscaras» Strong se había equivocado… Y por ello cabalgaba rectamente hacia la Reserva de los oguelalás.

Había huido de Blancheville sin que nadie lo advirtiese. Salió bien librado del asalto, sin más que el pánico y unas ligeras quemaduras. No podía decirse que las cosas estuvieran mal del todo…

Empezó a sonreír cuando cruzó el White River, y así cabalgó hacia Pine Ridge sin un instante de vacilación.

Al día y medio de hallarse en los bosques sucedió lo que estaba esperando: una pequeña patrulla de guerreros le rodeó y le dio el alto. Pero «Doscaras» Strong no perdió su sonrisa. Observó que aquellos hombres eran oguelalás y que la mayoría de ellos iban armados de modernos rifles.

—Salve, hermanos rojos —dijo, haciendo uso de toda la majestad que era capaz de fingir—. Billy Strong, sabio entre los sabios, caudillo famoso y guerrero invencible, cuyas hazañas infunden pavor desde el Gran Río hasta el Gran Océano, ha sido siempre amigo de los oguelalás y de todas las grandes naciones indias. Él va ahora en busca de sus hermanos rojos y quiere la paz. Fumaré el «calumet» con los caudillos y en sus palabras estará la verdad. Billy Strong —agregó, no viendo a los pieles rojas muy convencidos —dio a los oguelalás las armas de fuego que hoy les permiten hacer la guerra contra sus despreciables enemigos. Sin estas ajinas que mis hermanos tienen en sus manos, la lucha sería inútil. También les dio «agua de fuego», que infunde valor a los hombres, y los convierte en dioses. Billy Strong es amigo de los oguelalás y ahora desea, por sus grandes méritos, ser llevado a presencia de su caudillo para quien tiene un mensaje muy importante. Hermanos, Billy Strong ha hablado.

—¡Haugh! —ladraron los guerreros.

Y en medio de ellos, sonriente, seguro de sí mismo y de su suerte, «Coscaras» prosiguió su viaje hacia la aldea de los oguelalás.

Se había equivocado, ciertamente; pero su error estaba corregido. Jamás volvería a incurrir en él.

 

 

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