Cyberpunk

Cyberpunk


Patrulla Fronteriza 23º, haciendo funciones de enlace y vigilancia en los Montes Transantárticos en la frontera con la Dependencia Rusa, cerca de la base MacMurdo. Al frente, cuatro especialistas y al mando un sargento. Todos ellos equipados con la armored suit apropiada para montaña y nieve. Uno de los especialistas tenía órdenes de permanecer atento a la comunicación con la base. En este punto tan peligroso, tan cerca del enemigo, lo recomendable era no perder la señal. Su misión era concreta: merodear por los límites para detectar posibles robots o espías rusos. Ahora que EEUU controla la Antártida del Oeste, no quería sufrir un bajón repentino debido a la invasión de la base MacMurdo, peligrosamente cerca de la base Leningradskaya rusa. De repente uno de los especialistas se cae al suelo. El sargento mira en el panel trasero del especialista. Su frecuencia cardíaca es peligrosamente baja… y se para. Observa una herida de láser en su cuello, hay algún francotirador cerca. El sargento da órdenes de huir, no hay tiempo para encargarse del caído. Otro especialista cae, pero esta vez no muere en el acto. El sargento corre a auxiliarle, no iba a permitir más bajas de las debidas. Le inyecta nanomnia rápidamente, como primeros auxilios, y lo ayuda a seguir. Todos corren colina abajo hasta el vehículo de transporte, allí estarán a salvo de los francotiradores enemigos. Cruzaron el llano nevado, el abismal silencio y la abrumadora blancura del ambiente hacía que entre los 3 supervivientes, uno de ellos herido, se sintiera un aura de cierta oscuridad. Por fin llegaron a la base. Entregaron al especialista herido para una reparación. El militar se posó sobre un soporte que sujetó su armored suit mientras llegaba la asistenta. Por fin, las puertas se abrieron y entró Elisabeth. Era la asistenta más guapa de todas las que James había visto antes. Ella sonrió al verle.

-¿Otra herida? Es la tercera vez este mes. Ten cuidado o podría ser la última.

Disfrutaba con esa pequeña preocupación de ella porque sabía que significa interés, amor.

-Tendré cuidado, Elisabeth. –Ella sonrió picaresca.

Vio a la asistenta menear sus caderas mientras buscaba su material en los compartimentos.

-Tienes suerte de que el sargento te haya inyectado nanomnio auxiliar. Los nanorrobots biomédicos han conseguido regenerar todo el tejido dañado mientras volvías, además del calmante. No te quejarás.

-Claro que no, encanto. Sólo espero que no haya llegado demasiado profundo.

-Eso lo miraré en un momento. -Elisabeth tocó la pantalla de su PDA en la muñeca e hizo un diagnóstico mediante el láser de sus gafas. Una voz robótica en su PDA detalló el análisis- Parece que no es nada grave. Una inyección con nanomnio clínico y en unas horas podrás volver a la nieve. Ahora déjame revisar la armored suit.

Sacó algunas herramientas que, con ayuda del PDA, pudo recalibrar el visor láser de mi traje, la cámara infrarroja, el escudo de energía, el panel trasero, y varias cosas más. Que Elisabeth estuviera revisando mi traje me causaba un cosquilleo agradable por el cuerpo. Eran mis únicos momentos de calma en el CSN, este momento donde estábamos ella y yo solos y donde no hacía falta decir una palabra porque conectábamos en el silencio. Volvió a recorrerme un cosquilleo por la espalda y una sucesiva sensación de bienestar llenó mi ser, hasta que la revisión terminó y volví al vestuario con el resto. Esa jaula de fieras. Llegué hasta mi taquilla, junto con los otros chicos. Después de hablar con Elisabeth, compartir una palabra con cualquier otro ser vivo me parecía lo más banal del mundo. Sin embargo no podía negar una charla con Jack, mi mejor amigo, del cuerpo de ingenieros.

-Hola Jack, ¿a qué viene esa cara tan larga?

No me contestó inmediatamente, mantuvo su cabeza gacha y me habló con cautela, como compartiendo un secreto.

-James… estoy pensando dejar el puesto.

Me alarmó su deseo. Desertar es alta traición. Pero debía tener un buen motivo para pensar eso.

-¿Por qué, Jack?

-Esta guerra no lleva a nada. Toda esta enemistad empezó a principios de siglo, con la Guerra Civil Ucraniana y todavía seguimos. Rusia y EEUU buscaban sus propios intereses y entonces empezaron a boicotearse el uno al otro, hasta que todo culminó con nuestra Crisis del Petróleo. EEUU entonces necesitaba recursos y descubrieron que los había en este páramo helado. Piensa, ¿qué hay que hacer aquí, en la Antártida? Hace mucho tiempo luchábamos contra los comunistas pero ahora ¿por qué luchamos? Aquí no hay nadie a quien salvar, sólo petróleo. Y es precisamente lo que buscan EEUU y Rusia. No estamos luchando para proteger vidas, luchamos para enriquecer empresas.

-¡Basta, Jack! Tú y yo pertenecemos al CSN. ¿Sabes lo que significa, verdad? Cuerpo de Seguridad Nacional. –Hice un énfasis en la palabra Seguridad para hacerle entender el cometido de mi mensaje- Para eso estamos aquí, por y para la Seguridad.

-Sí, supongo… Disculpa, últimamente estoy decaído.

Ambos seguimos conversando. Es cierto que últimamente veía a Jack bastante cansado y estresado. Quizá necesitara un tiempo a solas para aclarar sus ideas.

Jack fue a la sala de comunicaciones intercontinental. Allí escribió un mensaje con su PDA, que fue enviado a la central de la base. La central mandó una señal láser a algún satélite cercano, de ahí el láser fue dirigido vía satélite a la Estación de Información Aérea Americana, unas naves a 20km sobre la Tierra que reciben y transmiten las señales láser vía satélite. Una nave manda la señal a otra, formando redes para que la información corra de forma fluida. Tras pasar por naves situadas sobre el Estrecho de Magallanes, Ecuador y finalmente Kansas City, que redirige la información a la estación terrestre de la ciudad. Por supuesto, ni Jack ni su corresponsal fueron conscientes de esto, ya que pasó en pocos milisegundos. Su carta llegó a Mary, su novia en Nueva York, la primera megaciudad de América y la tercera del mundo después de Dongtan y Tokio. Fue todo un logro crear una megaciudad con la arquitectura que había, que no estaba preparada para estar formada como un solo bloque, hecho imprescindible para ser declarada megaciudad. Mary se hallaba en casa, el inmótico del hogar le avisó con su voz entre robótica y sensual:

Señorita Mary, tiene un mensaje de Jack.

Ella, completamente absorta en su trabajo con el ordenador, no apartó la vista de la pantalla mientras tecleaba a 300 palabras por minuto. Con voz autoritaria pero serena dijo al inmótico: Léeme el mensaje. Y el inmótico, con su voz robótica pero sensual empezó:

Mary, acudo a ti porque eres la única persona a quien puedo contarle esto. Estoy cansado de luchar aquí, yo no pedí venir. Quiero volver y estar junto a ti, como hacíamos antes… Necesito verte al menos una vez más. No puedo poner palabras sospechosas, ya sabes, porque entonces este mensaje saltaría las alarmas del CSN informático. Pero diles a quienes me pueden ayudar que se den prisa, les estaré eternamente agradecido.

Un beso, te quiero.”

Las palabras de Jack le sonaron desesperadas, como las campanadas que daba una iglesia cuando la ciudad estaba siendo asediada, para que los aldeanos se refugiaran dentro. Ella hacía todo lo posible, pero el Partido no es todopoderoso, es muy complicado paralizar toda una base militar del frente y redestinar a los soldados o darles de baja. Obviamente la guerra era imposible de solucionar, pero no hacer relevo de soldados en primera línea de fuego durante 10 años es inhumano. Mary se levantó de su asiento, necesitaba estirarse tras varias horas trabajando para el Partido. Contempló su habitación toda metálica, como una cápsula de submarino. Tras la ventana podía verse que sólo era una cápsula más entre las otras decenas de millones que había ahí fuera. Ella sólo era una persona más entre la infinidad que había. El inmótico volvió a avisar a Mary:

Señorita Mary, tiene un mensaje del remitente desconocido “F.S.”

Ella sabía quién era. Con la misma voz autoritaria pero serena dio las instrucciones.

-Inmótico, decodifica el mensaje con el código 1. –Mary sabía que si leía directamente el mensaje sin decodificar, tenía un protocolo de autodestrucción por seguridad.- Ahora lee.

Estimada camarada Mary:

Como bien sabe, continuamos trabajando en el proyecto de salvación de los soldados en el frente de Antártida. Nuestros hackers necesitan un ordenador que no posea conexión adherida de fábrica, que sea uno de esos modelos antiguos, para que los informáticos del CSN no puedan perseguir su rastro. Nuestros exploradores han encontrado un hacker que puede hacer el trabajo y le rogamos que acuda a contactar con él. Los detalles adicionales le serán comunicados en la sede principal. Por favor, acuda cuanto antes.

Atte. Frente Socialista”

Mary miró por la ventana una vez más. Suspiró.

-Inmótico, dame un pronóstico del tiempo.

-Estado: depejado, 29ºC, probabilidad de precipitación: 10%, nivel de humedad: 38%, viento: 2 km/h.

-Pídeme un taxi.

-Sí, señorita.

Los taxis free-driver, al ser gratuitos, siempre estaban muy solicitados. A veces estaban tan saturados que podrían tardar medio día en venir. Pero no había otro remedio. La sede estaba en un lugar muy concreto, si iba con su propio coche las cámaras de la ciudad y los drones podrían detectarla e identificarla. Pertenecer a algún partido, sea cual sea, estaba considerado como terrorismo, un atentado contra el orden y la seguridad estatal.

-¿Tiempo estimado a la llegada del taxi?

-Dos horas, señorita Mary.

Bien, al menos no tardaría tanto como pensaba. Da tiempo incluso a una ducha. Tras la ducha, Mary se quedó frente al espejo del armario. Le gustaría ir arreglada, pero si la misión es arriesgada debería llevar prendas más acordes. Decidió no llamar la atención y ponerse algo a la moda. La típica ropa unisex, pantalón largo, tirantes, camisa sintética sin botones y arremangadas hasta el codo y unos zapatos grandes de trabajo. ¿Debería ponerme una mecha azul eléctrico, o verde manzana? Decidió por la azul, no quería pensar demasiado algo de poca importancia. Un láser colorante dio una rápida pasada a su pelo haciendo la mecha. El taxi esperaba en la puerta. Pasé el PDA por el escáner para cargar 10 minutos. Por lo visto ahora cuesta unos bitcoins más… El taxi pasaba por las calles, unas en el exterior y otras dentro del megabloque que formaba la megaciudad de Nueva York. Por la ventanilla sólo vi gente sin alma que caminaba sin ver a dónde iba, sin saber por qué iban y sin apariencia de que le importase demasiado. Estar rodeada de personas-zombi me agobiaba mucho, por eso prefería la soledad de mi habitáculo. El inmótico del hogar a veces parecía mucho más humano que algunos viandantes que pasaban por aquí. Llegué por fin. El taxi me paró en los límites de la megaciudad, su software no le permitía ir más lejos. La sede se adentraba a unos cuantos minutos andando dentro del campo que rodea Nueva York. Todo ese paraje iba a servir para ampliar la ciudad. Pero decidieron juntarlo todo en un solo bloque para aumentar la capacidad de habitantes sin sobrecargar el medio (más de lo que está ya) y hacerlo más eficiente. Por suerte, la sede aún está dentro del microclima. De lo contrario los gases tóxico-radiactivos harían imposible permanecer un tiempo allí sin mutar. Por fin llegué a la sede. Llamé tres veces a la puerta metálica, con un intervalo de silencio entre el primer toque y el segundo, tal y como debe hacerse. Si los tres golpes fueran seguidos, es un aviso de que el CSN está cerca. Una rendija se abrió en lo alto de la puerta y asomaron dos ojos grandes y desconfiados. Identificación, me pidió él. Toqué algunas teclas de mi PDA y alcé la muñeca para que pudiera ver la holografía de mi carnet oficial secreto del Partido. Su código cambia cada día y es prácticamente imposible de piratear. No dudó, y abrió la puerta. Entré cruzando un pasillo largo hasta el hall principal, una sala redonda muy grande de varios pisos de alto. La sede estaba como siempre. Todavía de aspecto ruinoso, se notaba que el edificio había estado en desuso muchos años. Pero con un evidente lavado de cara. Ahora en ese edificio del 2018 relumbraba la tecnología del 2070. Un letrero digital mostraba frases de grandes pensadores y revolucionarios del pasado, había graffitis en los muros mostrando escenas de victorias pasadas, presentes y futuras; banderas, carteles, símbolos holográficos y mi parte favorita del hall: una representación virtual de Karl Marx que saludaba a los paseantes y charlaba con ellos. Sobre los balcones, algunos vigilantes del Partido con rifles antiguos de balas. Menos efectivos que los rifles láser, pero igualmente fiables. Este no era el mejor lugar del universo, pero sin duda era uno de mis lugares favoritos donde estar. Crucé por el hall, los pasillos y los pisos para encontrarme con el ministro de espionaje, la persona que me encargaba siempre las misiones. Llamé antes de entrar y escuché la voz de Andrew que me invitaba a pasar. Andrew era un buen tipo. Pulcro, luchador, compañero, optimista… Era muy raro encontrar a alguien optimista hoy en día. Además era bastante atractivo. Nunca se lo dije, a pesar de nuestra buena relación, pero sus 20 años, su vestimenta a la moda... a pocas personas les quedaban tan bien el peinado popular como a él, rapado al cero, con patillas y bien afeitado.

-Salud, camarada Mary.

Me hizo el saludo socialista con el puño en alto. Le devolví el saludo.

-¿Qué tienes para mí esta vez, Andrew?

Él estaba más sonriente que de costumbre. Parecían buenas noticias.

-Vamos un paso por delante de nuestros opositores, la Alianza Democrática. Esos fascistas llevan meses queriendo piratear el centro informático del Estado, haciendo un ataque directo tras otro. Son tan brutos que no se dan cuenta de que así no van a conseguir nada. El CSN tiene un escudo-red antipirata. Es imposible hackear desde fuera. Pero desde dentro… eso es ya otra historia. Y ahí es donde entras tú. Los exploradores han podido localizar un fallo en el sistema del CSN. Han descubierto que si conectamos un equipo al centro informático, inutilizamos los firewalls y lo sobrecargamos de códigos falsos, el sistema entero se obstruye. Una vez hecho, sólo queda llenar el sistema con virus, gusanos y botnets codificados para que no revelen su rastro. El centro informático del CSN tiene una red tan amplia y tan conectada entre sí, que podríamos colapsar incluso todo el sistema a nivel nacional o… ¡internacional! Pero eso es pura especulación. De momento lo importante será aprovechar todo ese caos para redestinar a los soldados del frente y quizá aprovechar para cumplir un paso más de nuestro objetivo principal… ya sabes, los robots. Nuestro control sobre el centro informático del CSN será demasiado breve para hacer nada más.

La forma en que Andrew dijo robots me sonó más repulsiva que de costumbre. Hace unas décadas que empezó el boom de los robots. La gente empezó a usarlos de Domo-Asistentes, los famosos Dom-A provenientes de Japón. Androides de familia, programados para servir a una familia y personalizados según sus características y necesidades. Pero al poco tiempo, el Estado y el CSN empezaron a verle otros usos. Poco a poco vimos cómo los robots iban reemplazando a los débiles y quejicas humanos. Las muchas protestas laborales que había antes del boom robótico se convirtieron en verdaderas batallas del pueblo contra el Estado. Alianza Democrática, una coalición de partidos de derechas, rechazan cualquier forma robótica por considerarlos un peligro al quitarles el trabajo y con la idea paranoica de que en un futuro próximo los robots se alzarán y controlarán el mundo. Nosotros, el Frente Socialista, también una coalición de partidos de izquierdas, consideramos útiles a los robots, pero el Estado le da un mal uso. No podemos ni debemos destruir la tecnología, eso sería como volver a principios de siglo que es lo que Alianza Democrática quiere. Pero, eso sí, hay que controlar mejor el uso que se dan ellos. A veces hay rebeldes que destrozan robots por la calle. Y da la impresión de que el CSN se toma más molestias en proteger a los robots que de proteger a los humanos. Su método de choque contra los manifestantes es infrahumano. Así que, aquí estoy yo, luchando por rescatar a mi novio y toda la brigada de la base MacMurdo (cosa que parece no importar a los de Alianza Democrática) y también luchando contra la robotización para que los humanos podamos vivir. Y por supuesto, manteniendo en alto secreto toda la actividad referente al Partido. La verdad, a veces no sé cómo mantengo un nivel de vida tan estresante.

-Bien Andrew. ¿Qué debo hacer?

-Nuestros exploradores han encontrado a una persona que nos puede ayudar. No hace preguntas, sólo hace su trabajo y cobra lo que corresponde. Necesitamos que vayas a él, que le pidas que potencie un ordenador de principios de siglo y lo traigas a la sede.

-¿He escuchado bien? “Potente” y “principios de siglo” no encajan bien en la misma frase.

-Lo sé, lo sé…

-¡Esos no tenían ni proyector holográfico!

-¡Lo sé, Mary! Pero esos equipos son los únicos que no traen de fábrica la conexión universal. Recuerda que todo lo que se haga en ese ordenador debe ser secreto, no queremos que algún informático de la CSN se cuele sin más por el internet adherido que llevan todos los modelos nuevos. Además los sistemas antiguos no tienen escudo antipirata, pueden modificarse para codificar la dirección IP y no dejar rastro.

-¿Y de dónde saco un ordenador del año 2000?

-Ese es tu trabajo, Mary. Cuando consigas el ordenador, tienes que pedirle al contacto que lo mejore. Ya sabes, que añada la tecnología que le corresponde a este tiempo para que nuestro equipo de hackers pueda trabajar.

-Le estás pidiendo peras al olmo, Andrew…

-Que no, el contacto es muy bueno, sabrá lo que hacer. Cuando encuentres el ordenador y al informático te haré una transferencia de bitcoins para que puedas pagarle, para cubrir tus gastos y para darte tu sueldo por la misión. No sabes el gran favor que le estás dando al Partido.

-Está bien… ¿dónde le encuentro?

-Te pasaré su ficha técnica. –Andrew pulsó su PDA y transfirió los datos al PDA de Mary- Espero que no te sea difícil encontrara nuestro contacto. Suerte. Te recordaré pronto.

-Igualmente, Andrew.

Me dispuse a salir y me despedí con el puño en alto, deseando salud. Llamé a otro taxi y, para hacer tiempo, leí la ficha de mi contacto. Se proyectó un pequeño holograma en mi muñeca con los datos.

Nombre: Peter Johnson
Condición: Ciborg
Ocupación: Desempleado
Localización: Bajos subfondos, distrito 3, sector 15
Ideología: Apolítico
Conocimientos: Licenciado en mecatrónica, licenciado en cibernética

Vaya… un ciborg. Y encima de los bajos subfondos. No me importaba ir a los bajos subfondos, al fin y al cabo los ciborgs y mutantes también son personas, pero tampoco me hacía gracia la idea de bajar ahí. ¡Qué remedio! Tras subirme al taxi observé el mismo panorama que había visto cuando vine a la sede. Una sociedad moribunda que ni vivía ni moría. Escuché las noticias del taxi, una voz decía: “EEUU envía otras tropas de reconocimiento a varias micronaciones anarquistas del país surgidas como consecuencia de la Crisis del Petróleo. Las micronaciones anarquistas se mantienen inflexibles y cerradas al diálogo. El Gobierno Central Universal anuncia un envío urgente de tropas para que este problema sea solventado en la mayor brevedad posible.”

No me gustaba escuchar las noticias, anuncian una tragedia tras otra. Tampoco me gustaba esa descarada manipulación que hacían de la realidad. Por ejemplo, ese “problema que será solventado” se traduce en asedios, bombardeos masivos a civiles, bloqueos económicos y la consecuente muerte de miles de personas de esas micronaciones. Mejor dejar de escuchar las noticias. Por fin llegué a una de las entradas a los bajos subfondos. Una antigua estación de metro, abandonada hace décadas. Había decidido ir directamente a contactar con Peter Johnson antes de buscar el ordenador antiguo. Quizá Peter tuviera alguno y sería tiempo ahorrado para mí. Sólo al bajar las escaleras ya podía notar esa esencia de los bajos subfondos, la razón por la cual nadie de la ciudad superior se atrevía a entrar. Empecé notando un profundo olor a óxido, mezclado con una especie de goma quemada y un olor lejano a cloaca. Los barrotes de la barandilla estaban rugosos, los escalones gastados. Aún todavía no había encontrado a nadie y quizá no fuera necesario. Me adentré en las zonas profundas del antiguo metro, esas que antaño sólo podían visitar los trabajadores de las vías. Empecé a ver actividad. Esa ciudadela subterránea se parecía a uno de esos barrios que hay en China, todo abarrotado de puestos, bloques de viviendas (o mejor dicho, habitáculos), estructuras de soporte y sobre todo gente, mucha gente. Todo ello mezclado con el notable poco espacio daba como resultado un sitio donde los olores se mezclaban, los pasos se apiñaban y el caos reinaba. Desde luego no se parecía en nada a una de las micronaciones que tuve la suerte de visitar, antes de que el CSN empezara sus ataques. Fui recorriendo callejuela en callejuela buscando el distrito 3, pero no hubo suerte. Apoyada en la barandilla del antiguo andén había tres chicos como de 14 años, dos de ellos ciborgs y uno mutante. Yo había estado rodeada siempre de discriminación hacia los ciborgs y mutantes, ellos nunca han sido bien recibidos en la sociedad de la ciudad superior. No voy a mentir, aunque siempre intento ser tolerante por mis ideales, aún tengo algo de rechazo hacia esa pobre gente. Pero enfrenté mi intolerancia influida y hablé con ellos. Les pregunté por la dirección y uno de ellos dijo:

-Yo wissen dónde es, pero está algo faraming, por lo que vas a tener que urmatarme.

Hablaban en argot trueke, una jerga rara que usan los chiquillos y nacida a raíz de la larga y profunda globalización, donde se mezclaron varios idiomas y dieron lugar a eso. Y yo, como buena mujer de 30 años, no entendía ni una palabra.

-Perdona, ¿podrías decírmelo en mi idioma?

-Ñec. Para falar en tau idioma vas a tener que ofamme algo de lincosin, veña.

Se les notaba muy divertidos. Probablemente no estaban acostumbrados a recibir visitantes extranjeros. No podía hacer más. Pero tengo prisa.

-Chicos, por favor, es importante. Tengo que ver a un amigo que hace muchísimo tiempo que no veo.

Ahora sí parecían más serios. Quizá al pensar que yo tengo amigos en este lugar, y que por tanto no soy uno de esos intolerantes de la superficie, les haya servido de compromiso.

-Soc. Puedo guiarte.

Les seguí por varias calles más. La ciudad subterránea que antes parecía sólo una ratonera, ahora también resultaba ser laberíntica. Cuesta arriba, cuesta abajo, escaleras, cruzando de lado entre los edificios, escalando por los tejados… Todo el bajo subfondo parecía haber sido construido sin ningún orden ni sentido. Y de hecho, así era. Toda la megaciudad estaba repleta de CSN, cámaras de vigilancia, sensores táctiles, drones, registros, controles… pero una vez cruzabas la frontera y descendías al bajo subfondo, todo desaparecía para convertirse en el mayor caos inimaginable. Allí cualquier persona podría matar a otra y ningún miembro del CSN sabría nada hasta que fuera demasiado tarde. Por supuesto se habían hecho muchos intentos de controlar esta especie de infierno en tierra. Pero con fatídicos resultados. Cámaras rotas, CSN en palizas colectivas y sobretodo robots destrozados. En la superficie era muy normal ataques a robots casi a diario. Pero en los bajos subfondos llegó a un límite casi apocalíptico. Un robot no duraba apenas unos minutos allí dentro, terminaba siendo desmembrado y vendido al peso. Fue tal extremo la violencia con que se los trataba, que los robots ahora tienen prohibido la entrada a los bajos subfondos. En consecuencia, la tecnología aquí abajo es escasa y obsoleta. La gente que vive aquí abajo tiene muy en cuenta que gran parte de sus desgracias han sido causadas por los robots y por el Estado. A pesar de ello, no hay mucho movimiento político por aquí. Debería haber manifestaciones, revolución, gente luchando por una vida digna. Sin embargo el único movimiento que se ha visto, ha sido la masiva delincuencia. Todo esto es una desgracia, se mire por donde se mire. Y aunque me duele muchísimo reconocerlo, tiene poca pinta de que se vaya a solucionar. Si hubiera sabido que tendría que bajar aquí me habría puesto un abrigo de manga larga, sólo para ocultar mi PDA a los ojos de posibles ladrones. Además, también por el frío. Aquí abajo protegía el escudo contra los gases tóxico-radioactivos, pero no la capa de microclima que controlaba la ciudad superior del temporal extremo. Uno de los chiquillos ciborgs, quizá también gitano debido a su piel morena (poco habitual), tenía un abrigo de paño sin mangas y con los bordes corroídos. Debía de tener frío. Bajo la oquedad podía vislumbrar un hombro y un omoplato biónicos. No eran completamente hechos por biónica clínica, los rasguños y piezas de repuesto de baja calidad daban a entender que sus prótesis habían sido parcialmente creadas y modificadas con mecánica amateur. No me sorprendía, claro, la biónica clínica es muy cara. Pero sentía una especie de complicidad con el chico. No era compasión, tampoco templanza, era algo intermedio, era…

-Frumuasa, hemos llegado. Distrito trin, sector yequé-paché.

Me apoyé en la barandilla. Observé un paisaje tanto extraño, bello y tenebroso. El centro ferroviario, donde los trenes venían a aparcarlos o arreglarlos, se había convertido en un campamento improvisado para aquellos que ni siquiera podían permitirse una chabola en los túneles y andenes del metro. Aquel panorama que dejé atrás de bloques aglomerados muy parecidos a los bajos barrios chinos, ahora se convertía en las típicas favelas de Brasil pero en versión subterránea y con vagones de tren. Los medios nunca hacían eco de lo que pasaba justo por debajo de nuestros pies. Y ahora entendía por qué. Busqué entre los coches abandonados preguntando por Peter. Llegué hasta un vagón intermedio, conectado con otros adelante y atrás que también estaban habitados. Llamé a las puertas y tras un breve silencio escuché un carraspeo en el interior. Las puertas se abrieron con su peculiar ruido por la antigüedad y el mal estado del sistema. Apareció ante mí un hombre alto, ancho, moreno, con un ojo biónico, el brazo izquierdo y la pierna derecha robóticos, con su omoplato chapado en un metal ya desgastado. Todo su sistema parecía fabricado con piezas de recambio que a su vez habrían sido desechadas por ser defectuosas. Las partes chirriaban en un intento de equilibrar la obsoleta y oxidada mecánica de principios de siglo con un moderno pero deficiente software interno.

-Disculpa, estoy buscando a Peter Johnson.

-Soy yo.

-Buscaba un ordenador modelo antiguo, de esos que se fabricaron antes de que existiera el sistema de clasificación de robots. Y también que lo actualizaras.

El hombre me miró de reojo, pensando que sería algún tipo de broma. Pero no lo pensó mucho y me invitó a pasar. Pasé como pude entre cajas y aparatos malamente apilados en apenas los 24 metros cuadrados que mide su “casa”. Antes de hacer ninguna cosa, me hizo un presupuesto aproximado y preguntó si podría pagarlo. Le dije que sí, aunque realmente no estaba totalmente segura, pero por razones obvias no podía explicarle de dónde salía mi dinero. Me hizo varias preguntas respecto a lo que buscaba exactamente y no sabía muy bien qué responderle (¿qué iba a saber yo de esos ordenadores tan primitivos?). Y, de nuevo, tampoco quería hacer una holoconferencia con Andrew para no delatarme y que Peter supiera que soy del Partido. Su carácter dominante e impaciente me estaba poniendo nerviosa. Pero se relajó pronto. Ya no me hizo detallar más, quizá hastiado. Se sentó como pudo en su banco de trabajo y empezó a trapichear con el ordenador cavernícola. Tecleaba algunos códigos, luego toqueteaba el interior del CPU, luego conectaba su PDA al disco duro, luego volvía a los códigos… Era fascinante verle trabajar. Parecía un baile maquinario, que encajaba perfectamente como un reloj, donde sus dedos se movían en el teclado como zapatos de claqué y las herramientas mecatrónicas que usaba danzaban a su alrededor, dentro y fuera del aparato, casi de majestuosas y exóticas formas; todo fundido con el ambiente oscurecido alumbrado sólo por las palpitantes luces del vagón, color azul artificial, y por algunas chispas que saltaban a veces sobre Peter, causadas por otra herramienta soldadora. Sin duda fue un momento tan efímero como cotidiano, pero impactante. Toda esa agilidad de profesional contrastaba con los movimientos a veces atrancados por su brazo, que no respondía. Los continuos fallos técnicos hacían que Peter tuviera que pausar el proceso para reparar (o mejor dicho, chapucear) su brazo con toscos y duros golpes de llave inglesa o con una repentina reprogramación del software. Su brazo era defectuoso, pero tratarlo con esa brusquedad sería equivalente a golpear una locomotora de principios de siglo XIX para que funcione hoy en día, a mediados de siglo XXI. Una barbaridad. Sin embargo esos parones forzados, de maquinaria pesada que se niega a responder, no arruinaban el escenario casi onírico de poca luz, ambiente metálico cargado y una majestuosa mente atrapada en un cuerpo deficiente. Al contrario, aquellos parones hacían más misteriosa aquella presencia, añadían una especie de complicidad compasiva hacia el sujeto que yo estaba viendo y diríase que admirando. Él era el luchador que siempre me inspiraba pero que quizá nunca fui realmente. Él sí era un héroe. Hay que tener mucha fuerza para sobrellevar la carga de una vida de mediocridad teniendo un cerebro tan desarrollado y cultivado. La delicadeza con que trataba su trabajo contrastaba con la rudeza que trataba sus prótesis, dando a entender que él mismo sufría un duelo interno de mente contra cuerpo. De aspiración contra realidad. De mentira piadosa contra verdad dolorosa. Ya había acabado su trabajo. Me miró con ojos cansados y autocompasivos, viéndose con melancolía el brazo.

-Qué cosas de la vida… Pasa años para licenciarte en mecatrónica y cibernética para luego verte aquí, en los suburbios del bajo subfondo luchando por no quedarte parapléjico.

Era atroz ver a una mente como la suya viviendo en esas condiciones. Pero yo sabía por qué. En su tiempo, la Unión Europea empezó a impulsar la tecnología en todos sus aspectos: informática, mecánica, robótica… A Europa le aguardaba un futuro de progreso y desarrollo industrial e intelectual. Y muchas jóvenes promesas decidieron unirse a esa ola de futurismo. Pero el Estado Europeo, que no desaprovecha una oportunidad para ser tan atroz como el resto de miembros del Tratado de Suiza y el Gobierno Central Universal, decidió vender gran parte de la industria a China. Entonces China despidió a la mayoría de los empleados y los sustituyó por chinos, no contratando más europeos. Como primera superpotencia mundial, China hizo mucha presión para comprar la industria europea. Pero eso no excusa al Estado Europeo de haber destrozado la vida a millones de trabajadores, jóvenes estudiantes y familias enteras.

-Pues ya he acabado. –Siguió él- Aquí tienes, un portátil del año 2017 con software actualizado para nuestro tiempo. –Un portátil… pensé que jamás vería uno- No he adjuntado un ratón, pero supongo que no lo usaréis, ¿no?

-¿Un qué?

-Un ratón. Lo tomaré como “no”.

Empezó a sonar una alarma potente que retumbaba en las paredes de todos los andenes. Parecía como una sirena de estación de tren antigua. Se escuchaba su eco largo y profundo. Peter empezó a alterarse, metió el portátil en una bolsa y me llevó corriendo del brazo al exterior. Pudimos ver en la lejanía, donde terminaban los andenes y empezaba la ciudad, unas llamas que se alzaban casi hasta el techo. Peter me guió hasta otros andenes para huir fuera y llevarme a la ciudad superior. Corrimos entre callejuelas abarrotadas de gente desesperada, chillando por salvar la vida, corriendo tanto o más que nosotros y a otros tantos que se esforzaban como podían en apagar el fuego ellos mismos (ya que en los bajos subfondos no había bomberos como tal). Llegamos hasta una parte más elevada, lo que en su día fue la zona de taquillas y centro comercial. Aquí no llegaban las llamas (al menos de momento) pero tampoco estábamos del todo seguros, porque los gases venían en nuestra dirección. Con el calor y el caos, una viga de hierro cayó del techo sobre un edificio, haciendo caer más escombros al suelo y atrapando a personas dentro. Corrimos en su ayuda, junto con alguna gente más. Yo hacía lo que podía por liberarles, pero Peter se estaba esforzando demasiado. La diferencia entre un brazo robótico y uno de carne es que el robótico siempre tiene algún punto límite, donde es materialmente imposible que diera más de sí. Pero Peter no parecía recordar esto, superó el límite ciborg varias veces, más aun teniendo en cuenta que su brazo estaba hecho con remiendos y piezas de baja calidad. Escuchaba entre el chasquido de las llamas como su brazo e incluso piernas empezaban a chirriar y agrietarse. Tenía miedo. Pero aun lo peor estaba por llegar. Había un niño pequeño atrapado entre la viga y trozos grandes de escombro. No parecía lesionado, gritaba asustado pero con gritos de alguien sano sin heridas. Peter reunió todas las fuerzas que un ser humano podía reunir y, con un rugido de animal salvaje, levantó la viga y la sostuvo en el aire.

-¡Rose! Saca al niño.

-Deja la viga, Peter, podría romperte el brazo o fallar cuando esté yo ahí debajo.

-¡Saca al niño!

Lo dijo de nuevo con el mismo rugido animal. Fue tan aterrador como convincente, suficiente para sacarme valor y sacar al niño justo a tiempo para ver cómo del brazo de Peter empezaba a saltar chispas y humo, y su pierna chirriar hasta quedarse medio inútil. El niño corrió hasta un portón grande, con arco antiguo, donde también había un hombre que nos llamaba adentro. No le conocía de nada, pero hasta la persona más desconfiada habría aceptado cualquier ayuda en este punto, al borde de la muerte desesperada. Casi no podía ver entre la cortina de humo y tuve que llevar a Peter. Pesaba quizá el doble que yo, pero no podía dejarle allí… El hombre del portón me ayudó también. Se cerraron las puertas tras cruzar el arco. Ante mí vi un panorama totalmente distinto del de afuera. Había personas apresuradas de un lugar a otro, pero esta vez no de forma caótica sino con un orden muy claro y preciso. Hombres y mujeres organizados y unidos para combatir el fuego, sólo un problema más a los muchos contra los que lucharán día a día aquí abajo, en este entorno tan difícil. Los hombres acarreaban sacos anti-incendios para hacer barricadas contra las llamas, unos sacos de un tejido sintético hechos con grafeno (ignifugo) y rellenos de arena. Las mujeres repartían mascarillas de gas, administrando nanomnio contra quemaduras y protegiendo a los pequeños en las casas, al resguardo de sus abuelos, demasiado mayores como para hacer trabajos de fuerza. Todo lo supervisaba y organizaba una mujer mayor, quizá la más anciana, que daba órdenes y directrices allá donde iba. El método funcionaba, todos sabían sus tareas y las hacían lo más rápido posible. Vinieron dos mujeres conmigo a ayudarme con Peter y meternos en una de las casas. Allí, otro panorama diferente. Ancianos y niños nos miraban con sus ojos grandes y asustados como de animalillos deslumbrados por un coche en medio de la carretera. Aquello parecía un campo de refugiados. O quizá lo era. Estar allí resguardados mientras escuchábamos el caos exterior seguro sería muy parecido a lo que tuvieron que sufrir en la Guerra Civil Ucraniana de principios de siglo, o en los asaltos que viven las comunas anarquistas casi cada día. Miedo e impotencia. Pasaron horas eternas en las que varias veces intenté pedir ayuda con mi PDA, pero me resultó imposible; en los bajos subfondos no hay cobertura ni conexión. Por fin acabó todo. Los civiles que no habían huido ayudaron a los bomberos voluntarios de los bajos subfondos, personas humanitarias sin uniforme, a encontrar supervivientes. Algunos robots de servicio, de modelos antiguos que seguramente fueron pirateados para seguir funcionando, ayudaban a retirar los escombros. En los bajos subfondos siempre atacaban a los robots de la ciudad superior, pero le tienen un curioso afecto a los modelos antiguos. Los primeros modelos fueron diseñados para ayudar a los humanos, no al Estado. Una vez que aparecieron las clases superiores, los modelos originales se quedaron obsoletos y la mayoría vagabundea por las calles, sucios, oxidados y sin dueño, pidiendo limosna de baterías. Otros sin embargo se retiran al rincón de algún callejón, aceptando su destino hasta que su batería se agote y se apaguen para siempre, mientras el óxido corroe lo poco que queda de ellos. Comprendo el afecto que le tienen por esos pobres robots que nadie quiere, se sienten identificados. Y en realidad, en la ciudad superior, también se sentirían identificados si los “superiores” se conocieran más a sí mismos.

Se nos acercó la mujer mayor que antes estaba dirigiendo todo el acto dentro del patio de esta casa.

-Hola, queridos. Disculpad el jaleo, aquí las catástrofes son frecuentes…

Se fijó en mi compañero que seguía magullado por el sobreesfuerzo de antes. Alarmada pero compasiva, llamó para que viniera alguien. Pude ver el exterior por la ventana. La casa en donde estábamos, que parecía un monasterio por su tamaño y estilo, estaba medio calcinada y muy estropeada por otros accidentes que no hallaba a imaginar. Sin embargo seguía en pie, con muchísimas personas viviendo aquí. Vino el mecánico que llamó la señora, por su trato yo deducía que eran familia. Empezó a arreglar a Peter mientras la anciana, muy cansada, se sentó en un sillón. Una pantalla grande en la esquina de la habitación daba las noticias sobre lo sucedido. Una pantalla que se notaba no fue comprada, sino arrancada como otras tantas pantallas estatales que hay en las calles dando publicidad y propaganda. El presentador decía:

“Ocurrido un grave incendio en el distrito subterráneo. Se desconoce el origen del incendio, pero los expertos sugieren un fallo en la terminal central debido al pobre mantenimiento. Las pérdidas ocasionadas se calculan en más de 200 bitcoins.”

-Qué gentuza… -decía la anciana- Sólo hablan de los bajos subfondos para dar malas noticias. Necesitan hacer mala publicidad de lo que hay bajo sus pies para que la ciudad nos rechace cada vez más. Ni siquiera hablan de las muertes, sólo les interesan los bitcoins. Y hasta me huelo que ese incendio fue provocado por alguna autoridad, no sería la primera vez. Esto me recuerda a mis días en la comuna anarquista de Oklahoma, hace ya tiempo. Nosotros tratando de sobrevivir y el Estado atacando un día tras otro con armas de fuego y con armas de información. Sólo queríamos vivir en paz… Ya no hay los mismos valores de antes. A la gente no le importa lo más mínimo nada ni nadie mientras ellos mismos puedan vivir bien.

Se acercó corriendo un chiquillo, de unos 20 años o quizá menos, hacia donde nosotros estábamos.

-¡Abuela! ¡Abuela! El incendio lo provocó el CSN en el túnel ferroviario para acabar con los ciborgs, que la mayoría viven allí. Se han visto agentes patrullando por las calles. Ya se han llevado a varios ciborgs supervivientes a las células carcelarias sin motivo. Dicen que sólo quieren interrogarlos para saber sobre el origen del fuego… pero todavía no ha vuelto ninguno y es sospechoso. Creo que está empezando una caza de ciborgs, éste hombre debe huir ya.

La abuela se levantó de un salto y nos condujo a Peter y a mí a una puerta trasera que daba a un callejón. Por el camino la mujer nos fue dando unas instrucciones:

-La sede de la Cyborg Foundation de Nueva York está en el distrito 7, sector 3. Se ha querido desinformar sobre la fundación, muy pocos lo conocen, pero el hecho es que sigue existiendo y ahí están. Si un ciborg entra dentro, tiene inmunidad del país donde se encuentra la sede, funciona como una embajada. Sólo ve allí y ellos se encargarán de ayudarte.

Por el camino, las mujeres y algunos hombres recogían en camillas a los fallecidos del incendio. Muchos de ellos serían conocidos, amigos, parejas, hermanos o sus propios padres.

Debíamos meternos en las alcantarillas y seguir todo recto hasta una tapadera que está cerca de las escaleras que llevan a la ciudad superior.

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