Dakota

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CAPÍTULO XVIII

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CAPÍTULO XVIII

TOMMY PIERDE UN HERMANO

 

Ardilla no dio muestras de que la escena le hubiese impresionado, pero Tommy se puso como la grana. Jadeaba de rabia. La misma inverosimilitud de lo que acababa de ver le sublevaba la sangre. Parecía mentira y era cierto.

Pero los dos chicos guardaron silencio hasta que los oguelalás se hubieron perdido en el bosque, disolviéndose en la vegetación como si formasen parte de ella.

—¡Traidores! —exclamó Tom entonces—. ¿Has visto esto, Ardilla? ¿Lo comprendes?

El indio movió la cabeza pensativo, pero no pronunció ni una palabra.

—Yo iré en su ayuda —prosiguió Tommy exaltándose—. Lucharé contra todos ellos, pero salvaré a Joe y a Gran Cuchillo, o los vengaré si han muerto.

—Ellos no morir —Ardilla habló al fin—. Ser prisioneros. Nosotros callar y olvidar.

—¿Olvidar? ¡Nunca olvidaré lo que acabo de ver!

Pocos minutos antes, Ardilla y Tom se habían sentido atraídos por el estrépito de una lucha que se desarrollaba entre los árboles mientras el agudo alarido de los oguelalás sonaba. Rápidamente habían tratado de localizar el escenario de la batalla y lo habían conseguido en el instante en que esta terminaba. Lo que descubrieron les dejó asombrados: Joe y Cy Bromton se batían contra una legión de guerreros sioux. ¿Qué podía haber ocurrido para que aquellos hermanos peleasen entre sí? Tommy, que creía al mundo y a los hombres apoyados sobre bases sólidas e inconmovibles, vio de pronto que casi todas sus concepciones se desquiciaban. Asistió al último esfuerzo y a la subsiguiente captura de su hermano y el cazador, vio cómo los indios se llevaban a ambos y a todos sus heridos selva adentro, y aun estuvo unos minutos sin reaccionar.

—¡Les han traicionado, Ardilla! —gritó—. ¡Eran sus amigos y han querido matarles! Yo no puedo consentir esto…

Pero el indio se encogía de hombros.

—Nosotros seguir adelante —dijo—. Tragedia estar próxima.

—¡No! ¡Yo no puedo avisar a los oguelalás después de lo que han hecho a mi hermano! Me vuelvo a casa, Ardilla. Iré al encuentro del coronel, le contaré lo que ha ocurrido y le pediré ayuda para salvar a Joe. Si yo voy ahora a la aldea de tus hermanos sioux, sin duda me matarán.

—No, yo proteger.

—No me fío… ¡Vuelvo a casa y tú vuelves conmigo!

—Yo no volver, pero tú ser libre. Yo seguir, ayudar a oguelalás y quizá ayudar hermano Joe. Pensar que tragedia estar próxima.

—¡Si esto es verdad, que llegue cuanto antes! ¡Que los soldados los maten a todos! Además… tú me habías dicho que un guerrero sioux valía por diez guerreros rostros pálidos y esto no es verdad: Joe y Oran Cuchillo acaban de demostrarlo. Cada uno de ellos sería capaz de vencer a doce oguelalás con los ojos vendados y una mano atada a la espalda.

—Yo seguir —insistió Ardilla inexpresivo.

—Está bien. Adiós. Aquí nos separamos.

—Tú enfadado con Ardilla. Yo querer ser hermanos, como siempre.

Tommy sonrió.

—No, no estoy enfadado contigo, sino con los sioux. Tú y yo seguimos siendo hermanos. Haz lo que gustes… Yo regreso en busca del coronel, en busca de ayuda. No puedo avisar a los oguelalás. Adiós, Ardilla. Te espero en la granja y sé que no tardarás en volver.

—Ardilla no saber.

El indio espoleó suavemente a su caballo y se alejó sobre la pista de los guerreros que, momentos antes, habían capturado a Joe y Bromton. No volvió ni una vez la cabeza. Tommy le vio partir y sintió algo opresivo, angustioso, en la boca del estómago.

Luego, el muchacho partió en dirección contraria. No tardó en galopar. Sentía una prisa extraordinaria y anhelaba hallarse entre las paredes de su hogar, junto a su madre. Quería que todo aquello hubiese terminado ya y que escenas como la recientemente desarrollada entre los árboles, fuesen solo parte de una pesadilla fácil de olvidar. Ardilla, con su decisión, acababa de someterse a su destino; pero él se sometía a otro distinto, al suyo propio. Distintos destinos como distintos eran los colores de su piel… y como distintos eran sus corazones, aunque hasta entonces nunca lo hubiese advertido. Tommy se dio cuenta de qué acababa de perder a un hermano.

Galopó, buscando los claros del bosque. Su conocimiento de la naturaleza, aunque rudimentario, bastaba a guiarle en la dirección adecuada y no temía perderse.

Así transcurrió mucho tiempo.

La febril ansiedad le empujaba. No sentía el cansancio ni toleraba que su caballo lo sintiese. Le ardían las sienes… ¡Ah, qué lejos estaban la llanura y su mundo! ¡Qué difícil era salir de aquel infierno!

Corría por una porción de terreno despejado cuando su potro, poco firme ya de patas por lo forzado y prolongado de la marcha, tropezó. Tommy salió disparado por las orejas. Llegó al suelo en una posición dislocada y, aunque la hierba amortiguó el golpe, este fue muy fuerte.

El caballo no tardó en levantarse, pero Tommy no se levantó. Quedó allí, tendido boca arriba, con los brazos en cruz. El animal se le aproximó y lamió su cara, pero él no lo notó.

No podía notarlo. Había perdido la conciencia de lo inmediato. Tenía ante sí un inmenso desierto llano y blanco. Por él corría un hombre rojo, con la velocidad del terror en sus piernas. Tras él, enorme, pálida, lampiña, se arrastraba una serpiente colosal. Se abrían sus fauces. Reptaba con velocidad superior a la del hombre. Iba a alcanzarle…

Y le alcanzó. Sus mandíbulas se cerraron y el hombre rojo desapareció, preso en ellas.

¡La tragedia se había consumado!

La columna de hombres uniformados que salió al claro encontró al muchacho todavía inmóvil, todavía inconsciente.

—Es Tommy Thor —dijo la muchacha de cabello cobrizo que iba con ellos, arrodillándose a su lado—. No comprendo qué hace aquí. Pero este bosque está lleno de misterios… ¿Pueden decirme por qué Joe Thor está prisionero de los oguelalás, sus mejores amigos, y por qué el sioux que me liberó a mí, arriesgando su vida, no, hizo lo mismo por él? Tenía mayores motivos, puesto que los Thor le acogieron en su casa y mi ayuda fue solo circunstancial. ¿Y por qué aquel salvaje, Nube Negra, me condujo hasta ustedes y despareció después en la espesura, sin una palabra de despedida?

Un sargento tomó entre sus brazos a Tommy.

—Ha sufrido un fuerte golpe y nada más —dijo—. Pronto se repondrá y podrá explicarnos uno de esos misterios a que a usted tanto le preocupan. Sigamos adelante. No hay tiempo que perder si queremos que la maniobra proyectada por el coronel tenga éxito.

 

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