Crystal

Crystal


Capítulo 2

Página 4 de 31

Finalmente, las señales anunciaron que ya nos encontrábamos en el aeropuerto. En vez de dejarme en la entrada, subió por la rampa que conducía al estacionamiento temporario. Cuando apagó el motor, la radio enmudeció.

–Crystal, antes de que bajes, hay algo que le prometí a Trace que te preguntaría –se frotó la nuca torpemente. De pronto, ya no era el de siempre, como si una nube hubiera cubierto su sol.

–¿Qué cosa? ¿Es algo que puedo hacer por él en Venecia? Estoy feliz de poder ayudar, en serio, aunque dé la impresión de que soy un poco…

Arqueó una ceja interesado en la dirección inesperada que había tomado mi comentario.

–Continua… ¿aun cuando seas…?

–¿Gruñona?

Ante mi respuesta, Xav soltó una sonora carcajada.

–Lo dijiste tú. Y si fueras uno de los siete enanitos, ese sería el que yo elegiría para ti.

–¿Y tú cuál serías? ¿Tontín?

–Adivinaste. Es mi referente. Pero no, lo que me pidió no fue eso. Es solo que él piensa que, si una savant tiene la fecha correcta de nacimiento, tengo que confirmar si no existe la posibilidad de que sea mi alma gemela… aunque parezca más bien improbable.

–Diamond es igual. Pero mírame, Xav, y dime qué piensas que está ocurriendo acá. Yo vi a tu hermano y a mi hermana… bum: conexión inmediata, así nomás –me observé las uñas. Como me había hecho una manicura francesa en el hotel, podía fingir que las estaba admirando–. Yo no veo que eso haya ocurrido entre nosotros, ¿no crees?

Me dedicó una sonrisa burlona.

–Me alegra que lo hayas dicho. Y no. Tú y yo… no estamos, supongo, en la misma sintonía.

–Tú eres zona uno para DVDs y yo zona dos.

–Sí, exactamente. ¿Pero qué te parecería si lo hacemos igual, así les puedo decir que lo intenté?

–¿Hacer qué? –pregunté con un chillido mientras bailaban alegremente por mi mente todo tipo de imágenes bochornosas de besos apasionados en el interior de automóviles.

Xav rio entre dientes, un sonido profundo y melodioso que me recordó extrañamente a un dulce vino tinto.

–Crystal Brook, ¡deberías sentirte avergonzada! Estamos en un estacionamiento público. No, eso no. Me refería a si podía hablarte telepáticamente.

–Si quieres que me den náuseas dentro de tu automóvil, yo no tengo problema.

–¿Tan malo es?

–Sí, y no estoy bromeando. Cada vez que lo intento con mi familia, me siento realmente mal. Suena estúpido, pero no soy una verdadera savant, y parecería que, por algún motivo, ese don no funciona bien conmigo –me encogí de hombros, incapaz de explicar lo que yo realmente no entendía.

–¿Qué tal si pruebo apenas un segundo? Puedes bloquearme apenas comiences a sentirte mal. ¿De acuerdo?

Eché un vistazo al reloj.

–No sé si tengo tiempo.

–¿Ya imprimiste tu tarjeta de embarque?

–Sí.

–Entonces tienes tiempo –no iba a dejarme ir tan fácilmente.

–De acuerdo. Solo un intento. Y por favor, no te rías de mí si me siento mal.

–¿Crees que sería capaz? –preguntó levantando las manos.

–Sí, lo creo –recordaba que había bromeado cuando tuve la conmoción. Me había enojado tanto que lo había echado de la habitación del hotel e insistí en que me permitieran irme a dormir para que se me pasara el dolor de cabeza sin más revisación médica.

–Me estás difamando –me extendió la mano–. No voy a reírme. Es una promesa.

Respiré profundamente y estreché la mano que me tendía. Cerré los ojos y sentí su presencia deslizándose por mi brazo y buscando el calor como un calefactor en un día frío. Al principio, no fue doloroso, pero tan pronto como se preparó para establecer la conexión mental, mi cerebro comenzó a protestar mientras el estómago se revolvía como si estuviera atada al coche de una montaña rusa y estuviéramos descendiendo en caída libre.

–¡No puedo! –solté la mano violentamente y la apoyé sobre la boca, los ojos llenos de lágrimas de ira. Ya lo sabía. Yo no podía hacer esos trucos mentales que eran tan sencillos para los demás. Era un fracaso total y no tenía ningún sentido que siguiera considerando que era una savant.

–Respira hondo, ya se te pasará –el tono de Xav no era en absoluto burlón. Ya no me tocaba pero su voz era tranquilizadora y me ayudó a superar la crisis.

Nos quedamos unos minutos en silencio hasta que me recuperé.

–Estoy bien –contuve las lágrimas. En mi interior, continuaba temblando–. ¿Ahora me crees?

–Nunca pensé que estuvieras mintiendo. Solo que… Mira, Crystal, tú sabes cuál es mi don, ¿verdad?

Asentí.

–Ese poder me ayuda a ver cosas. Noté que hay algo que está mal en tu mente pero no puedo decirte más salvo que mire profundamente –señaló mi cabeza.

Después de ese comentario, comencé a buscar la forma de salir de allí.

–No te preocupes, Xav. Ahora no tengo tiempo para eso.

Salió de un salto del automóvil y, antes de que pudiera desenganchar mi bolso del cinturón de seguridad, ya me había abierto la puerta para que descendiera.

–No deseo que te enojes pero tienes que hacer algo al respecto. Si no quieres que yo te toque, puedes ir a algún médico cuando regreses a tu casa, a uno que conozca a los savants –estaba un poco enojado pero yo no podía soportar la idea de que se metieran en mi cabeza.

–Sí, sí, lo haré. Iré a ver a un doctor. Gracias –extendí la manija de mi maleta y la hice rodar por el pavimento.

–Adiós, Crystal.

Miré hacia atrás. Estaba apoyado contra el auto observándome con una expresión muy extraña en el rostro. Xav… en serio, no, eso no parecía posible. Ahora estaba realmente asustada.

–Adiós. Gracias por traerme.

–No es nada. Cuídate.

Corrí hacia la terminal deseando que mi maleta no hiciera tanto alboroto mientras rebotaba a mis espaldas. No sé bien por qué sentí tanto pánico. Creo que estaba huyendo del temor de que él hubiera descubierto que yo no era una de ellos. Siempre había pensado que era una especie de aberración, un retoño de un verdadero savant. ¿Acaso la verdad estaba escrita de alguna manera dentro de mi cerebro?

Mientras me encontraba en la fila para despachar el equipaje, Xav me envió un mensaje de texto.

Hey, leona. Hazme saber cómo te va con el doctor. Androcles

Era la segunda vez que mencionaba a ese personaje. De inmediato, lo busqué en

Google y leí la historia del esclavo romano que había quitado una espina de la pata de un león herido. Ahora sabía cuál debía ser mi respuesta.

Grrr.

 

Ir a la siguiente página

Report Page