Crystal

Crystal


Capítulo 10

Página 13 de 15

10

DESEO DE CORAZÓN

 

A

shley parecía atemorizada cuando me acerqué a ella en la escuela al día siguiente. Bernie tenía miedo de que fuese por ahí contando historias sobre nosotros, pero paradójicamente, Ashley tenía miedo de que nosotros hiciéramos correr rumores sobre ella.

—¿Te quedaste? —me preguntó en un susurro cuando nos encontramos junto a nuestras taquillas, en el pasillo. Miró en derredor para asegurarse de que nadie pudiera oír nuestra conversación.

—Sí —respondí.

—¿Y lo hiciste? —inquirió rápidamente.

—Claro —dije al tiempo que cerraba de un golpe la taquilla y me dirigía a mi aula.

Ella me siguió como si fuese un cachorrillo tironeado de una correa invisible.

—¿Qué pasó? —preguntó intrigada.

Me detuve y giré bruscamente hacia ella.

—Si tanto te interesa saberlo, ¿por qué no te quedaste?

—No podía —me dijo con una expresión tan compungida que parecía a punto de echarse a llorar.

—¿Se lo has contado a alguien? ¿A Helga, por ejemplo?

Ella sacudió la cabeza enérgicamente.

—Bien —dije, y eché a andar.

Ella siguió caminando junto a mí, paso a paso, hasta que entramos en el aula y vio a Bernie. Entonces agachó la cabeza y se dirigió a su asiento.

Bernie miró a Ashley y después a mí, arqueando las cejas con gesto interrogativo. Le indiqué por señas que todo iba bien, y él dejó escapar un suspiro de alivio. No me habló hasta que nos dirigíamos a la primera clase. Cuando él se acercó, Ashley se apartó.

—Hoy no puedo quedar contigo para comer —me dijo—. Le prometí al señor Friedman que le ayudaría a preparar el instrumental de laboratorio para la clase.

—No pasa nada —respondí rápidamente.

—¿Todo va bien?

—Sí —contesté.

—Entonces, ¿vendrás a mi casa esta noche a la misma hora?

Me detuve, y él me miró a los ojos con ansiedad, aguardando mi respuesta.

—Seguiremos con las siguientes fases del gráfico —me dijo.

—Ahí estaré —afirmé, y entramos en clase.

A la hora del almuerzo, Ashley se moría de impaciencia por enterarse de lo ocurrido el día anterior.

—¿Vas a contarme lo que pasó? —me preguntó en cuanto dejó la bandeja sobre la mesa y tomó asiento a mi lado.

—Sólo nos besamos dos veces —comenté, procurando que mi tono de voz fuese lo más frío y desenfadado posible.

—¿Sólo dos? ¿Por qué sólo dos?

—Es difícil explicárselo a alguien que no estaba allí —le dije—, pero todo fue muy científico. No pasó nada malo.

La verdad es que Ashley parecía decepcionada.

—¿Te gustó besarlo?

—No. Bueno, sí. Quiero decir... Oye, no puedo hablar de esto así —dije con brusquedad—. Hace que parezca algo sucio.

Ella asintió con un ademán de cabeza, dando a entender que se hacía cargo.

—No estoy intentando sonsacarte para burlarme de ti, Crystal. Para ti y Bernie es distinto —musitó con tristeza—. Los dos sois tan listos... Yo me sentía fuera de lugar con vosotros, y estaba asustada. Si alguna vez quieres contarme algo, te prometo que te escucharé y que no diré ni palabra a nadie.

Comprendí que aunque Ashley no pudiera participar en nuestros experimentos, quería sentir que era especial, que de algún modo la incluíamos y confiábamos en ella hasta el punto de contarle cosas confidenciales. Ashley todavía es una chiquilla, me dije. Para ella todo esto es un juego, como cuando los críos dicen: «Tú enséñame la tuya, y yo te enseñaré la mía.» No obstante, si le daba de lado a Ashley, podría sentirse despechada e irse de la lengua.

—De acuerdo —le dije—. Te contaré cosas cuando haya algo que contar, cuando tengamos conclusiones reales, científicas.

Ella sonrió.

—¿Puedes venir a mi casa el viernes por la noche para cenar conmigo y con mi madre? —me preguntó—. Mi padre todavía está de viaje de negocios —añadió antes de que pudiera preguntarle nada. Por el modo en que lo dijo, comprendí que él pasaba casi tanto tiempo de viaje como en casa—. A lo mejor podrías echarme una mano con las matemáticas y ayudarme a preparar el examen que tenemos la semana que viene.

—Le pediré permiso a mis padres —le prometí, y ella esbozó una sonrisa radiante.

Me di cuenta de que Ashley no gozaba de muchas simpatías entre sus compañeras y que rara vez la invitaban a salir con ellas. Las demás chicas la trataban como si fuese inferior a ellas, la marginaban por su corta estatura y por su timidez. A pesar de lo ocurrido en casa de Bernie, yo me estaba convirtiendo rápidamente en su mejor amiga. Ella me admiraba y le gustaba el hecho de que aunque las demás chicas no se mostraban precisamente simpáticas conmigo, tampoco ardían en deseos de enfrentarse abiertamente a mí. Quizá los años en el orfanato me habían curtido. Desde luego, no me daban ningún miedo las chicas como Helga, criticonas que chismorreaban sobre ti en los lavabos pero que se callaban en cuanto te encontrabas cara a cara con ellas. Tenían un montón de ideas equivocadas sobre los huérfanos. Si querían creer que yo era capaz de sacarles los ojos, allá ellas, pensé. Hacía ya mucho tiempo, había aprendido que si no lograba caerles bien a un chico o a una chica siendo tal como era, era preferible que me temieran. Al menos así no corría peligro.

Conforme se acercaba a su fin el día en la escuela, sentía crecer en mí el nerviosismo igual que los truenos lejanos que se aproximan por el horizonte. De vez en cuando, una pequeña sacudida electrizante me estremecía el corazón. Tenía un nudo en el estómago y apenas pude probar bocado a la hora del almuerzo. ¿Hasta dónde nos atreveríamos a llegar Bernie y yo en el experimento?

Ya a solas en mi dormitorio, cuando contemplé los gráficos, los folios parecían abrasarme las manos. Sentí el calor recorriendo mis brazos y envolver a oleadas mi corazón.

Al contemplar fijamente mi rostro reflejado en el espejo, vi lo arreboladas que estaban mis mejillas y la mirada tan intensa que iluminaba mis ojos. ¿Le bastaría a Karl mirarme para darse cuenta de lo que me sucedía? ¿Se percataría Thelma, cuya dosis diaria de pasión con los culebrones empacharían a la mismísima Venus?

—¿Te encuentras bien, Crystal? —me preguntó Karl mientras cenábamos.

Thelma levantó los ojos para observarme con inquietud.

—Sí —le dije—. Es que estoy un poco preocupada por mi primer examen de matemáticas.

—¡Bah! —dijo Thelma, riéndose—. Seguro que sacarás un diez. ¿Verdad, Karl?

—Lo hará estupendamente —convino él—. Ponerse nervioso por los exámenes está bien, siempre y cuando no afecte tu rendimiento. Los estudiantes que no se preocupan por sus exámenes son a los que peor les va. Eres una chica verdaderamente responsable y autodisciplinada, Crystal. Estamos muy orgullosos de ti, ¿no es cierto, Thelma?

—¿Cómo? Ah, sí, y tanto, cariño. Los demás padres sentirán envidia de nosotros —añadió ella alegremente—. Una de las primeras cosas que Karl tuvo en cuenta fueron tus buenas notas escolares, ¿verdad, Karl?

—En efecto —reconoció él.

Me quedé mirando a ambos, pensativa. Si yo hubiera tenido aprobados en lugar de sobresalientes, no me habrían adoptado. De algún modo, no parecía justo concederle tanta importancia a las calificaciones obtenidas en los exámenes, y mucho menos si de ello dependía que te decidieras a adoptar a alguien que sería tu hija. Si mis notas empeoraban, ¿me llevarían de vuelta al orfanato?

—Ashley Raymond me ha invitado a cenar en su casa con ella y su madre este viernes —les dije—. ¿Puedo ir?

—Pues mira, nos viene de maravilla —repuso Karl— porque no creo que nos dé tiempo a estar de vuelta para la hora de cenar. Precisamente pensaba decirle a Thelma que te dejara algo preparado de cena para que te lo calentaras.

—¿Cómo que no nos dará tiempo a estar de vuelta? ¿Adónde vamos a ir, Karl? —dijo Thelma en tono de perplejidad.

—¿No te acuerdas, Thelma? —le preguntó con suavidad—. Tenemos una cita con los médicos y el director de la residencia de ancianos para hablar del tema de tu padre. Habrá que trasladarlo a otro centro donde se le puedan prestar cuidados médicos las veinticuatro horas del día.

—No soporto tener que hacer ese tipo de cosas —murmuró ella—. ¿No podríamos hablar con ellos por teléfono?

—No, cariño. Hay que firmar algunos papeles. No nos llevará mucho tiempo. —Karl me dirigió una sonrisa—. A Thelma no le gusta recordar cosas tristes. Con lo que se tarda en ir a la residencia y volver, no quería que nos esperaras para cenar, Crystal.

—¿Y si se viniera con nosotros, Karl?

—Acaba de decimos que Ashley la ha invitado a cenar, Thelma. Deja que se relacione con otros chicos de su edad —repuso Karl—. Tú quieres que tenga amigos, ¿verdad?

—Sí —respondió débilmente.

Desde la muerte de su madre, Thelma parecía incluso más retraída y asustada de la vida real. Pensé que si pudiera deslizarse dentro del televisor o de un libro y recluirse ahí, lo haría.

—Bueno, pues entonces ya está decidido —dijo Karl.

Thelma siguió comiendo y de pronto se detuvo.

—¿Sabes qué ponen en la tele esta noche, Crystal? Teatro de amor. Estrenan la serie hoy —afirmó.

—Voy a estudiar para el examen de matemáticas con Bernie Felder —le dije. No era del todo mentira. Esperaba que Bernie y yo también hiciéramos algo de eso.

—Vaya. Bueno —musitó, pensativa—, quizá lo grabe para que puedas verlo conmigo este fin de semana, ¿qué te parece?

—Me encantaría —contesté, y pareció satisfecha.

Karl me observó fijamente con expresión preocupada. Rehuí su mirada y acabé de cenar. Después de ayudar a Thelma a recoger, fui a mi habitación, cogí mis libros y metí los gráficos entre la libreta de apuntes. Thelma ya estaba enfrascada viendo la televisión. Karl se había instalado cómodamente en su sillón y leía el Wall Street Journal.

—No vuelvas muy tarde —me dijo cuando me dirigí a la puerta de la calle.

—De acuerdo —repuse. Respiré hondo y salí.

El cielo nocturno estaba despejado, cuajado de estrellas que se me antojaron más grandes y luminosas. En la calle, sumida en silencio, las sombras parecían más profundas y alargadas. Los latidos de mi corazón me resonaban en los oídos con tanta fuerza que no oía el rumor de los coches al pasar. Cuando me detuve ante la puerta de la casa de Bernie, tuve la sensación de haber llegado hasta allí flotando. Pulsé el timbre con mano temblorosa. Oí cómo sonaba en el interior y al cabo de un momento, Bernie abrió la puerta.

—Hola —me dijo.

—Hola —respondí al tiempo que entraba. Pensé que quizá también me encontraría con su madre pero, como de costumbre, la casa estaba en silencio.

—No hay nadie en casa —me explicó Bernie a toda prisa, y a continuación esbozó una sonrisa de complicidad—. No te preocupes, nadie nos interrumpirá.

—He pensado que también podríamos estudiar un rato para el examen de matemáticas —le dije.

—Claro, pero será fácil. Los primeros exámenes del señor Albert siempre están tirados. Le gusta que sus alumnos se confíen y tengan la sensación de que el resto les irá bien. ¡Ilusos! —bromeó mientras íbamos a su habitación. En cuanto entramos, cerró la puerta y se volvió hacia mí—. ¿Has traído los gráficos?

—Sí —repuse, sacándolos de la libreta y entregándoselos.

Los contempló unos instantes, como si hubiera olvidado lo que había escrito.

—Bien —afirmó, y entonces me miró a los ojos—. ¿Estás lista? —preguntó.

Yo titubeé, y él pareció inquietarse.

—Sigues queriendo continuar con el experimento, ¿verdad?

—Sí, claro que quiero.

Sentí el impulso de decirle lo mucho que había pensado en nuestros besos, pero tuve miedo de que no quisiera seguir adelante si creía que yo no me tomaba en serio el experimento. No podía evitar desear que nuestro experimento fuese, también para Bernie, algo más que una mera prueba científica.

Bernie comenzó a besarme con suavidad, al igual que la primera vez, pero pronto se volvió más insistente, obligándome a besarle más intensa y prolongadamente. Ese tipo de besos me producía un nerviosismo que iba en aumento, pero sin la sensación agradable y mágica de la ocasión anterior. Conforme Bernie presionaba sus labios contra los míos y después apretaba su cuerpo contra el mío, no pude evitar tener la impresión de que él quería hacer algo más que simplemente besarme.

Lo aparté de un empujón y di un paso atrás.

—Para, Bernie. Tenemos que ir parando para anotar nuestras reacciones —dije, esperando aparentar tranquilidad, aunque el corazón me latía tan de prisa que parecía a punto de estallarme en el pecho.

—Oh, venga ya, Crystal. ¡Precisamente ahora que empezaba a ponerse interesante! —Se acercó a mí y extendió las manos para ponérmelas en los hombros.

—No, Bernie. No me siento cómoda haciendo esto. —Di media vuelta y fui hasta la mesa. Cogí bruscamente mi gráfico y comencé a anotar mis impresiones, pero el pulso me temblaba tanto que sólo me salían garabatos.

—No lo entiendo, Crystal. ¿He hecho algo mal? ¿Es que no quieres seguir con el experimento? —Bernie parecía dolido, y aunque yo sabía que debíamos detenemos, no quería que pensara que él no me gustaba.

—No, Bernie, nada de eso. Lo que pasa es que... empiezo a sentir que esto es algo más que un experimento... y creo que no estoy preparada. —Esperaba que valorara mi sinceridad.

—Vaya, estupendo, Crystal. Supongo que en el fondo eres igualita que Ashley... ¡estás demasiado asustada para hacer esto y comportarte como una adulta, aunque sea en el nombre de la ciencia! —Se acercó a zancadas a la puerta del dormitorio—. Me parece increíble que actúes como si estuviéramos haciendo algo... algo malo o... guarradas. Está claro que eres muchísimo más cría de lo que pensaba. Creo que será mejor que te vayas, Crystal. Y no te molestes en volver.

Mientras salía corriendo de casa de Bernie, con las lágrimas resbalándome por las mejillas, no pude evitar tener la sensación de haberme equivocado al poner fin a nuestro experimento. Deseaba poder regresar. Bernie era mi amigo. No quería que él tuviera la impresión de que habíamos estado haciendo algo malo. De hecho, empezaba a pensar que había algo especial entre nosotros, que lo que hacíamos significaba algo. Y esperaba que Bernie también lo pensara. Pero ya nunca podría averiguar qué sentía él realmente por mí; si pensaba en mí cuando nos besábamos... o si en realidad sólo pensaba en gráficos y puntuaciones.

Quizá Thelma tenía razón... era mucho más fácil implicarse en la vida ajena de un personaje de la televisión que hacerlo en tu propia vida real.

Cuando llegué a casa, me senté afuera en una hamaca de loneta para recuperar el aliento. No quería entrar en ese estado. Además, a Karl y a Thelma les extrañaría que volviera a casa tan pronto. Antes de Bernie, jamás ningún chico había intentado siquiera besarme, pensé.

La brisa nocturna me hizo estremecer de frío. Me rodeé el cuerpo con los brazos y me balanceé hacia delante y hacia atrás. No lograba desprenderme de la desazón que me embargaba.

¡Qué difícil era conseguir que alguien te quisiera de un modo que te hiciera feliz, reflexioné, pero qué desesperadamente lo anhelábamos y necesitábamos! De repente, Thelma no me pareció tan ligera de cascos y abstraída como pensaba hasta entonces. Lo único que ella deseaba era que la quisieran tanto como a los personajes de sus culebrones.

Karl y Thelma levantaron la mirada cuando entré.

—¿Cómo es que has vuelto tan pronto? —me preguntó Karl.

—No había gran cosa que estudiar —repuse, contemplando el televisor—, así que he decidido volver a casa y ver la teleserie con mamá.

—¿En serio? —exclamó ella.

Karl entornó los ojos y me observó con una expresión de inquieto recelo.

—¿Todo va bien? —me preguntó.

—Sí.

—¿Por qué no habría de ir todo bien? —replicó Thelma—. Ha venido a casa para ver el programa conmigo. Nada más.

Estaba pletórica de alegría. Sus ojos brillaban de felicidad.

—Así es —afirmé.

—Llegas justo a tiempo —dijo ella, y me hizo sitio para que me sentara a su lado.

 

 

Ir a la siguiente página

Report Page