Dakota

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CAPÍTULO XVII

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CAPÍTULO XVII

HERMANOS TRAIDORES

 

La llanura estaba próxima. Así lo dijo Bromton y así lo presentía Joe Thor. Iban a salir del bosque y poner en práctica su nueva concepción del problema sioux. Todo sería muy pronto distinto y Joe pensaba cuáles serían las opiniones de su madre cuando supiese lo ocurrido con Nube Negra y los guerreros heridos, y con el pobre Snake. Lo pensaba con cierta inquietud, quizá porque suponía que la presencia del mestizo en Pine Ridge podía tener algún significado misterioso y trágico cuya identidad escapaba a sus lucubraciones.

Pero más inquieto que él estaba Cy Bromton, y por extraños motivos. Miraba insistentemente a su alrededor como si quisiese extraer a la selva sus secretos; no descuidaba nunca su vigilancia y procuraba tener prestas las armas.

—Estamos rodeados de sioux —dijo en cierta ocasión—. No comprendo por qué no se dejan ver, por qué mantienen esta actitud sospechosa… Joe, temo que algo sucio va a ocurrir. Debemos llegar cuanto antes a la llanura, o de lo contrario…

—¿Qué?

—No lo sé muchacho; pero me dan mala espina este silencio y esta calma que nos rodean. Hasta los mismos pájaros están asustados.

Joe sonrió. Había confiado toda su vida en los indios y no tenía razones sólidas para dejar de hacerlo entonces.

Y sin embargo, estaba equivocado. En un determinado momento lo comprendió así. Fue cuando, de improviso, con horripilante brusquedad, el alarido de guerra de los oguelalás brotó de la espesura y un tropel de salvajes pintarrajados, frenéticos, surgió de su compás, ávido de lucha.

No había tiempo de parapetarse ni de utilizar los rifles. Bromton empuñaba su tomahawk mientras saltaba del caballo, y Joe le imitó. Una fracción de segundo después los indios estaban sobre ellos.

Dominando su estupor, el muchacho puso en juego todas sus energías. Por algún tiempo se sintió sobrehumano, increíblemente poderoso. Girando en un torbellino mortal, su tomahawk hendía cráneos, rasgaba carnes cobrizas. No veía nada, sino un constante movimiento de figuras emplumadas que parecían vomitadas por el infierno.

Bromton se abría paso entre sus atacantes. Toda la violencia que dormía en su cuerpo apático se había despertado. Era un coloso indestructible. Durante unos minutos muy largos, él y Joe tuvieron en jaque a los guerreros rojos.

Pero solo durante unos minutos. La fuerza del número era excesiva, aplastante. Muchos sioux caían, pero su falta apenas se notaba y las armas de los que ocupaban su puesto poseían un extraordinario poder homicida. Mientras, el aullido guerrero continuaba hendiendo el aire y destrozando los nervios.

En aquel rincón del bosque se desarrollaba un fantástico aquelarre.

Joe Thor fue el primero en sucumbir. Ciego y loco, embestía a aquellos diablos con el sentimiento abstracto de hallarse fuera de su mundo habitual. Tenía en blanco el cerebro y solo su subconsciente iba anotando las heridas y los golpes que recibía de sus «hermanos rojos». Hubiera querido reír, deshacerse en carcajadas para burlarse de sí mismo y de lo que hasta entonces había sido. Y también para desahogar la embriaguez de sangre, de vidas humanas, que incomprensiblemente se había adueñado de él. Pero no tuvo tiempo. Un golpe definitivo le hizo doblegarse, alejando de él la conciencia y la sensibilidad. Terminó la lucha, alzó los brazos como si quisiera asirse desesperadamente a la realidad y al fin se sumió en un negro ensueño.

También Cy Bromton cayó, cubierto de sangre. Después de su caída, el bosque fue recobrando paulatinamente el silencio y la paz.

* * *

Algo húmedo y frío acarició el rostro de Joe Thor. El muchacho abrió los ojos. Agua… Alguien le estaba rociando con ella.

Miró en torno. Se hallaba en un lugar sombrío y maloliente. No tardó en comprender que era el interior de una tienda sioux.

—¿Estás mejor, Joe?

Era Bromton. Joe quiso moverse y el dolor se lo impidió. Un sordo gemido se deslizó entre sus labios.

—Te han dejado hecho pedazos, muchacho. Pero no hay nada grave.

—Cy… ¿cuánto tiempo hace que aquello ocurrió? ¿Dónde estamos?

—Llevamos un día y medio entre los oguelalás. Somos prisioneros suyos y creo que nos reservan el honor de morir en el tormento en gracia al valor que demostramos luchando.

Joe calló. El oscuro recinto parecía girar lentamente en torno suyo. Podía oír ya próximos rumores de vida, movimientos, palabras. Sobre la aldea oguelalá, la noche cerraba su negro recipiente.

—¿Sabes, Cy? Siempre había pensado que al llegar este momento me emocionaría y no es así. Morir no me importa mucho… Es curioso darse cuenta de esto y saberse joven, con toda una existencia llena de incógnitas por delante.

En las tinieblas, Bromton rebulló.

—Pues yo no quiero morir; no puedo. He de enterarme primero de lo que ha ocurrido en Blancheville. Es decir, de si ha ocurrido lo que he estado temiendo, lo que me hacía regresar a la llanura… Esto es una tortura para mí, Joe. He encontrado a un individuo que estuvo en el pueblo durante el ataque y luego ha creído más prudente unirse a los sioux, pero no ha sabido decirme nada respecto a ella.

—¿Quién es ella, Cy? No me lo has dicho nunca.

—No… y prefiero no hablar más de esto.

Joe trató una vez más de moverse. En vano. La fatiga y el dolor se asían a sus carnes.

—¿Qué individuo es ese? —preguntó después.

—«Doscaras» Strong.

—¿Ese canalla? ¿Qué hace aquí y cómo no ha muerto a manos de sus captores?

—No son sus captores, ha venido por su voluntad. Estuvo entre los sioux como «indian agent» durante varios años y los aprovechó para comerciar con licores y armas. Ahora, los indios reconocen sus méritos y le tratan bien. Creo incluso… que él es el culpable de nuestra situación.

—¿Por qué?

—Procura no demostrarlo, pero siente hacia ti un odio particular que hace extensivo a mi persona. Ignoro el motivo.

—Lo sé, Cy… «Doscaras» odia a los indios y a todos sus amigos, especialmente a los que denunciaron sus actividades en la Reserva, por las cuales fue destituido y procesado. Nuestra amistad con los oguelalás, lo mismo la mía que la tuya, eran reconocidas en toda la comarca. No creo que Strong haya cambiado de actitud; si está aquí, es porque tiene miedo. Desdé luego, es preferible tener por enemigos a los hombres blancos que a los rojos. Así lo habrá comprendido y es lo bastante inmundo para llevar a cabo una traición.

—No te equivocas, muchacho. Pero hay otra cosa que debo decirte; otra cosa muy desagradable.

—¿De qué se trata?

—No somos los únicos blancos prisioneros. Otra persona lo es también. Una mujer. Tú la conoces: se llama… Hazel Carruthers.

—¡Dios mío!

—Así es —la voz de Bromton poseía una irritante tranquilidad—. Se encuentra en situación apurada: confió en Strong y le reveló su identidad. Él se ha apresurado a comunicarlo a los sioux y ahora la utilizarán como rehén, para coaccionar al coronel, su padre. Le han enviado ya aviso de que morirá si intenta cualquier acción militar. Esta idea genial ha partido de esa alma pura que es «Doscaras» Strong.

Algo había privado a Joe del habla. Necesitó un esfuerzo para decir:

—¿Está aquí Nube Negra?

—Yo he tenido tu misma idea, muchacho. Le debe la vida, y por muy cochino que sea, no se negaría a ayudarla. Pero no está aquí, sino vagando por los bosques. Quizá adrede, para evitarse un, caso de conciencia.

—Debemos salvarla, Cy, ¡es preciso que hagamos algo por ella!

—No, es inútil. Estamos aquí relativamente libres y ni siquiera nos han amarrado, pero nos faltan fuerzas. Tú no puedes moverte y yo lo hago con dificultad. Hemos perdido sangre y la cura que los sioux han hecho de nuestras heridas ha servido de poco. Debemos resignarnos y esperar.

—Esperar… ¿qué? ¿Un milagro acaso?

—¿Por qué no? Los sioux capturaron a la muchacha cuando regresaba de tu casa por el camino oriental de Blancheville…

—¿De mi casa?

—En efecto. Había ido a comunicar a tu madre los proyectos del ejército, por si ella deseaba advertir a los indios. Hazel quería vender sus informes a cambio de la libertad, pero yo le he aconsejado que no lo haga, que se los reserve como último triunfo. Varias cosas pueden ocurrir: que tu madre avise a los sioux y estos comprendan nuestra buena voluntad pese a lo que Strong diga de nosotros, lo cual significaría nuestra libertad y acaso también la de Hazel; o bien que el ejército ataque, venza y nos libre. El coronel, si es un verdadero militar, se arriesgará a cumplir su misión sin temor a las represalias que pueda sufrir su hija. Yo opino que lo hará.

—¡No, Cy! ¡Es una crueldad inconcebible!

—No hay alternativas. Ahora, muchacho, permanece tranquilo. Yo voy a dar una vuelta por la aldea y abrir bien los ojos. Volveré pronto y te pondré al corriente de la situación.

Joe oyó a su compañero moverse con dificultad en las tinieblas.

—Adiós, Cy.

El cazador salió de la tienda. Era tal el horror de Joe, que no se atrevía a pensar. Cerró los ojos y se concentró para olvidar el dolor y la angustia. Fuera, parecía como si los rumores habituales del poblado se hubiesen agudizado…

Bromton regresó a los pocos minutos, sorprendentemente agitado.

—¡Enhorabuena, Joe! —exclamó—. ¡Algo ha ocurrido…! Hazel Carruthers se ha escapado, sin duda ayudada por alguien. Los sioux acaban de descubrirlo y están rabiando. Han enviado exploradores al bosque… ¡y confío en que fracasen!

Una suave somnolencia invadió a Joe Thor. Sonrió en la oscuridad.

—Gracias, Dios mío —murmuró—. Gracias. Cy… ¿ha sido Nube Negra?

—Probablemente. Quizá juzgué mal al muchacho. Ahora todo irá bien… Debemos huir, o librarnos de esto de algún modo. Yo necesito hacerlo y tú también. Has dicho que no te importaba la muerte, pero no es verdad. Te importa, Joe. Y te importará más cuando te diga lo que sé.

El muchacho guardó silencio. Oyó a Bromton tenderse en el suelo, aunque no pudo verle.

—Hay una mujer que te ama por encima de todo lo terreno —prosiguió el cazador—. He hablado con ella y estoy seguro. Lo ha traicionado todo, incluso sus convicciones, por ti. Debes vivir por ella y para ella. Esa mujer es Hazel Carruthers.

—¿Estás loco, Cy?

—¿Lo estás tú? Medita, muchacho, medita sobre lo que te digo…

 

 

 

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