Dakota

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CAPÍTULO VI

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CAPÍTULO VI

UN MENSAJE DE MRS. MADISON

 

Hazel miró al chiquillo con aire de duda.

—¿Es cierto todo eso?

—Puedes creerlo —intervino mistress Thor, que había escuchado con el entrecejo fruncido el relato hecho por su hijo de lo sucedido en casa de los Madison—. «Doscaras» Strong es capaz de todo. Durante varios años ha tenido cargos en distintas agencias indias, por toda la Dakota del Sur. Sacó de ellos cuanto provecho ilícito pudo, pero, hallándose en la Reserva de Rose Bud, fue denunciado por un trampero amigo de los sioux brules y se le castigó como merecía. Este trampero era Abe Madison. Strong le ha odiado a muerte desde entonces. Porque es un cobarde, nunca ha intentado nada. Además, Madison pasa la mayor parte del año fuera de su casa, en los montes… Es evidente que ahora se ha vengado denunciando a Abe como espía de los indios, hecho completamente falso. Es su amigo, ciertamente, pero no traicionaría a nadie por ellos. Esto es lo que la gente del pueblo, con su estúpido sheriff a la cabeza, no puede comprender; esto es lo que «Doscaras» ha aprovechado para su venganza.

Toda la familia, con Hazel y los dos criados, se había reunido en torno a Tommy cuando este regresó de las riberas del White. Sarah era la que se mostraba más inquieta.

—Strong amenazó, según, parece, a Mike Thompson y también a Joe —recordó—. Si pudiéramos avisarles…

—¿Quién es Thompson? —inquirió Hazel.

—Otro trampero, cazador y vagabundo. Tiene una cabaña al norte del pueblo, pero raras veces se encuentra en ella. Carece de familia. Su amistad con los sioux es conocida de todos y podría correr la misma suerte que Abe Madison si Strong le denunciaba.

—No me preocupa Mike —intervino mistress Thor—. Sabe cuidar de sí mismo. Y por lo que respecta a Joe, ayer salió de aquí y debe hallarse muy internado en Pine Ridge. No corre ningún peligro. En caso de que «Doscaras» envíe a los soldados contra nosotros, sabremos recibirles.

—¿Por qué ha de enviarlos? —quiso saber Hazel.

—Odia a los indios más que a nada en el mundo. No quedará satisfecho vengándose de Madison, sino que tratará de eliminar a cuantos puedan ayudar a los sioux. En estos momentos la situación es lo bastante difícil para que la gente del pueblo y el Ejército crean cualquier patraña que Strong les cuente. Una ligera chispa puede encender una terrible hoguera.

El bello rostro de Hazel mostraba señales de preocupación.

—Yo… —dijo, dudando— hablaré a mi padre de ese Strong. No quiero que haya injusticias. Será lo primero que haré en cuanto me reúna con él, muy pronto.

—¿Estás decidida a dejarnos? —preguntó Mrs. Thor, sonriendo con una dulzura insólita en ella.

—Lo estoy… y le he expuesto ya mis motivos. Esta misma tarde me pondré en camino.

—Como gustes, Hazel.

No se había hecho comentario alguno a la decisión de la muchacha. Todos comprendieron los motivos que la habían llevado a ella, y en el fondo se alegraban de que la silenciosa tensión que desde el incidente con Nube Negra había reinado en la casa empezase a disolverse. Solo Sarah se lamentó sinceramente. Hazel era amiga suya, sentía por ella intenso cariño y le dolía aquella forzada separación.

Era, no obstante, curioso el lazo que unía a las dos jóvenes. Hazel, reservada, silenciosa, altiva en apariencia, era como una esfinge a la que no pudiesen atribuirse sentimientos. Con extraño tacto había eludido toda relación posterior con el salvamento del sioux y fingió ignorar su presencia en la casa mientras esta duró. Sarah era una jovencita tímida, frágil, tan silenciosa como su amiga y completamente distinta a su madre, de la que no había heredado ninguna de las enérgicas cualidades que la caracterizaban. Ambas, Hazel y Sarah, apenas charlaban entre sí, apenas fraternizaban y, pese a ello, su amistad era una cosa bien sólida, bien evidente, bien firme y duradera.

La víspera habían partido Joe, Cy Bromton y Nube Negra, este último muy débil aún, pero sostenido por una voluntad de hierro, dificultosamente instalado sobre un caballo. Los tres hombres se alejaron hacia Pine Ridge, donde los oguelalás soñaban con el resurgir de las grandes naciones indias.

—Adiós —dijo simplemente Hazel al despedir al muchacho.

Él buscó su mirada, pero ella hizo inescrutables sus magníficos ojos cuyo secreto nadie era capaz de penetrar. Se estrecharon las manos. Sombrío, Joe marchó. Su madre era la única en saber lo que llevaba clavado en el corazón. Su madre lo sabía siempre todo. Pensó en que, acaso, de haberse quedado, las cosas hubieran sido diferentes. Pero, no; la última esperanza estaba perdida. Y el adiós de Hazel, en su terrible brevedad, decía infinidad de cosas. Era mejor olvidar entre los bosques, abandonarse al amable consuelo de la Naturaleza. La guerra, declarada ya, había de arrastrarlo todo. ¿Quién sabe si arrastraría también aquel amor pequeño, vulgar y estúpido?

Poco después del regreso de Tommy y de su narración, los Thor almorzaron y era aquel el postrer almuerzo que con ellos debía Hazel Carruthers compartir. Ardilla estaba ausente. Como de costumbre, nadie conocía sus andanzas. Era un chiquillo extraño, un hijo más para la señora Thor, pero un hijo al que no poseyese por completo y al que nunca hubiera conocido bien.

Sin embargo, Ardilla llegó cuando la comida no había terminado. Su rostro expresaba muchas cosas misteriosas que sus labios no decían. Tommy lo advirtió.

—¿Qué ocurre? —le susurró al oído.

Ardilla respondió haciéndole signos de que le siguiera. Tom abandonó la mesa furtivamente y obedeció.

—¡Tommy!

Haciéndose el sordo a la severa llamada de su madre, corrió en pos de Ardilla. No se detuvieron hasta hallarse en el soportal de la entrada.

Allí había alguien que jugaba con dos cachorrillos pardos, hijos de una perra propiedad particular de Joe. Era June Madison.

—¡Hola, Tom! —exclamó alegremente—. Vengo a vivir contigo.

El chiquillo quedó atónito.

—Ser cierto —corroboró Ardilla—. Yo encontrar June en camino. Ella venir aquí. Traer carta.

—¿Qué carta?

June mostró una hoja de papel sucia de barro que uno de los perritos mordisqueaba en aquel instaste y Tom se apresuró a posesionarse de ella.

—Para tu mamá —advirtió la niña.

Mistress Thor salía de la casa mientras estas palabras eran pronunciadas y parecía muy colérica.

—¿Cómo te atreves a abandonar la mesa así, Tom? —dijo en aquel tono tan firme que nadie podía resistir… excepto su hijo menor. Luego advirtió la presencia de la pequeña Madison—. ¡June! ¿Qué estás haciendo aquí?

—Juego —explicó ella—. ¡Qué perros más bonitos!

Tommy tendió a su madre la carta. Mistress Thor, desconcertada, guardó silencio y comenzó a leerla. Su contenido era el siguiente:

«Querida señora Thor:

»Me veo en la situación de apelar a sus buenos sentimientos. La supongo enterada por su simpático hijo Tommy de la cobarde acción llevada a efecto por «Doscaras» Strong contra mi marido, pero quiero que sepa también que Abe ha conseguido escapar a los soldados. Ha vuelto a casa y ahora se dispone a huir. Irá a los Black Hills o quizá más allá, al Big Cheyenne River. También es posible que se dirija a Rose Bud, donde tiene muchos amigos. Vaya donde vaya, yo le acompañaré porque, tal como están las cosas, el quedarse supondría una verdadero riesgo. Pero no puedo llevarme a June, como usted comprenderá. Esté viaje no es para ella y la expondría a demasiados peligros, lo mismo por lo que se refiere al Ejército que a los sioux. He creído lo más prudente confiársela a usted, segura de que no tomará a mal esta decisión. Le ruego, en nombre de la vieja amistad que nos une, que la tenga consigo mientras esto dure. Confío en que será por poco tiempo.

»June es una niña muy buena que le ocasionará pocas molestias. No lleva consigo equipaje, pero puede usted mandarlo a buscar a mi casa. Ahora no tengo tiempo más que para escribirle estas líneas. Está muy satisfecha y se alegrará de hallarse junto a Tom, su amiguito.

»Algo más debo decirle. Tengo la obligación moral de hacerlo, aunque los que se beneficiarán no lo merecen ni lo harían por mí. Se trata de que la mayor parte de los guerreros brules, hungpapas y blackfeet se han unido con la intención de saquear nuestra aldea aprovechando que hay en ella una guarnición muy pequeña. Es cuestión de días, de horas acaso; el ataque no se hará esperar. Usted ya sabe lo que es eso, lo que significa. Comunique la noticia al sheriff cuanto antes. Mi marido la ha sabido por un conducto digno del mayor crédito.

»Deseo, señora Thor, que estas circunstancias se solucionen felizmente y que muy pronto tenga la dicha de abrazarlos a ustedes y a mi pequeña. Infinitas gracias por todo,

»Esther Madison».

Mistress Thor miró fijamente a aquella niña rubia y delicada, tan feliz, tan inconsciente de la enorme tragedia que se desarrollaba a su alrededor. Y sonrió. El reflejo de dulzura que asomó a su rostro fue observado por Tommy y el muchacho, que poseía ya cierta experiencia al respecto, supo que su fraudulento abandono de la mesa había sido olvidado y que no había motivos para preocuparse.

—Ven acá, mi pequeña —dijo la mujer, arrodillándose y estrechando a June entre sus brazos—. ¿Estás contenta? Vivirás aquí, con nosotros… Podrás jugar siempre con Tommy. Nosotros te queremos mucho y tú también nos quieres, ¿verdad?

—Sí… y quiero a los perritos, y a Tom y a Ardilla que serán grandes guerreros sioux y saben las palabras secretas de la buena suerte…

¡Serán grandes guerreros sioux! Como Joe cuando era niño, Tom no soñaba más que en aquello. Ella se sentía orgullosa de que fuese así. Y no obstante, en los últimos días, viendo a Hazel intervenir en el círculo, antes tan cerrado, de su familia y viendo a sus hijos mayores que no eran felices, que acaso no lo fueran nunca, se preguntaba si no padecería un error gravísimo, irreparable. Aquella muchacha de cabellos cobrizos, surgida por un extraño antojo del azar, estaba desquiciando su mundo, tan firme aparentemente.

Dejó a June en compañía de los dos chiquillos y regresó al comedor, donde dio cuenta a todos de los acontecimientos. Hazel Carruthers no pronunció ni una palabra, pero su rostro palideció ligeramente. Se daba cuenta de que mistress Thor, aunque de un modo velado, hablaba exclusivamente para ella. Pero no podía comprender el mensaje que aquella mujer extraordinaria pretendía transmitirle.

—Yo iré al pueblo —se ofreció Snake, él viejo mestizo—. Ahora mismo. Es posible que los sioux ataquen esta noche…

—Iremos juntos —opuso mistress Thor—. Dispón el coche. Si pudiésemos comunicarnos con los indios, quizá los disuadiríamos de sus propósitos… Gran Cuerno, el caudillo de los brules, es amigo mío…

—Si esto fuese posible, mamá —dijo Sarah—. Abe Madison lo intentaría. Los sioux de todas las tribus le respetan. Pero no lo es, mamá… Nada podrá contenerlos ya.

—Cierto, hija… El coche, Snake. Rápido —se volvió a Hazel—. Temo que no podrás partir hoy: sería muy expuesto. Aquí estás segura. Esperemos… y más adelante será el momento de decidir. Hoy, todos los caminos estarán bloqueados. Ni una escolta militar bastaría para protegerte.

—Pero…

—Quédate, Hazel —imploró Sarah—. Mamá tiene razón.

Solo unos minutos después, mistress Thor partía hacia el pueblo en el coche conducido por el mestizo.

 

 

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