Daisy

Daisy


Capítulo 24

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Daisy se movía con inquietud entre las mantas. El suelo era duro y frío, pero casi no se daba cuenta. Cada milímetro de su cuerpo parecía ser consciente de la cercanía de Tyler. Deseaba tanto que le hiciera el amor que casi se lo había pedido. Pero sin importar lo mucho que su cuerpo reclamara estar con Tyler, no iba a dejar que la tocara a menos que admitiera que la amaba.

Se dio la vuelta, pero no se sintió más cómoda. Iba a ser una noche lamentable. Casi deseaba que los cuatreros opusieran resistencia. Al menos así tendría algo distinto en que pensar.

Luego se quedó mirando a Tyler. No debería, pero no podía evitarlo. Sentía que algo la arrastraba hacia él.

Él debía de sentirlo también, pues se volvió a mirarla. Sus ojos se encontraron, la distancia que los separaba era muy pequeña. Los ojos de Tyler siempre parecían cubiertos por un velo que lo protegía de cualquier cosa que estuviera afuera. Pero esa noche los tenía muy abiertos y luminosos. Nunca le había parecido tan accesible, como si hubiera logrado hacer a un lado las barreras que lo separaban de ella y del resto del mundo.

Pero aparte de eso, esa noche había algo nuevo en la mirada de Tyler, algo cálido y atractivo. Era como si la estuviera invitando a entrar dentro de él. Daisy sabía que eso no podía ser real. Tyler era incapaz de permitir que alguien se metiera de verdad en su vida y en sus sentimientos.

—Te amo.

Daisy se quedó helada. Las palabras debían de haberle producido una llamarada de pasión, pero en realidad la dejaron paralizada. Incapaz de moverse, responder o pensar. Sentía como si toda su vida hubiera estado esperando que Tyler le dijera esas palabras y ahora no sabía qué decir ni qué hacer.

—Sabiendo lo que piensas de mí, no creo que te emocione mucho.

Realmente, Tyler no sabía nada sobre el amor. Nunca había sabido nada sobre el amor. A Daisy le impresionó que un hombre tan sensible pudiera saber tan poco sobre las mujeres. Aunque ella no lo amara, aunque no quisiera volver a verlo jamás, las palabras de amor siempre eran bienvenidas.

—No quería admitirlo —dijo Tyler.

Eso no la sorprendió. Tyler se había pasado toda la vida convenciéndose de que no sentía nada. Tampoco la sorprendía el hecho de que le hubiera llevado tanto tiempo reconocer el amor, cuando este apareció finalmente.

—Zac lo sabía hace mucho tiempo, Laurel también. Supongo que yo no, porque pasé muchos años negándome a sentir.

—¿Por qué?

Tyler se quedó callado un momento y Daisy pensó que se había sumido en otro de sus largos silencios. Por eso se sorprendió cuando él comenzó a hablar con voz mesurada.

—Mi padre era un hombre cruel. Algunos dirían que era realmente perverso. Nos hacía competir por su aprobación. Tú solo conoces a Hen, pero mis otros cuatro hermanos mayores son iguales que él. Yo nunca podía ser tan bueno. Ellos eran más altos, más apuestos y más inteligentes; eran capaces de cabalgar más rápido y de saltar más alto.

Cuando yo tenía siete años, mi padre trajo a casa un hermoso potro pura sangre, con manchas negras. Dijo que podía ser mío si era capaz de probar que era suficientemente bueno. Sabía que mis hermanos me iban a dejar ganar para que me pudiera quedar con el caballo, así que me hizo correr contra un niño que yo detestaba, Leonard Craven. Durante una semana, George y Madison me enseñaron el recorrido de la carrera palmo a palmo, cómo tenía que saltar, en qué colinas debía cabalgar despacio para ahorrar energías, qué curvas eran demasiado cerradas para tomarlas a todo galope. Yo adoraba a ese caballo. Le puse de nombre Ciclón, pues era el más rápido que había en las caballerizas. Sabía que iba a ganar la carrera.

Se interrumpió unos segundos; luego continuó:

—Pero Leonard era tres años mayor. Para él, no perder frente a mí era una cuestión de orgullo. Cabalgó lo más rápido que pudo y me bloqueó el camino cada vez que intenté pasarlo. Trató de hacerme caer en los saltos y casi lo logró. De todas maneras iba a ganarle, pero cuando comencé a pasarlo en campo abierto, le pegó a Ciclón con la fusta en la cabeza y el caballo perdió la dirección. Perdí por un cuerpo. Papá estaba tan furioso conmigo por haber perdido que le regaló el caballo a Leonard. En ese momento lo odié, pero sabía que no podía mostrar mis sentimientos porque solo lograría que se enfadara más. Entonces me escondí en el granero. No quería llorar, pero no pude evitarlo al pensar en Leonard cabalgando sobre Ciclón… Papá me descubrió. Dijo que los hombres no lloraban, especialmente los Randolph. Dijo que aunque yo no daba la talla para ser un Randolph como era debido, se iba a asegurar de que nunca volviera a llorar. Me iba a pegar hasta que ningún golpe me arrancara ni una lágrima. Y eso hizo.

Daisy estaba horrorizada. No podía creer que un hombre pudiera hacer algo tan cruel.

—Al principio lloré. La fusta era durísima. Me daba un golpe, luego gritaba que dejara de llorar y me volvía a pegar.

—No entiendo cómo no lloraste todavía más.

—Porque lo odiaba demasiado y decidí demostrarle que no me podría tocar por dentro, que era donde importaba. Así que dejé de llorar y lo miré a la cara hasta que dejó de pegarme. Después de eso, solo volví a dirigirle la palabra una vez.

—¿Qué hizo tu madre?

—Se quedó allí, retorciéndose las manos y rogándome que no lo enfureciera más. Una de las mujeres de la cocina me echó ungüento en las heridas. Mamá siempre creyó que papá habría sido cariñoso y bueno si nosotros no lo hubiéramos molestado…

—¿Cuándo volviste a hablarle?

—Me fugué. George me encontró y me llevó de regreso, pero decidí que me iba a vengar de mi padre. Lo hice introduciendo una piedra entre la herradura y el casco de la pata izquierda delantera de su caballo de caza favorito. Cuando llegó el momento de la gran cacería de otoño, el caballo estaba cojo y mi padre perdió una apuesta grande. Le conté que yo lo había hecho. Casi me mata, pero yo simplemente lo miré mientras me golpeaba. Le dije que, si volvía a tocarme, lo mataría cuando creciera. Poco después de eso nos mudamos a Texas y después se unió al ejército confederado y nunca lo volví a ver.

Daisy no se dio cuenta de cuándo ni cómo llegó al lado de Tyler y lo envolvió entre sus brazos. Entonces recordó la noche en que él la había abrazado mientras ella lloraba por su padre. Solo que Tyler no estaba llorando. No podía.

—Decidí que, si no sentía nada, nada podría hacerme daño. No sentí nada cuando me fui de Virginia, ni cuando mi padre y mis hermanos se fueron a la guerra, ni cuando mamá murió. Y ahora, cuando quiero sentir, no puedo.

Daisy se preguntó si realmente lo habría intentado. Probablemente tenía mucho miedo de sentir y pensaba que eso le haría perder el control. En cambio ella nunca había tenido el control. En realidad, enamorarse había sido como una liberación. Tyler era quien lo había hecho posible y ni siquiera lo sabía.

—No te conté eso para convencerte de que soy distinto de lo que piensas. En realidad no estoy seguro de por qué te lo conté. Simplemente pensé que te gustaría saberlo.

Daisy tomó el brazo de Tyler y lo puso alrededor de ella. Sus propios sentimientos eran un torbellino, pero cada vez estaba más segura de que lo amaba. Si hubiera podido hacer algo por él, lo habría hecho. Pero por ahora ya había intentado todo lo que se le había ocurrido. Así que solo podía continuar amándolo.

—Tengo frío —dijo Daisy, aunque no tenía la intención de pronunciar esas palabras, porque en realidad estaba pensando en otra cosa.

—No puedo dormir a tu lado toda la noche y levantarme después al amanecer, como hacía en la cabaña —le dijo Tyler.

—Lo sé —respondió ella.

—Pero tú no te quieres casar con un soñador, un hombre que padece la fiebre del oro, un hombre que trata de darte órdenes todo el tiempo.

—Pero te amo.

—No lo entiendo.

—Yo tampoco.

Tyler se acercó más y le acarició la mejilla.

—Te amo de verdad. No son solo palabras, y por eso no quiero que lo lamentes por la mañana.

—Solo lamentaré que no lo hagas.

—He querido hacerte el amor casi desde el primer momento en que te vi.

Era muy bonito que él dijera algo así, pero eso no quería decir que ella tuviera tan poco cerebro como para creerle.

—No es posible. Cuando me conociste no pudiste desearme, con toda la sangre que tenía en la cara y con la cabeza envuelta en vendas.

—Los buscadores de oro no vemos a muchas mujeres. Por eso a mí me parecía que eras maravillosa, aunque no estuvieras en tu mejor momento.

Era, desde luego, un cumplido bastante particular, pero Daisy decidió aceptarlo hasta que a Tyler se le ocurriera algo mejor. Luego él se inclinó sobre ella y la besó en los labios con dulzura.

—Me alegra que no seas pequeña y frágil.

—Y a mí me alegra que no estés impecablemente vestido y tus maneras no sean perfectas.

—Querría hacerte el amor aunque nuestra cama no fuera más que un lecho de agujas de pino.

Las agujas de pino estaban bien, siempre y cuando las compartiera con Tyler. De alguna manera parecía lo más apropiado. Durante toda su vida, Daisy siempre se había sentido fuera de lugar, primero con respecto a la sociedad de la que provenían sus padres, después con respecto a la sociedad a la que habría pertenecido si se casaba con Guy. Pero se sentía cómoda sobre agujas de pino, al lado de un vaquero vestido con recia ropa de algodón, lino y ante.

Estar entre los brazos de Tyler era tan maravilloso como lo recordaba. El deseo la hacía sentirse demasiado acalorada como para seguir debajo de las mantas. Daisy no opuso resistencia cuando Tyler se las quitó de encima y la acercó hacia él. No notó que hacía frío. Esta vez no había culpa, no había necesidad de detenerse. Era increíble que pudiera sentir tanto placer por el solo hecho de estar entre sus brazos. A Daisy le gustaba sentir el calor del cuerpo de Tyler. Le gustaba el bienestar que le producía su fuerza, el sólido apoyo de su cuerpo musculoso y firme contra el de ella.

Estar entre sus brazos era perfecto.

Daisy se dio cuenta de que todavía tenía los pies en el espacio que había entre las dos «camas», así que los metió debajo de las mantas de Tyler.

—Estás fría —susurró él.

—Solo los pies.

Tyler la acercó todavía más a él. Parecía envolverla con su calor. Daisy se preguntó si podría haber algo más reconfortante que estar entre los brazos de un hombre tan fuerte como él. Aunque eso no cambiaba el pasado, pues el resto del mundo seguía igual. E incluso dudaba de que tuviera un efecto real en el futuro. Sin embargo, todo parecía nuevo, diferente, como si estuviera viendo y sintiendo por primera vez.

Tyler la besó con suavidad, apenas rozándole los labios. Este era un cambio inesperado, después de los besos apasionados y bruscos a los que la tenía acostumbrada. Y Daisy se sintió todavía más confundida, cuando le acarició los labios con la punta de la lengua. Sintió que su cuerpo se estremecía de pies a cabeza. Parecía como si la estuviera probando. Daisy abrió la boca y su lengua corrió a buscar la de Tyler, y de esa manera comenzó una serie de besos cada vez más urgentes.

Sintió que la respiración de su amante se volvía un poco más rápida, al tiempo que sus besos eran cada vez menos delicados y más intensos. Eran unos besos apasionados, que encendían en ella el mismo ardor.

De pronto Daisy comenzó a sentir de nuevo aquella sensación en el vientre. Era extraño, porque le resultaba deliciosa e inquietante al mismo tiempo. Y parecía tener un efecto sobre sus músculos, pues no podía controlarlos. Al mismo tiempo, producía constantes oleadas de calor.

Notar las manos de Tyler sobre su cuerpo la hizo sentirse todavía más acalorada y temblorosa, hasta que se dio cuenta de que ya no podía pensar. Ese abanico de sensaciones y sentimientos era nuevo y cada uno clamaba por tener supremacía sobre los demás. No tardó mucho tiempo en sentirse aturdida. Cuando Tyler le introdujo la mano dentro de la camisa y le acarició los senos con su mano áspera, la mente de Daisy se rindió y dejó de distinguir, diferenciar o analizar. También dejó de tomar nota.

Simplemente se dedicó a sentir.

Como esquirlas de bala dentro de una cueva rocosa, Daisy sentía estremecimientos de deseo que rebotaban contra sus costillas. La presión de los dedos de Tyler sobre el pezón fue como una pequeña explosión. La suave caricia de las manos sobre la piel rugosa del pezón la hizo hervir de deseo. No podía quedarse quieta. Su cuerpo se arqueaba al contacto con las manos de Tyler y así pudo sentir en la piel del estómago que Tyler tenía algo largo y duro que palpitaba en la parte baja de su abdomen.

Los labios de ambos se cerraron en un beso feroz que reflejaba lo mucho que se necesitaban. La pasión que Daisy sentía se propagaba como un incendio en medio de un bosque seco. Tenía el aliento represado en la garganta y cuando pudo respirar sintió que desfallecía. Pero esto duró solo un momento, pues en ese instante sintió que los dedos de Tyler se movían hacia abajo, desabotonándole la camisa, lo cual hizo que sus músculos se crisparan y la respiración perdiera el ritmo y la piel comenzara a temblar.

El hombre introdujo la lengua en su boca. La lengua de ella salió a su encuentro y de nuevo se engarzaron en una danza sinuosa, como dos bailarinas expertas. Era el preludio de la unión de sus cuerpos. La sensación de urgencia aumentó hasta que la respiración de los dos se fue haciendo cada vez más pesada y ruidosa.

La sensación se hizo más intensa cuando Tyler comenzó a quitarle la ropa interior. El aire de la noche sobre su piel ardiente la hizo estremecerse. Segundos después, las manos del amante cubrieron su piel, y Daisy se olvidó del aire frío de la noche. Tyler le acarició los senos, los rodeó y después bajó hasta el estómago. Las manos ásperas de Tyler le rasparon la piel, intensificando la sensación.

Pero nada se comparaba con los espasmos que la hicieron estremecerse de arriba abajo cuando Tyler se reclinó sobre ella y comenzó a besarle un pezón. Daisy pensó que iba a explotar, que moriría de placer.

La humedad ardiente de su lengua le quemaba la piel. Tenía los senos tan sensibles y los pezones tan firmes que sentía una mezcla de agonía y placer. A veces Daisy no sabía cuál de las dos sensaciones era más fuerte. Y todo esto aumentó cuando él comenzó a acariciarle el otro seno con la mano, produciendo con los dedos un placer casi tan intenso como el que producían sus labios.

Daisy dejó escapar un gemido tembloroso cuando Tyler le mordió suavemente un pezón. Trató de contenerlo, pero fue imposible. En medio de aquel vértigo de pasión que la envolvía, trató de desabotonarle la camisa con dedos temblorosos. Sentir los músculos de Tyler bajo sus dedos fue como un afrodisíaco. Pudo sentir el poder de aquel abdomen fibroso, la fuerza de sus poderosos hombros. El cuerpo de Tyler era como una obra de arte, una obra maestra esculpida a la perfección por el trabajo. Daisy enterró los dedos en el suave tapete que formaba el vello que nacía del centro del pecho y se iba estrechando en su recorrido hacia abajo.

Tenía la intención de quitarle la camisa y estudiar cada milímetro del cuerpo, hasta que dejara de ser un misterio, pero de pronto sintió que su fuerza y su voluntad se desvanecían. Tyler ya le había quitado la camisa, le había deslizado la ropa interior de arriba sobre los hombros y estaba en el proceso de quitarle la falda. La perspectiva de yacer desnuda entre sus brazos la hizo olvidar todo lo demás.

Entretanto, él también se quitó la ropa. Mucho antes de que ella pudiera acostumbrarse a su propia desnudez, el cuerpo desnudo de Tyler se reunió con el de ella.

El hecho de que estuvieran desnudos la dejó perpleja. Sentir las manos de Tyler explorando todo su cuerpo, acariciándola, tocándola, era más de lo que podía comprender. Daisy se sintió completamente a merced de su amado. Cuanto más la exploraba, más indefensa se sentía. Cada nuevo avance era más inesperado que el anterior. La joven sintió que una marea de sensaciones vertiginosas la arrastraba sin su permiso, llevándola de una experiencia asombrosa hacia otra aún más increíble.

Entonces sintió que Tyler deslizaba una pierna entre las de ella y Daisy se puso rígida.

—Tranquila —le susurró—, no te voy a hacer daño.

Daisy no creía que él fuera a hacerle daño, pero ya no controlaba su cuerpo. Ya no controlaba nada que tuviera que ver con ella misma. Su cuerpo reaccionaba frente a él con voluntad propia.

—Debes relajarte y abrirte para mí.

Ella lo intentó, pero el cuerpo no le respondió. Haciendo una presión muy suave, Tyler le fue abriendo las piernas hasta que la joven e inexperta mujer sintió que sus músculos cedían.

—Te prometo que no te va a doler más de lo necesario.

Daisy no tenía miedo de que le doliera, lo que la hacía reaccionar era solo la sorpresa, la novedad y la sensación de que venía algo más. Tyler le puso los brazos alrededor y la acercó hacia él. Daisy se puso tensa al sentir el pene de Tyler completamente erecto, pero él simplemente la abrazó con fuerza, mientras le hablaba con dulzura, la besaba con gentileza y le acariciaba el cabello.

Daisy se sintió envuelta por el calor del cuerpo de Tyler y poco a poco pudo relajarse. Incluso cuando él le deslizó la mano por la espalda hasta llegar a las nalgas, la chica pudo contener la sorpresa, absorber el impacto de las sensaciones sin ponerse tensa. Pero todo eso cambió cuando Tyler deslizó la mano entre sus piernas. Daisy se quedó sin aire y sintió que el cuerpo se le ponía rígido.

No se explicaba cómo se suponía que iba a sentir placer si el pánico amenazaba con ahogar cualquier otra emoción. Cuando la mano de Tyler invadió su cuerpo, creyó que no iba a poder seguir. Todo su ser intuía el peligro y parecía listo a responder y a luchar contra aquella intromisión.

Pero de pronto, desde algún lugar profundo situado detrás del miedo, la tensión y la incertidumbre, Daisy sintió que surgía en su vientre una sensación que comenzó a crecer y esparcirse por todas partes, como el agua de los charcos después de una lluvia de verano. Aunque su mente tenía problemas para asimilar lo que le estaba pasando, el cuerpo lo aceptaba con ardor. Y Daisy sintió que comenzaba a relajarse y a acercarse más a Tyler, y a querer más en lugar de menos. Con cada segundo la sensación crecía cada vez más y ella sintió que todo su cuerpo comenzaba a responder a las caricias del hombre. La aprensión fue cediendo poco a poco hasta que ya no pensó en nada más que en la magia que Tyler había puesto a sus pies.

Daisy no se dio cuenta de en qué momento se acomodó sobre ella. Solo lo percibió al retirar la mano.

—Esto puede ser un poco incómodo al principio —le dijo.

Luego sintió la presión de él mientras la penetraba lentamente. Pero lo estaba haciendo con tanto cuidado que en determinado momento ella misma se apretó contra él, pues sentía la necesidad de que se hundiera en ella.

—Es posible que esto te duela un poco —le advirtió—, pero solo será un momento.

Tyler se abrió camino dentro de ella. Un dolor agudo la hizo gritar, pero enseguida él le cubrió la boca con un beso. Mientras su amante se movía dentro de ella, Daisy sentía que el dolor cedía y su propio deseo aumentaba y se intensificaba, hasta que finalmente no sintió nada más que eso. Parecía que su cuerpo se hubiera reducido a un deseo furioso y perdió la conciencia de todo lo demás.

Entonces se pegó a Tyler y trató de envolverlo, de absorberlo para que pudiera llegar hasta ese punto profundo y desconocido dentro de ella y satisfacer ese deseo que parecía aumentar con cada segundo, hasta convertirse en un verdadero frenesí que la hizo pensar que Tyler no parecía estar haciendo lo suficiente para ponerle fin a su agonía, una agonía dulce y amarga al mismo tiempo.

El deseo de Daisy fue creciendo hasta que ya no fue consciente de nada más. Sentía que algo la apretaba por dentro y amenazaba con hacerla desaparecer. Lo único que parecía crecer sin límite era su deseo.

Luego sintió que una ola parecía levantarla, y después otra, toda una marea que la mecía al margen de su voluntad, que parecía anulada. Entonces se apretó contra Tyler y le enterró los dedos en la piel para tratar de obligarlo a encontrar la fuente de su deseo.

Daisy se sintió invadida por olas de placer sensual que palpitaban en todo su cuerpo, hasta que tuvo la certeza de que ya no iba a poder respirar. Luego sintió una última pulsación muy adentro y, justo cuando pensó que se iba a morir, se abrieron las esclusas y una deliciosa marejada de alivio la recorrió de arriba abajo una y otra vez.

Solo después de liberar parte de la tensión de su cuerpo, Daisy se dio cuenta de que Tyler estaba sintiendo las mismas ansias que la habían torturado y estimulado a ella hacía unos instantes. Tenía el cuerpo rígido y respiraba de manera entrecortada y ruidosa, mientras se movía cada vez con más brusquedad y rapidez. Finalmente la embistió con fuerza y se derramó dentro de ella, en una serie de espasmos poderosos.

Cuando por fin terminó, se dejó caer al lado de Daisy.

Ella se quedó quieta durante lo que parecieron horas; quería asimilar la magnitud de lo que acababa de pasarle. No quería hablar ni moverse. Solo quería sentir. Tyler estaba a su lado, abrazándola de manera protectora. Parecía imposible que después de aquello pudieran separarse. Se había forjado un lazo entre los dos que parecía más poderoso que las diferencias que tenían. Ahora todo había cambiado.

Sin embargo, todo seguía igual. A Daisy le iba a llevar algún tiempo entender todo lo ocurrido. Por lo pronto, se sentía feliz de estar donde estaba.

A Tyler jamás le había gustado quedarse en la cama después de hacerle el amor a una mujer. Pero ahora no quería irse. Daisy estaba recostada contra él y su calor se mezclaba con el de su amante. Compartir el lecho era una sensación muy rara. Pero eso no era lo más extraño. Lo más raro era compartir una pequeña parte de sí mismo. Para que él pusiera sus brazos alrededor de Daisy, para que la acercara a él, para que quisiera estar cerca de ella, había tenido que abrir un pequeño resquicio en la muralla que había construido a su alrededor. Y la existencia de ese resquicio lo ponía un poco nervioso, pero no le hacía sentirse mal.

Para admitir a Daisy que la amaba había necesitado recurrir a todo su coraje.

Esa había sido la primera grieta en su armadura. Pero no, en realidad la primera grieta se produjo antes, cuando quiso hacerle el amor en la cabaña. Y antes de eso, cuando quiso besarla. Tal vez incluso antes, cuando le cedió un extremo de la cabaña, le dio de comer y le cuidó la herida.

¡Demonios! No es que tuviera una grieta pequeña. Sus defensas estaban en ruinas. Era posible que ya se hubieran hundido y resultaba estúpido por su parte que ni siquiera se hubiese dado cuenta. Sin embargo, no podía reunir la suficiente energía para preocuparse. Le gustaba estar donde estaba y no quería hacer nada para cambiarlo.

Tyler no se movió. Sabía que solo tenía que despertarla para hacerle el amor otra vez. Pero no estaba seguro. Las cosas le parecían muy bien tal y como estaban. La acarició. Ella tenía la piel suave y tibia. Nunca había disfrutado a una mujer de esa manera. Nunca había deseado hacerlo.

Porque en realidad nunca le importó ninguna de esas mujeres sin rostro, solo el alivio físico que podían darle. Pero esto no se parecía en nada a aquellos encuentros.

El amor era una cosa extraña. Él no lo entendía. Comenzaba con la preocupación por una persona y el deseo de estar con ella. Pero nunca se sabía hasta dónde podía llegar. Más allá del cuerpo de Daisy y el placer que podían proporcionarse mutuamente, Tyler pensaba en las noches que vendrían después de aquella noche, en los días, las mañanas y las tardes del futuro. De hecho, parecía no haber final para sus pensamientos hacia el porvenir, y todos incluían a Daisy.

Eso no debería sorprenderlo. Ella era la razón por la que había abandonado la búsqueda de oro. Había aplazado el cumplimiento de sus sueños para poder ayudarla. Nunca pensó que eso podría pasarle, pero allí estaba para probarlo.

Sin embargo, si quería asegurarse de que todo siguiera bien, sería mejor que hiciera algo con respecto a esos cuatreros. Él sabía que ella quería acompañarlo, pero se sentiría mejor si iba solo. No tendría que preocuparse de que a ella le pasara algo. Probablemente los cuatreros no estaban esperando problemas, pero nunca había visto a ningún ladrón que no estuviera dispuesto a pelear por las cosas que había robado. Daisy se había adaptado a su nueva vida con una rapidez increíble, pero no estaba lista para enfrentarse a un tiroteo. Si tenía suerte, tal vez pudiera volver con las vacas antes de que ella se despertara.

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