Daisy

Daisy


Capítulo 18

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—¿No te gusta el vestido? —preguntó Laurel. Era media tarde y ella estaba de rodillas, poniendo unos alfileres en el bajo del vestido para añadirle una gruesa cenefa.

Daisy salió de su ensimismamiento de forma abrupta.

—Es bonito, claro que me gusta. —En todo Albuquerque solo encontraron un vestido que le quedara bien, aunque había que agregarle un ribete. También encargaron las telas para dos vestidos que iban a mandar hacer al día siguiente. Y les prometieron tres vestidos de un diseño más complicado para dentro de unos cinco días.

—No parece que te guste.

—Lo siento. Estaba pensando.

—Y no precisamente en tu padre.

Daisy se sintió atrapada.

—¿Cómo lo sabes?

—Hubo una época en que vivía desesperada pensando en si Hen me amaba y querría casarse conmigo. —Laurel sonrió—. Hace un instante, tú parecías estar como yo me sentía en ese momento.

—Me imagino que no gano nada con negártelo, aunque es un disparate. Tyler no es la clase de hombre que quiero como marido.

Laurel soltó una carcajada.

—Yo juré una y mil veces que Hen Randolph sería el último hombre sobre la tierra con el que me casaría. Le dije que se alejara. Traté de desanimarlo. Incluso intenté irme lejos de él. Pero no sirvió de nada. Cuando uno ama como tú amas a Tyler, no importa nada más.

—Pero él no me ama.

—Vuélvete. ¿Estás segura?

Daisy se volvió, tal como le decía su nueva amiga.

—Nunca dijo que me amara y estaba desesperado por regresar a sus montañas.

—Más bien por salir huyendo. Todos los Randolph hacen eso.

—¿Por qué?

—Están convencidos de que no fueron hechos para el matrimonio. Prácticamente hay que amarrarlos y arrastrarlos hasta donde está el cura. Vuélvete otra vez.

Daisy se dio la vuelta otra vez.

—No quiero casarme con nadie que se sienta obligado a hacerlo.

—Estoy exagerando, claro —dijo Laurel, para moderar el comentario—. Pero sí se resisten más allá de lo razonable. Sin embargo, una vez que se convencen, uno no se los puede quitar de encima el resto de la vida.

Laurel sonrió y Daisy sintió envidia de que Tyler no sintiera por ella lo que, obviamente, Hen sentía por Laurel.

—Hen dice que es por la historia de su familia. Pero yo creo que lo que los asusta es la responsabilidad. Mi primer marido no dudó en casarse rápidamente, pero lo mataron y me dejó sola con un niño. Hen era tan consciente de la responsabilidad que iba a asumir que trató de esconderse. Iris y Rose dicen que sus maridos fueron iguales. Ahora, por favor, ayúdame a levantarme. Nunca creerías que yo solía subir y bajar el cañón de una montaña cuando estaba esperando a Adam. Vuélvete despacio para ver si me quedó igualado.

—No creo que Tyler se vaya a casar nunca —dijo Daisy, al tiempo que se volvía lentamente—. Él no necesita a nadie.

—Creo que estás siendo muy dura con él. Fue el primero de los hermanos en aparecer cuando pensó que Hen tenía problemas.

—Pero casi siempre es frío. Dijiste que no lo veías desde hacía más de un año.

—Es verdad —admitió Laurel—. Quítate el vestido.

Tan pronto como Laurel le desabotonó el vestido, Daisy se lo sacó por los hombros, lo dejó caer al suelo y dio un paso adelante para salir de él. Luego agarró el vestido viejo y se lo puso.

—En algún momento pensé que yo le gustaba, pero ahora creo que solo fue porque estábamos solos y encerrados. Habría sentido lo mismo por cualquier otra mujer —dijo Daisy, mientras se abotonaba.

—No estoy diciendo que Tyler sepa que está enamorado de ti, pero lo que sí puedo decir es que nunca lo había visto tan perturbado por una mujer como parece estarlo en tu presencia. Le va a llevar tiempo aceptarlo. Pero si crees que vale la pena esperarlo, no renuncies a él.

Daisy levantó el vestido nuevo y lo volvió del revés. Luego se acomodó en el sofá al lado de Laurel, tomó una aguja enhebrada y comenzó a coser el borde del vestido. Entretanto, Laurel enhebró una segunda aguja y comenzó por el otro lado.

Daisy no sabía si valía la pena esperar a Tyler. Había algunos aspectos de él que la asustaban. Al mismo tiempo, la atraían muchas cosas. Era como si hubiera dos personas distintas en él. Pero ninguna se imponía lo bastante a la otra como para ayudarla a tomar una decisión.

—No creo que tengamos mucho en común —dijo Daisy finalmente—. A mí me asustan las cosas que él quiere. Y las que yo quiero no lo atraen a él en lo absoluto.

—En ese caso, debes quitártelo de la cabeza lo más pronto que puedas. Si no lo haces, solo te romperá el corazón.

Daisy estaba de acuerdo. Pero sabía que el esfuerzo de quitárselo de la cabeza también le rompería el corazón.

Daisy llevaba cuatro días en Albuquerque cuando, saliendo de una tienda, casi se estrella con Adora Cochrane y su madre.

Adora abrazó a su amiga con expresión de felicidad.

—Nunca pensé que tu padre te dejara venir hasta el pueblo.

Esas palabras hicieron que la dicha del reencuentro se esfumara rápidamente.

—Mi padre está muerto. Lo asesinaron hace… hace unos pocos días. —Ya no existía la posibilidad de que Guy todavía quisiera casarse con ella, dado el aspecto que Daisy tenía ahora, pero debía confirmar la historia que habían acordado. No había razón para dañar la reputación de Tyler.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó la señora Cochrane, después de ofrecerle sus condolencias.

—Quemaron nuestra casa. Un buscador de oro me encontró y me trajo hasta aquí para que me quedara con su cuñada.

Daisy notó que la señora Cochrane frunció el ceño cuando habló del «buscador de oro», pero luego notó que lo relajó cuando oyó la palabra «cuñada». Laurel tenía razón. Las cosas estarían bien mientras nadie supiera nada de la semana que había pasado en la cabaña.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Adora.

—No lo sé —contestó Daisy.

—Te quedarás con nosotros mientras decides —dijo Adora—. ¿Verdad, mamá?

—Claro —dijo la señora Cochrane—, el tiempo que quieras.

—Daisy se va a quedar con nosotros por mucho, mucho tiempo —dijo Adora, con una risita socarrona—. Guy se va a encargar de eso. Tú espera a que se dé cuenta de lo mucho que te ha extrañado… Le pedimos que viniera con nosotras, pero dijo que no aguantaba ni una compra más.

—¿Guy ha preguntado por mí?

—Habla de ti todo el tiempo —dijo Adora—. Un día me tocó decirle que se callara. ¿Dónde compraste ese vestido? Te queda perfecto.

Daisy les explicó que había perdido todo en el incendio y que Laurel Randolph y su esposo habían sido muy generosos y le habían comprado ropa.

—Guy tendrá que devolverles todo lo que hayan gastado —dijo la señora Cochrane—. Estoy segura de que son gente muy agradable, pero no me gusta estar en deuda con desconocidos.

Daisy estuvo a punto de decirle a la señora Cochrane que era ella y no Guy quien estaba en deuda con ellos, y que nunca podría pagarles la generosidad que habían tenido con ella ni con todo el dinero del mundo, pero se contuvo. Belle Cochrane estaba convencida de que el dinero era la solución para todo.

La señora Cochrane insistió en conocer de inmediato a los Randolph, aunque desconfiaba de los extraños que se quedaban en hoteles. Sin embargo, tan pronto como supo que habían alquilado todo el último piso del hotel, se mostró más conciliadora. Saber que Daisy había sido rescatada por un Randolph y no por un «buscador de oro» parecía ser lo único que necesitaba para pensar que todo se había hecho con propiedad. Aunque insistió en que Daisy se trasladara de inmediato a su casa.

—Entiendo que tuvieron que incurrir en muchos gastos para reponer el guardarropa de Daisy —le dijo la señora Cochrane a Laurel.

—Fue un placer hacerlo —respondió Laurel—. He disfrutado mucho de su compañía.

La visita pasó sin contratiempos, aunque Laurel se negó con firmeza a que le devolvieran el dinero. Más tarde, durante la mayor parte del camino de regreso a su casa, Belle Cochrane trató de sacarle a Daisy toda la información posible sobre los Randolph.

Cuando por fin quedó instalada en su propio cuarto en la casa de los Cochrane, Daisy sintió alivio, pero también sintió un poco de tristeza por haber dejado a Laurel. Le gustaba mucho. Le habría gustado estar allí cuando naciera el bebé. Sin embargo, lo que más lamentaba era perder aquel último vínculo con Tyler. Mientras tuviera algún tipo de conexión con esa familia, no perdía la esperanza de que él volviera.

Adora interpretó la tristeza de Daisy como la consecuencia natural de la muerte del padre.

—¿Sabes quién lo mató?

—No —respondió Daisy—. Tengo la esperanza de que tu padre me ayude a averiguar quién fue.

—Papá sigue en Santa Fe, pero estoy segura de que le pedirá al comisario que le dé prioridad a ese asunto. Debe de haber sido una experiencia aterradora.

—Uno de los hombres me disparó. Si Tyler no llega a encontrarme, a esta hora estaría muerta.

—¡Te disparó! —exclamó Adora, con los ojos de par en par y expresión de incredulidad—. ¿Por qué no me lo dijiste antes?

—No quería angustiar a tu madre. —Daisy se echó el pelo hacia atrás—. ¿Ves?

—¡Santo Dios! —exclamó Adora e inspeccionó la herida de cerca—. Te cicatrizó increíblemente rápido.

—No fue profunda —dijo Daisy. Tenía que recordar los nueve días perdidos. De otra manera, se iba a traicionar a sí misma—. El pelo quedó hecho un desastre. Lo tengo que llevar en un moño.

—Así pareces mayor.

A Tyler le gustaba suelto.

—¿Cómo era él? —preguntó Adora.

—¿Quién?

—El hombre que te rescató. ¿Era tan apuesto como el hermano? —Adora suspiró—. Tiene un aspecto muy amenazante, como si te pudiera disparar sin ni siquiera pestañear.

—Hen es realmente muy agradable. Simplemente está preocupado por su esposa.

—¿Y qué hay del otro? ¿Está casado?

—No, pero tenías que ver al más joven —dijo Daisy, que había decidido sacrificar a Zac ante la insaciable curiosidad de Adora—. Es guapísimo. Le robó dinero al hermano y se escapó para convertirse en jugador en Nueva Orleans.

—¡No! Te lo estás inventado.

—Pregunta, si no me crees. No te imaginas lo guapo que es. Tiene las pestañas larguísimas y los ojos más bonitos del mundo. Es como de tu edad.

—Cuéntame todos los detalles —pidió Adora.

Daisy procedió a hacerlo e inventó detalles donde le pareció necesario. No sintió ningún cargo de conciencia. Adora nunca iba a conocer a Zac, y de esa manera, Daisy podía guardarse a Tyler para ella sola. No tenía que hablar de él.

A la mañana siguiente, a la hora del desayuno, Adora y su madre charlaron sin parar. Parecían decididas a hacer lo que fuera necesario para levantarle el ánimo a Daisy. La familia siempre tomaba las comidas en un comedor grande y formal. Era un salón tan oscuro y los muebles eran tan pesados y clásicos que Daisy siempre se sentía fuera de lugar.

—Seguramente querrás guardar un tiempo de luto —dijo la señora Cochrane—, pero es mejor salir de las cosas desagradables lo más rápido posible.

La señora Cochrane dejó muy claro que «salir de las cosas desagradables» quería decir casarse con Guy. Daisy no entendía por qué la señora Cochrane estaba tan deseosa de que Guy se casara con ella. Con seguridad había otras muchachas que se ajustaban más al patrón ideal para ser la novia de su único hijo.

Además, era posible que Guy no quisiera casarse con ella cuando se enterara de la semana perdida. Daisy tenía que contárselo. Lo justo era que le diera a Guy la oportunidad de arrepentirse antes de que fuera demasiado tarde.

Era extraño, pero casi no podía acordarse del aspecto de su prometido.

No, el problema era que estaba obsesionada con los Randolph. Después de estar con tres de ellos, todo el mundo parecía insignificante.

—¿Sabes cuánta tierra posees? —preguntó la señora Cochrane.

—No tengo ni idea —respondió Daisy—. Pero mi padre pensaba que era mucha.

—Eres dueña de casi cincuenta mil hectáreas —dijo la señora Cochrane—. Desde el río hasta la falda de las montañas.

—Daría lo mismo que fueran cien mil hectáreas. No valen ni un centavo.

—Valen bastante —dijo la señora Cochrane—. Cuando se sepa que son tuyas, habrá muchos hombres interesados en casarse contigo. Espero que esa atención repentina no te haga cambiar de opinión. Guy lleva ya varios meses demostrándote su afecto.

Daisy no podía creer que fuera verdad lo que Belle Cochrane le estaba diciendo.

—Pero mi padre nunca pudo hacer dinero con esas tierras.

—Discúlpame, niña, pero tu padre no era muy bueno para los negocios. Si esa tierra se maneja bien, te convertirás en una mujer rica.

A Daisy le costaba trabajo creer que la señora Cochrane estuviera en lo cierto, pero recordaba que Tyler pensaba lo mismo. La entrada de Guy interrumpió sus pensamientos.

—Mi pobre niña —dijo él, después de darle la bienvenida—. Mi madre me lo contó todo anoche, si hubiéramos sabido… Me dan escalofríos de pensar que pasaste por todo esto rodeada de extraños.

Daisy se dio cuenta de que no pensaba en los Randolph como si fueran unos extraños, aunque los conocía desde hacía poco tiempo. De hecho, para su sorpresa, se sentía más cómoda con ellos que con los Cochrane. Se imaginó que era porque los Randolph sabían todo lo que le había pasado y de todas maneras la aceptaban.

Ella no creía que pudiera ser tan honesta con los Cochrane. Le contaría a Adora casi todo lo que había ocurrido. A Guy le contaría algo, pero al señor y a la señora Cochrane no les iba a contar nada más que lo que ya sabían.

—Tuvo mucha suerte de que un Randolph la encontrara —le informó Belle Cochrane a su hijo—. De no ser así, quién sabe lo que habría ocurrido.

—¿Un Randolph? —preguntó Guy, perplejo.

—Una familia muy rica —le informó su madre—. He hecho algunas averiguaciones. Parece que tienen intereses en muchos campos. Henry Randolph y su esposa tienen alquilado el último piso del hotel Post Exchange, por un periodo de tiempo indefinido.

—Están esperando el nacimiento de su hijo —explicó Daisy, que se sentía un poco incómoda con las palabras de Belle Cochrane. Hasta entonces nunca había pensado en Tyler como un hombre rico y el hecho de hacerlo destruía los recuerdos que tenía de él. Y como eso era lo único que tenía, quería mantenerlos a salvo.

—No tienes que preocuparte más por depender de extraños —le aseguró Guy—. Déjamelo todo a mí.

—Y a papá —añadió Adora—. Daisy quiere que la ayude a encontrar a los asesinos de su padre.

—Bueno, claro —dijo Guy—. Eso no hay necesidad de decirlo. Ahora tienes que hacer un gran esfuerzo para olvidar lo que has pasado en los últimos días. —Luego tomó asiento al lado de Daisy, mientras el puesto del señor Cochrane seguía vacío. Una criada llevó café y comida caliente.

Daisy pensó que eso era como si Guy le pidiera que olvidara toda su existencia. Ninguna etapa de su vida había sido tan real como los últimos días. Se había sentido liberada. Entrar en la casa de los Cochrane había sido como entrar en una jaula. Y la presencia de Guy intensificaba esa sensación.

Daisy le contó a Guy todo lo que ya les había contado a su madre y a su hermana. Esa noche, cuando tuvo que contárselo todo otra vez al señor Cochrane, estaba harta de relatar la historia una y otra vez. Si no fuera indispensable contar con la ayuda del señor Cochrane para atrapar a los asesinos, no creía que hubiese podido hacerlo.

Daisy le contó todo lo que pudo sobre los hombres que la habían seguido. Por un momento le pareció que el padre de Adora estaba un poco alarmado cuando describió al hombre que le había disparado, pero luego recuperó la compostura y Daisy pensó que realmente no conocía a nadie que respondiera a esa descripción.

—Déjamelo a mí —le dijo—. Mañana, cuando vaya hacia el banco, pasaré por donde el comisario.

—Yo quería que les tendiéramos una emboscada, pero Tyler dijo que teníamos que esperar si queríamos agarrar al hombre que está detrás de ellos.

—¿Qué te hace pensar que haya alguien detrás de ellos? —preguntó el señor Cochrane.

—Tyler dijo que no parecían el tipo de hombres que pueden maquinar un plan así. Son asesinos a sueldo. También dijo que si los agarrábamos, el jefe sencillamente contrataría a alguien más para que me matara.

—¡Por la gracia de Dios! —exclamó Belle Cochrane—. Una muchacha como tú no debería estar pensando en cosas así. Me parece muy impropio del señor Randolph discutir un asunto como ese contigo.

—Yo lo discutí con él —aclaró Daisy a todos—. Después de todo, era a mí a quien querían matar. Una no se puede olvidar tan fácilmente de eso.

—Creo que has sido increíblemente valiente —dijo Adora—. Estoy segura de que yo me habría puesto histérica.

—No, no te habrías puesto histérica. Es imposible estar histérica durante mu… —Daisy dejó la frase sin terminar. Si no tenía cuidado, iba a dañarlo todo—. Durante casi dos días, especialmente cuando estás inconsciente la mitad del tiempo y el resto montada en burro.

—Pobre niña —la compadeció Guy—. No me sorprendería que quisieras meterte en la cama y no volver a salir en un mes.

Daisy no supo qué responder. Nunca se le habría ocurrido una cosa tan absurda.

—Puedes estar tan tranquila como quieras, durante el tiempo que quieras —le aseguró la señora Cochrane—. Adora y yo estaremos encantadas de ocuparnos de cualquier cosa que necesites.

—Supongo que el que está detrás de todo esto es Bob Greene —dijo Daisy, tratando de llevar nuevamente la conversación hacia el tema de los asesinos—. No sé por qué, pero no se me ocurre nadie más.

—Te aconsejo que te olvides de todo este asunto —dijo el señor Cochrane—. No estoy de acuerdo con el señor Randolph. Yo creo que fueron vagabundos sin Dios ni ley, de los que matan por cualquier cosa. —Por un momento pareció pensativo—. Aunque vale la pena considerar tu idea de Bob Greene. —Hizo otra pausa—. Sí, creo que vale la pena no pasarla por alto.

—Bien. Me alegra que hayamos terminando con este asunto —dijo la señora Cochrane—. Querida, estoy segura de que es un alivio saber que no tienes que preocuparte más por todo eso.

Daisy comenzó a decirle a la señora Cochrane que no podría quitárselo de la cabeza hasta que los asesinos y la persona que estaba detrás de ellos estuvieran tras las rejas, pero se dio cuenta que era inútil. Ahora el asunto estaba en manos del señor Cochrane, y Belle Cochrane nunca entendería por qué una mujer tendría que seguir pensando en eso.

Daisy se estremeció al darse cuenta de que los Cochrane estaban completamente decididos a pensar por ella, tal como lo había hecho su padre. En realidad, esperaban que no pensara en absoluto. Ella creyó que se iba a sentir aliviada al traspasar a Guy y a su padre todos los problemas, pero no era así, pues ni siquiera le iban a permitir hablar del asunto.

—Adora y Belle tienen que hacer algunas visitas mañana por la mañana —dijo el señor Cochrane—. Será la oportunidad perfecta para que Guy y tú paséis un rato solos. Tenéis muchas cosas que discutir. —La habladora mujer miraba a su hijo de una manera singular. Guy sonrió con incomodidad, aunque no parecía reacio a la idea—. Ahora, creo que debes irte a la cama. Estoy seguro de que los Randolph te cuidaron muy bien, pero es imposible dormir bien en un hotel. Eso, además de la odisea que has vivido. Debes de estar exhausta.

A Daisy le molestaba que todos pensaran que se encontraba tan desvalida. Deseaba desesperadamente estar sola. Se sintió muy aliviada de poder meterse en la cama. Adora quería conversar, pero Daisy le dijo que estaba muy fatigada y la señora Cochrane arrastró a su hija hasta su propia recámara. Pero lo que sentía Daisy cuando apagó la luz de la lámpara no era fatiga. Estaba deprimida por haber dejado a los Randolph. Aunque ya habían pasado varios días desde que Tyler se marchó, Daisy se había encariñado con Laurel. Y a pesar de que no creía que llegara el día en que pudiese sentirse tranquila cerca de Hen, la devoción que él sentía hacia su esposa era una revelación para Daisy.

Jamás había visto una relación como la que ellos dos tenían. Era evidente que Hen estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por proteger a Laurel. Se plegaba a los deseos de ella cada vez que podía. Si Hen hacía algo sin preguntar, cosa que ocurría de vez en cuando, él no se molestaba si ella protestaba, y era capaz de reconsiderar su decisión. Si él no estaba de acuerdo con ella en algún asunto sobre el que tenía una opinión muy firme, ella cedía.

Pero había algo más, algo que estaba latente en la manera amorosa que tenían de compartir la vida. Daisy tenía la certeza de que si algo llegaba a amenazarla a ella o a los niños, Hen defendería a su familia con toda la ferocidad de que era capaz.

Con Tyler, Daisy tenía la misma sensación. Podía ser duro con Zac, pero lo cuidaba. Debía de ser un rasgo de familia. Entonces recordó el momento en que Willie llegó a la cabaña. Sin decir una palabra, los dos hermanos se pusieron de acuerdo para protegerla.

Eso también era lo que los Cochrane estaban haciendo, pero lo hacían para que ella no se comportara inadecuadamente. Para los Randolph, no existía el concepto de «comportamiento inadecuado».

Guy quería protegerla porque creía que ninguna mujer podía defenderse por sí misma; por el contrario, Tyler pensaba que ella podía tener éxito por su propia cuenta. Guy decía que la quería, pero sus sentimientos nunca habían sido tan fuertes como para que perdiera el control. En cambio Tyler quería hacerle el amor porque no era capaz de controlarse. Daisy sentía que esa pasión sin reglas le gustaba mucho más.

No creía que a Adora le gustara que alguien se portara así con ella. Tampoco creía que algo así pudiera pasar entre la señora y el señor Cochrane. Pero estaba segura de que eran los mismos sentimientos que compartían Hen y Laurel. Entre ellos había un lazo poderoso, una fuerza explosiva que estaba en permanente combustión. Al principio no lo había comprendido. Pero ahora que estaba con los Cochrane se daba cuenta de que lo notó desde el primer momento en que los conoció.

Los últimos días que pasó en la cabaña con Tyler, Daisy sintió lo mismo. En ese momento le pareció peligroso, incluso indeseable, pero ahora le hacía falta esa sensación. Ahora todo era tranquilo, predecible, confortable y muy poco satisfactorio.

Mientras Daisy se sumía en el sueño, se dio cuenta de que no se sentía bien. Y pensó que tal vez nunca volvería a sentirse completamente bien.

—No es posible que todavía quieras casarte conmigo —le dijo Daisy a Guy. Intencionadamente se había dejado el cabello suelto por la mañana, así que se agarró un mechón de rizos—. Parezco un monstruo. No creo que ninguna mujer decente quiera dirigirme la palabra.

—Tonterías. Tu aspecto es un poco extraño en este momento, pero cuando todo el mundo sepa lo que te ha sucedido, vendrán en desbandada a ofrecerte ayuda. Además, el pelo volverá a crecer.

Inmediatamente después del desayuno, el señor Cochrane se recluyó en su oficina. Solo un poco después, la señora Cochrane y Adora salieron a cumplir con sus visitas. Así que Daisy aprovechó la oportunidad para liberar a Guy del compromiso de casarse con ella. Pero se quedó perpleja al oírle decir que nada iba a cambiar lo que sentía por ella.

—Pero tengo una cicatriz —dijo, al tiempo que se levantaba el pelo para mostrársela.

—No se ve.

Daisy decidió que tenía que contarle lo que había sucedido. Si de verdad quería casarse con ella, Guy merecía saber la verdad. Cuando Daisy terminó de contar la historia, el muchacho estaba un poco pálido, pero no vaciló.

—Me parece que has manejado todo el asunto de manera impecable —afirmó Guy—. Es maravilloso que me hayas contado todo esto. —Luego le agarró una mano y se la apretó—. Pero no hay necesidad de repetirle esto a nadie más, ni siquiera a Adora.

A Daisy le pareció que Guy estaba un poco aturdido, pero era lo menos que podía esperar. Acababa de recibir un golpe muy fuerte.

—Mamá dice que Randolph es un caballero —dijo Guy y se movió con nerviosismo—. No dudo de que tenga razón, pero ¿estás segura de que él va a mantener la versión que acordasteis?

—Él fue quien insistió en llevarme con su hermano —dijo Daisy—. Aunque hubieras estado en el pueblo, no me habría traído a tu casa. Estaba decidido a que nadie supiera que estuve sola con él durante todos esos días. Estoy segura de que se molestaría conmigo si supiera que te lo he contado.

—Muy decente —dijo Guy—. ¿Y los demás?

—¿Te preocupa que la historia te ponga en un aprieto?

—No, por Dios, claro que no. —Guy se sonrojó—. Solo estoy preocupado por ti. Sé que sería gravísimo para ti que esta historia se divulgara.

Curiosamente, a Daisy eso no le preocupaba tanto.

—Yo lo sé, tú lo sabes y los Randolph lo saben. Realmente no importa lo que los demás piensen —dijo Daisy.

—Eso no es del todo cierto —dijo Guy—. Yo tengo fe ciega en ti, pero puede que mucha gente no. He hecho preguntas sobre los Randolph. Son ricos, pero tienen la reputación de tomar siempre lo que quieren. Eso incluye a las mujeres.

—No conoces a Tyler. Él no quiere nada.

—Me alegra oír eso, pero es mejor que nos olvidemos de todo este asunto. Me sentiré aliviado cuando los Randolph vuelvan a su rancho.

Daisy no quería que Hen y Laurel se fueran. Eran su único vínculo con Tyler.

Luego se reprendió por ser tan estúpida. Tyler no quería tener nada que ver con ella. Sería mejor que lo asumiera, pues no podía seguir aferrándose a algo que ya había terminado, algo que, además, nunca había sido más que una esperanza.

Guy le dio unas palmaditas en la mano y esbozó una sonrisa algo forzada.

—Sé que es demasiado pronto, después de la espantosa experiencia que has tenido. Naturalmente, querrás guardar un periodo de luto por tu padre, pero me gustaría que fijaras una fecha.

—¿Para qué?

—Para casarnos.

Daisy se sintió extrañamente triste y aliviada al mismo tiempo. Como si algo se estuviera cerrando alrededor de ella y quitándole el aire, al mismo tiempo que se desvanecía un temor que la había atormentado durante varios días. Tal vez se estaba volviendo loca.

—Ahora no puedo pensar en eso.

—Entonces, por lo menos deja que anuncie nuestro compromiso.

—¡No! La gente va a querer venir a felicitarme, a preguntarme sobre el matrimonio, sobre mi padre, todo tipo de cosas. No sería capaz de afrontarlo de momento.

—Claro —dijo Guy y sonrió amablemente—. Me gustaría decirte que puedes tomarte todo el tiempo que quieras, pero en realidad quiero que nos casemos lo más pronto posible. No deseo presionarte —agregó sin convicción—. Pero, por favor, ten en cuenta que estoy ansioso por hacerte mi esposa.

—Lo intentaré. Pero es que han pasado muchas cosas.

—Lo sé. Debes de sentirte abrumada.

Sí, se sentía abrumada, pero no por la razón que Guy creía.

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