Crystal

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Capítulo 9

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EN EL NOMBRE DE LA CIENCIA

 

-E

sto es un gráfico —dijo Bernie, sosteniendo un folio cuadriculado en la mano—. Cada uno tenemos el nuestro.

Ashley y yo estábamos sentadas en sendas sillas mientras él hablaba de pie, frente a nosotras. Ashley comentó que se sentía como si estuviera otra vez en el colegio, y yo le pedí que tuviera paciencia.

—Ésta será la sesión número uno —prosiguió Bernie, parpadeando con aire enojado—. Haremos las mismas cosas en cada sesión y puntuaremos nuestras reacciones en una escala creciente que va del uno al diez. El diez corresponde al grado de mayor intensidad. Nuestro objetivo es determinar cómo nos afecta el hecho de besamos, qué besos nos gustan más, etcétera. ¿Lo habéis entendido? —preguntó. La verdad era que Bernie se comportaba y hablaba como el señor Friedman, nuestro profesor de ciencias.

—No —dijo Ashley, sacudiendo la cabeza—. A mí me suena a chino. ¿Qué tiene que ver un gráfico con besarse?

—El gráfico en sí no tiene nada que ver. Sólo es una manera científica de anotar nuestras reacciones. —Bernie dejó escapar un suspiro de frustración. Me miró y añadió—: ¿Ves por qué nunca podría ser profesor? —Sacudió la cabeza, respiró hondo y volvió a coger el gráfico—. Nos encontraremos aquí cada noche durante aproximadamente una semana —afirmó.

—Sigo sin entender qué se supone que vamos a hacer —afirmó Ashley con voz quejumbrosa.

—Fundamentalmente, vamos a averiguar qué tipos de besos nos gustan más, si los besos rápidos y secos o los largos y mojados —replicó Bernie con cierta crueldad—. Supongo que habrás pensado alguna vez en besar a un chico, ¿verdad? Pues durante esta semana tienes que imaginar que yo soy el chaval por el que estás colada y besarme a mí.

Ashley dio un respingo y contuvo el aliento hasta que parecía estar a punto de explotar. Con los ojos desmesuradamente abiertos, nos miró sucesivamente a Bernie y a mí, y entonces empezó a negar con la cabeza.

—No pienso hacerlo —dijo, sin dejar de cabecear.

—Oye, ¿no pretenderás hacernos creer que nunca has pensado en besar a un chico? —Bernie empezaba a exasperarse—. Es normal pensar en eso.

Ashley no podía enrojecer más, pensé, y noté que yo también me ruborizaba. Tanto hablar de besos me estaba poniendo tan nerviosa como a ella.

—Es muy importante que seamos absolutamente sinceros entre nosotros —señaló Bernie—. En la ciencia, la veracidad es esencial. No podemos ocultar la verdad y tampoco debemos fingir. Ninguno de los que estamos aquí va a reírse ni a burlarse del otro. Somos serios y vamos a comportamos como adultos, ¿verdad, Crystal?

—Sí —dije, sorprendida ante la frialdad aséptica con la que Bernie planteaba todo el tema. Ni siquiera parecía algo erótico ni misterioso, que era como yo siempre había soñado que sería.

—¿Por qué es él quien nos dice todo lo que tenemos que hacer? —se quejó Ashley.

—Vosotras me pedisteis que os ayudara con este experimento, y eso he hecho —contestó Bernie.

—Yo no te lo pedí. Crystal y yo teníamos curiosidad por los besos, y tú te metiste en la conversación, ¿verdad, Crystal?

—Sí, pero necesitamos la ayuda de Bernie.

—¿Tú piensas hacerlo? —me preguntó ella.

—Sí —repuse, mirando a Bernie, que parecía más decidido y resuelto que nunca—. Estoy muy interesada, y sé que cada uno de nosotros aprenderá mucho más sobre sí mismo.

Ashley clavó sus enormes ojos en mí durante un momento.

—Bueno, ¿qué? —inquirió Bernie.

—Vale —dijo ella—. Si Crystal va a hacerlo, yo lo intentaré.

—Bien —afirmó Bernie.

Se acercó a la puerta y echó el pestillo. Entonces fue hasta las ventanas y bajó todas las persianas. Ashley seguía con la mirada todos sus movimientos. A continuación, él nos entregó un gráfico a cada una.

—Los números escritos al lado corresponden a las actividades —nos explicó Bernie—. Será más fácil si nos referimos a ellas por su número. Como veis, en la parte superior están anotadas las fechas, empezando por el día de hoy. Siempre y cuando mantengamos un enfoque científico, la cosa irá bien —añadió.

Se acercó al archivador situado debajo de la pared cubierta de estanterías y lo abrió.

—¿Qué es eso? —le preguntó Ashley antes de que él pudiera explicarlo.

—Es un aparato digital para medir la tensión arterial y también sirve para tomar el pulso.

—¿De dónde lo has sacado? —inquirió ella, como si fuese el fruto prohibido.

—Se pueden comprar en todas partes, Ashley. Los venden en las farmacias. No es nada del otro mundo —contestó Bernie—. Sigamos. Cuando estás excitado —prosiguió en tono científico—, la tensión arterial sube y, lógicamente, el pulso se acelera. Antes que nada, vamos a tomamos la tensión y el pulso, y así sabremos qué debemos considerar normal y qué no, ¿de acuerdo? ¿Quién quiere ser la primera?

—Yo misma —dije, y Bernie me ajustó el manguito en el brazo. Después de tomarme la tensión y el pulso, hizo otro tanto con Ashley.

—Debes de estar un poco nerviosa —le comentó—. No esperaba que tuvieras la tensión tan alta.

A continuación, se la tomó él. La tenía igual de baja que yo. —¿Cómo es que vosotros dos estáis tan tranquilos? —preguntó Ashley con recelo—. ¿No estás nerviosa, Crystal?

—No —repuse, y era verdad. Ahora que estábamos preparados para comenzar, más que nerviosa estaba ansiosa por averiguar qué se sentía al ser besada.

Ashley nos miró con escepticismo.

—¿Y ahora qué? —inquirió.

Bernie se sentó frente a nosotras, cruzó las piernas y contempló sus anotaciones antes de responder.

—Ahora tenemos que besarnos. Ashley, ¿quieres ir tú primero? —le preguntó.

Ella se levantó de la silla como un resorte, se precipitó hacia la puerta, forcejeó un instante para descorrer el pestillo y salió disparada antes de que Bernie pudiera preguntarle qué estaba haciendo. Al cabo de un momento, oímos cerrarse de un golpe la puerta de la calle.

Bernie y yo nos miramos.

—Me parece que aún no estaba del todo preparada para esto —afirmó con una sonrisa.

—A mí me parece que lo que querías era librarte de ella —repliqué, empezando a comprender por qué se había mostrado tan frío y analítico.

Nuestras miradas se encontraron mientras él intentaba disimular.

—Yo sabía que no estaba preparada, así que ¿para qué perder el tiempo con ella?

—¿Por qué has querido hacer esto? —le pregunté, y añadí a toda prisa—: Sé sincero, recuerda que la veracidad es esencial en la ciencia.

Bernie esbozó una media sonrisa pero en seguida volvió a adoptar una expresión seria.

—Contigo he experimentado sensaciones diferentes, distintas a las que he tenido con otras chicas, y quiero averiguar el porqué —me explicó.

—Entonces, ¿esto sigue siendo un experimento?

—Claro —contestó él—. ¿Qué otra cosa podría ser?

Quise decirle que podría ser amor, algo romántico. Quise decirle que tal vez no deberíamos diseccionar nuestras emociones, que eso quizá las destruiría, pero no dije nada. No quería ahuyentarlo, y sentí un cosquilleo de excitación que me recorrió el cuerpo con tal ímpetu que me flaquearon las piernas y el corazón comenzó a latirme a toda prisa.

—¿Te parece que empecemos? —me preguntó Bernie, con una mirada expectante y esperanzada.

En cierta ocasión, cuando estaba en el orfanato pillé a una chica que se llamaba Marsha Benjamin abrazándose apasionadamente con un chico mucho mayor que ella, llamado Glen Fraser. Recuerdo que él me daba miedo, me intimidaba la manera que tenía de mirarme. En aquel entonces yo era demasiado cría para comprender el porqué de mi temor, pero cuando vi a ambos besándose al tiempo que él deslizaba la mano debajo de la falda de Marsha y se refregaba bruscamente contra su cuerpo, obligándola a girarse para tocarle la entrepierna, contuve el aliento y me quedé paralizada, primero de miedo y luego, de asombro. Mi reacción instintiva fue echar a correr pero me detuve, llena de curiosidad. La verdad es que me sentía fascinada por la expresión de Marsha, por el modo en que dejaba caer la cabeza hacia atrás, por sus suaves gemidos y, sobre todo, por sus manos, que primero intentaron detener a Glen y de repente, como si fuese presa de una excitación irrefrenable, se apartaron para dejarlo hacer y se enlazaron en torno al cuello de él, aferrándolo con frenesí.

Entonces él se giró y me vio mirándolos. Pero no se enfadó. Se limitó a sonreír tranquilamente y me dijo: «Hay sitio para una más.»

Salí como alma que lleva el diablo. Corrí tan de prisa que si alguien me hubiera visto habría pensado que un monstruo me perseguía. Años después, llegué a creer que ese monstruo estaba dentro de mí. Quería vencerlo, perder el miedo, y pensaba que eso nunca ocurriría hasta que me sintiera valorada y amada por alguien que realmente me gustara. Ahora me preguntaba si Bernie podría ser esa persona.

—Sí —respondí finalmente—, empecemos.

Bernie sonrió y entonces, como si me hubiera leído el pensamiento, dijo:

—Iremos despacito, por supuesto, y si alguno de los dos se siente incómodo, pararemos inmediatamente. Porque si no, echaríamos a perder el experimento.

—De acuerdo —murmuré, y tragué saliva para contener mi creciente nerviosismo.

Bernie se acercó hasta mí y comenzó a besarme. Cerré los ojos y dejé que mi mente vagara, pero noté que el corazón me latía alocadamente y pensé con preocupación que Bernie también se daría cuenta. Me aparté y él bajó lentamente las manos de mis hombros. Levantó la mirada hacia mí y me observó.

—¿Cómo te sientes? —me preguntó.

—Muy nerviosa —murmuré.

—Eres la chica más valiente que jamás he conocido. No pensaba que te atreverías a hacer esto —confesó, y me pareció advertir un leve temblor de nerviosismo en su voz.

—Ya te lo dije —afirmé, procurando hablar con aplomo—. Estoy tan interesada como tú en esto.

Él hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—¿Y ahora qué tenemos que hacer? —pregunté.

—¿Por qué no probamos a besamos en la boca? Ya sabes, con la lengua —dijo—. Tú me cuentas todo lo que vas sintiendo y yo haré lo mismo, ¿vale?

Agité la cabeza de arriba abajo. Empecé a desear haberme ido con Ashley, pero sabía que ya era demasiado tarde para echarme atrás. Además, sentía curiosidad por Bernie y estaba intrigada por lo que me había hecho sentir al besarme.

—¿Preparada?

—Sí —repuse.

Elevé la vista al techo y luego miré a Bernie. Ninguno de los dos nos movimos. Sus ojos me escrutaron lentamente de pies a cabeza. Jamás me había mirado un chico de la manera en que Bernie lo hacía. La cabeza me daba vueltas.

—El corazón me late muy de prisa —dijo. Comenzó a andar a mi alrededor—. Estoy nervioso y tengo miedo de hacer algo mal —admitió. Hablaba de un modo que, al oírlo, más bien parecía un científico informando desde el espacio interplanetario. ¡Como si yo no estuviera en la misma habitación que él, experimentando las mismas sensaciones y emociones!

—Yo también —musité. Quería ser sincera sobre mis reacciones, por el bien del experimento, claro está.

—Tú también ¿qué?

—Siento lo mismo que has dicho tú —dije con voz entrecortada, cerrando los ojos mientras él continuaba caminando a mi alrededor. Sentía su aliento en mi nuca. Un instante después, Bernie volvía a estar frente a mí, apenas unos centímetros.

—Voy a cerrar los ojos —me dijo— y entonces probaré eso que hemos dicho del beso con lengua, ¿de acuerdo?

Cerró los ojos y me besó.

No estaba muy segura de que me gustara ese tipo de beso. Tuve la sensación de que podía adivinar qué había cenado Bernie. Yo había visto a otros chicos y chicas besarse así en el colegio, y la verdad es que parecían disfrutar, así que decidí intentar que me gustara. Al cabo de unos momentos, el corazón empezó a latirme con más fuerza y comenzaron a sudarme las palmas de las manos. Esta vez, sin embargo, fue Bernie quien interrumpió nuestro beso.

—¡Vaya! —Sacudió la cabeza, como si estuviera tratando de despejarse—. Ahora comprendo por qué tiene tanto éxito.

Pueees... sí, yo también. —No pude evitar preguntarme si besar a cualquier chico sería tan agradable.

—Creo que deberíamos dejarlo por esta noche, pero desde luego quiero volver a probar esto otra vez. Siempre y cuando sigamos considerándolo un experimento, claro —añadió.

—Un experimento..., claro —repuse, procurando que no se notara la desilusión en mi voz. Jamás he sido de esas chicas que se ponen a fantasear y a verlo todo de color rosa al hablar de chicos y de besarse, pero la verdad es que tampoco imaginé nunca que sería todo tan frío y analítico.

—Me pregunto si Ashley irá contando por ahí lo que hacemos —dijo Bernie.

—Me aseguraré de que no lo haga.

—De todas maneras, se inventarán algún cuento chino sobre nosotros —afirmó, mirándome fijamente a los ojos—. Probablemente, ya lo han hecho.

—Probablemente —convine.

Se hizo un largo silencio entre nosotros. Me daba la sensación de haber imaginado que nos besábamos. Todo había sido tan rápido que no era más que un recuerdo borroso. Sólo el gráfico donde había anotado mis impresiones y que sostenía en las manos confirmaba que no había estado soñando.

—Será mejor que vuelva a casa —dije.

—Te acompaño —se ofreció Bernie. Sonrió al ver mi sorpresa—. De todas maneras no creo que pueda leer ni concentrarme en nada ni dormirme hasta dentro de un buen rato —me explicó.

Me reí para disimular lo que sentía: esa misma excitación aún palpitaba en mi cuerpo.

Abrió la puerta del dormitorio y salimos. Nos encontrábamos ya en el vestíbulo cuando oímos la voz de alguien llamarlo desde la sala de estar.

—Mi madre —murmuró Bernie.

Una mujer muy elegante, vestida como si fuese a una fiesta importante o acabara de regresar de una, vino hacia nosotros, con sus largos pendientes de diamantes oscilando en los lóbulos. Llevaba el pelo teñido de un rubio casi platino y tan perfectamente peinado que me pregunté si sería una peluca. Era alta, con una cintura de avispa y una figura que parecía sostenerse con alambres y alfileres. Cuando salió de las sombras y se acercó más, advertí que no tenía ni una sola arruga en la cara. Su rostro semejaba una máscara, con las sienes tan tirantes que parecía que se le hubiera encogido la piel. Tenía la nariz pequeña, pero las fosas nasales eran un poquitín demasiado grandes en proporción. Sus labios abultados hacían que diera la impresión de que le dolía al sonreír. Más que una sonrisa parecía una mueca.

Llevaba los dedos de la mano izquierda llenos de anillos. Parecía una joyería andante, ataviada con su collar de diamantes, su broche y sus pulseras. A juzgar por el intenso aroma que la precedía, pensé que se había sumergido en un baño de perfume caro.

—¿Quién es, Bernard? —le preguntó.

—Una amiga —repuso él a toda prisa.

—¿Por qué no me la presentas? Nunca has traído ningún amigo a casa, y mucho menos una amiga —afirmó, con los ojos clavados en mí.

—Ésta es Crystal —dijo—. Crystal, ésta es mi madre.

—Hola —saludé.

—Crystal ¿qué? —inquirió ella, sin contestarme.

—Crystal Morris —repuso Bernie—. Ya se iba a casa.

—¿Morris? ¿De cuál de los Morris? ¿De Charlie Morris, el de la agencia de publicidad?

—No —replicó Bernie—. Voy a acompañarla a su casa —añadió, y prácticamente se abalanzó hacia la puerta de la calle y la abrió.

—Encantada de conocerte —me dijo su madre mientras yo salía tras él—. Ya era hora de que Bernie trajera a alguien a casa.

Daba la impresión de que la cara se le resquebrajaría si cambiaba de expresión demasiado rápidamente. Volví la cabeza para mirarla un instante y después me apresuré en alcanzar a Bernie, que ya estaba fuera.

Él cerró la puerta en cuanto salí y casi echó a trotar por el sendero de acceso.

—A lo mejor no deberíamos haber salido así de escopeteados, Bernie —le dije cuando llegué a su altura.

Bernie apretó el paso.

—Lo único que quiere que haga es tener novias, escuchar música rock y vestirme como si fuese una estrella de cine adolescente —masculló—. Fíjate en ella —dijo, deteniéndose y mirando hacia su casa—. Si ella fuese tu madre, ¿querrías que alguien la conociese? Sólo disfruta poniéndome en ridículo. —Echó a andar de nuevo—. «Ya era hora de que trajera a alguien a casa» —dijo remedándola en tono burlón—. «Sobre todo a una amiga.»—Lo más seguro es que simplemente esté preocupada por ti —sugerí.

—No, de eso nada. Está preocupada por ella misma, por las apariencias y por lo que dirá la gente si no soy lo que se suele llamar «un joven normal». No quiero hablar de eso. Me saca de quicio —afirmó.

Caminamos en silencio hasta llegar a mi casa. El cielo nocturno estaba encapotado y soplaba una brisa fría. Se distinguían las tenues vaharadas de nuestra respiración. Ninguno de los dos íbamos lo bastante abrigados.

—Quédate esto —me dijo Bernie ante la puerta, tendiéndome los gráficos. No me había percatado de que los llevaba aferrados en la mano.

—Tal vez sea mejor que los guardemos en tu habitación —le dije.

Él sacudió la cabeza.

—A veces, mientras estoy en el colegio, ella me registra el cuarto para ver si encuentra algo raro. Una mañana dejé adrede una rana diseccionada que apestaba a formaldehído sobre la mesa, y eso la mantuvo alejada durante un tiempo. Pero de vez en cuando sigue entrando a registrar mis cosas. No me haría ninguna gracia que encontrara estos papeles —dijo—. Ella no lo entendería.

—De acuerdo —repuse, cogiéndolos. Estaba segura de que Karl y Thelma tampoco lo entenderían, pero no quería que nuestros experimentos finalizaran.

—Buenas noches. —Titubeó—. He disfrutado mucho con nuestro experimento —añadió—. Tengo ganas de que sigamos mañana. —Dio media vuelta para irse pero de pronto se giró y me besó rápidamente en la mejilla.

Permanecí inmóvil, con la mano en la mejilla, mientras contemplaba a Bernie alejarse por la acera hasta que desapareció. Entonces entré en casa, con tal cúmulo de emociones bullendo en mi cabeza que me sentía aturdida. Karl aún estaba levantado, pero Thelma ya se había ido a la cama.

—Estaba muy cansada esta noche. No hacía más que quedarse adormilada en el sillón, así que la he convencido para que se acueste —me explicó—. Y tú ¿qué tal?

—Bien —respondí.

—Me alegro. Bueno, lo peor ya ha pasado —comentó Karl—. Ahora volveremos a la vida normal.

¿Qué es una vida normal?, quise preguntarle. ¿Era una vida llena de soledad y temor? ¿Una vida en la que nos ignorábamos mutuamente? Thelma apenas había cambiado desde el día en que me había ido a vivir con ellos. En lugar de volver al mundo real gracias a mí, ella continuaba intentando que yo la acompañara en su mundo de fantasía. Karl, por su parte, seguía firmemente anclado en su existencia regida por horarios metódicos. Yo había conocido a bastantes chicos y chicas de mi edad, pero muchos de ellos parecían tener incluso más problemas que yo, ¡y eso que siempre habían contado con una familia!

—Yo también me voy a dormir —le dije—. Buenas noches.

—Buenas noches. Hasta mañana —respondió, sin levantar los ojos de la revista que sostenía en la mano.

Fui a mi habitación y me preparé para acostarme. Tras deslizarme bajo las sábanas, me recosté en la almohada y cogí los gráficos. Sabía lo que ponía el mío, pero desconocía lo que Bernie había escrito en el suyo.

Su puntuación era tan alta como la mía, pero me llamó la atención lo que había anotado en la parte inferior del folio.

 

«Hasta ahora nunca había experimentado una atracción así de intensa por nadie. Me pregunto si eso significa que Crystal es especial o si se trata de una reacción natural al besar a una chica bonita.»

 

La mayoría de la gente pensaría que lo que había escrito Bernie era muy extraño, reflexioné, pero yo sabía que ésa era la única manera en que él podía decir «te quiero».

De momento, tendría que conformarme con eso.

Aguardaba esperanzada el día siguiente.

Esa noche, por una vez, me resultó fácil cerrar los ojos, soñar y quedarme dormida.

 

 

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