Daisy

Daisy


Capítulo 29

Página 45 de 46

2

9

Daisy estaba desolada.

Guy jamás la había amado. Solo le interesaba su rancho. Pero lo que más la horrorizaba era saber que Regis Cochrane había contratado a los pistoleros para matar a su padre.

—Me alegro de que dijeras que Frank Storach mató al señor Cochrane cuando vio que no iba a ayudarlo a escapar —dijo Daisy—. A Adora se le rompería el corazón si se enterara de que su padre hizo tantas cosas malas, y que además quería matarme. Y la pobre señora Cochrane jamás podría volver a levantar la cabeza.

—Lo que lamento es que Guy no vaya a recibir su merecido —dijo Tyler—. Estoy seguro de que conocía los planes de su padre.

—Pero no lo relacionado con el asesinato de mi padre —dijo Daisy—. Tal vez Guy no sea la mejor persona del mundo, pero jamás haría una cosa así.

—Ya no me interesan Guy ni su familia —dijo Tyler—. Solo me interesa casarme contigo lo más pronto posible.

—¿Lo suficientemente pronto como para que podamos irnos de este pueblo antes de que acabe el año? —preguntó Hen.

—Le dije que no podíamos irnos hasta después de la boda —dijo Laurel para tratar de explicar el mal humor de su marido—. A no ser que os vengáis con nosotros al rancho hasta que esté todo preparado.

—Sé que todavía estás muy impresionada con todo este asunto de los Cochrane —observó Tyler.

—Pero no voy a dejar que eso me impida casarme contigo —dijo Daisy.

—Una boda sencilla, con pocos invitados —sugirió Laurel.

—¿Hoy? —preguntó Hen con un brillo de esperanza en la mirada.

—Pronto —prometió Daisy.

—Creo que debemos dejarlos solos —dijo Laurel, mientras agarraba a su marido del brazo y lo empujaba hacia la puerta.

—Pero son tan lentos para tomar decisiones… —objetó Hen.

—Creo que ya casi lo han logrado.

—Por su bien, espero que sea así. Al paso que van, podrás tener un segundo bebé antes de la boda.

—No podré hacerlo sola.

Hen siguió a su mujer, pero antes de desaparecer, dio media vuelta y sacó algo del bolsillo.

—Zac te mandó esto.

—¿Es el dinero que robó? —preguntó Daisy.

Hen asintió con la cabeza.

—Se detuvo en Santa Fe antes de seguir su camino hacia Nueva Orleans. Aparentemente, las ganancias fueron buenas. —Los miró nuevamente antes de entrar en la habitación—. Espero un plan de bodas completo cuando salga de esta habitación.— Y desapareció por la puerta.

—¿Entonces? —dijo Tyler, dirigiéndose a Daisy.

—Quiero casarme tan pronto como puedas organizar las cosas. Quisiera que mi tío y mi primo estuvieran presentes.

Tyler se sentó al lado de Daisy. Era evidente que tenía sus propios planes para los próximos minutos.

Daisy se alejó un poco. Necesitaba poder mirarle a los ojos.

—Primero tengo que pedirte una cosa. —Sintió que Tyler se ponía rígido, así que se apresuró a seguir—: Tú abandonaste tus minas de oro por mi culpa. Sé que querías usar ese dinero para construir tus hoteles, así que quiero que tomes el dinero que me dejó mi abuelo para hacerlo.

—No —respondió Tyler de manera contundente.

Daisy no esperaba que accediera, pero no entendía la expresión de sus ojos. Era como si estuvieran a la defensiva.

—Entonces supongo que tendré que acompañarte por esas escarpadas montañas hasta que encuentres oro. No puedo decir que me enloquezca la idea de vivir en una cabaña, pero no debe de ser tan malo mientras no haya más ventiscas.

—¿Harías eso por mí? —preguntó Tyler, encantado.

—Los días más felices de mi vida fueron los que pasé allí contigo —confesó Daisy—. Te seguiré a donde vayas.

—¿Y qué hay de tu libertad?

—Laurel dice que es más libre ahora que antes.

—Entonces, ¿la estás cambiando por algo mejor?

—Estoy buscando lo único que quiero, si todavía quieres casarte conmigo.

Tyler encontró una manera muy convincente de mostrarle que sus sentimientos no habían cambiado.

—Tengo que hacerte una confesión —dijo Tyler unos momentos después—. Ya he encontrado ese oro.

—¿Cuándo? ¿Dónde?

—Dejé a Willie Mozel cuidando la mina. Encontró oro poco después de que me fuera. Hen y Madison vendieron la mina por una cantidad suficiente para construir mis hoteles.

—Entonces no necesitas mi dinero para nada.

—Pero necesito un socio —dijo Tyler—. Alguien con quien compartir la responsabilidad al cincuenta por ciento.

—¿Qué quieres decir?

—Cada uno pone la mitad del dinero. Cada uno tiene el mismo derecho a participar en las decisiones.

—¿Y cuando no estemos de acuerdo?

—Nos turnaremos en las decisiones. Lanzaremos una moneda al aire para ver quién comienza.

Ir a la siguiente página

Report Page