Daisy

Daisy


Capítulo 25

Página 28 de 33

25

Tyler se levantó con cuidado. Quería quedarse, dejar que las vacas se cuidaran solas, pero no podía.

El aire frío le mordió la piel desnuda. Se vistió con más rapidez que de costumbre y ensilló el caballo. Daisy no se movió. De repente, Tyler tuvo miedo de dejarla sin protección, pero luego lo pensó mejor. Estaría más segura sola que con él.

La cabalgada hasta el cañón no duró más de diez minutos. Tyler se alegró de encontrar la mitad del cañón completamente oscura. Si los cuatreros se despertaban, iban a tener dificultades para dispararle a alguien que no podían ver.

Usó su lazo para bajar los palos del corral sin desmontar. Fue muy sencillo comenzar a arrear el ganado hacia la salida. Y todavía más fácil hacerlo bajar por el camino. Las reses parecían ansiosas por volver a los terrenos que conocían.

Tyler habría querido llevarse también los caballos de los cuatreros, pero estaban amarrados a una cabaña diminuta y era prácticamente imposible sacarlos sin despertar por lo menos a uno de los ladrones.

Sin embargo, uno de ellos debía de tener el sueño liviano, pues tan pronto Tyler llegó a la boca del cañón, oyó un grito que provenía de la cabaña. Segundos después, un disparo de rifle sacudió la noche y una bala rebotó en una roca en la parte superior del cañón. Con un grito, Tyler metió su caballo entre el ganado.

Pero las reses no necesitaban mucho impulso. Comenzaron a bajar por el camino lo más rápido que podían.

Daisy se despertó abruptamente. Antes de que pudiera pensar en qué la había despertado, un tiro resonó en medio de la noche. Se volvió hacia su hombre, pero vio que no estaba allí. Tampoco su caballo.

Se había ido solo a por el ganado. Aguzó el oído y pudo distinguir el sonido de cascos. Tyler debía de venir con las vacas. Los cuatreros lo estaban persiguiendo. Daisy no tenía tiempo de enojarse por haberla dejado. Tenía que hacer algo.

Se vistió con toda la rapidez de que era capaz. No tenía sentido pensar en ponerle la silla al caballo. Con seguridad estarían allí antes de que pudiera poner la gualdrapa en su sitio. Así que corrió a la montura, pero mientras buscaba su rifle, se acordó de que Río le había dicho que si necesitaba detener a alguien, tenía que usar la escopeta, mejor que el rifle.

Agarró, pues, el arma de perdigones, buscó balas en las alforjas y salió del campamento. El camino pasaba a unos noventa metros de donde habían dormido. Alcanzó a llegar hasta allí en el momento en que Tyler bajaba a toda velocidad, arreando el ganado como si fuera un vaquero borracho cabalgando en el pueblo un viernes por la noche. Daisy sabía que los cuatreros estaban cerca.

Nunca se había enfrentado a ningún tipo de criminal, pero tenía que impedir que alcanzaran a Tyler, que les llevaba un poco de ventaja, pero no iba a poder mantenerla por mucho tiempo sin abandonar el ganado. Daisy se arrodilló en el suelo, justo a tiempo para ver que dos cuatreros tomaban una curva del camino. Era inútil decirles que iba a disparar si no se detenían, pues ni siquiera podrían oírla.

Entonces levantó la escopeta, se la acomodó en el hombro y apuntó lo mejor que pudo. Cuando los cuatreros estaban a unos veinte metros, apretó el gatillo.

Pasaron dos cosas.

Mientras relinchaban de susto y de dolor, pues los perdigones se les habían metido en la piel, los caballos de los cuatreros se detuvieron abruptamente, encabritados y dando coces. Y los cuatreros, que no estaban preparados para ese ataque sorpresa, perdieron el control de sus animales.

Por otra parte, el culatazo del arma tumbó a Daisy de espaldas. Solo en ese momento recordó que Río le había advertido sobre eso. Entonces se levantó, agarró la escopeta y se recostó contra un pino pequeño. Un segundo tiro llenó el aire de perdigones y ahuyentó a los cuatreros.

Antes de que pudiera abrir la escopeta para sacar los cartuchos, buscar más balas en las alforjas y cargarlas en la escopeta, oyó un disparo de rifle. Uno de los cuatreros se dobló sobre el caballo. Luego sonó otro disparo y el segundo ladrón de ganado cayó al suelo.

Tyler pasó cabalgando.

Daisy se puso de pie rápidamente. Cuando llegó hasta donde estaban los cuatreros, Tyler ya los había desarmado. Uno tenía un tiro en el hombro, y el otro, en la pierna.

—No tengo muy buena puntería —dijo—. Si yo fuera Hen, ambos estarían muertos.

—¿Qué vamos a hacer con ellos?

—Llevarlos donde el comisario de Albuquerque.

Daisy agarró las riendas, mientras Tyler volvía a montar a los hombres y los amarraba a sus propios caballos. Logró contener la lengua mientras salían al camino, pero cuando estuvieron en campo abierto, con las vacas y los cuatreros delante de ellos, no pudo aguantarse más la rabia.

—¿Por qué te fuiste solo?

Tyler no trató de esquivar su mirada. Esperaba una explosión en cualquier momento y, a juzgar por la expresión de Daisy, se avecinaba una buena bronca.

—No quería que te pasara nada.

—¿Y si te hubieran agarrado en el cañón? —Me habría abierto paso a balazos.

—No lo estabas haciendo muy bien cuando pasaste por aquí.

—Me dirigía a un camino angosto que hay más adelante, allí los iba a detener.

—Y yo me quedaría aquí sola. ¿Cómo crees que podría salir de aquí después?

A Daisy no le iba a gustar la respuesta.

—Tendrías que esperarme hasta que volviera a por ti.

Daisy lo miró con ojos relampagueantes.

—¿Y cómo se supone que iba a saberlo yo? No me dijiste nada.

—Si lo hubiera hecho, no te habrías quedado.

—Eso no es razón suficiente. —Daisy estaba encendida de rabia—. Ese ganado es mío, cualquier decisión en ese sentido debería tomarla yo.

—Pero tú no sabes nada sobre repeler cuatreros. Casi te matas con esa escopeta.

—Eso no tiene nada que ver con lo que estamos hablando. No tienes ningún derecho a tomar decisiones por mí. No estoy herida, ya no soy tu paciente.

Así eran todas las mujeres. Si uno las dejaba enfrentarse a un riesgo, después todos los peligros perdían importancia. ¿No entendía que él estaba dispuesto a afrontar enfados cien veces más fuertes que este, antes que permitir que ella corriera algún peligro? No, porque él no se lo había dicho.

—No podía arriesgarme.

—¿Sabes por qué decidí no casarme con Guy?

Daisy no sabía que Tyler tenía muchos celos de Guy Cochrane. Incluso todavía creía que había una parte de Daisy prefería a su antiguo prometido. Él pensaba que cuando uno amaba a alguien quería casarse con esa persona. Esa había sido la experiencia de sus hermanos. Y no entendía por qué Daisy no sentía lo mismo. En su caso, era la razón para que hubiera bajado de la montaña y estuviera haciendo tanto esfuerzo por entenderla.

—Porque no lo amas —respondió Tyler.

—No, él quería tomar todas las decisiones por mí. Esperaba que fuera una esposa modelo en los actos sociales, pero el resto del tiempo querría que estuviera en casa, tuviera hijos y administrara el hogar, sin participar en sus negocios ni preguntar sobre lo que hacía cuando estaba fuera de la casa. Y lo más importante de todo, consideraría que lo adecuado era que yo no tuviera opiniones.

Tyler no quería asfixiarla de esa manera ni quería que ella permaneciera encerrada. Lo que ella parecía no entender era que los cuatreros no iban a respetar su propiedad y su persona solo porque fuera una mujer. Tyler pensaba que el hecho de que hubieran quemando su casa y le hubieran pegado un tiro ya la debía de haber convencido de eso.

—No veo…

—No, tú nunca ves nada. Crees que porque te interesa mi bienestar, eres diferente. Pero no es así. Mi padre hacía lo mismo y solo me di cuenta de eso cuando lo mataron. Pero nunca voy a volver a someterme a ese tipo de vida.

Tyler detuvo el caballo hasta que ella llegó a su lado. El camino era tan estrecho que se rozaban con las rodillas.

—Tal vez Guy, tu padre y yo tenemos más en común de lo que me gustaría —dijo Tyler.

—No sé cómo puedes decir eso.

—No estoy tratando de defender a tu padre o a Guy, pero para un hombre es natural pensar que debe cuidar a una mujer. No es que creamos que las mujeres no puedan hacer las cosas por sí solas, o que no son lo suficientemente inteligentes. Sencillamente, es nuestro trabajo. No seríamos hombres si no lo hiciéramos.

—¿Acaso tus hermanos hacen lo mismo?

Tyler se rio.

—Son peores. Deberías oír a Fern y a Laurel hablar sobre el tema. —Luego se puso serio—. Tal vez hacemos mucho porque mi padre hizo muy poco. Mi madre quería todo el cuidado y atención que tú no quieres. Ella no los obtuvo y eso la mató. Me imagino que eso nos volvió demasiado protectores.

—Siento lo de tu madre —dijo Daisy, un poco descolocada por la inesperada confesión—, pero yo no soy como ella.

Daisy no se daba cuenta. No entendía. Estaba tan cegada por un único miedo que no podía ver nada más. Tal vez él tenía el mismo problema.

—Pero yo sé mucho más que tú sobre muchas cosas.

—Ya lo sé. Y aprecio mucho que te hayas tomado el trabajo de ayudarme, pero eso no quiere decir que vaya a hacer lo que tú digas. Háblame, explícame las cosas, trata de convencerme de que tienes razón.

—Tú nunca me escuchas.

—¿Y acaso tú sí me escuchas?

Él pensaba que sí lo hacía. Pero ¿realmente la escuchaba, o solo oía lo que quería oír? Según Hen, eso era lo que venía haciendo desde hacía años.

Lo mejor sería que averiguara si quería que Daisy se casara con él. Ella tenía entre ceja y ceja la idea de no casarse con nadie que la quisiera controlar. Sin embargo, él no podía dejar que anduviera por ahí sin asegurarse de que la mujer estaba a salvo. Tenía que haber un punto medio entre los dos extremos. Hen y Laurel lo habían encontrado. También Iris y Monty. Él también podría. Si no lo hacía, perdería a Daisy.

—Solo recuerdas las ocasiones en que no te he oído —dijo Daisy—. Pero te olvidas de los cientos de veces que he hecho exactamente lo que me has dicho.

Tyler sabía que eso era cierto.

—Yo no lo hago intencionadamente. Estoy tan acostumbrado a decidir por mi cuenta y luego actuar, que no me paro a pensar en que debo consultar a otros.

—Eso está bien si vives en las montañas con tus mulas y ese puma, pero eso no funcionará aquí.

Sería un cambio radical para él. No estaba seguro de poder lograrlo, pero debía hacerlo.

—Vuelve a las montañas a buscar oro —dijo Daisy—. Ya casi hemos acabado de marcar el ganado. Ahora que atrapamos a los cuatreros, Río y yo podemos hacernos cargo del trabajo.

—¿Crees que puedes manejar sola este lugar?

—No estaré completamente segura hasta que no lo haga, pero alguna vez tendré que empezar. Mientras estés cerca, dependeré de ti.

—Eso es porque sé bastante sobre vacas y ranchos.

—Mayor razón para que te vayas. Tengo que aprender a reconocer los problemas y a encontrar las soluciones. No lo podré hacer si tú estás aquí.

—Me quedaré hasta que hayamos terminado de marcar el ganado.

—¿Ves?, así es todas las veces. Siempre haces lo que quieres.

—Eso es verdad —dijo Tyler—. Te amo y quiero estar contigo. Quiero saber que estás bien, que estás feliz. Quiero casarme contigo.

Daisy hizo girar al caballo.

—Esto sí que es una gran sorpresa. ¿Cuándo decidiste que los hoteles, el oro y la soledad no eran suficientes?

A Tyler no le gustó el tono con que lo dijo. Jamás se imaginó que una mujer se pudiera enojar porque le propusieran matrimonio.

—Me imagino que me enamoré de ti en la cabaña. Me imagino que por eso no quería que te marcharas. No quería que nadie pusiera mi vida patas arriba. No quería enamorarme. No he sabido que quería casarme contigo hasta hace muy poco.

—¿Qué te hizo tomar la decisión?

—Supongo que no quiero vivir sin ti.

Daisy lo miró durante un buen rato, pero parecía estar más perdida en sus pensamientos que en la propuesta de Tyler. En todo caso, lo que estaba pensando no parecía hacerla muy feliz. No mostraba el entusiasmo que Tyler se imaginaba que sentiría una mujer cuando un hombre le proponía matrimonio.

—Hubo un tiempo en que esperaba que me pidieras que me casara contigo, un tiempo en que era lo único con lo que soñaba.

A Tyler no le gustó cómo sonaron aquellas palabras. La voz de Daisy tenía un tono impersonal, lleno de indiferencia. Tampoco le gustó la expresión que la mujer tenía en los ojos. Estaban apagados, sin brillo, como si la alegría se hubiera marchado.

—Aunque no quería casarme con un hombre afectado por la fiebre del oro —continuó Daisy—, probablemente habría aceptado, pues te amaba mucho—. Pero durante estas últimas semanas he cambiado. Tú eres el responsable de eso. Me dijiste que podía hacer cualquier cosa que quisiera, que no tenía que depender de un hombre para ser persona. No te creí. Estaba muy asustada. No me habían enseñado a valerme por mí misma. Por eso estuve a punto de casarme con Guy. Pero entonces regresaste y me obligaste a considerar la otra opción que tenía, hacer las cosas yo misma. Bueno, pues lo hice. Y al hacerlo, me liberé de la necesidad de depender de un hombre. Y eso te incluye a ti.

—Pero dijiste que me amabas.

—Te amo. Siempre te amaré, pero también amo mi libertad.

—Pero debe de haber alguna manera de que nos casemos sin que te sientas asfixiada.

—Tal vez sí, pero no creo que estés listo para buscarla. Además, para ser un hombre que está a punto de hacer un cambio tan drástico en su vida, creo que estás haciendo demasiadas suposiciones. Quiero un hombre que se sienta seguro de sus sentimientos. Quiero un hombre que no piense en mí como alguien que le puso la vida patas arriba.

—No quise decir eso.

—Tal vez no, pero hasta que puedas decir lo mismo y lograr que suene diferente, no esperes que crea nada distinto.

Tyler se inclinó hacia un lado, la acercó y la besó con pasión.

—¿Eso te parece diferente?

Daisy tuvo que espantar el deseo de hacer a un lado toda la conversación y entregarse a los brazos de Tyler.

—No voy a negar la atracción física que hay entre los dos, pero eso no va a cambiar lo que pienso. Esperé mucho para tener esta oportunidad y ahora no la voy a arrojar a la basura.

Dicho esto, Daisy dio la vuelta el caballo y reemprendió el camino. Tyler tardó unos segundos en recuperarse y seguirla. Era la negativa más firme que podía recibir un hombre. No era producto de la rabia ni de otra efímera emoción. Era un planteamiento decidido y coherente.

Daisy creía firmemente en lo que estaba diciendo.

Para su propia sorpresa, Tyler sonrió. Sus hermanos habrían dado la mitad de su fortuna por oír aquella conversación. Pero él estaba sonriendo porque se alegraba por Daisy. Dios, la quería todavía más por haberlo rechazado. No tenía sentido. Debería estar furioso, lo suficientemente molesto como para dejarla allí plantada. Pero ella estaba muy equivocada si creía que podía deshacerse de él con tanta facilidad.

Había pasado por el infierno de enamorarse, pero ahora le gustaba. No era como creía que sería. Ni siquiera estaba un poco deprimido. De hecho, mientras miraba a Daisy cabalgando delante de él, se sentía más vivo que nunca.

Siempre había sido de los que perseguían sus metas con tenacidad. Quería a Daisy mucho más que al oro, más que a los hoteles, incluso. No sabía hasta qué punto podría cambiar, pero lo iba a averiguar. También iba a encontrar la manera de demostrarle a Daisy que el hecho de que la cuidaran y la protegieran no significaba que la asfixiaran.

Daisy iba cabalgando por una loma muy empinada, pero no sintió pánico cuando el animal perdió un poco el equilibrio sobre la gravilla suelta. Estaba orgullosa de la habilidad como amazona que había adquirido en las últimas semanas. También se sentía satisfecha de poder desmontar sin sentir que las piernas le temblaban después de pasar un día entero cabalgando. Después de todo, la vida no era tan mala, aunque fuera la única mujer en Nuevo México que midiera uno ochenta y llevara el pelo corto.

Casi se había olvidado del asunto de la cicatriz y el pelo por completo. Allí no importaba. No tenía que preocuparse por esconderlo debajo de un sombrero o recogérselo en un moño. Simplemente se pasaba el peine y se ponía el sombrero. Nadie parecía darse cuenta. A nadie parecía importarle.

Daisy estaba feliz.

Se sentía orgullosa de sus tierras, de tener el ganado marcado en su totalidad y de saber que los cuatreros estaban advertidos. Por primera vez en su vida tenía su propia identidad. No era simplemente la hija de alguien. No necesitaba ser la esposa de alguien. Era Daisy Singleton, la propietaria del rancho Noble.

Precisamente en ese momento estaba recorriendo el rancho, antes de tomar el camino hacia Albuquerque para buscar un carpintero que reconstruyera la casa. Había pensado levantarla cerca del río, como había sido el sueño de su madre, pero también le gustaba la vista que su padre tanto admiraba.

Habría querido tener el consejo de Tyler.

Daisy no sabía qué pensar del comportamiento de su amante durante las últimas dos semanas. No esperaba que se fuera cuando ella se lo pidió, pero tampoco esperaba que cambiara tanto. Sin embargo, eso era lo que parecía haber ocurrido. Lo único que hacía sin preguntar era cocinar. Por lo demás, siempre le preguntaba qué quería. Actuaba como un vaquero cualquiera. Contestaba a todas las preguntas que Río le hacía, pero no daba ninguna información que no se le hubiera solicitado y se negaba a hacer cualquier cosa antes de que Daisy diera su aprobación.

La joven estuvo a punto de reírse un par de veces, al ver el esfuerzo que tenía que hacer. Para él era tan normal hacerse cargo de todo que ni siquiera se daba cuenta de que lo hacía.

Con el paso de los días, su resolución de no casarse parecía ir desvaneciéndose. Tyler se había ofrecido a llevar a los cuatreros a Albuquerque. No sabían quién estaba detrás de todo, pero los ladrones le habían dicho a Tyler que tenían el plan de acabar con Greene y Córdova. Tyler quería hablar con Hen, pero ella había insistido en que Río fuera en su lugar y que Tyler se limitara a mandar un mensaje a su hermano. Daisy debería haberse dado cuenta de que esa era la primera señal de que no quería que su hombre se fuera, ni siquiera por un breve periodo.

Sospechaba que se había enamorado de él porque la había salvado, la había mimado y se había preocupado por ella. Pero en realidad amaba todavía más al hombre que había pasado a su lado las últimas dos semanas. Realmente no era muy distinto del Tyler que había conocido al principio. Solo que ahora se había convertido en una persona más completa.

Finalmente ella se había dado cuenta de que no era tan malo que la cuidaran, sobre todo si solo tenía que abrir la boca cuando algo no le gustaba. Eso era nuevo para la chica. No sabía que las cosas podían ser así.

Pero Tyler se había marchado el día anterior y no había dicho nada sobre cuándo iba a volver.

Era extraño cabalgar sin él. Daisy lo buscaba inconscientemente y esperaba que apareciera de un momento a otro. Se sentía sola. Había llegado a depender de su compañía más que del conocimiento que tenía sobre ranchos. Las montañas despobladas parecían más solitarias sin él. Se había dicho a sí misma que ya era hora de que él se marchara, pero ahora se daba cuenta de que siempre había tenido la esperanza de que no se fuese. Le estaba pareciendo difícil y doloroso acostumbrarse a su ausencia. No solamente lo amaba. Tyler se había vuelto parte de ella.

—Me pregunto qué estará haciendo —le dijo en voz alta al caballo, un animal grande y sólido que Tyler había escogido para ella—. Con seguridad debe de ser algo que le dije que no hiciera.

Pero eso no parecía tan malo. Daisy sonrió para sus adentros. Nadie la había hecho sentir cosas tan contradictorias. Nadie la había hecho cuestionarse todas sus creencias.

Daisy tenía que admitir que las cosas no eran tan buenas sin Tyler. Por centésima vez se ordenó a sí misma sacárselo de la cabeza. Lo había empujado a irse. Le había dicho que no se iba a casar con él. Ahora tenía que aprender a vivir con su decisión.

Sin embargo, antes de que alcanzara a alejarse más de tres kilómetros del campamento, Daisy vio de repente a Tyler, que cabalgaba hacia ella. Se sintió asombrada de la reacción que tuvo su cuerpo. Tuvo un mareo repentino y sintió que el corazón comenzaba a latirle aceleradamente, que respiraba con dificultad y tenía los nervios tan tensos que parecía que se le iban a romper. Sin poder concentrarse en un solo pensamiento, se quedó mirándolo como si fuera una idiota.

—Pensé que habías vuelto a la mina —dijo Daisy.

—Decidí dar una vuelta para asegurarme de que no hubiera más cuatreros.

—¿Por qué estás retrasando tanto tu regreso a la mina? Encontrar oro solía ser lo más importante para ti. —Hablar le permitía a Daisy recuperar la compostura, o lo más cercano a la compostura que podría lograr esa mañana.

—Descubrí algo que no sabía antes.

—¿Y qué es? —Daisy tema miedo de hacer esa pregunta, porque no estaba segura de estar lista para la respuesta.

—Descubrí que tú eres más importante que el oro.

—Ya te dije que…

A pesar de que cada uno estaba cabalgando en su propio caballo, Tyler la agarró y la besó tan fuertemente que Daisy se quedó sin aliento, como un pez fuera del agua.

—Anoche necesitaba besarte —dijo Tyler—. ¿Sabes? He estado pensando en lo que dijiste. Supongo que aprendo despacio. Pero una vez que aprendo algo, jamás se me olvida.

—¿Y qué es lo que aprendiste? —preguntó Daisy, todavía sin aliento.

—Que te amo, que me voy a casar contigo aunque tenga que raptarte y llevarte lejos en mi caballo.

Daisy no entendió por qué eso le hacía gracia y, menos aún, por qué la dejaba sin aliento.

Un rapto sería la peor manifestación de dominio, pero ni siquiera se sentía molesta con él.

—No podrías cargarme en tu caballo, se le rompería una pata.

Daisy no entendió cómo lo hizo, pero de repente Tyler la sacó de su montura y la pasó a su silla. Sombra de Medianoche, el caballo, no pareció molestarse por el peso extra. Aunque en realidad eso no le sorprendió a Daisy, pues se sentía increíblemente liviana.

—Bájame —le dijo, al tiempo que se agarraba de Tyler para no caerse. Sombra de Medianoche era como treinta centímetros más alto que su caballo, pero Daisy se sentía como si estuviera a un kilómetro del suelo.

—Puedo soportar que me calumnies a mí, pero no a mi caballo —le respondió Tyler.

Daisy decidió que Tyler se había vuelto loco. El esfuerzo de actuar como una persona normal, de sonreír, hablar y trabajar con las vacas que tanto detestaba había sido demasiado para su razón. Tendría que ser amable con él mientras buscaba la manera de regresar a su caballo y hacerse con el control de la situación. Por lo pronto, no iba a hacer nada que lo molestara.

—¿Qué vas a hacer conmigo?

Tyler la besó.

—Esto, para empezar.

Daisy se rio. La locura de Tyler se le estaba contagiando. Entonces pensó si eso vendría en la sangre, si la manía de su padre por el oro sería equivalente al enamoramiento que ella sentía por Tyler. Algo tenía que explicar que aceptara con tanta tranquilidad el hecho de que él hubiese pasado de ser un silencioso y meditabundo buscador de oro a convertirse en un vaquero despreocupado. Semejante cambio debería haberla alertado.

Sin duda, un cambio como ese en Guy la habría puesto sobre aviso.

La metamorfosis que ella había sufrido, de ser una hija amilanada a convertirse en la propietaria de un rancho, había sido igual de sorprendente, y sin embargo Tyler continuaba aceptando su infinita lista de exigencias. Pero este no era el momento adecuado para explorar esa idea, sin importar lo intrigante que fuera. Estaba haciendo equilibrio sobre el caballo y temía que en cualquier instante, a pesar de la fuerza de Tyler, saliera volando hacia alguno de los enebros que cubrían las montañas.

—No podemos cabalgar besándonos como un par de jóvenes irresponsables.

—¿Por qué no? Jamás me había sentido irresponsable. No sabía lo que me estaba perdiendo. Tengo la intención de recuperar el tiempo perdido.

Aunque se estaba divirtiendo, Daisy decidió que el asunto debía terminar.

—Déjame bajar —dijo, tratando de soltarse—. Si alguien me ve, mi reputación quedará por los suelos.

—¿Entonces te casarías conmigo?

—No.

—¿Por qué?

—Un Randolph no podría casarse con una mujer con la reputación arruinada.

—Un Randolph puede casarse con la persona que quiera.

Daisy intentó otra estrategia.

—Tú no quieres manchar mi reputación, eres demasiado caballeroso.

—Dejaría de serlo, si eso puede convencerte de que te cases conmigo.

—No serviría de nada. Pensaría que te estás casando por obligación.

—¿Aunque manche tu reputación intencionadamente?

—Sí.

—Eso es completamente ilógico.

—No, no lo es. Para mí tiene toda la lógica del mundo.

—Entonces no mancharé tu reputación, pero te casarás conmigo.

—Sabes que no quiero casarme. Ahora me doy cuenta de que nunca lo deseé. Solo creí que lo deseaba.

—Imagínate que dejo que me des órdenes todo el tiempo y que te dejo decidirlo todo. —Daisy soltó una carcajada. La idea de que Tyler dejara que alguien le diera órdenes durante un largo periodo era ridícula. Daisy no sabía cómo había logrado aguantarse las últimas dos semanas.

—Tal vez durarías una semana, luego te irías como un rayo hacia las montañas con Sombra de Medianoche. —Daisy vio una luz a lo lejos—. Mira, deberías cavar allá en esas rocas. —Señalaba una colina redonda, a unos doscientos metros de donde estaban—. Acabo de ver una luz saliendo de ellas. Debe de haber una buena cantidad de…

En ese momento, el caos explotó alrededor de Daisy.

Ir a la siguiente página

Report Page