Dakota

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CAPÍTULO X

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CAPÍTULO X

BROMTON HABLA DEMASIADO

 

Joe Thor llenó en el manantial la cafetera. Tuvo tiempo de regresar al pequeño campamento, avivar la hoguera y colocar sobre ella el recipiente antes de que Bromton despertase.

—¡Vamos, dormilón! le gritó, viéndole desperezarse entre sus mantas.

El cazador se aproximó al fuego, restregándose las manos.

—Hace un frío condenado, muchacho. Esta es la mañana más fría que he conocido en mucho tiempo.

—Claro que sí, Cy… Lo mismo dijiste ayer, lo mismo dices cada día.

—Y cada día es cierto.

Joe lio un cigarrillo, lo encendió y se tendió a fumarlo recostado contra el tronco de un robusto pino.

—¡Ah! —suspiró—. Esto es el Paraíso, Cy… Esta paz, esta atmósfera tan clara, estos pájaros que cantan sin descanso como para saludar al sol que se dispone a asomarse a nuestro mundo… ¿No has pensado nunca que te gustaría morir así, acostado bajo los árboles, viendo amanecer, sin preocupaciones de ninguna clase?

Bromton se rascó la cabeza. Parecía aún medio dormido.

—Jamás pensé en la muerte —dijo—. Solo la vida me interesa: no sé lo que son eso que tú llamas preocupaciones y procuro pasarla lo mejor posible. ¡Vosotros, estúpidos, que vivís encerrados en casas pequeñas y rodeados de campos de trigo y otras porquerías! ¿Dices que esto es el Paraíso? ¡Pues claro que lo es! Yo lo sé desde que era un chiquillo y nadie podrá sacarme de él.

El muchacho miró más allá de la fogata, al lugar en que habían dormido. Había tres yacijas y las tres estaban vacías.

—¿Y Nube Negra? —preguntó.

—Por allí andará. ¿Tú te has fijado cómo se ha repuesto de sus heridas? Cuando yo digo qué este aire lo cura todo… Desde que entró en sus bosques es otro hombre.

—¿Por qué dices «sus» bosques?

—Suyos son. De él y de sus hermanos de raza, piense lo que piense ese hatajo de cabezotas que se llama a sí mismo nuestro Gobierno.

—Es curioso… «Sus» bosques. Lo mismo pensé yo la primera noche que acampamos en ellos, cuando los cuatro brules se presentaron en nuestro campamento. ¿Lo recuerdas? Parecían hallarse en su propia casa. Pocas veces me había dado cuenta de que fuese así… Brotaron de las tinieblas sin hacer el menor ruido. Deseaban hablar con Nube Negra. Pensé que le estaban aguardando, que sabían de antemano que le hallarían allí.

—Es posible que lo supieran. Nube Negra era un espía enviada al pueblo y su regreso se había demorado. Podían hallarse inquietos por su tardanza, le buscaban sin duda alguna… Joe, tú ya sabes que, cuando crees hallarte solo en la selva e ignorado por toda la Humanidad, no hay piel roja en muchas millas a la redonda que no conozca tus movimientos casi antes de que los hayas ejecutado. Yo me di cuenta de que se nos vigilaba en cuanto cruzamos el White River.

—¿Cómo?

—Es difícil explicarlo. Yo soy un indio en esto, Joe. Y a veces mucho más astuto que, ellos. También me he dado cuenta de que hemos estado rodeados de sioux constantemente. Estos bosques hierven de guerreros y, en verdad, no se toman muchas molestias para disimular su presencia.

—Pero, Cy… Creo tener alguna experiencia y nada he advertido.

—Permite que me ría de eso que llamas experiencia, muchacho. Ahora mismo, juraría que Nube Negra está cambiando impresiones con algunos de sus hermanitos oguelalás. Es más: te digo que llegará al campamento por nuestra izquierda.

Joe sonrió.

—¿Cómo sabes que son oguelalás? Los únicos sioux que yo he visto hasta hoy han sido brules.

—No, brules no ha habido por las cercanías más que los cuatro a que tú te refieres, los que nos visitaron la primera noche.

—Cy, ¿no es extraño esto? —preguntó el muchacho, pensativo—. Pine Ridge es una Reserva oguelalá. Los brules están en Rose Bud y Lower Brule, no aquí. ¿Qué querían aquellos de Nube Negra? ¿Dé qué hablaron? ¿Por qué eran ellos los que le esperaban, y no la gente de su propia banda?

Bromton se encogió de hombros, pero no respondió.

—¿No lo sabes, Cy? ¿No oíste nada de su conversación?

—Nada. Es decir, sí… pero no sirve. Me pareció que preparaban un asalto contra algún lugar que no citaron. Nube Negra les decía algo así como que el camino estaba libre. No pude enterarme de otra cosa, pues temía que me descubriesen de un momento, a otro y la situación, entonces, hubiera resultado desagradable.

El agua de la cafetera empezó a hervir. Joe se levantó, vertió en ella el café y dio las últimas chupadas a su cigarrillo.

—Hay ciertas cosas que me tienen preocupado —dijo, regresando junto a su compañero—. Por ejemplo: ¿qué trataba de averiguar Nube Negra en el pueblo? Si lo que deseaba era conocer los futuros movimientos de las tropas, de nada le serviría estar allí porque la pequeña guarnición carece de importancia. A no ser que… ¿Te das cuenta, Cy? Los brules preparaban un ataque contra algún punto determinado y él les dijo que el camino estaba expedito… ¿No lo ves? ¿Acaso se propondrían atacar el pueblo?

Bromton frunció el entrecejo.

—Me doy cuenta de que has llegado a la misma conclusión que yo.

—¡Cy! Pero si es así… ¡no podemos tolerarlo! ¡Debemos regresar inmediatamente y ponerles sobre aviso! Un asalto al pueblo tendría terribles consecuencias, significaría el fin de todo. Yo aprecio a los sioux, pero, Cy…

—Sí, pero no puedes hacerte a la idea de que su salvajismo caiga sobre gente a la que conoces y, en cierto modo, quieres. Tampoco yo.

—¡Pues regresemos! ¡Inmediatamente!

Bromton se encogió de hombros.

—Es tarde ya. Mira.

Joe Thor volvió la cabeza hacia la izquierda. Nube Negra se aproximaba a ellos. No estaba solo. Una docena de guerreros pintarrajados, con grandes tocados de plumas, le acompañaba.

—Blackfeet, brules, hungpapas —murmuró Bromton—. De todo hay ahí, excepto oguelalás.

El muchacho se había puesto en pie.

—Luego, era yo quien tenía razón, Cy. Pero estos hombres… están heridos. ¿Qué diablos…?

Nube Negra llegó a su lado y se detuvo.

—Hermanos sioux querer fumar pipa de la paz con hermanos blancos. Sol elevarse sobre horizonte y ellos estar hambrientos, cansados y enfermos. Pedir a hermanos blancos ayuda.

Joe y Bromton se miraron.

—¿Qué ha ocurrido? —inquirió el segundo—. ¿Qué hacen aquí estos guerreros que no pertenecen a la Reserva, y qué los ha puesto en este estado?

—Ellos retirarse después de gran victoria. Ser heridos por rostros pálidos en White River. Refugiarse aquí.

El rostro de Bromton, mientras contemplaba a los recién llegados, aparecía sombrío. Tras unos momentos de duda, se les enfrentó y habló altivamente.

—Gran Cuchillo es un guerrero famoso, Caudillo entre sus hermanos, cuyas hazañas se cuentan desde donde sale el sol hasta donde se pone. Gran Cuchillo es amigo de los hombres rojos y ha fumado con ellos la pipa de la paz. No se niega a fumarla ahora. Pero exige primero que los guerreros blackfeet, hungpapas y brules juren solemnemente no haber causado daño alguno a la aldea de rostros pálidos que está próxima a White River y es conocida por Blancheville, como tampoco a ninguno de sus habitantes. Gran Cuchillo ha hablado.

—¡Uf! —exclamó Nube Negra a media voz.

Los doce guerreros, sin pronunciar palabra, volvieron la espalda y se internaron en el bosque con solemnes pasos. Joe les vio partir mudo de asombro. Pero Bromton sonreía.

—Mi hermano blanco no debió hacer eso —dijo el oguelalá—. Los guerreros sioux venir en son de paz. Ellos querer amistad de Gran Cuchillo y Gran Cuchillo negársela.

—Yo no les he negado nada. Me he limitado a poner una condición.

—Ellos no poder cumplirla. Ahora estar disgustados. Gran Cuchillo buscar peligro, no ser prudente.

—¿De modo que no pueden cumplirla? —exclamó el cazador ceñudo—. ¿Cómo quieres, pues, Nube Negra, que yo ofrezca amistad y ayuda a unos hombres que han causado a mis hermanos un mal irreparable? Si no pueden cumplirla, es porque han asaltado el pueblo. Sé muy bien lo que son tales asaltos, sé muy bien de lo que sois capaces en ellos, vosotros, los valientes y nobles guerreros sioux… Imagino cómo debe estar Blancheville después de su paso y tú lo imaginas también. Comprenderás, por tanto, que tengo razón de sobra.

—Solo sioux ser hermanos de Gran Cuchillo, no rostros pálidos. Así decirlo él muchas veces.

—Te equivocas, pero sería demasiado largo discutirlo. Si esa gente hubiera luchado contra el ejército, lealmente, yo la hubiese recibido como se merecía, habría fumado con ella la pipa de la paz y hubiera puesto a su disposición mis recursos para aliviar su dolor, su fatiga y su hambre. Pero regresando del asalte a una pobre aldea indefensa, no.

—Ellos luchar contra ejército —opuso el indio vigorosamente—. Lobo Azul perseguirles hasta bosques de Pine Ridge. Muchos sioux morir. Ser lucha leal.

Bromton estalló en carcajadas.

—¡Ah! ¿De modo que es esa la victoria de que hablaban? Nube Negra, tus amigos van a resultar unos mentirosos… ¡Diablo, me alegro de que les hayan dado un buen escarmiento y de que se lo haya dado Lobo Azul en particular! Ya supongo lo que ocurrió…

Joe Thor salió de su mutismo.

—¿Quién es Lobo Azul?

—Ese es el nombre que los sioux dan a su peor enemigo: Dañe Carruthers, el padre de aquella preciosidad de chiquilla que estaba en vuestra casa cuando yo llegué y que, según parece, salvó a Nube Negra de que el sheriff le ajustase las cuentas. Si no me equivoco, Carruthers debió acudir en socorro del pueblo, puso en fuga a los indios y los persiguió un buen trecho. Así están ellos, heridos, cansados, hambrientos… La cosa habrá sucedido recientemente, quizá esta noche última, o habrían buscado ya refugio entre los oguelalás. Bien, Nube Negra —añadió Bromton, volviéndose al sioux —no hablemos más de esto. Es tiempo ya de desayunar y emprender la marcha.

Pero Nube Negra no parecía de muy buen humor. Su rostro, generalmente impasible, tenía grabada una mueca de testarudez.

—Gran Cuchillo obrar con imprudencia —insistió—. Bosques estar llenos de guerreros hungpapas, brules y blackfeet y ellos no ser ya amigos de Gran Cuchillo. Haber peligro.

—Perfectamente; tú nos protegerás.

—Sí, yo proteger. Yo deber vida a rostros pálidos. Pero oguelalás ofenderse cuando saber…

—¡Al diablo! Sé sincero, Nube Negra: a ti te importa un comino deber la vida a los Thor, cosa por otra parte, en la que yo nada tengo que ver. Y si vamos más lejos, tú eres el culpable más directo del asalto a la aldea. Estuviste allí como espía. La primera noche que pasaste en Pine Ridge, la aprovechaste para comunicar a los cuatro brules que te visitaron tus puercos informes. Ellos procedieron en consecuencia… Si hubieran sabido esto, quizá ni los Thor ni ningún rostro pálido te hubiera salvado de Rod Ranke. Eres un inmundo traidor, Nube Negra, el peor de todos los traidores que he conocido. No sabes ni siquiera el significado de la palabra nobleza, no sabes lo que es agradecimiento. Si yo fuese un oguelalá, renegaría de mi sangre solo para no tenerte por hermano. Y entérate desde ahora de que algún día tendrás que habértelas conmigo por lo que has hecho. Nada más.

—¡Uf, uf! —hizo el indio.

—Esta es la verdad, coyote sarnoso. Pero aún hay otra cosa.

Joe pensó que nunca había visto a Bromton tan enfadado. Generalmente el cazador era silencioso, ecuánime, parco en las palabras, sereno; más bien pecaba de retraído que de otra cosa. Pero en aquel momento, con vehementes ademanes, caminaba hacia su mochila y había dejado atónito a Nube Negra con la pasión puesta en su discurso.

Poco tardó en regresar, y cuando lo hizo tenía en sus manos un «calumet» de piedra roja4.

—En esta pipa —dijo mirando fijamente al indio—. Gran Cuchillo fumó la paz con Nube Negra. Ahora, estúpido, mira lo que Gran Cuchillo hace con ella.

La asió con fuerza, hizo una brusca presión y la pipa se quebró con seco chasquido.

—Gran Cuchillo ha, hablado.

Una sombra gris parecía extenderse lentamente por el rostro del sioux. Joe, alarmado, comprendió muy bien lo que la acción de Bromton significaba: era un desafío, una declaración de guerra, la definitiva renuncia a la amistad con el joven guerrero.

Nube Negra se alejó lentamente, bordeando la hoguera. Fue hasta su yacija y reunió sus pocos enseres. Había cierto empaque en sus gestos, como si quisiera dar a entender que llevaba a cabo algo muy importante. Luego dispuso su caballo. Cuando hubo terminado, regresó hacia los dos hombres que le observaban en silencio, alzó la diestra y, dirigiéndose exclusivamente a Joe Thor, como ignorando al otro, ladró su gutural despedida:

—¡Haugh!

El muchacho respondió con un frío ademán. Nube Negra y su caballo se perdieron entre el arbolado.

Bromton se rascó la cabeza, haciendo muecas.

—Hoy se me ha soltado la lengua, muchacho —gruñó—. No sé lo que resultará de esto y es posible que sea algo muy malo… ¡Pero me alegro de haberlo hecho, demonio!

Joe, melancólico, fue hacia el fuego y colocó la sartén para freír el tocino que había de completar su cada vez más demorado desayuno. El café, ya terminado, humeaba y olía muy bien.

La mañana se presentaba hermosa, trinaban los pájaros y el bosque, con las primeras luces deslizándose entre el follaje, parecía una copia exacta del País de las Hadas. A pesar de torio ello, los pensamientos del muchacho no podían ser más lúgubres.

Gran Cuchillo regresó del manantial, donde había estado lavándose, y ambos se entregaron con ardor a la tarea de comer.

—¿Qué haremos ahora? —preguntó Joe—. ¿Seguir hasta encontrarnos con los oguelalás y quedarnos en su compañía?

—No lo sé, muchacho. Podemos seguir, si lo deseas; lo mismo da. He roto con Nube Negra y me he indispuesto con tres importantes bandas sioux: los brules, los blackfeet y los hungpapas; pero no creo que esto importe mucho a los caudillos oguelalás. Mi prestigio es sólido y he sido su amigo durante infinidad de años. En realidad, me consideran como uno entre ellos y lo más que harán será tomarlo a broma. Pero no es esto lo importante. Lo que yo me pregunto es: ¿qué haremos allí? ¿Sientes tú realmente la necesidad de estar a su lado en estas circunstancias? Francamente, yo temo verme complicado en hechos que me repugnan. Casi lo estoy ahora y, desde luego, lo estás tú: Rod Ranke no dejará de pensar que Nube Negra es el culpable del asalto al pueblo y nadie le convencerá de que, pese a las apariencias, no se había refugiado en vuestra granja. Con mayor razón, puesto que tú la abandonaste muy pronto y con cierto disimulo. Ten en cuenta que los indios, lanzados a la guerra y cegados por el fanatismo, no son más que repugnantes alimañas. Está muy bien tenerlos por amigos, justificar sus sediciones, protegerlos e incluso amarlos. Tero cuando las cosas se ponen como están ahora, lo mejor es contemplarlas desde lejos o se corre peligro de que la inmundicia le salpique a uno. Sí, como todo parece indicar, han atacado Blancheville, yo me niego a dirigirle la palabra a un brule, hungpapa o blackfeet, como no sea para insultarle. Te digo yo todo esto, y acaso soy el menos indicado para decirlo; pero es la pura verdad. Si té parecen buenos mis consejos, salgamos de estos bosques cuanto antes y regresemos a la llanura. Te aseguro que, según las circunstancias, soy capaz de agregarme al ejército en calidad de explorador y guía. Me recibirán con los brazos abiertos… —Bromton se interrumpió y dedicó la pausa a hacer expresivas muecas—. Sí, vámonos, muchacho, antes de que la cosa se ponga fea. Esto está lleno de sioux y cualquiera de ellos puede elegirme como blanco de sus flechas. Pensándolo bien, esos guerreros a quienes he arrojado de mi campamento estarán rabiando como condenados. Y… vaya, ¡es increíble, pero ya ves que hoy se me ha soldado la lengua!

—Cy —dijo Joe pensativo—, me has dicho antes que nadie podría sacarte de aquí y que esto era tu paraíso. ¿Es posible que una docena de pieles rojas fugitivos del ejército lo consigan? ¿No hay otro motivo para que tan radicalmente hayas cambiado tus opiniones y tus gustos, para que te hayas comportado con los sioux como lo has hecho? Permíteme opinar que sí lo hay: he observado que, desde que sospechas que Blancheville ha sufrido un asalto, eres otro. ¿Por qué? Nunca habías dicho de los indios lo qué has dicho hoy, nunca habías hablado tanto como hoy, nunca habías perdido la calma como hoy. ¿Por qué, Cy?

El cazador bruscamente oculto el rostro entre sus manos. La emoción fluía a raudales de él. Joe, atónito, no había esperado tanto; no lo había soñado siquiera.

—Lo has adivinado, muchacho —dijo Bromton con un esfuerzo—. Una sola cosa me importaba en el mundo, excepto estos bosques, y estaba en Blancheville, en el pueblo. Si algo le ha ocurrido…

—¿Qué cosa, Cy?

—Una mujer.

Joe Thor, entonces, empezó a comprender. Y pensó que no era él solo quien sufría y que había otras mujeres además de Hazel Carruthers.

 

 

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