Crystal

Crystal


Capítulo 1

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Capítulo 1

 

Denver, Colorado

La noche en que mi vida cambió para siempre comenzó con un postre realmente increíble,

cheesecake de frambuesa con salsa de chocolate amargo. Mi hermana y yo acabábamos de viajar de Italia a Estados Unidos y estábamos luchando contra un desagradable

jetlag, de esos que se te cierran los párpados y la cabeza te pesa tanto que amenaza con caerse sobre tu pecho. La experiencia nos decía que debíamos tratar de mantenernos despiertas hasta un horario razonable o nuestro reloj corporal quedaría siempre fuera de hora. Por eso habíamos salido a cenar en vez de arrojarnos en la cama como yo hubiera preferido. Y si íbamos a sacrificar el sueño por una buena causa, al menos merecíamos una dulce y deliciosa recompensa. Y no me había decepcionado.

Sin apetito, Diamond dedicó la última parte de la comida a diseccionar cuidadosamente su porción de pastel con bocados minúsculos. Yo ya había terminado la mía.

–¿Has pensado qué harás mañana mientras yo esté en el congreso? –preguntó Diamond–. Podrías sentarte al fondo pero dudo que el tema: “El Delito Savant: ¿Cómo lidiar con los infractores?” constituya la experiencia más fascinante de tu vida.

Me conocía tan bien. No deseaba escuchar a unas cuantas personas dotadas de una asombrosa percepción extrasensorial contando cuán maravillosas eran resolviendo los problemas del mundo. De solo pensarlo, ya empezaba a bostezar, de modo que tener que asistir a conferencias sobre temas que prácticamente desconocía podría dejarme en estado de coma.

–Me parece que no voy a ir.

–No creo que a ellos les importe –Diamond se había percatado de mis bostezos pero ocultó los suyos tras la servilleta.

–¿Quiénes son “ellos”?

–Ya te lo dije.

¿Realmente iba a dejar la mitad del postre? La observé especulativamente mientras jugueteaba con el tenedor.

–¿En serio? Lo siento, no debo haberte prestado atención. Ya me conoces, solo vine para hacerte compañía.

Diamond suspiró. Ya había renunciado a lograr que me concentrara en las cuestiones que ella pensaba que yo debía saber, reconociendo que poseía una cierta terquedad que implicaba que solo escuchaba cuando me venía bien. Soy una hermana menor problemática.

–Entonces te lo repetiré ya que es muy probable que te encuentres con algunas de esas personas en los eventos sociales –como siempre, su voz era infinitamente paciente conmigo–. El congreso fue organizado por los Benedict, una de las familias de savants más influyentes de Norteamérica. Varios de sus miembros pertenecen a la policía.

–¿Y esta influyente familia le rogó a la mediadora internacional Diamond Brook que fuera su oradora estrella? –desplegué una gran sonrisa–. Tienen suerte de que hayas aceptado.

–Cállate, Crystal, las cosas no son así –Diamond se mostró dulcemente apabullada ante mi mención de su excelencia–. En la Red Savant no hay estrellas, trabajamos en equipo.

Sí, claro. Olviden lo que dijo. Todos sabíamos que ella era especial… a diferencia de mí. En estas excursiones, yo me limitaba a transportar su equipaje. En la gira de Diamond, yo era su asistente.

–No sé qué haré. Tal vez vaya de compras –raspé los restos de salsa de chocolate del plato haciendo dibujos artísticos con el tenedor–. Necesito jeans nuevos y Denver parece ser un buen lugar para buscar ofertas, más barato que allá. Al menos soy buena para comprar.

Mis planes frívolos provocaron, en el rostro de Diamond, esa famosa expresión en la cual sus ojos oscuros y profundos rebosaban preocupación. Ahora venía la charla de aliento fraternal. A pesar de que estábamos tan cansadas que nos caíamos de nuestros asientos, no pudo resistirse.

–Crystal, pensé que podrías, no sé, tomarte los próximos días para meditar seriamente sobre tu futuro. Podrías volver a rendir los exámenes. Te conseguí una pila de folletos de universidades. Los tengo en el portafolio que está en el hotel.

Me encogí de hombros. No quería hablar de ese tema, no mientras estuviera disfrutando del persistente sabor a chocolate.

–O, si no quieres hacer eso, entonces deberíamos considerar que aprendieras algún oficio. Siempre te gustaron la moda y el diseño. Podríamos preguntarle a la

signora Carriera si necesita ayuda para el Carnaval. Sería una gran experiencia aprender a confeccionar diferentes tipos de trajes en poco tiempo. Me consta que ahora ella tiene mucho trabajo porque también está haciendo parte del vestuario para una importante película de Hollywood que se filmará en Venecia el mes que viene.

Eso realmente sonaba interesante pero el alegre camarero ya regresaba con aire histriónico para llenar nuevamente nuestras tazas de café. Tal vez, como yo, estaba “descansando” hasta conseguir un buen trabajo. Aunque, para ser sincera, a los diecinueve años yo ni siquiera tenía una carrera.

–Señoras, ¿cómo estuvo la cena? –preguntó con los ojos posados en mi hermana esperando una miga de alabanza. Como sucedía con la mayoría de los poseedores del cromosoma Y, ya se había enamorado de Diamond.

–Todo estuvo maravilloso, gracias –le regaló al camarero una de sus más cálidas sonrisas mientras su corta melena se balanceaba levemente. Mi hermana tiene los rasgos y el pelo oscuro y brillante de una Cleopatra al estilo de Elizabeth Taylor. En el caso de Diamond, el parecido con la reina es genuino, ya que nuestra madre es egipcia. Papá había sido un diplomático británico que se enamoró de mamá cuando lo mandaron a El Cairo y se la llevó como su novia. Somos una familia verdaderamente internacional: Diamond y yo ahora vivimos en Venecia, prácticamente a mitad de camino entre nuestras raíces, en el boscoso sur de Inglaterra y las orillas polvorientas del Nilo. Yo no sentía una fuerte identidad nacional. Italia no era mi país de origen sino de adopción. Quizá la sensación de desarraigo constituía un aspecto más de la insatisfacción conmigo misma.

Pura amabilidad, el camarero finalmente recordó preguntar mi opinión.

–¿Y cómo estuvo el postre?

–Genial –sonreí pero su atención ya había regresado a mi hermana. Se retiró satisfecho sin dejar de mirar a Diamond y olvidándose de mí. No podía culparlo, yo había heredado la llamativa apariencia faraónica, la nariz fuerte y las cejas gruesas pero nada de la belleza, ya que, en mi caso, los rasgos culminaban en una melena de leona que provenía del lado paterno. Los savants suelen tener herencias complicadas y nuestra familia no era una excepción. Mi padre había tenido una madre veneciana con el cabello propio de algunas zonas del norte de Italia: una madeja de rizos que incluían todas las tonalidades desde castaño apagado hasta rubio ceniza. Ese tipo de pelo se podía ver en las pinturas de los grandes maestros pero el mío no es suave y ondeado como el de una Madonna sino una melena que parece un mar agitado y erizado. Al lado de mi hermana, siempre me sentí como la leona sarnosa junto a la gatita elegante y exquisita.

El

Hard Rock Café es un restaurante que atrae muchos turistas y se estaba llenando de estudiantes y viajeros. El nivel de sonido aumentaba y nuestro camarero deambulaba por el local tomando numerosos pedidos. Me descubrí observando atentamente una vitrina que decía contener una genuina chaqueta de corte militar de Michael Jackson y disfruté de la extraña ilusión óptica por la cual, al verme reflejada en el vidrio, mi cabeza parecía brotar del cuello. Bostecé otra vez. ¿De qué hablábamos? Ah, sí.

–¿Realmente quieres que trabaje para la

signora Carriera? Será trabajo de esclavo –conocía muy bien a la diseñadora que vivía debajo de nuestro apartamento en Venecia, ya que le paseaba con frecuencia a su perro cuando ella estaba ocupada. Como vecina, era muy agradable pero como jefa, sería muy exigente. De solo pensar en el tiempo que me demandaría, me estremecí.

Diamond colocó el plato de postre a un costado.

–Odio ver la forma en que desperdicias tu vida.

–Yo también odio los desperdicios. Pásame eso. Esta

cheesecake es alucinante.

–¿Qué haces? –mi hermana suspiró mientras reprimía el comentario usual. Dado que yo medía casi un metro ochenta, tenía que cuidar mi peso. No era gorda pero ¿cómo decirlo? Ah, sí: comparada con el resto de mis hermanas, que habían sido bendecidas con tallas normales, yo parecía una amazona. ¿A quién tenía que impresionar? Los chicos no me invitaban a salir, pues era más alta que todos y temían que se burlaran de ellos. “Jirafa” era el apodo más agradable que había tenido que soportar en el internado de Inglaterra al que había asistido.

–Crystal, no pienses que no te comprendo. Fue muy duro perder a papá durante el año de exámenes para entrar a la universidad –continuó Diamond con calma.

Comí otro bocado mientras resistía la puntada de dolor que me provocaron sus palabras.

“Duro” no podía describir ni mínimamente el descalabro emocional que había experimentado. Dentro de la familia, papá había sido mi único admirador, siempre de mi lado cuando me comparaban desfavorablemente con mis seis hermanos mayores. Mi altura le parecía graciosa y, cada vez que podía, se refería a mí como su “pequeñita” a pesar de que, cuando nos colocábamos uno al lado del otro, yo podía ver la calva rodeada de rulos arriba de su cabeza. No resultó extraño que me hubiera ido espantosamente mal en los exámenes. Al morir, papá se había llevado con él la mejor parte de mí.

En un intento de consolarme, Diamond me acarició levemente la parte interna de la muñeca, pero el gesto no bastó para mitigar la pena.

–Mamá me pidió que te cuidara. A ella no le parecería bien que perdieras el tiempo de esta manera, sin tener ningún objetivo. Querría verte dedicada a algo que realmente te gustara hacer.

–Buen intento, Diamond. Las dos sabemos que mamá siempre estuvo demasiado ocupada criándolos a ustedes como para preocuparse demasiado por mí –yo había nacido diez años después que Diamond que, en ese momento, era la menor de los seis hermanos. Resulté una sorpresa para todos y especialmente para mi madre, que consideraba que ya habían pasado sus años de criar hijos–. Mamá está feliz de ser abuela. ¿Cuántos nietos tiene ya?

–Doce en total: los seis de Topaz, dos de Steel, uno de Silver y tres de Opal.

–Me alegra que lleves la cuenta. Yo soy una tía horrible. Con doce hermosos nietitos a quienes malcriar sin ninguna responsabilidad, es difícil que mamá arme mucho revuelo por mí.

Siempre conciliadora tanto dentro de la familia como hacia los demás, Diamond negó con la cabeza. Hizo ese pequeño gesto con el dedo en forma de círculo que provocó que el camarero saliera raudo a buscar la cuenta.

–Mamá se preocupa por ti pero últimamente no anda bien de salud, desde lo de papá.

–¿De modo que esa es la razón por la cual se mudó a ese apartamentito cerca de Topaz que no tiene más que un dormitorio para ella? –pregunté.

Escucha lo que estás diciendo,

Crystal. Mi comentario sonó cargado de amargura. Eso tenía que terminarse de una vez. Diamond no era culpable de mis problemas. Con la muerte de papá, mamá no había perdido solamente a su esposo sino también a su alma gemela, que es la forma en que nosotros, los savants, denominamos a nuestras parejas. Al no tener una, no podía comprender lo que era eso con exactitud, pero sabía teóricamente que, para un savant, era algo similar a la muerte. Cuando papá murió, el dolor de mamá ocupó el lugar más importante y Diamond fue la única que me ofreció su ayuda cuando tuve que abandonar la escuela con una montaña de insuficientes y sin futuro–. Lo siento, estoy cansada. Tienes razón, voy a pensar en tu sugerencia sobre los disfraces para el carnaval. No creo que pueda soportar la idea de volver a rendir los exámenes.

–Muy bien. Tienes tanto potencial… solo quiero que encuentres la forma de orientar tu talento –Diamond me brindó su sonrisa especial. Tenía un don increíble para confortar a las almas afligidas y me sentí un poco mejor gracias al contacto de su poder consolador. Dentro de la comunidad savant, su habilidad era muy requerida y muchas veces la convocaban para mediar entre facciones enfrentadas. Los savants nacemos con algo adicional, puede ser un don para predecir el futuro, mover objetos con la mente o hablar por telepatía. Sin embargo, ese poder puede producir disputas cuando hay demasiadas personas con diferentes talentos conviviendo, como un grupo de divas en el teatro de ópera La Fenice, todas compitiendo por ser el centro de atención. Diamond tenía el mejor don de la familia. Era genial observarla convertir a un litigante agresivo como un perro guardián en un cariñoso cachorrito. Todos mis hermanos tenían algún tipo de don, excepto yo.

Soy el equivalente de lo que en el mundo de Harry Potter se denomina

squib, un petardo mojado. Como séptimo hijo, toda la familia había esperado que llegara con la caja completa de fuegos artificiales. Por el contrario, apareció una niña que solo podía decirte dónde habías dejado las llaves. Sí, exactamente. Soy el equivalente al llavero con control remoto que emite un silbido. Veo las cosas que están unidas a una persona como si fuera chatarra espacial girando alrededor de la Tierra y, si es necesario, puedo darle una orientación general para que encuentre algo que perdió. No puedo hablar por telepatía porque, cuando me conecto con otros savants, es como si volara directamente dentro de la nube de satélites extintos y quedara fuera de órbita de un golpe. Por lo tanto, soy prácticamente inútil. Mi don no es más que un truco de magia y ayuda para distraídos. Aun así, mi familia lo utiliza con mucha frecuencia.

Ayer, por ejemplo. Topaz me llamó cuando nos encontrábamos en el aeropuerto pero no fue para charlar conmigo.

–Crystal, Felicity se olvidó el abrigo dentro de la escuela. ¿Serías tan amorosa de decirme dónde está? –mi hermana Topaz era la madre de la niña más olvidadiza del mundo.

Dentro de una distancia razonable –en ese caso dieciséis kilómetros, ya que estábamos haciendo escala en Heatrow–, mi don todavía funciona. Cerré los ojos y busqué entre las cosas que giraban dentro de la mente de Felicity y…

–Se cayó detrás de la mesa de la sala de pintura.

–¿Cómo rayos llegó hasta allí? No importa. Gracias, cariño. Nos vemos.

Esa es la clase de conversación que mantengo todo el tiempo con mis hermanos. Soy una especie de asistente a la que todos recurren para que solucione los problemas cotidianos de la familia.

Mi don es más una molestia que una bendición. Eso es especialmente irritante porque, ser un savant, ya es de por sí un arma de doble filo. Todos estamos destinados a encontrar el amor que nos complete pero solamente con nuestro complemento savant o alma gemela, como lo hicieron mis padres. Ellos fueron increíblemente afortunados al encontrarse ya que nuestra alma gemela es concebida en algún lugar del mundo al mismo tiempo que su complemento. Nuestras vidas son una búsqueda de esa otra persona pero las posibilidades de encontrarla son muy bajas dado que podría pertenecer a cualquier raza o país. O sea que nuestra pareja podría morirse y dejarnos destrozados como quedó mi madre cuando papá murió, o podría estar casada cuando uno finalmente la conociera. Yo escuché historias de almas gemelas que recién se encontraron cuando ya eran muy viejas. Hasta es probable que no hablen el mismo idioma. Mis hermanos han vivido experiencias distintas. Steel tuvo suerte, encontró a su pareja, una japonesa, a los veinticinco años a través de una agencia de citas especializada en savants. Su hermana melliza, Silver, no esperó, se casó y ya había tenido que pasar por un difícil divorcio. Topaz era feliz con su esposo, que es un gran tipo, aunque todos sabíamos que no era su complemento. Opal había hallado a su alma gemela en Johannesburgo y ahora vivía allí. Peter, el menor de los dos hermanos, estaba en la misma situación que Diamond y que yo, continuaba esperando.

Yo no tenía demasiadas esperanzas. Si mi complemento existía, sería increíblemente dotado para compensar mis deficiencias, lo cual me condenaría a llevar una vida bajo su sombra o tendría poderes inútiles como los míos y seríamos tan débiles que ni siquiera podríamos conectarnos mutuamente. Yo no era capaz de usar la telepatía sin recibir terribles efectos secundarios y, sin el encuentro de las dos mentes, no se puede saber si son almas gemelas. A veces, odio ser como soy. Consciente de mis defectos, prefería evitar la compañía de otros savants. Por lo tanto, dedicarme a la costura tal vez no sería una mala idea.

Diamond pagó la cuenta y juntamos nuestras pertenencias para marcharnos. Como la ciudad de Denver se halla a mil seiscientos metros de altura, las noches de otoño son frías y nos tomó un rato colocarnos abrigos, guantes y bufandas. Al encontrarnos en una ciudad desconocida, cuando salimos a la calle, nos sentimos momentáneamente desorientadas.

–Aquí el aire es tan fino –Diamond alzó la vista entre los rascacielos para echar un vistazo al cielo estrellado–. En Venecia, siempre puedes decir a qué huele el aire.

–Sí, porque vivir al nivel del mar significa que siempre hay humedad u olor a desagüe. Si nos quedamos más tiempo allí, creo que desarrollaremos branquias y patas palmeadas –enlacé mi brazo con el suyo y la conduje hacia el hotel. Se encontraba a pocas cuadras de distancia y yo podía orientarme guiándome por el sitio donde se hallaba mi maleta. Acostumbradas a las calles con ornamentaciones extravagantes y en estado de deterioro, resultaba muy extraño caminar entre los desfiladeros formados por los gigantescos edificios cubiertos de vidrio.

Confiando en mi instinto de paloma mensajera, Diamond se dejó guiar por mí sin decir una palabra.

–¿Y cómo sabes que ya no tengo membranas entre los dedos? He vivido en el apartamento de abuela más tiempo que tú.

–Juraría que la

nonna las tenía –declaré riendo entre dientes–. Como una auténtica veneciana, debió haber sido mitad sirena.

–Nada más lejos del mar que Denver –exhausta y algo borracha, Diamond dio una voltereta en el lugar–. Es raro pero me siento como en mi casa, como si una parte de mí siempre hubiera deseado venir aquí.

–¡Diamond! –mi sistema de alarma sonó un segundo tarde. Desde un callejón oscuro, tres hombres brotaron de un hueco entre dos tiendas con las celosías cerradas y nos cortaron el paso. Tuve una imagen fugaz de capuchas negras, rostros ocultos detrás de pañuelos y cuchillos. Villanos oscuros y anónimos. Uno de ellos tomó la correa del bolso que Diamond llevaba colgado del hombro y la cortó. Irreflexivamente, mi hermana lo aferró y el ladrón la hizo girar de un fuerte tirón. Cuando fui a ayudarla, los otros dos me empujaron y aterrizamos en la alcantarilla mientras forcejeaban con mi mochila. Uno me dio un codazo en el estómago al levantarse y el otro me golpeó la cabeza contra el borde de la acera.

A partir de ese momento, todo fue una gran nebulosa. Pisadas fuertes y un ruido que sonó como el rugido de una bestia enfurecida.

–¡Policía! –el clic del cargador de una pistola encajándose en su lugar–. ¡Apártense de ella!

Maldiciones y a continuación la retirada veloz de tres pares de zapatos livianos. Quedé acostada incómodamente de espaldas con la mitad del cuerpo en la calle y la otra mitad sobre la acera mientras las estrellas giraban sobre mi cabeza.

El hombre que había venido en nuestra ayuda se precipitó junto a Diamond, que se hallaba sentada en el suelo con el bolso apretado contra el estómago. Con la cabeza palpitando, me senté en el borde de la acera antes de que pasara el siguiente automóvil y me atropellara.

–Señora, ¿se encuentra bien? –nuestro salvador se arrodilló al lado de mi hermana.

–Sí, gracias. Solo un poco conmocionada –los ojos de Diamond estaban llenos de lágrimas y su cuerpo temblaba, lo cual disparó de inmediato el instinto protector de nuestro hombre.

Se estiró para ayudarla a levantarse. No creo que hubiera llegado a notar mi presencia ya que yo me encontraba en las sombras mientras que mi hermana se hallaba bajo la luz del farol de la calle. Cuando sus manos se tocaron, ambos se pusieron de pie con un grito ahogado.

–¡Dios mío, eres tú! ¡Puedo escucharte dentro de la mente! –Diamond alzó los ojos hacia su salvador como si estuviera viendo a Dios. Al sumergirme brevemente en mi visión savant, pude observar que todo el remolino de chatarra espacial de ella giraba ahora alrededor de él, como un imán atrayendo limaduras de hierro.

–Sí, soy yo –respondió y, sin intercambiar una palabra más, la tomó en sus brazos y la besó.

Guau. No sabía si aplaudir o echarme a reír. Era como estar mirando una típica película romántica de amor a primera vista y abrazo espontáneo como esa famosa fotografía del marinero besando a la enfermera en Times Square el día de la victoria sobre Japón.

¿Sentía envidia por ella? Por supuesto que sí.

Finalmente, se separaron.

–¿Quién eres? –por fin mi hermana tuvo el tino de recordar que ni siquiera se habían presentado.

–Trace Benedict. ¿Y tú?

–Diamond Brook.

Tomó su rostro entre las manos como si estuviera sosteniendo el objeto más valioso del mundo.

–Conozco ese nombre. Viniste al congreso. Diamond, encantado de conocerte.

–Y a ti también, Trace Benedict –sus ojos se deslizaron hacia la boca de su salvador.

Otra vez no, por favor.

Volvió a inclinarse sobre ella y, esta vez, le dio un beso dulce y tierno. Un saludo de bienvenida a su alma gemela. No me atreví a moverme. No era tan egoísta como para arruinarles el mejor momento de sus vidas quejándome de que tenía una leve conmoción cerebral y estaba toda manchada con sustancias innombrables provenientes de la alcantarilla. Con un movimiento del dedo, me quité un envoltorio de

McDonald’s de la pierna. Puaj. Diamond se acordaría de mí… tarde o temprano.

–No puedo creer que hayas llegado a mi vida de esta manera. Esperé tanto tiempo –Trace deslizó el dedo por su mejilla y le acarició el borde de su hermosa boca–. Debo admitir que, cuando te vi en la lista de invitados y noté que tenías mi edad, alenté algo de esperanza…

–Cada vez que conocemos a otro savant que podría ser nuestra alma gemela, siempre sentimos esperanza, ¿no es cierto? –Diamond le sonrió con timidez.

–Me han presentado tantas mujeres posibles con la fecha de nacimiento correcta… Gracias a Dios que tú resultaste ser mi pareja.

Suspiré mientras me frotaba las sienes doloridas. Lamenté que su libreto no fuera muy original pero no podía culparlos por mi dolor de cabeza.

–Cuando acepté la invitación para venir aquí, lo último que esperaba era encontrar a mi alma gemela –mi hermana sonaba dulce, feliz y tímida al mismo tiempo.

Él se inclinó para recoger el bolso de Diamond y se lo alcanzó.

–Tú eres la mediadora, ¿verdad?

–Sí. Tengo una pequeña consultora en Venecia.

–¿Venecia, Italia?

–¿Acaso existe otra? –sus ojos brillaron con un suave tono de broma.

–¿En Estados Unidos? Claro. Debe haber seis o siete. Conque Italia, ¿eh? –incapaz de apartar las manos de ella, le dio un beso ligero, algo que ya resultaba muy familiar–. Yo trabajo para la policía de Denver. Me pregunto cómo haremos para solucionar eso.

Rayos, eso sí que iba rápido. Hacía apenas cinco minutos que se habían conocido y él ya se estaba mudando con ella.

–Mi trabajo se puede hacer desde cualquier lugar del mundo, pero tengo que ocuparme de Crystal… –al recordar repentinamente mi existencia, se apartó de él–. Crystal, Dios mío, ¿estás bien?

Desde el suelo, agité la mano lánguidamente.

–Sí. No se preocupen por mí. No quiero arruinar su romántico encuentro.

Diamond corrió hasta mí.

–¿Estás herida? No puedo creer que te dejé ahí sentada estando lastimada. Por favor, Trace.

Ya me había dado cuenta de que mi futuro cuñado era un tipo competente. No necesitó la indicación de mi hermana para ayudarme a caminar renqueando hasta un umbral. Tenía una linterna en el llavero y la apuntó hacia mi rostro.

Parpadeé y me cubrí los ojos.

–Recibió un golpe en la cabeza pero las pupilas responden. Pienso que es mejor que la llevemos a la guardia, por las dudas.

Una descarga de pánico atravesó mi cuerpo.

–Estoy bien. En serio. No quiero ir al hospital –la última vez que había estado en uno había sido al cumplir dieciocho años. Papá me había invitado a cenar para festejar pero tuvo un infarto antes de que pudiéramos pedir la comida. Terminé pasando mi cumpleaños en el hospital y tuve que darles la noticia de que papá había muerto a mamá y al resto de la familia. De solo pensarlo, me sobrevenía esa horrenda sensación de precipitarme al vacío.

Afortunadamente, Diamond sabía muy bien que yo no iría por propia voluntad a un centro médico.

–No le agradan los hospitales. Tal vez podríamos llamar a un médico para que la revise.

Trace sacó su teléfono celular.

–Tengo a la persona indicada. Déjame que llame a mi hermano. Él puede revisarla mejor que cualquier aparato de la sala de emergencias.

 

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