Daisy

Daisy


Capítulo 15

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Tyler se quedó helado.

—¿Qué has dicho? —le preguntó, con la cara apenas a unos milímetros de la de la muchacha.

Daisy sabía que debía habérselo dicho antes. Tuvo una buena cantidad de oportunidades, pero nunca le pareció el momento apropiado.

—Estoy comprometida para casarme con Guy Cochrane —murmuró Daisy, angustiada por la forma que tenía de mirarla Tyler.

—¿Con el hermano de tu mejor amiga?

Daisy asintió con la cabeza.

—Pero me has dejado besarte, y… —Estaba perplejo—. Y casi me dejas…

—Solo tenía intención de permitir que me abrazaras —dijo Daisy—. No pensé que un abrazo fuera algo tan peligroso… Pero me gustó tanto que no te detuve cuando debí hacerlo.

—¿De qué hablas? ¡Detenerme cuando deberías! —Tyler gritaba y la furia pareció oscurecer y endurecer sus ojos, mientras se alejaba de ella—. Una mujer honesta no habría permitido que la besara. Me habría golpeado solo por insinuar que quería hacer lo que hice.

Para la joven fue un comentario muy doloroso.

—Lo siento, supongo que no estoy a la altura de tus principios —dijo Daisy, a punto de llorar—. Pero eso da igual. En realidad, todo el mundo piensa que no tengo altura de ningún tipo.

—Obviamente el señor Cochrane sí cree que estás a la altura debida, o no te habría pedido que te casaras con él.

—No sé por qué lo hizo —confesó Daisy, que estaba demasiado alterada para pensar en lo que decía—. Estoy segura de que no me ama.

—Entonces, ¿por qué lo aceptaste?

No podía decirle que había aceptado a Guy porque pensaba que nadie más querría casarse con ella.

—No todos los matrimonios se basan en el amor —contestó Daisy—. De hecho, un poco de afecto es más de lo que la mayoría de las mujeres llegan a obtener. En realidad, muchas se pasan toda la vida casadas con un hombre al que desprecian.

—Eso es absurdo. Ninguna mujer debería hacerlo.

—Está claro que no tienes ni la más remota idea de lo que es ser mujer. ¡Tuve más suerte que la mayoría!

—Pero no tanta suerte como para estar dispuesta a rechazar un poco de diversión antes de hacer tus votos.

—Eso no es justo —exclamó Daisy—. Te dije que no fue mi intención que las cosas llegaran tan lejos. Fui una tonta. —Daisy hizo un esfuerzo para que los ojos no se le llenaran de lágrimas—. De todas maneras, en realidad ya no importa. Guy no se casará conmigo, tal y como he quedado. Nos estamos preocupando sin razón.

—Esa no es la cuestión —dijo Tyler—. Mientras estés prometida, no deberías permitir a ningún hombre que te tocara.

—Si consideramos que tanto tú como tu hermano habéis pasado la noche en mi cama, no creo que nadie me vaya a considerar virgen. Pienso liberar a Guy del compromiso en cuanto lo vea.

—¿Por qué?

—¿Y tú me lo preguntas? He pasado dos semanas encerrada en una cabaña con dos hombres, y sin ninguna mujer que pueda dar fe de mi virtud.

—Nadie tiene por qué saberlo, ya se nos ocurrirá alguna explicación.

—Es como si te hubiese permitido que me deshonraras. Y ahora, por favor, ve a hacer algo, a cocinar, a cazar o a cuidar a tus mulas. Necesito estar sola.

Daisy lo echó de su rincón y cerró las cortinas. Inmediatamente comenzó a llorar. Se hundió en la cama. ¿Por qué le había permitido a Tyler ir tan lejos? Nunca había sido víctima de sus apetitos físicos. Ni siquiera sabía que los tenía.

Sin embargo, quería que Tyler le hiciera el amor. ¿Por qué?

Porque lo amaba. Podía pensar que era el hombre menos práctico que había sobre la faz de la tierra, pero se había enamorado de él porque él no permitía que el sentido común limitara sus sueños. Tenía agallas para desear, coraje para perseguir lo que quería, a pesar de lo que pensaban y decían los demás.

Tyler no tenía dudas sobre sí mismo. Le sobraba confianza para lograr cualquier cosa que se propusiera. Él era todo lo que ella deseaba ser y no era. Él tenía la fortaleza que a ella le habría gustado poseer, la determinación de la que ella carecía. A aquel hombre no le asustaba soñar.

Él nunca habría aceptado una propuesta de matrimonio como la que ella aceptó, sin amor.

Pero estos pensamientos eran nuevos. Ella no se sentía así seis meses antes, cuando Guy le propuso matrimonio.

En ese momento sintió un gran alivio porque finalmente alguien iba a liberarla de la tiranía de su padre. Posiblemente no podría vivir en Filadelfia, como su madre, pero tendría una casa bonita, ropa decente y la oportunidad de ir a fiestas y recepciones. Después de tantos años de pobreza y tantas noches aburridas, estaba deseosa de que todo cambiara.

Y Guy le gustaba. Era muy atractivo, y un caballero. Esperaba que llevasen vida agradable juntos. No le preocupaba que él apenas le prestara atención. Su madre le había enseñado que las mujeres y los hombres decentes se cuidaban mucho de controlar la expresión de sus sentimientos antes del matrimonio, y también después, siempre que estaban en público. La clase de besos que había compartido con Tyler eran de los que solo se compartían en la intimidad de la alcoba matrimonial, o quizá nunca, si el casamiento no era por amor.

Pero alguien había asesinado a su padre y ella había ido a parar a la cabaña de Tyler y ahora todo estaba patas arriba. Su reputación estaba arruinada. No se había permitido pensar en eso antes, pero después de lo que casi había pasado tenía que afrontar los hechos. Si ella no se adelantaba, Guy rompería el compromiso matrimonial. No podía esperar que hiciera nada distinto en cuanto se enterase de su estancia en aquella casa del monte con dos hombres jóvenes.

Pero lo que hiciese su prometido no le importaba. Por culpa de Tyler, ella ya nunca se iba a sentir satisfecha con ninguna relación que pudiera tener con Guy. Daisy sintió que las lágrimas corrían por sus mejillas. La única cosa lógica que le quedaba por hacer era casarse con Zac o con Tyler, pero eso no iba a suceder. No amaba a Zac, y aunque sí amaba a Tyler, se negaba a pasar el resto de la vida en una cabaña en las montañas, mientras esperaba que su marido encontrase un oro que no existía.

Daisy no sabía qué iba a hacer, pero se aferraba a la idea de que debía de haber alguna alternativa. Tyler le había dicho que podía hacer cualquier cosa que quisiera, pero ella no sabía hacer nada distinto de cocinar, cuidar la casa y leer. Tal vez podría conseguir un trabajo como ama de llaves. Así no se moriría de hambre y no tendría que casarse con un hombre al que no amara.

La joven comenzó a llorar desconsoladamente.

No era buena idea abrigar la esperanza de que Tyler fuera a cambiar, que pudiera establecerse y conseguir un trabajo de verdad. Él no la amaba. Nunca había dicho que la amara. Podía haber dicho que le gustaba. Podía haber dicho que la encontraba atractiva, pero pensaría otra cosa cuando bajara al pueblo y viera que había muchas otras mujeres disponibles.

—La nieve se ha derretido bastante —anunció Tyler esa misma noche, a la hora de la cena—. Creo que mañana podremos bajar al pueblo.

—Bien. —Daisy no tenía ganas de decir nada más. Se sentía vacía. Tyler por fin se iba a deshacer de ella.

—Mi hermano y su esposa están en Albuquerque esperando el nacimiento de su primer hijo. La idea es que tú te quedes con ellos. Nadie sabrá que en realidad no has estado con ellos todo el tiempo.

—¿Tu hermano estará de acuerdo en contar esa historia?

—Claro.

—¿Y su esposa?

—Hará cualquier cosa para ayudar.

Cualquier cosa para sacar a Tyler de aquel embrollo. Porque para él era un embrollo, y Daisy era la que iba a sufrir las consecuencias de todo lo que había ocurrido en estos últimos días. Él quedaría libre de problemas, de culpas, de cargas.

—Podrás quedarte con Hen y su esposa hasta que tus amigos regresen de Santa Fe.

—No tengo dinero. —Daisy odiaba tener que hacer esa confesión.

—Hen te dará lo que necesites.

Tyler y Zac parecían ser muy generosos con el dinero de sus hermanos.

—Quiero agradecerte todo lo que has hecho —dijo Daisy con tono frío, después de una larga pausa—. Sé que he causado muchos problemas y ahora que todo ha salido mal…

—No te preocupes por eso. En unos cuantos días todo se habrá arreglado.

Daisy pensó en su pelo, en la cicatriz que tenía en la cabeza. Las cosas nunca estarían arregladas de verdad.

No dijeron mucho más durante el resto de la velada. Daisy se retiró a su rincón. Le gustaba mucho aquel espacio. Le daba más intimidad de la que había disfrutado en su propio hogar.

Aquí las cosas eran muy distintas a lo que ocurría en su casa. Allí el padre no soportaba que ella o su madre se perdieran de vista por mucho tiempo. Y como no le gustaba la gente, no tenían ninguna vida social. Aquí Zac y Tyler lo habían organizado todo alrededor de Daisy. Eso no pasaba ni siquiera en la casa de Adora. El señor Cochrane mandaba casi igual que su padre. Adora nunca había oído que Guy o su madre le cuestionaran nada de lo que decía. Y aunque Guy era fácil de llevar, todo indicaba que quería que su casa funcionase de la misma manera. Daisy lo habría aceptado si se hubiera casado con él antes de conocer a Tyler, pero ahora no sabía qué iba a hacer.

Cualquier hombre con el que se casara, si es que encontraba a alguno que quisiera contraer nupcias con ella, probablemente sería más exigente. Daisy se había dado cuenta de que cuanto más pobre era el hombre más esperaba de su esposa. No sabía lo suficiente sobre la sociedad para entender esto, pero sabía que era así por lo que había visto.

La pobreza esclavizaba a las mujeres. Así que decidió que, si de todas maneras tenía que ser pobre, lo iba a ser por su cuenta. No se convertiría en la esclava de nadie.

Pero pensar en todo esto volvió a remover sus temores acerca de la soledad. Daisy no sabía lo que era sobrevivir por su cuenta.

Tyler no podía dormir. A pesar de que durante todo el día había tratado de sacarse el asunto de la cabeza, seguía furioso con Daisy, pues sentía que lo había traicionado. Tenía el compromiso de Daisy clavado en el alma. Si ese compromiso no existiera, lo que había estado a punto de suceder habría sido la decisión de dos adultos. Pero con la promesa matrimonial por medio, él quedaba como un libertino.

En toda su vida nunca le había hecho una sola propuesta indebida a una mujer. Era posible que no quisiera casarse, pero los votos matrimoniales eran para él tan sagrados como para sus hermanos casados. Ahora se sentía como un sinvergüenza. Ningún hombre decente iba por ahí tratando de hacerle el amor a una mujer comprometida.

¡Hacerle el amor! Eso no era lo que él quería hacer. Su propósito era satisfacer su lujuria y no podía disimularlo poniéndole otro nombre.

Esa debilidad le preocupaba más que cualquier otra cosa. ¿Qué tenía Daisy para hacerle perder el control?

Era tremendamente atractiva. No podía decir que fuese hermosa, pero tenía algo irresistible. Le parecía atractiva incluso con el vendaje en la cabeza. Eso debería haberlo puesto sobre aviso.

Tyler se imaginaba que parte de lo que le gustaba era la valentía que Daisy demostraba. Nunca se descorazonaba ni se desmoronaba. No era una carga. Trataba de no molestar. Incluso había intentado ayudar en los asuntos más difíciles. Había ido tras el venado porque pensaba que él sentía algo especial por ese animalito. Tyler nunca le pudo explicar que el único interés que tenía en él era por darle gusto a ella. No podía decírselo después de arrastrar a Zac para que la ayudara a pelear contra un puma.

Eso era realmente cómico. Después del primer encuentro que había tenido con la bestia, lo más lógico era que no quisiera verla otra vez. Sin embargo, ella se había enfrentado a todo para recuperar el venado.

¡

Su venado!

Pero en realidad Tyler estaba encantado de deshacerse de ese animal. Daisy no tenía idea de lo difícil que era arrancar ramas a los árboles en invierno. Eso sí que era una tarea de titanes.

Debería sentirse culpable por estar allí compadeciéndose, mientras Daisy se escondía detrás de la cortina y sentía que toda su vida se le había desmoronado. No era frecuente que una chica pobre tuviera la oportunidad de casarse con el único hijo del hombre más rico del pueblo. Eso era exactamente lo que la madre de Daisy le había enseñado a desear. Y era el único papel para el cual la había preparado su padre.

Y Tyler había contribuido a arrebatarle esa única oportunidad.

Entonces pensó que en realidad lo ocurrido no era del todo su culpa, porque él no sabía que ella estaba prometida. Pero mientras trataba de apaciguar su conciencia, seguía furioso, dándole vueltas a la idea de que ella había aceptado a un hombre que no amaba. La vida era mucho más que eso. Daisy debía de tener sueños. Con seguridad quería encontrar a alguien a quien pudiera amar con una pasión grande y duradera.

Pero ¿por qué pensaba que Daisy tenía que comportarse así? Él no lo hacía. Si alguien le dijera que debía casarse mañana, buscaría a una mujer sensata que hiciera las tareas de la casa con eficiencia y le causara la menor cantidad de problemas y preocupaciones. Así que no tenía derecho a criticar a Daisy por hacer prácticamente lo mismo.

Tyler supuso que estaba acostumbrado a pensar en las mujeres a partir del ejemplo de Rose e Iris, dos chicas con mucha personalidad, desde luego. Pero no dejaba de pensar que quizá serían de otra manera si no se hubieran casado con George y Monty. Nadie las habría criticado si hubieran tenido que aceptar matrimonios por conveniencia y en ese caso seguramente se habrían visto obligadas a comportarse de forma distinta.

Al final, Tyler no pudo llegar a ninguna conclusión que explicara de manera satisfactoria por qué Daisy debía comportarse de una manera totalmente distinta de como se habría portado él en las mismas circunstancias.

Pero sí sabía una cosa. Tenía que llevar a Daisy a Albuquerque mañana mismo, pues no estaba seguro de lo que pudiera ocurrir si pasaba otra noche con Daisy en la cabaña.

Cuando la chica se despertó, Tyler estaba al lado de su cama.

—Tenemos que irnos temprano. Es un viaje largo y no quiero pasar más de una noche en el camino.

Daisy abrió los ojos, pero prácticamente no veía a Tyler.

—Todavía está oscuro —dijo.

—Cuando salgamos, ya estará amaneciendo.

Daisy resopló. No había dormido más de dos horas, pero se levantó. No tenía equipaje que hacer. Todo lo que tenía, lo llevaba puesto encima.

—Llevaremos el colchón y las mantas —dijo Tyler—. No te gustaría dormir en el suelo.

—Tú lo haces.

—Pero yo estoy acostumbrado.

—Yo también puedo acostumbrarme.

—No hay necesidad. Mañana por la noche dormirás en una cama.

Daisy quería probarle que podía ser tan dura como cualquiera, tenía que hacerlo, pero era inútil discutir. Así que enrolló el colchón y dobló las mantas.

—¿Te puedo ayudar a empacar? —Tyler estaba preparando el desayuno. Lo menos que podía hacer era ayudarle a guardar las cosas mientras tanto.

—Lo hice todo antes de despertarte. Siéntate a desayunar. Voy a cargar tus cosas en el burro.

—Siéntate a comer tú también —dijo Daisy, molesta de pensar que él ya lo había hecho todo solo. Otra vez estaba allí el hombre perfecto que no necesitaba a nadie.

Y tal vez hacía bien. A Daisy también le gustaría no necesitar a nadie.

Pero ella sí necesitaba a la gente. Para la joven pecosa era esencial sentirse acompañada, necesitada y amada. Muchas veces se decía que haría lo que fuera por sentirse de ese modo. Cuando era niña pensaba que su padre sentía todo eso por ella, pero más adelante se dio cuenta de que solo se amaba a sí mismo.

—Creo que es hora de irnos.

Tyler la dejó lavar los platos, mientras amarraba el colchón y las mantas al burro.

—Me gustaría dejarte la mula, pero…

—No te disculpes, el pobre burro no resistiría tu peso.

Mientras esperaba a que Tyler la ayudara a montarse, Daisy se volvió a mirar la cabaña y sintió una punzada de dolor. Pasaría algún tiempo antes de que pudiera saber a ciencia cierta cuáles serían las consecuencias de los días que había pasado allí, pero, de alguna manera, esos nueve días habían sido los mejores de su vida. Aunque ya ninguno de sus antiguos planes estaba en pie, tampoco había nada que la limitara. Esos nueve días habían sido un tiempo idílico, una época sencilla, de reposo, en la que había vivido una felicidad que nunca más volvería a conocer. Había sido un tiempo de apertura de nuevos horizontes, de romper límites, de desechar las viejas ideas.

Ahora estaba a punto de regresar a un mundo donde las viejas limitaciones parecían ahogarla, donde las ideas nuevas generaban desconfianza, donde no estaba permitido buscar nuevas perspectivas. Daisy sintió miedo.

Se había puesto uno de los gruesos abrigos de Tyler que tenía la capucha forrada de piel. Daisy se preguntó si le permitiría quedarse con él. Probablemente le ofrecería comprarle uno nuevo, pero ella preferiría quedarse con aquel. Sería un recuerdo del tiempo que habían pasado juntos.

Tyler la ayudó a acomodarse en su montura; cuando él se estaba montando a la mula, vieron que Willie Mozel llegaba corriendo por el bosque.

—Ya vienen —logró decir, en medio de tremendos jadeos.

—¿Quiénes? —preguntó Tyler.

—Los tres hombres que me amarraron. El viejo Carver me dijo que anoche habían estado en su cabaña. Planean recorrer toda la montaña hasta que hayan revisado hasta la última casa. Llegarán aquí esta noche.

—Gracias —dijo Tyler—. Cuídate mucho. —Entonces agarró las riendas del burro y comenzaron el viaje al trote.

—¿Quiénes vienen? —preguntó Daisy, un poco incómoda. No le gustaba ir al trote. El burro era muy duro y no creía que fuese capaz de soportar ese bamboleo por mucho tiempo.

—Los hombres que trataron de matarte —contestó Tyler.

—¿Cómo sabes que son los mismos hombres? —peguntó Daisy, aunque el miedo que les tenía a esos hombres le hizo en la garganta un nudo tan grande que apenas la dejó hablar.

—Hace unos días llegaron a la cabaña de Willie preguntando por dos hombres jóvenes —le contestó Tyler, volviéndose—. Cuando vieron que él no les iba a decir nada, lo amarraron. Entonces él se escapó y vino hasta aquí.

—¿Por qué no me lo contaste?

Tyler redujo la velocidad de la mula para que ella llegara a su lado.

—Te habrías preocupado sin necesidad. No podían seguirlo. La nieve borró las huellas.

—Pero después podían venir en cualquier momento. —Daisy pensó en todo el tiempo que había pasado fuera de la cabaña, en sus paseos irreflexivos sin mirar nunca hacia atrás, ni a su alrededor, para ver si había alguien por ahí.

—Se lo dije a Zac, él estaba pendiente.

Daisy apartó los ojos del camino para mirarlo con furia.

—¡Se lo dijiste a Zac, pero no me dijiste nada a mí! —Estaba tan furiosa que ya no sentía el vaivén del burro. Llevaba días diciéndole que podía hacer cualquier cosa que se propusiera, pero no le había dicho que tres asesinos sedientos de sangre estaban a punto de encontrarla. ¿Qué pensaba el muy cretino, que se iba a desmayar?

—¿Qué podías hacer? —le preguntó Tyler—. Además, no te encontrabas bien, te estabas recuperando.

—Estamos hablando de mi vida, Tyler Randolph. Y creo que tengo derecho a saber cuándo estoy en peligro.

—Bueno, ya lo sabes, así que no entiendo por qué estás tan molesta.

—Lo sé porque oí a Willie hablando contigo, no porque tú me lo hayas dicho. Por eso estoy enojada.

La cuesta se hacía tan pendiente que tuvieron que aminorar la marcha. Todavía había bastante nieve alrededor de algunos árboles. El hielo era resbaladizo y difícil. Sería muy fácil que uno de los animales resbalara y se rompiera una pata.

—Willie no tenía la intención de que le oyeras. No deberías haber escuchado lo que estábamos hablando.

—Eres igual que mi padre. —Daisy estaba a punto de salirse de sus casillas—. Si se trata de charla entre hombres, las mujeres tienen que hacerse las sordas, las tontas y las ciegas. Pero cuando se trata de trabajo, se supone que debemos ser lo suficientemente inteligentes como para hacerlo solas. —La muchacha dio un tirón a las riendas del burro y el animal protestó, pues prácticamente le dobló el pescuezo para que diera la vuelta en ese camino tan angosto. El burro se metió debajo de un árbol y Daisy sintió que una ducha de nieve le caía encima.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Tyler.

—Voy a regresar —dijo Daisy, al tiempo que hundía las espuelas en el vientre del animal.

Tyler la alcanzó como un relámpago. Luego se inclinó y agarró las riendas del burro.

—No podemos volver, seríamos una presa demasiado fácil para esos tipos.

—¿Por qué? —preguntó mientras trataba, sin éxito, de recuperar las riendas—. Podemos escondernos en la cabaña y hacerles frente. Allí tienes suficiente munición.

—Pero no tenemos suficiente comida —dijo Tyler—. Pueden hacernos morir de hambre. O quemarnos. Son tres contra uno.

—Te olvidas de mí.

—¿Sabes disparar?

La mirada de Daisy perdió algo de su expresión desafiante.

—Mi padre nunca me dejó aprender.

—¿Ves? Son tres contra uno —repitió Tyler—. No puedo arriesgar tu vida.

—¿No podemos aminorar la marcha y echarles un vistazo sin que ellos nos vean? —preguntó ella, con un tono más conciliador.

—No. Nuestra única esperanza es adelantarnos lo suficiente para que no puedan alcanzarnos antes de llegar a Albuquerque.

Daisy siguió sin moverse. No parecía muy convencida. Tyler siguió argumentando.

—Y aunque todo saliera como piensas y los liquidáramos ahora, posiblemente nunca sabremos quién es el hombre que está detrás de ellos. Y hasta que sepamos quién es y por qué te quiere asesinar, nunca estarás segura.

Esa idea le produjo escalofríos. Tal vez no había necesidad de preocuparse porque Guy le fuera a dar calabazas. Podía estar muerta antes de que él tuviera la oportunidad de hacerlo.

—Tú tampoco estarás a salvo —dijo Daisy—, tu vida corre el mismo riesgo que la mía.

—Pero yo me sé cuidar. Ahora sigamos. No podemos permitirnos el lujo de perder más tiempo —dijo Tyler, con las riendas del burro en la mano. Luego le dio la vuelta y siguieron bajando la montaña—. Pero has de saber que me ha quedado claro tu punto de vista —añadió, sin volverse a mirarla—. Y prometo que no te volveré a ocultar nada.

Daisy no se había imaginado la satisfacción que sentiría al obtener aquella victoria. Tal vez no era gran cosa, pero en realidad pensaba que había logrado algo importante. Por primera vez se había enfrentado a un hombre y había demostrado que tenía razón. Le gustó la sensación que experimentó y decidió que volvería a intentarlo en cuanto tuviera otra oportunidad.

—¿Cómo son esos hombres? —preguntó la chica.

—Nunca los he visto —respondió Tyler—, pero sin duda son muy resueltos. Volvieron para comprobar si habías muerto en el incendio y después encontraron esta montaña más rápido de lo que pensé que podrían hacerlo. Alguien está realmente decidido a matarte.

Daisy deseó no haber preguntado. Se sintió indefensa.

—La única persona que se me ocurre que podría querer asesinarme es Bob Greene.

—¿Por qué?

—Quería las tierras de mi padre.

—¿Lo suficiente como para matarte?

—Eso es lo que no tiene sentido. La propiedad familiar no vale mucho, ni siquiera como tierra de pastoreo.

—¿Qué extensión tiene?

—No lo sé. Nuestra…

mi tierra va desde el río hasta la falda de las montañas.

Tyler silbó.

—¿Es mucho?

—Tu padre debió de ser muy rico.

—Nunca lo fue. Apenas teníamos las vacas suficientes para pagar a alguien que las vigilara. Había cuatreros. Greene, por cierto, es el único que se me ocurre que podría estar detrás de esos robos.

—Pero eso no es razón para querer matarte. Si ha estado robando el ganado, simplemente podía continuar haciéndolo.

—No se me ocurre nadie más.

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