Daisy

Daisy


Capítulo 9

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Daisy no sabía si las lágrimas que rodaban por sus mejillas eran de rabia o de desilusión. Sentía que la muñeca le ardía en el lugar donde Tyler la había tocado. Parecía increíble que un roce tan suave fuera causa de tanto rechazo. Eso la ponía furiosa.

También le dolía. Ya había experimentado suficiente rechazo en su vida. Las cosas nunca habían sido fáciles para ella, pero esto le parecía incluso más difícil que otras cosas que había vivido.

Tyler decidió regresar a la cabaña. Estaba oscureciendo. Ya no llovía y la temperatura había bajado, aunque casi no sentía frío. No podía dejar de pensar en lo que Daisy le había dicho.

El gesto de quitarle el libro había sido tan agresivo como cerrarle la puerta en la cara. No había sido su intención, ni siquiera quería hacerlo, pero cuando Daisy comenzó a revolver sus cosas, sintió pánico. Él sabía que ella solo estaba tratando de ayudar, pero también estaba despertando sentimientos nuevos en él, y él ni siquiera podía afrontar los que ya tenía.

Tyler cruzó el riachuelo que corría cerca de la cabaña. La nieve que se estaba derritiendo producía un sonido gutural alrededor de las rocas, pero las orillas estaban cubiertas de hielo. Si la temperatura bajaba más, la espuma también se congelaría.

Llevaba tanto tiempo viviendo solo y encerrado en sí mismo que nunca había pensado que se había rodeado de una especie de barrera. Hasta aquel momento. Hasta que se dio cuenta de que no quería aplicarle a Daisy esa misma barrera. Llevaba tantos años ensimismado, negándose a sentir cualquier emoción, que no sabía expresar lo que sentía, no sabía cómo dejar que alguien entrara en su vida. Ciertamente no tenía idea de qué hacer si dejaba entrar a alguien. No sabía cómo podía encajar Daisy en su vida, cuánto tiempo quería que se quedara, cuánto quería que llegara a significar para él. No conocía ni se sentía cómodo con ninguna de las emociones que ella le despertaba.

Lo único que sabía era que no iba a poder olvidarla fácilmente, si es que lo lograba.

Tyler se sorprendió pensando que ojalá pudiera hablar con George, aunque sabía que nadie iba a poder resolver este asunto por él. Lo tenía que hacer solo. Pero ¿por dónde podía empezar?

Comienza por lo que quieras, lo demás vendrá por añadidura.

Tyler decidió echar un vistazo a los animales antes de entrar. Experimentaba una sensación de tranquilidad cuando estaba cerca de las mulas, y en ese momento se encontraba tan agitado que eso no le vendría nada mal.

A la mañana siguiente, Tyler llevaba agua hirviendo para derretir el hielo que cubría los abrevaderos, cuando vio a Willie Mozel avanzando con dificultad por entre la nieve. La temperatura había bajado de forma extrema durante la noche y todo estaba cubierto de hielo. Además, había quince centímetros más de nieve y el día estaba extremadamente frío. El día que empezaba nada se iba a derretir.

Tyler tenía la intención de saludar al viejo minero tan pronto como se acercara a la cabaña, pero, cuando vio que Willie se tambaleaba, supo que algo andaba mal. Parecía medio muerto.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó Tyler.

—¡Malditos ladrones! —logró decir el viejo minero cascarrabias, antes de dejarse caer en el cobertizo.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Tyler, al tiempo que agarraba a Willie de un brazo y comenzaba a caminar hacia la cabaña.

—Tres hombres vinieron ayer a mi cabaña. Querían información sobre los buscadores de oro que viven en esta montaña.

Tyler se quedó frío.

—¿Por qué?

—No lo dijeron. —Willie parecía ansioso de entrar en la cabaña, pero Tyler no se movió.

—¿Qué dijeron?

—Simplemente querían saber quiénes vivían en las cabañas y dónde quedaban estas. Preguntaron mucho por la edad de los mineros. Me pareció un poco raro, pues tú eres el único que tiene menos de cincuenta años.

—Cierto —dijo Tyler, casi para sí mismo.

—Parecían creer que hay dos hombres jóvenes por estos pagos… Preguntaban si los buscadores viven en grupos. No les pude hacer entender que ningún buscador de oro quiere tener compañía, sobre todo si tiene algo importante entre manos. Nunca se sabe cuándo un socio decide asestarle a uno un golpe en la cabeza y tirarlo por un barranco.

—¿Qué pasó? ¿Querían algo más?

—Me amarraron con unos bejucos y me dejaron en el cobertizo —dijo Willie, que todavía estaba furioso por la manera en que habían abusado de su hospitalidad—. Todavía estaría allí si el burro no se hubiera comido los bejucos. Esos idiotas no se imaginaron que ese animal fuera capaz de comerse cualquier cosa.

—¿Has venido andando hasta aquí a pesar de la tormenta, y de noche?

—¿Qué querías que hiciera? No había otra forma de llegar hasta aquí —dijo Willie—. Y deja de hacerme hablar hasta que me congele y déjame entrar. Me vendría muy bien un poco de ese delicioso estofado que siempre estás preparando.

—No quiero que digas nada sobre esos hombres cuando entres —dijo Tyler.

—¿Por qué?

—Mi hermano está aquí.

Willie levantó las cejas.

—Entonces vosotros sois los dos hombres jóvenes. ¿Por qué os están persiguiendo?

—Ya lo verás.

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