Daisy

Daisy


Capítulo 14

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Tyler no pareció reaccionar ante la noticia.

—¿Has comido algo? —le preguntó.

Ella negó con la cabeza. Sin decir nada, Tyler comenzó a preparar la cena. Comieron en silencio; ninguno dijo nada hasta que comenzaron a lavar los platos.

—Quiero quitarme el vendaje de la cabeza —dijo ella, una vez que hubieron terminado.

—No creo que…

—Estoy harta de parecer un monstruo de feria. Quiero lavarme el pelo. Siento un cosquilleo horrible en el cuero cabelludo. —Hizo una pausa—. Seguramente también voy a tener que cortármelo. —Se preguntó si él recordaría que se había ofrecido a lavárselo.

—Voy a calentar el agua —dijo Tyler.

Minutos después tenía la estufa llena de ollas.

—Solo quiero lavarme el pelo —dijo Daisy.

—Luego necesitarás un baño.

Daisy no tenía intención de pedírselo, pero se moría de ganas de bañarse. Así que le ayudó a llenar los baldes. Esta vez fue más fácil, pues pudieron recoger agua del riachuelo.

—Siéntate —dijo Tyler, cuando estuvo listo para retirar el vendaje.

Daisy había tenido pesadillas sobre su aspecto. Le alegraba que Tyler no tuviera un espejo.

Tyler retiró el vendaje.

—La cicatriz todavía está un poco roja —dijo—, pero creo que puedes lavarte el pelo sin problemas. Te lo cortaré.

Daisy no estaba muy segura de hacerlo. Nadie le había cortado el pelo, excepto las puntas, pero probablemente lo mejor era que Tyler lo hiciera, pues ella no podía cortárselo sin tener espejo para verse.

—No me cortes más de lo necesario.

—No lo haré.

Daisy sintió alivio cuando las primeras puntas chamuscadas aterrizaron en el suelo. Tenía la incómoda sensación de que Tyler lo estaba cortando desde muy abajo, pero los mechones que caían parecían cortos.

Cuando cayó al suelo el primer mechón largo, ella dio un brinco y se levantó de la silla.

—Voy a parecer un niño —gimió, mientras miraba el mechón de cabello.

—Te va a quedar debajo de los hombros —le aseguró Tyler.

—Pero eso es muy corto.

Tyler la agarró de los hombros y la llevó de nuevo a la silla con gentileza.

—Ya crecerá. Mientras tanto te lo puedes recoger en un moño.

—Las mujeres solteras no usan moños —dijo Daisy.

—Entonces puedes usar un gorro.

—Solo las ancianas llevan gorros.

—Bueno, pero no puedes andar por ahí con un buen trozo de pelo quemado en la cabeza.

Después de ese comentario tan contundente, continuó cortando cantidades enormes de cabello. Cada mechón que caía parecía llevarse una parte de ella. Cuando al fin terminó, Daisy se sentía como una oveja esquilada.

—Te lo voy a lavar y después arreglaré las puntas que quedaron —dijo el gigantesco peluquero.

Daisy esperó con desaliento mientras Tyler iba a por un recipiente poco profundo, lo ponía sobre la mesa y vertía un poco de agua. Probó la temperatura. Cuando estuvo satisfecho con esta, buscó jabón y una toalla en las repisas que había en el rincón.

—Déjame hacerlo a mí —le dijo a Daisy, mientras le inclinaba la cabeza sobre el recipiente—. Tú solo tienes que quedarte quieta y mantener los ojos cerrados.

Mientras esperaba, Daisy trató de imaginarse cómo estaría con el cabello corto. Le horrorizaban las imágenes que se le venían a la cabeza. Trató de pensar en maneras de disimularlo. Trató de inventar excusas para su nuevo corte. Pero era inútil. Ni siquiera las chicas de las tabernas llevaban el pelo corto.

Cuando sintió el agua templada que le caía sobre la cabeza experimentó una sensación extraña. Pero lo más desconcertante fue sentir los fuertes dedos de Tyler trabajando con suavidad para enjabonarle el cuero cabelludo. Habían pasado muchos años desde los tiempos en que su madre le lavaba el pelo. Ya había olvidado lo placentero que era.

Pero esto era más que placentero. Había una cierta intimidad en el hecho de permitir que Tyler le lavara el pelo, era una manera tácita de reconocer que compartían algo especial. Mientras las callosas manos de Tyler trabajaban con su cabello, Daisy sentía un cosquilleo de la cabeza a los pies. No se había dado cuenta de lo tensa que estaba hasta que el hombre comenzó a darle una especie de masaje en la parte superior de la nuca. Podía sentir cómo la presión del pulgar y el índice aflojaban gradualmente su tensión. La sensación era fantástica. Daisy se dio cuenta de que él no solo le estaba lavando el pelo. Tyler parecía ser tan consciente como ella de la tensión que había entre los dos.

De pronto cayó en la cuenta de que Tyler ya llevaba un buen rato lavándole el pelo. Daisy lo estaba disfrutando enormemente y no quería que él se detuviera.

El hombre vertió más agua sobre la cabeza para aclararle el jabón. Eso rompió el hechizo. Vació el primer recipiente de agua con jabón y volvió a enjuagárselo.

—¿Cómo estoy? —preguntó ella.

—No podré responder hasta que esté seco. —Tyler le desenredó el pelo con mucho cuidado de no rozar la cicatriz. Después le cortó unas puntas que habían quedado. Le frotó la cabeza con una toalla para secarla. Mientras la peinaba otra vez, Daisy sintió los mechones húmedos contra las mejillas. Cuando terminó, dio un paso atrás para observarla.

—Me gusta cómo ha quedado —le dijo—. Te enmarca el rostro. —Tyler agarró un mechón entre los dedos—. También tienes algunos rizos.

Solo estaba tratando de que se sintiera mejor. A ningún hombre le podía parecer atractiva una mujer con el cabello corto y rizado.

—Ya puedes bañarte —le dijo.

Daisy esperó pacientemente a que Tyler vertiera todos los baldes de agua en la tina.

—Voy a traer más —anunció—. También me quiero bañar yo.

Daisy notó que algo le estaba oprimiendo el pecho. Se sintió aliviada de que Tyler saliera de la cabaña. Y todavía más aliviada de poder refugiarse detrás de la cortina.

No podía olvidar ni un instante que esa noche estaría a solas con Tyler.

Mientras se desabotonaba el vestido, sintió que tenía la piel muy sensible al tacto y a la presión de sus propios dedos. Entonces se imaginó que eran los dedos de Tyler y su cuerpo pareció llenarse de calor, y se estremeció, con espasmos involuntarios desde la cabeza hasta los pies.

Quería que Tyler le hiciera el amor.

Esa idea era todavía más impactante que saber que estaba enamorada de él. ¿En qué estaba pensando? Toda su vida sus padres le habían insistido en que la virginidad era su única posesión realmente valiosa. Y allí estaba, queriendo entregársela a un hombre salvaje y barbudo, con el que no tenía posibilidad de casarse. Si no estuviera segura de que no era cierto, juraría que la bala le había afectado al cerebro.

Daisy se metió en la tina y se acomodó en el agua antes de que Tyler volviera a entrar. Se sentía completamente vulnerable, como si la cortina fuese transparente. Luego cayó en la cuenta de que estaba sentada con los brazos sobre el pecho y las manos abrazándose los hombros. Se sintió como una tonta, pero no pudo deshacerse de ese sentimiento. Cada vez que se tocaba, se imaginaba que era Tyler el que lo hacía.

Tenía la piel ultrasensible. Hasta el roce del agua le producía delicados calambres por todo el cuerpo. Sintió que los pezones se endurecían tanto que le dolían. Sintió una cierta excitación nerviosa en el vientre. Luego comenzó a experimentar en sus partes íntimas algo que jamás había sentido. En cuestión de minutos, Daisy pensó que estaba punto de salirse de su propia piel.

Así que se levantó abruptamente y con decisión para secarse e hizo a un lado todos los pensamientos relacionados con Tyler. Comenzó a pasarse la toalla con brusquedad, restregándose con intencionada violencia, hasta que la piel se le enrojeció, pues estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para destruir los sentimientos que amenazaban con arrebatarle el control.

Se vistió con rapidez y salió a la habitación. Tyler estaba sentado leyendo un libro, pero inmediatamente lo dejó a un lado.

—Quiero que me cortes el pelo —le dijo.

Daisy se quedó estupefacta.

—No sé cómo hacerlo.

—No es difícil. Simplemente córtalo hasta que tenga un largo similar al de Zac.

Tyler tenía el pelo castaño oscuro y ondulado y le caía hasta los hombros. Tendría que cortarle casi lo mismo que él le había cortado a ella. Daisy experimentó una cierta satisfacción, pero enseguida olvidó esa sensación, con un poco de vergüenza. Tyler le había cortado el pelo porque era necesario.

—¿Cuánto hace que no te cortas el pelo? —le preguntó.

—Años.

—¿Por qué quieres que te lo corte ahora?

—Porque ya es hora.

Una respuesta típica de Tyler. Daisy pensó que afortunadamente aquel hombre no sabía que ella se había enamorado de él, porque era probable que eso terminara de anular por completo su conversación.

Tyler se sentó en la misma silla que ella había ocupado y le entregó las tijeras. Daisy dudó en aceptarlas, pero Tyler las sostuvo hasta que ella cedió.

—Está bien. Pero si esto resulta un desastre, toda la culpa será tuya.

En realidad, Daisy sí tenía algo de experiencia. Solía cortarle el pelo a su padre, aunque no tenía nada que ver con el larguísimo cabello de Tyler. No estaba segura de por dónde comenzar.

—Date prisa, el agua pronto va a hervir.

Daisy agarró un buen mechón de pelo y lo cortó. Siguió cortando hasta que lo tuvo a la altura de la barbilla. Luego, con mucho cuidado, comenzó a igualarlo y a darle forma.

Daisy se entusiasmó cuando vio que las orejas aparecían debajo de la masa de pelo. Era raro, pero siempre pensaba en Tyler como si fuera mayor de lo que en realidad era. Evidentemente, parecía más joven sin toda aquella maraña de pelos.

Le asombró descubrir que Tyler tenía el cuello delgado, sorprendentemente elegante para un hombre de su tamaño. Tenía los hombros tan poderosos como los había imaginado. Realmente era enorme.

—Tienes que agacharte para que te pueda cortar el pelo de la parte de arriba —le dijo.

Tyler inclinó la cabeza. Daisy se preguntó si estaría preocupado. No sabía si ella iba a dejarlo como un monigote. Tal vez no le importaba. La chica se dijo que le gustaría tener esa capacidad de despreocupación, aunque los hombres no le otorgan a la apariencia la misma importancia que las mujeres. Para ellas, de las formas dependen demasiadas cosas.

Por centésima vez se preguntó cómo se vería Tyler sin barba. A algunas mujeres les gustaban los hombres barbudos, pero a ella jamás le gustarían, ni siquiera si se la dejaba muy corta. Además, la barba de Tyler era marrón, y una barba tenía que ser negra para resultar más o menos decente.

A Daisy le pareció atractiva la forma de la cabeza de Tyler. Y le extrañó. De hecho, cuanto más cortaba y destapaba, más atractivo le parecía. Durante todo el tiempo, Daisy se sintió asaltada por un deseo intenso que casi la hacía temblar y hacía que sus músculos se estremecieran sin control y las piernas amenazaran con doblarse.

—Será mejor que me detenga antes de que corte demasiado —dijo, al tiempo que daba un paso atrás. Luego tomó aire y se esforzó en sonreír. No tenía ninguna intención de permitir que Tyler adivinara nada de lo que estaba pensando.

Tyler se pasó la mano por la cabeza.

—Qué gusto —le dijo—. ¿De verdad no te importa que use tu rincón?

—Claro que no —respondió ella y trató de sonar lo más natural posible—. Es tu cabaña.

Daisy se quedó inmóvil, con el cuerpo rígido, mientras Tyler arrastraba la tina hasta la puerta. Después de tirar el agua que ella había usado para bañarse, llenó la tina con agua caliente, agarró algo de ropa y también toallas limpias y desapareció detrás de las cortinas.

Daisy se dejó caer sobre un asiento, pero la prueba aún no había terminado. Ahora su imaginación comenzó a fantasear con lo que debía de estar pasando en el rincón. Tyler era tan alto que podía verle la cabeza y los hombros por encima de las sábanas mientras se desvestía. Tenía los hombros tan suaves y libres de vellos como se los había imaginado. También tenía músculos poderosos.

Daisy se estremeció cuando oyó que la ropa caía al suelo y escuchó el chapoteo del agua mientras él se sumergía en la bañera. No podía entender cómo lograba acomodarse, pues, incluso para ella la bañera era un poco ajustada. Era imposible que le cupieran las piernas.

Entonces trató de imaginarse la posición que debía de haber adoptado. Se imaginó que tendría las piernas por fuera de la tina, unas piernas poderosas que le habían permitido correr a rescatarla. También debía de tener la mayor parte del torso por fuera del agua. Y entonces recordó aquellos brazos y aquellos hombros que la habían alzado con tanta facilidad. Daisy había podido sentir la fuerza de esos músculos, aun a través de la camisa gruesa y el pesado abrigo que Tyler usaba.

Si pudiera tocarlo, sentir la potencia de esos músculos debajo de sus dedos…

Daisy abrió y cerró la mano. No podía entender por qué estaba tan preocupada por el cuerpo de Tyler. Ningún hombre la había afectado de esa manera, ni siquiera Guy Cochrane. Y era más apuesto que Tyler.

Entonces oyó que el agua se movía y Tyler se levantó y comenzó a secarse. Se había lavado el pelo. Mientras se lo secaba vigorosamente, se le hicieron unos rizos como los de esos griegos que había en los libros de su padre. Eso le daba una apariencia totalmente distinta. Parecía joven y deliciosamente masculino. Daisy pensó en esos hermosos ojos marrones y en la frente amplia y limpia. Era una pena que ocultara el rostro detrás de la barba. Tal vez tenía algún defecto.

Luego Daisy recordó que ella no era ningún modelo de perfección. Ya no tenía pelo y tendría suerte de no convertirse en el hazmerreír del pueblo. Estaba pensando en el deprimente futuro que la esperaba, cuando Tyler corrió la cortina y salió, desnudo de la cintura para arriba.

Daisy se quedó sin aire.

Aun con la barba, era el hombre más impresionante que había visto en la vida. Verlo desnudo de cintura para arriba la dejó sin palabras. Encima de un abdomen plano y musculoso y de una cintura delgada, tenía el pecho y los hombros más fantásticos del mundo. Eran incluso más bellos de lo que había imaginado. Se había puesto unos pantalones negros que le quedaban como un guante. Y eso era toda una revelación después de la ropa ancha que siempre usaba. Tyler tenía las piernas largas y delgadas, unos muslos poderosos y un trasero redondo y muy bien formado.

Daisy nunca se había imaginado que bajo toda aquella ropa holgada, Tyler tuviera un cuerpo tan perfecto.

—¿Te importa que me afeite? —le preguntó Tyler.

—No —logró decir Daisy.

Entonces sacó un espejo de un pequeño cajón.

—Me dijiste que no tenías espejo —dijo Daisy.

—No quería que te miraras hasta que estuvieras mejor.

—¿Me puedo mirar ahora?

—Cuando termine. Mientras tanto, le daremos tiempo al pelo para que se seque.

Daisy trató de enfadarse con él, pero le fue imposible, pues no podía apartar los ojos de aquel torso desnudo.

A excepción de unos pocos vellos en el centro del pecho, la piel era completamente lisa. Los hombros parecían casi demasiado anchos para una cintura tan delgada. Daisy lo observó, fascinada, mientras reunía los instrumentos que necesitaba para afeitarse. Los músculos del pecho se tensaban y temblaban. Los músculos de los brazos y antebrazos se dibujaban debajo de la piel.

Tyler se sentó en la mesa, al lado de ella. Daisy prácticamente tuvo que sentarse sobre las manos para dominar el impulso de tocarlo. Habría podido hacerlo. Estaba muy cerca.

Respirando despacio y con dificultad, Daisy hizo acopio de toda su fuerza de voluntad y se concentró en la forma en que Tyler comenzó a afeitarse.

Había visto tantas veces a su padre rasurándose que el asunto había dejado de interesarle, pero ahora miraba a Tyler fascinada, mientras se echaba espuma sobre la barba mojada. En pocos segundos pareció que se había caído de narices sobre un recipiente lleno de nata. La sonrisa que eso le produjo la ayudó a relajar algo de la tensión que amenazaba con dejarla sin sentido.

De repente, Daisy cayó en la cuenta de una cosa. Tyler no se habría echado espuma sobre toda la barba si solo fuera a recortarla. ¡Se la iba a quitar!

La joven observó con estupefacción la primera pasada de la cuchilla. Aunque limpió solo una pequeña parte de la mejilla, una buena cantidad de pelo cayó sobre la mesa. Gradualmente, fue apareciendo media cara de Tyler. Y, para sorpresa de Daisy, se parecía mucho a Zac.

¿Sería tan apuesto como Zac? Daisy quería verle la boca. Tenía que saber cómo eran la boca y la barbilla.

Pero Tyler se dio la vuelta y comenzó a rasurarse el otro lado de la cara. La boca y la barbilla continuaban escondidas debajo de una masa de pelo empapada con espuma de afeitar. Era una imagen extraña.

Daisy esperó con creciente impaciencia. Le pareció que se estaba tomando demasiado tiempo para afeitarse ese lado. Cuando finalmente dirigió la cuchilla hacia la boca, Daisy contuvo el aliento.

En cuestión de segundos, apareció la boca más deliciosa que había visto en la vida y, momentos después, una mandíbula adorable. Tyler era guapísimo. No tan apuesto como Zac, pero era guapísimo. El sentido común le decía que lo que lo hacía tan atractivo era el contraste con el hombre barbudo que siempre había visto hasta ahora, y que una vez que se acostumbrara no le parecería tan especial. Pero en esos momentos, Daisy no se sentía muy inclinada a escuchar a su sentido común. Se había pasado la vida al servicio del sentido común. Cuando volviera a Albuquerque, volvería a ser sensata. Por ahora, sentía un fuerte deseo de olvidarse del sentido común y dejar que sus otros sentidos enloquecieran a su gusto.

—¿Estás satisfecha? —preguntó Tyler.

—¿Te afeitaste por mí?

—Dijiste que estaba escondiendo algo. —Tyler se pasó la mano por el rostro—. Ya no estoy escondiendo nada.

—No deberías esconderte, eres un hombre muy apuesto.

—¿De verdad lo crees, después de ver a Zac?

—Tú también eres guapo. De hecho, me gustas más que Zac.

—¿Por qué?

—Tu cara tiene carácter.

Tyler sonrió con amargura.

—Cuando un hombre dice que el rostro de una mujer tiene carácter quiere decir que es horrible.

—Cuando una mujer lo dice es porque admira al hombre que hay detrás del rostro.

Daisy se dio cuenta de que Tyler parecía querer creerla, pero no era capaz de hacerlo.

—Siéntate —le pidió Tyler—. Quiero peinarte antes de que te mires al espejo. —No tenía cepillo, así que usó un pequeño peine. Cuando terminó, le pasó el espejo.

Daisy estaba asustada. Había sido capaz de vivir con sus miedos porque no los había confirmado. Pero si se miraba al espejo, ya no iba a poder decir que Zac estaba exagerando. Agarró el espejo, cerró los ojos y lo puso frente a la cicatriz.

—Casi no se ve. El cabello prácticamente la tapa del todo —dijo Tyler.

Daisy abrió los ojos y sintió que parte de la tensión cedía. En realidad la cicatriz estaba casi cubierta por el pelo. Seguramente desaparecería por completo una vez que terminara de cerrarse. Ella sabría que estaba ahí, pero nadie más lo notaría. Daisy tenía el pelo un poco más oscuro que Tyler. El de él era color castaño, mientras que el de ella era más tirando a caoba y establecía un bonito contraste con la tez clara.

Poco a poco Daisy fue bajando el espejo. Las pecas no habían desaparecido, pero ahora no parecía que fueran tantas ni tan oscuras. Su padre siempre le había dicho que su hermana fue pecosa de pequeña y después no. Daisy confiaba en que las suyas también desaparecieran pronto.

Sin embargo, no podía ser igual de optimista con respecto al pelo.

Daisy alejó el espejo para poder verse la cabeza y los hombros. Le costó unos segundos evaluar la magnitud del desastre. La cabellera a duras penas le rozaba los hombros. Ondeaba sobre su cabeza en una maraña de rizos que recordaban las bolas de chamizos secos que se veían rodando por los pueblos fantasmas.

¡Estaba acabada! Tan acabada como si se hubiese ido a trabajar a una cantina. Daisy no se dio cuenta de que parecía más joven e inocente y que su rostro era ahora menos anguloso. Hizo caso omiso del hecho de que la mirada se le había suavizado y en cambio resaltaba la suavidad y la blancura de su cuello. Daisy solo vio que sus esperanzas de casarse decentemente habían quedado esparcidas por el suelo junto con todo su pelo.

Estaba tan impresionada que dejó caer el espejo y este se hizo trizas contra el suelo. Lo único bueno de toda esa pesadilla era que Tyler la había abrazado y la tenía apretada contra su pecho.

—Ya nadie va a querer casarse conmigo.

—Muchas personas van a querer casarse contigo.

—Ya sé qué pinta tengo…

—Si yo quisiera casarme, me gustaría casarme contigo.

—Lo dices por simple amabilidad —dijo Daisy sin levantar los ojos del pecho de Tyler—. Sabes que soy fea. Y ahora tengo peor aspecto que nunca.

Tyler se zafó de los brazos de Daisy y la empujó un poco hacia atrás con suavidad, para poder mirarla a la cara. Al ver que ella no levantaba la mirada, le subió la cabeza agarrándola de la barbilla.

—Encontrarás a alguien que te ame —le dijo.

—Ya no. —Daisy retiró la cara y se quitó de encima un mechón de aquel maldito cabello que le caía sobre la cara. Eso no le pasaba antes de cortárselo.

—Daisy, los hombres no escogen esposa por la apariencia de su pelo.

—Tú nunca has sido sociable, no sabes cómo piensan los hombres.

—Cuéntamelo.

—Para los hombres, hay varios tipos de mujeres: las de vida licenciosa, aquellas que son tan hermosas que son adoradas por su belleza sin importar si son buenas o malas, las que son santas, y todas las demás. Yo formo parte del grupo de todas las demás.

—Eso es absurdo.

—No tengo dinero. No soy bonita y no tengo familia. Ahora tampoco tengo pelo. No valgo nada.

—Eso es ridículo, tú…

—Probablemente terminaré casándome con un hombre ignorante y salvaje que esperará que cocine para él, que le lave la ropa, le arregle la casa y le dé todos los hijos que quiera. Él no prestará atención a lo que le diga, ni le importará lo que quiero, ni pensará que tengo derecho a que me traten decentemente. Me golpeará cuando esté malhumorado y me violará cuando esté borracho.

—No, no lo hará.

—Tú no sabes cómo es la vida. Mi padre era así. Excepto que no era violento, a menos que estuviera disgustado, pero aun así no nos pegaba. Sin embargo, jamás se le ocurrió que a lo mejor nos habría gustado algo distinto o que habríamos podido encontrar la respuesta a algo que él no sabía. Tú no lo entiendes —dijo Daisy, al tiempo que trataba de controlarse—. Tu existencia no depende del capricho de un hombre. Tú puedes hacer lo que quieras.

—Los hombres también tenemos límites.

—Pero no como las mujeres. Para mí sería imposible vivir aquí, como lo haces tú. Nadie pensaría que soy una mujer decente.

—Yo creo que lo eres.

—Porque tú eres así. —Daisy parecía cada vez más exasperada—. Tú nunca te enfrentas a la realidad. Pero la gente no es tan bondadosa.

—Ay de aquel que trate de ofenderte. Se las verá conmigo.

Tyler era realmente adorable. Qué lástima que fuera tan ingenuo.

—Ahí estás, otra vez ignorando la realidad. Tú eres la última persona que podría dar fe de mi inocencia.

—Pero soy el único que realmente la conoce.

De repente, Daisy se dio cuenta de que estaba aferrada al pecho desnudo de Tyler. Trató de zafarse, pero él no se lo permitió. No sabía si era su cabello o los vellos del pecho de él, pero sentía un cosquilleo en la nariz. Sin embargo, lo único que logró al mover la cabeza fue cobrar más conciencia de que tenía la mejilla contra la piel suave y tibia de Tyler.

Abruptamente, todo su estado de ánimo cambió y casi le pareció fácil olvidarse de la tragedia de su cabellera. De hecho, en lo único en lo que podía pensar era en el hombre que la tenía abrazada. Aunque quería correr y esconderse, fingir que él nunca la había visto en su peor momento, Daisy se aferró más a él, pues, a pesar de haberla visto así, no la había rechazado.

De repente, todo el amor que sentía hacia Tyler pareció invadir su corazón y ella se apretó contra él porque era el hombre más maravilloso que conocía. Nadie más sería capaz de preocuparse tanto por ella, de aguantar sus exigencias y aceptar sus críticas y sus quejas, y aun así decirle que era bonita.

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