Dakota

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CAPÍTULO IV

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CAPÍTULO IV

JOE THOR GUARDA SILENCIO

 

Joe encontró a la muchacha de cabello cobrizo junto al granero y por un momento le pareció que ella había buscado deliberadamente aquel encuentro.

—Me ha dicho Sarah que piensas partir de aquí —dijo Hazel.

—Así es, aunque estaré poco tiempo ausente.

Ella le miraba con franqueza. Sus grandes ojos eran limpios, no podían mentir. Sin embargo, habían mentido para salvar a un joven sioux de la muerte.

—¿Quién es el hombre que ha llegado hace un rato?

—Cy Bromton, un cazador.

Joe se había preguntado muchas veces cómo era aquella muchacha, cómo era en el fondo de su naturaleza. Había estado junto a ella varios días y la conocía menos que en el primer instante. Era hermética. Incluso su amistad con Sarah tenía un sello unilateral, de cosa no compartida o, acaso, simplemente tolerada. Vivía ausente de cuanto la rodeaba, igual que si se hallase por encima de todo. Y no obstante, no era orgullosa. ¿Por qué había de serlo? Había recibido una buena educación, pero también la habían recibido Sarah y él. En cuanto al coronel, su padre, era hijo de unos granjeros de New Hampshire; entró en el ejército durante la Secesión, se aficionó a él, pasó de los voluntarios a las tropas regulares y fue ascendiendo lentamente hasta alcanzar el grado que ahora poseía. Cierto que era un hombre honrado, inteligente y valeroso, pero su hija no podía sentirse más orgullosa que la hija de otro hombre cualquiera. Con todo, Hazel era una extraña muchacha.

Quizá su situación entre los Thor, decididos partidarios de los sioux, por lo que tenía de violenta, la obligaba a mostrarse distante. Pero Joe presentía que no era así y que la guerra la preocupaba poco. Había salvado a Nube Negra dc sus perseguidores. Aunque después había demostrado cierto arrepentimiento, y especialmente se encogió de hombros como queriendo borrar con ello su acto… Joe la miraba ahora, recordando el instante en que surgió en el umbral de su dormitorio, tan bella, tan serena, tan alegre. Seguía siendo bella.

—¿A dónde irás?

—A Pine Ridge.

Ya no llovía, pero el cielo continuaba negro y de la tierra surgía un intenso aroma de vida. El tejado de las cuadras goteaba, y había en terno a ellas pequeños charcos de agua temblorosa.

—¿Por qué? ¿Es necesario que vayas? ¿Por qué vas?

Lo había dicho claro ante su familia; había expuesto el motivo sin vacilar. Y sin embargo, mintiendo: no le importaban los oguelalás ni necesitaba acompañar a Nube Negra. Existía un motivo más profundo y lo había silenciado. A nadie lo comunicaría.

—Me atraen el bosque y la soledad, me gusta la vida primitiva de los sioux. Ellos se encuentran en un apuro, son mis amigos y quizás me necesiten. Debo hacerles una visita, pero no tardaré en regresar.

Hazel empezó a caminar lentamente hacia la casa. Toda la húmeda frescura de la mañana estaba en su rostro. Joe la acompañó.

—¿Pero no hay peligro en ello?

—Ninguno.

Hicieron alto en el soportal.

—Los sioux son traidores y perversos, Joe —Hazel alzó el rostro hacia él, pero sus grandes ojos nada decían—. Vosotros confiáis en ellos, pero quizá algún día lo lamentéis… No vayas a Pine Ridge.

El muchacho sonrió.

—Son perversos y traidores solo para sus enemigos. Para los demás, son nobles, generosos, fieles. No hay mejor amigo ni más seguro que un indio. Yo he vivido aquí, en contacto con ellos, desde que era muy niño y lo sé bien. Nada temas, Hazel.

Hubo un breve silencio.

—¿Cuándo partirás?

—Lo antes posible.

—Entonces… no volveremos a vernos. He tomado una decisión: dejaré vuestra casa y regresaré a Pierre, aunque con ello me aleje de mi padre y esté allí sola… Agradezco vuestra hospitalidad, Joe, pero quisiera que comprendieras lo difícil que es para mí permanecer aquí. Siento… como si estuviese traicionando a alguien.

Joe Thor había esperado que aquello ocurriese. Lo esperó desde la noche en que Rod Ranke y los soldados registraron la casa. No podía ser de otro modo, y aun así…

—Nada diré de lo qué aquí he visto, de lo que sé —agregó ella—. Tú sabes cómo os aprecio, Joe.

¿Lo sabía en realidad?

—No es necesario que lo hagas constar. Lo comprenda todo. ¿De modo que nuestra despedida será definitiva?

—Sí —Hazel hizo una pausa, y repentinamente su fría expresión desapareció—. ¿Por qué no dejáis todo esto, Joe? ¿Por qué no os mantenéis aparte de un conflicto que no os afecta? Los sioux, la guerra, ¡ah, cuánto los odio a todos! No vayas a Pine Ridge, Joe, ¡no vayas! ¿Es que no te das cuenta? El ejército aplastará a los indios, los derrotará una vez más, habrá una nueva matanza… ¿Qué será de vosotros entonces? Sois y seréis traidores a vuestros hermanos de raza, estáis equivocados, ciegos…

—No creo en eso que llaman hermanos de raza; mis únicos hermanos han sido hasta hoy los sioux. Daté cuenta de esto, Hazel: mi madre…

—¡Sí, lo sé, lo sé! Me lo han dicho ella y Sarah infinidad de veces, han querido que viese por sus ojos la situación. ¡Es en vano! No importa que yo sea la hija del coronel Carruthers: cualquier muchacha blanca, en mi lugar, pensaría como pienso yo.

—¡Pero salvaste a Nube Negra!

—¿Y qué, si lo hice? No significa nada. Fue un impulso sentimental, estúpido y pueril… Dije a Sarah que no quería volver a hablar de ello.

—No puedes eludirlo, Hazel. Es un hecho concreto. En él está nuestra justificación…

—¡En él no está nada! ¿Cómo podéis ser tan obstinados, Joe? Por favor, te lo suplico: no vayas a Pine Ridge. Permanece aquí, en tú propia casa, y procura que ninguno de los tuyos intervenga en lo que pueda ocurrir. Si les quieres de verdad, lo harás. Lo contrario significaría vuestra ruina.

Joe había presenciado con emoción, el progresivo cambio operado en la joven. Le era difícil ahora reconocerla, vibrante de pasión como estaba, exaltada, con las mejillas encendidas y los ojos hablando al fin, hablando cálidamente. ¿Por qué se comportaba así? ¿No era de este modo mucho más difícil seguir adelante?

Se mordió los labios. Dudaba.

—Hazel, yo lo haría si supiera…

¿Por qué decía aquello? Debía callar.

—Si supieras, ¿qué?

Miró ávidamente los hermosos ojos de la muchacha, fijos en los suyos. Si supiera… Había un mensaje en ellos, sí; pero aquel mensaje, ¿qué significaba?

—Nada. Olvida lo que he dicho, te lo ruego.

Algo como una fría sombra volvió a Extenderse por los rasgos de Hazel.

—¿Irás a Pine Ridge?

—Iré.

La muchacha le dejó bruscamente, sin una palabra más. Se encogió de hombros y entró en la casa.

Se encogió de hombros como lo había hecho la noche en que Rod Ranke perseguía al joven sioux. Joe cerró los ojos. Aquel movimiento le había obsesionado. Ahora había vuelto a tenerlo ante sí. Un enorme vacío negro se encerraba en él. Nunca podría olvidarlo.

Y luego vio a su lado a aquella mujer extraordinaria que era su madre. Le estaba observando, apoyada en la baranda del soportal. Fijamente. Leía en él como en la página más clara de un libro.

—Lo siento mucho, hijo mío —dijo, apoyando suavemente una mano en su brazo—. No comprendía la verdadera razón que te llevaba a Pine Ridge, pero ahora me doy cuenta de que haces bien en partir. Es lo más acertado. Lejos de aquí recobrarás la paz… Lo siento mucho —repitió—. No sabía que te hubieses enamorado de Hazel.

Joe Thor nada dijo. Algo acerado e hiriente, doloroso, se estaba hincando en su corazón.

 

 

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