Daisy

Daisy


Capítulo 10

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10

—¿Qué le ha pasado a este hombre? —preguntó Zac, tan pronto como entraron en la cabaña.

—Se quedó atrapado en la tormenta de anoche.

—¿Por qué saliste de tu cabaña?

—Estaba tratando de volver de Albuquerque. —Tyler se apresuró a mentir antes de que Willie pudiera abrir la boca.

—Deberías haberte quedado en el pueblo —dijo Zac, al tiempo que inspeccionaba a Willie con aire de desaprobación—. Parece que hubieras pasado la noche en una ventisca.

—Nunca me ha gustado Albuquerque —dijo Willie, mientras se desplomaba en un asiento—. Demasiados bandidos esperando el momento para desplumarte.

Tyler sirvió en un plato de metal un poco del guiso que había sobre la estufa y se lo pasó a Willie. El viejo buscador de oro comenzó a devorarlo con el apetito de alguien que no ha comido en varios días.

—Oye, con calma, Tyler no ha podido encontrar otro venado —dijo Zac.

—Y no lo hará, hasta que mejore el tiempo —comentó Willie con la boca repleta de guisado—. Pueden permanecer metidos en su madriguera más tiempo que cualquiera de nosotros.

Willie comió en silencio durante unos minutos. Tyler abrió el horno y atizó las brasas, aunque Willie se tomó el café sin dejarle que lo calentara.

Cuando el viejo se hubo tragado el último bocado de estofado, una mirada de satisfacción le suavizó las arrugas del rostro.

—Creo que sobreviviré —dijo, radiante.

—Pues no lo parece —observó Zac.

—Estaré mejor si puedo descansar un poco. —Willie se puso de pie y se dirigió hacia el rincón separado por las mantas y las sábanas colgadas.

—¡No puedes entrar ahí! —dijo Tyler.

—¿Por qué? —preguntó Willie.

—Porque yo estoy aquí —anunció Daisy. Antes de que Willie pudiera pedir una explicación, la muchacha salió del rincón.

Willie miró a Tyler y luego a Daisy, y luego otra vez a Tyler.

—Dos hombres jóvenes… —susurró, y de pronto entendió—. Entonces esa es la razón…

—Por la que no puedes ir detrás de la cortina —terminó Tyler—. Si quieres, puedes dormir en mi litera.

Willie retrocedió hasta el asiento y se sentó de nuevo.

—No tengo tanto sueño como creía.

—Ella es Daisy Singleton —dijo Tyler—. La encontramos hace un par de días en la nieve. Se lastimó la cabeza. Daisy, esta criatura piojosa se llama Willie Mozel. Dice que es buscador de oro, pero yo creo que solo está esperando la oportunidad de robarle a alguien su veta.

Daisy miró a Tyler con desconcierto, pero no pudo deducir nada de su expresión. Entonces miró a Zac, pero tampoco pudo entender lo que estaba pasando. Estaba claro que no tenían intención de contarle a Willie lo que en realidad ocurría. ¿Cuál sería la razón?

—¿Qué estabas haciendo lejos de tu cabaña? —preguntó Willie.

—Su padre se estaba muriendo y ella salió a buscar un médico.

Daisy estaba asombrada de la habilidad que tenía Tyler para inventar toda una historia sin pensarlo mucho.

—¿Qué pasó?

—Murió, lo enterramos y la trajimos aquí para que pudiera restablecerse.

Willie parecía bastante escéptico.

—Bueno, tendréis que encontrar un lugar adonde llevarla.

—Apenas se derrita la nieve, quiero ir a la casa de los Cochrane, en Albuquerque —anunció Daisy—. Adora Cochrane es mi mejor amiga.

—Eso puede ser cierto, pero ellos están en Santa Fe —le informó Willie—. Y no podrán volver hasta que la nieve se derrita.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Zac.

—Como dijo Tyler, venía del pueblo cuando me agarró la tormenta —dijo Willie, con lo cual avaló la historia de Tyler.

Daisy no deseaba que vieran que esta información la pillaba por sorpresa. Todo el tiempo había confiado en poder ir con los Cochrane y era todo un golpe saber que esa opción no era viable. Tendría que quedarse allí varios días más.

Pero eso no era lo peor. Daisy se dio cuenta de que la noticia no le había parecido tan terrible porque en realidad no quería irse. Y eso superaba totalmente su capacidad de comprensión.

Porque, por primera vez en tu vida, alguien se está preocupando por ti y no al revés.

Su padre siempre había sido el centro del hogar. Pero ahora ella era el punto alrededor del cual giraba la vida de Tyler. Él podía pasar horas cuidando a las mulas, leyendo o tomándose más tiempo del necesario para cocinar, pero casi todo lo que hacía tenía que ver con el bienestar de ella.

Y había algo más. A veces, Daisy podía sentirlo. Podía verlo en sus ojos cuando Tyler estaba desprevenido. Era evidente que ella le gustaba. Él nunca iba a decirlo. No iba a hacer nada que lo demostrara, pero ella sabía que le gustaba. Y eso le parecía tan difícil de creer como el acuerdo que se había puesto en evidencia entre Tyler y Zac desde el momento en que Willie entró a la cabaña. Ninguno de los dos dijo ni una palabra. Pero estaban de acuerdo.

Era una alianza para protegerla.

Era una experiencia tan nueva para ella, tan inesperada, que al principio se sintió tentada de dudar de su propio juicio. Pero solo le costó un instante darse cuenta de que estaba en lo cierto. En ese momento, Daisy decidió que no le importaba cuánto durara la borrasca de nieve.

—Me imagino que eso quiere decir que otra vez tendré que ir de cacería —dijo Tyler—. Estamos escasos de carne. Tú puedes acompañarme, Willie.

—¿Yo? —exclamó Willie—. No estoy en condiciones de ir a caminar por la nieve. Estoy exhausto.

—Te dejaré descansar una hora —dijo Tyler—. Para entonces ya estarás recuperado.

Por un instante, Willie amagó con protestar, pero cambió de opinión al ver la expresión de Tyler.

—Me imagino que tendré que aprovechar el descanso lo más que pueda —dijo, mientras se ponía de pie y se dirigía a la litera—. En realidad, es buena idea acompañarte. Solo no encontrarás ni un conejo.

Toby se quedó mirando fijamente los ojos maliciosos del burro de Willie.

—¿Adónde crees que se ha ido ese viejo idiota? —le preguntó a Frank.

—¡Cómo demonios voy a saberlo! —rugió Frank—. No puedo encontrar ni una huella en esta maldita nieve. —Habían salido con la esperanza de que el viejo buscador de oro estuviera listo para hablar, después de pasar una noche helada y miserable en el cobertizo. Frank estaba perplejo al ver que se había escapado.

—No deberíamos haberlo atado —dijo Ed—. Eso fue lo que lo asustó.

—¡Cállate! —exclamó Frank con un gruñido. Había revisado bien el cobertizo y los dos senderos que salían de la cabaña, pero la nieve había cubierto cualquier indicio de la dirección que hubiera tomado el viejo.

—¿Crees que sabe dónde está la chica? —preguntó Toby.

—No lo sé —respondió Frank—. Estos tíos se mantienen lo más alejados posible los unos de los otros. Puede haber una docena de mujeres viviendo aquí arriba sin que se hayan enterado.

—Yo creo que lo sabe —afirmó Toby.

—Es más probable que conozca, a los hombres —dijo Frank—. Y si él los conoce, los demás también.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Ed.

—Vamos a prepararnos para partir, visitaremos todas las cabañas, una por una, hasta que las hayamos recorrido todas —informó Frank—. Tienen que estar por aquí arriba. Con la herida que ella tiene y esta endemoniada nieve, no pueden haber ido a ninguna parte. Los encontraremos.

Frank estaba muy alterado. El instinto le decía que lo mejor era escapar. El plan había salido mal. Había demasiadas personas involucradas en sus andanzas. Además, cuanto más tardaban en encontrarla, más probabilidades habría de que otros se enteraran.

Tenía el propósito de matar a aquel maldito minero por haberse escabullido durante la noche. Nadie lo iba a echar de menos. Seguramente pasarían meses antes de que lo dieran por muerto.

También pensaba matar a los dos hombres y a la muchacha. Nadie se burlaba de Frank Storach.

—Os tenéis que quedar aquí adentro —dijo Tyler a Daisy y a Zac, mientras él y Willie se preparaban para salir a cazar—. Ninguno de los dos está bien del todo y afuera está haciendo más frío del que parece.

—Estoy desesperada, no aguanto permanecer aquí encerrada —dijo Daisy.

—Lo mismo digo —afirmó Zac.

—Pronto tendréis la ocasión de marcharos —dijo Tyler.

Tan pronto como estuvieron detrás de los árboles, Willie se detuvo y se volvió hacia Tyler.

—Ahora me vas a decir qué es lo que realmente está pasando allá dentro, o no doy un paso más.

—Esos hombres están persiguiendo a Daisy. Mataron a su padre y trataron de matarla a ella dos veces.

Willie silbó entre dientes.

—¿Crees que subieron hasta la montaña en su busca?

—¿Qué otra razón tendrían para estar por ahí preguntando por dos jóvenes buscadores de oro?

—¿No te preocupa dejarla sola?

—Hoy no nos encontrarán. El viento tapó tus huellas. Además, le advertí a Zac que no dejara que nadie se acercase a la cabaña.

—Ese pedazo de inútil seguramente se esconderá detrás de ella.

Tyler se rio entre dientes.

—Puede que Zac no parezca gran cosa, pero no hay un hombre con más sangre fría en el mundo. Y tiene una puntería tal que es capaz de quitarle las espinas a un cactus a treinta metros de distancia.

—No puedes estar hablando de ese chico bobo que está en tu cabaña.

—Del mismo —le aseguró Tyler—. Ahora deja de preocuparte por Daisy y muéstrame dónde se esconden los venados. Pronto nos quedaremos sin carne.

Pero Tyler no estaba tan tranquilo como quería mostrar ante Willie. Si no fuera necesario encontrar más comida, no habría dejado a Daisy en la cabaña. Los asesinos habían demostrado que eran más rápidos, perseverantes e inteligentes de lo que esperaba. Estaba seguro de que detrás de ellos había alguien más, una mente cruel, maléfica y astuta. Eso lo asustaba mucho. Proteger a Daisy podría no ser tan fácil como se había imaginado al principio.

Y sabía que tenía que protegerla. Aunque ella se considerara muy capaz, no tenía la menor idea de cómo sobrevivir en el Oeste.

—Me sorprende que no te hayas abastecido mejor —repitió Willie, al ver que Tyler no le contestaba—. No es propio de ti quedarte corto de provisiones.

—No esperaba a Zac —dijo Tyler, que volvió a concentrarse en el viejo—. Él solo come por dos.

—¿Y esperabas a la chica?

—No. Tampoco la esperaba.

—Habrías podido dejarla con un granjero.

—No podía, ¿cómo iba a hacerlo, si no sabía quién había tratado de matarla?

—Eso me imaginé.

—Tú no estabas pensando en eso —dijo Tyler—. Creíste que la había traído con un propósito perverso.

—No tengo ni idea de qué quieres decir con eso de perverso, pues no me quemo el cerebro leyendo libros como tú. Pero si significa lo que creo, pues no, no pienso eso. No creo que valgas ni un centavo como buscador de oro, pero eres lo suficientemente caballeroso como para hacerte matar por una mujer. —Willie se detuvo cuando se toparon con unas huellas—. Veo que tienes un felino por los alrededores.

—Tiene el ojo puesto en mis mulas.

—Lo mataré a la primera oportunidad. De lo contrario, las atacará. Estos animales son criaturas muy decididas.

Mientras Willie se ocupaba de las huellas del puma, la mente de Tyler regresó al asunto de Daisy. No quería que la nieve se derritiera todavía. Primero tenía que entender la atracción que sentía hacia ella. ¿Se trataría solo de lujuria? No estaba seguro. No se necesitaba mucho para despertar su deseo. Solo tocar a Daisy era suficiente. Se pasó la mitad de la noche despierto, pensando en lo que había sentido al tenerla entre sus brazos, en el calor y la suavidad del cuerpo de ella contra el suyo, en la rigidez que había sentido en la entrepierna y que había hecho que cada paso de la mula fuera un suplicio.

Pero había algo más que deseo fraguándose dentro de él. Tyler lo sabía, aunque no podía identificar el sentimiento que lo embargaba cada vez que la miraba. Era un sentimiento que le despertaba algo en su interior, con suavidad pero con insistencia. Algo que había olvidado o que nunca había conocido. No lo sabía. En realidad, tampoco importaba. Fuera como fuese, siempre estaba pensando en ella, así estuviera dormido o despierto.

Tal vez el interés provenía del hecho que ella estaba herida y él quería protegerla. Era un instinto natural que todos los Randolph tenían, incluso Zac. Si era así, la olvidaría con facilidad una vez que la dejara a salvo.

Tal vez se interesaba por ella porque era una jovencita con agallas, que tenía una pobre opinión de sí misma y no tenía manera de sobrevivir, como no fuera casándose con el primer hombre que se lo propusiera.

—Ese gato debe de tener la guarida por aquí cerca —dijo Willie—. Y a juzgar por sus huellas, se ve que hace mucho que no tiene qué comer.

A Tyler le preocupaba que la presencia del felino les impidiera encontrar carne lo menos en dos kilómetros a la redonda.

—Con un poco de suerte, se comerá a alguno de los asesinos —dijo Tyler.

—¿Crees que aparecerán?

—No me cabe la menor duda.

Tyler no podía entender cómo una mujer que tenía una opinión tan pobre de sí misma, y esperaba todavía menos del mundo, pudiera ser tan importante para los asesinos. Por lo general, a la gente solo le interesaban las mujeres hermosas.

Tyler entendía muy bien lo que era carecer de belleza. No podía contar las veces que lo habían comparado con sus hermanos y había salido desfavorecido. Y no solo lo había hecho su padre. Una vez escuchó cómo una mujer compadecía a George por la carga que suponía tener un hermano como él. George lo había defendido, siempre lo hacía, pero eso no cambiaba las cosas.

Durante mucho tiempo, Tyler fingió que no le importaba, que ni siquiera se daba cuenta de lo que se decía sobre él. Como consecuencia, todos creyeron que de verdad no le importaba y expresaban con toda tranquilidad su opinión en su presencia. Eso lo volvió silencioso. Después lo condujo a una existencia solitaria.

Nadie se imaginaba que Tyler pudiera sentirse tan poca cosa. Él mismo se negaba a admitirlo. Pero al ver la misma actitud en Daisy había tenido que reconocerlo. No podía ayudarla hasta que no supiera cómo ayudarse él mismo.

Pero no podría irse a buscar el oro que necesitaba para construir sus hoteles, aquellos maravillosos edificios que lo harían sentirse digno de su familia, sin abandonar a Daisy. No podía llevarla con él y tampoco la podía dejar. Aunque la muchacha estuviera a salvo de los asesinos, si la dejaba, solo conseguiría reforzar la pobre opinión que ella tenía de sí misma.

—Si voy a tener que repetir dos o tres veces todo lo que digo, hasta que me prestes atención, me daría lo mismo estar aquí solo —se quejó Willie.

—Perdón, estaba pensando.

—Si no dejas de pensar en esa muchacha, no vas a encontrar ningún venado, aunque lo tengas en tus narices.

—¿Qué te hace creer que estoy pensando en Daisy?

—Nada, pero solo una mujer puede lograr que un hombre empiece a tropezar como si fuera tan ciego como un murciélago. Si no tienes cuidado, ese gato te va a convertir en su cena.

Tyler se detuvo.

—Me vuelvo.

—¿Para qué?

—Si esos hombres encuentran la cabaña, Daisy estará más segura fuera que encerrada allí. Zac lo sabe, pero no conoce tan bien estas montañas como yo. Se podría perder.

—¿Estás seguro de que no te preocupa otra cosa?

Tyler sonrió.

—A Zac no le gusta Daisy lo suficiente como para tratar de seducirla. Vamos, podrás llevarte a cazar a Zac, si se vuelve una molestia, podrás dárselo de comer al puma.

Daisy caminaba de un lado a otro de la cabaña con impaciencia. Debería estar tratando de descubrir quién había matado a su padre, pero solo podía pensar en Tyler. Él y el puma se habían ido tras la misma cosa, los venados. No podía pensar en ese animal sin sentir escalofríos. ¿Y si estaba acechando a Tyler?

—Siéntate —le ordenó Zac—. Me pones nervioso y no puedo concentrarme en las cartas. Si estás preocupada por Tyler, no hay razón para que lo hagas. Se cuida de maravilla.

—No me puedo quedar quieta —dijo Daisy, pues se negaba a admitir ante Zac que estaba pensando en Tyler—. Me enloquece el encierro en esta cabaña.

—En Wyoming, la gente se queda en su cabaña durante varios meses seguidos y lo pasan muy bien.

—Pero no están encerrados contigo, ¿verdad?

Zac levantó la vista de las cartas y la miró con unos ojos oscuros y relampagueantes.

—Ten cuidado. Otro comentario como ese y…

—¿Y qué? ¿Me encerrarás en el rincón? ¿Me vas a enterrar en la nieve? —Daisy se sorprendió con sus propias palabras—. Lo siento —se disculpó—. No sé qué me pasa. —Era algo más que el encierro. Era Tyler, pero no sabía qué hacer para sacudirse la angustia.

—Es la nieve —dijo Zac, que parecía más calmado—. Tyler dice que la gente de aquí no está acostumbrada a ella, y la pone nerviosa.

—No, no lo estamos —admitió Daisy, feliz de poder echarle la culpa a la nieve. No podía explicarle nada sobre Tyler. Ni siquiera podía explicárselo a sí misma.

Se imaginó que se estaba volviendo loca. No había ninguna razón para que pensara tanto en Tyler. Especialmente de la manera en que había estado pensando en él. No hacía más que decirse que sería agradable tenerlo cerca, muy cerca.

Pero no era posible que él le gustara de esa manera. Eso no tenía sentido. Independientemente del hecho de que él no había demostrado ningún interés por ella, excepto como una enferma que tenía que cuidar, Tyler era exactamente el tipo de persona con la que había jurado no casarse. Era un soñador, un tejedor de fantasías.

¡Hoteles de lujo! ¡Qué proyecto tan absurdo!

A Daisy la irritaba demasiado la idea como para pensar seriamente en el asunto. Aunque Tyler encontrara una mina, perdería el dinero y terminaría viviendo en una cabaña el resto de su vida, leyendo y cazando para comer. Entonces agarró un libro y leyó el lomo. Las minas indias perdidas de Nuevo México. Lo puso en su sitio y miró otro. Más minas perdidas.

Daisy resopló con irritación. Miles de hombres habían desperdiciado su vida buscando esas minas. Tyler era un majadero si pensaba que las iba a encontrar.

Pero así eran los soñadores. Estaban convencidos de que ellos eran la excepción que confirma la regla, que la fortuna les iba a sonreír de alguna manera. Eso era lo que su padre pensaba. Pero en lugar de hacer algo para que los sueños se volvieran realidad, se sentaba a leer, a conversar y a perder el poco dinero que tenía.

—¿Por qué no te sientas a leer uno de esos libros? —sugirió Zac.

La mirada de Daisy se centró en el título. Se le había olvidado que lo tenía en la mano.

—No me interesan las minas perdidas —dijo, mientras lo ponía en su sitio.

—Tiene muchos más.

—No quiero leer.

—Si no dejas de andar de un lado para otro, te voy a tener que amarrar al asiento.

Daisy se acercó a la ventana y miró hacia fuera. Sintió que se le levantaba un poco el ánimo.

—Parece que está aclarando.

—Bien. Lo mismo Tyler trae algo que no sea venado, esa carne no me gusta.

—Entonces, ¿por qué no trajiste tú algo de comer?

—No me gusta ir de compras —contestó Zac con asombro—. No sabría por dónde empezar.

—Entras en una tienda y pides lo que necesitas —dijo Daisy con sarcasmo—. Lo buscan, lo encuentran y te lo entregan a cambio de dinero.

Zac era más inútil que ella, y sin embargo no parecía importarle un comino. En realidad, parecía creer que los demás tenían la obligación de cuidarlo. ¿Por qué ella no podía ser como Zac? Viviría más tranquila.

—Si sale el sol, quizá podríamos salir unos minutos —dijo Daisy.

—Tyler dijo que nos quedáramos dentro.

—No me refiero a ir lejos. Solo caminar un poco por aquí, junto a la cabaña.

—Tyler dijo que nos quedáramos dentro —repitió Zac—. Se irrita mucho cuando la gente no le hace caso.

—Y yo me irrito cuando la gente me dice lo que tengo que hacer —replicó Daisy de manera tajante. Era la segunda vez que se enfadaba esa mañana y eso le pareció extraño. Su padre la enfurecía constantemente, pero ella siempre se las había ingeniado para mantener el control. Sin embargo, no tenía ningún problema para decir lo que pensaba frente a Tyler y a Zac. Y lo más sorprendente era que ellos parecían tomarse con calma sus objeciones. A veces se preguntaba si ni siquiera la habían oído. Su padre, de estar en el mismo caso que ellos, se habría puesto iracundo.

Daisy se dirigió otra vez a la biblioteca y comenzó a sacar un libro tras otro, pero no les prestó mayor atención. No dejaba de preguntarse por qué a Tyler no le importaba nada de lo que ella hacía. Más aún, se preguntaba por qué él creía que ella era capaz de manejar su propio rancho.

Le daba pánico fracasar, pero la posibilidad de llegar a hacerlo le rondaba la cabeza y le ponía los nervios de punta.

—Voy a salir —anunció—. No soporto estar encerrada ni un minuto más.

—¡Maldita sea! —Zac arrojó las cartas sobre la mesa y se puso de pie—. ¿Por qué las mujeres no pueden hacer lo que se les pide que hagan?

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