Crystal

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Capítulo 7

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Capítulo 7

 

–¡No puedo salir así en las fotos! –me quejé a Lily mientras esperábamos a Steve y a James frente al teatro La Fenice. Las columnas blancas se cernían sobre nosotros como si fueran la entrada al Olimpo. Colgada sobre los escalones, un ave fénix esculpida en oro custodiaba el lugar. Los organizadores habían montado la muestra de arte de esa noche en el suntuoso hall del teatro de ópera y ya se podían ver los elegantes vestidos femeninos de brillantes colores mezclándose con las chaquetas negras del esmoquin de los hombres. Camareros de casaca blanca serpenteaban entre los grupos de amantes del arte ofreciendo delicados bocados y copas de champagne. Ellos eran los dioses de la escena social internacional; yo era una insignificante intrusa humana y todos sabíamos lo que ocurría cuando los mortales interactuaban con las deidades. Jalé del dobladillo de la falda, me llegaba por la mitad del muslo y no estaba acostumbrada a mostrar tanta pierna.

–No estoy vestida como ellos.

Lily echó una mirada a los invitados y resopló.

–No veo ni una pizca de buen gusto ni percepción de la moda en ninguno de ellos. Esos vestidos han estado en sus guardarropas durante años. Clásico, clásico, clásico, aburrido, aburrido, aburrido. Tú, amiga mía, llevas un vestido firmado por

Julien Macdonald, estrella de la última Semana de la Moda en Londres.

–¡No llevo ninguna firma encima ya que en realidad lo que tengo es muy escaso! –la falda terminaba casi al comienzo de las piernas. El escote en V del frente y de la espalda mostraba que tampoco se había utilizado demasiada tela en el canesú. El único lugar donde había mucho material era en la cola vaporosa que descendía flotando de la espalda y lo convertía en un vestido de noche.

–Te ves hermosa en dorado y beige. Te cuento algo, solo el bordado de ese vestido cuesta más que un auto familiar.

–Dios mío, Lily, te ordeno que me mantengas lejos del vino tinto.

–Solo ten cuidado. Julien estaba más que contento de prestármelo ya que sabía que así conseguiría unas buenas fotos en la prensa de mañana. Sin embargo, sí es cierto que le prometí que se lo devolvería en el mismo estado en que lo recibí.

–Esta es una muy mala idea –si Lily no hubiera estado tomada de mi brazo, yo habría levantado la cola del vestido y salido huyendo a pesar de llevar botas doradas de tacón alto, como una Cenicienta que, a último momento, no se atrevió a ir a la fiesta.

A Lily le resultó muy divertido mi pequeño ataque de pánico pero no cometió el error de soltarme.

–No puedes arrepentirte ahora. Solo imagínate lo negativo que sería para Steve que la prensa publicara que lo dejaron plantado.

–¿Cómo diablos se enterarían?

Ante mi ingenuidad, Lily puso los ojos en blanco.

–Porque les han avisado que pueden obtener una fotografía de él marchándose de la fiesta con su amiga alrededor de las diez. Estas cosas no son espontáneas, ¿sabías?

Dos hombres se apartaron de la calle y recorrieron el costado de la iglesia que se encontraba frente a la ópera. Uno era bajo y gordo, el otro delgado y de estatura mediana. Nuestros acompañantes acababan de llegar. El corpulento guardaespaldas de Steve los seguía de cerca.

–Ahora démonos prisa, Steve no querrá permanecer aquí afuera por si la prensa vino temprano. Las fotos espontáneas nunca son buenas –Lily jaló de mi brazo y salimos detrás del director y su estrella, atravesamos las puertas de vidrio e ingresamos al hall. Los encargados del guardarropa se encontraban a mano para tomar nuestros chales y abrigos. Recién entonces Steve se relajó y nos saludó.

–Hola, Lily, ¡te ves increíble! –exclamó dándole un beso en cada mejilla.

Tuve que contener un grito. Me hallaba en el mismo salón que mi héroe. ¡¡¡¡Y era su acompañante!!!!

James nos dio un abrazo a las dos.

–Hola, Crystal. ¿Cómo te sientes?

Le respondí con una sonrisa apagada.

Lily quitó un hilo suelto de la solapa del actor.

–Qué buena chaqueta, Steve. ¿

Tom Ford?

–Sí. Es una de mis favoritas –Steve volteó hacia mí.

Crystal, respira hondo y no hagas el ridículo, pensé.

–Hola, tú debes ser Crystal. Muchas gracias por aceptar formar parte de toda esta locura –se inclinó hacia adelante y me dio dos besos como a Lily–. Me encanta tu vestido.

–Gracias –repuse con voz chillona.

Me echó una mirada comprensiva. Imaginé que las chicas normales debían actuar de manera realmente extraña en su presencia y quedar como unas completas idiotas, de modo que no debía ser esa la primera vez que le sucedía.

–Crystal, la cuestión es así, todo este evento es en honor de un amigo mío. Por lo tanto, bebemos un poco de champagne, saludamos a varias personas, apoyamos la causa y luego nos largamos –se frotó las manos de una manera muy profesional–. Tengo planificada una intensa noche de póker en el hotel con los chicos del equipo, de modo que quiero marcharme más o menos en una hora. ¿Te parece bien?

No era muy halagador pero por supuesto que yo no pensaba exigir su completa atención toda la noche.

–No hay problema.

–Genial. Vamos a hacer un poco de relaciones públicas –me ofreció el brazo y yo lo tomé. Esperé que no notara que estaba temblando adentro de mis botas de diez centímetros de altura. Afortunadamente, no se inmutó en lo más mínimo al ver que yo era mucho más alta que él–. Cuéntame algo de ti. Lily dijo que trabajabas de extra en la película –al pasar, se observó en el espejo de la pared.

–Sí.

–¿Quieres ser actriz?

Eso estaba tan lejos de ser mi ambición que no pude menos que echarme a reír.

–¡Ni loca!

Me sonrió fugazmente y casi me tragué la lengua al sentir el destello de sus ojos azules. Su carisma de la pantalla era todavía más evidente en la vida real.

–Cada vez me gustas más. Las aspirantes a actriz son un fastidio y lamentablemente conozco demasiadas. ¿Y tú qué haces?

–Hago disfraces de carnaval… ya sabes, como las máscaras y la ropa que llevábamos el fin de semana. Es una tradición veneciana.

–Eso sí que es realmente interesante –me dio una palmada en la mano en un gesto que no pude menos que interpretar como condescendiente, muy bien hecho, pequeña–. Creo que nunca salí con alguien que hiciera cosas. Personas que hacen escenas, por supuesto, pero no cosas útiles como trajes. Conocer a una talentosa artesana demuestra que tengo cualidades ocultas, ¿no crees? –hizo un guiño para cortar la naturaleza egocéntrica del comentario pero supuse que debía decirlo en serio. Me condujo suavemente por la multitud, la gente volteaba al verlo pasar cual girasoles siguiendo al sol. Sin demostrar que percibía la reacción de quienes lo rodeaban, Steve me llevó directamente hacia el artista cuyo trabajo se suponía que estábamos apreciando. Yo no había tenido tiempo de ver las piezas que estaban en exhibición. Rocé al pasar la escultura de un payaso torturado mientras nos abríamos paso a través del grupo y divisé una desolada bailarina en una tela salpicada de pintura, por lo tanto supuse que el tema de la muestra era el teatro.

Steve le extendió la mano a un hombre diminuto vestido de color azul brillante.

–Hola, Sebastian, te felicito por la exposición –no es que la hubiera visto.

–¡Steve, qué suerte que pudiste venir! –el artista comenzó a dar vueltas en círculo con excitación, la copa flauta de champagne se derramó por sus dedos al cambiarla de mano para saludar a Steve. Retrocedí un paso pensando en el vestido–. ¡Qué encantador de tu parte!

–No podía perdérmela. Permíteme presentarte a mi amiga Crystal… mm… Crystal –mis mejillas se sonrojaron. Steve no sabía mi apellido o lo había olvidado–. Es una diseñadora de moda de Venecia.

¿Yo era

qué?

Sebastian Perry (como descubrí que se llamaba gracias al folleto que llevaba otro invitado) me besó como si fuéramos viejos amigos.

–Crystal, qué placer conocerte. ¿Para qué firma trabajas?

No podía continuar fingiendo que era alguien que no era, aun cuando esa fuera la forma usual de proceder de Steve.

–Señor Perry, creo que entendió mal. Yo trabajo para una modista veneciana que realiza trajes… trajes de carnaval.

–¡

Señor Perry! –el hombre rio nerviosamente–. Tus modales son impecables, querida, pero llámame Sebastian o sentiré que tengo cien años –algunos de sus nervios exagerados se disiparon y le hizo un guiño seductor a Steve–. Ya veo por qué la elegiste, es una muñequita –esa era la primera vez (y posiblemente la última) que alguien treinta centímetros más bajo que yo me llamaba “muñequita”. De inmediato, me cayó simpático–. Pero, Crystal, me muero de deseos de saber más de tu trabajo. Los oficios del teatro tradicional como la realización de máscaras son algo muy preciado para mí –giró rápidamente los dedos hacia otra tela que parecía, desde esa distancia, una pila de cuerpos masacrados de los asistentes al carnaval.

Pero Steve ya se alejaba de allí.

–Después nos vemos, Sebastian. Debo ir a conseguir más compradores para tu obra.

–Hazlo, cariño, ¡y te estaré eternamente agradecido!

Steve no se quedaba quieto. Eché un vistazo hacia atrás y vi a Sebastian golpeándose el corazón jocosamente para satisfacción de su círculo íntimo de amigos. Steve era un hombre con mucha energía, la suficiente como para acelerar el pulso de cualquiera.

–¿De dónde conoces a Sebastian? –pregunté mientras aceptaba el vaso de agua gasificada que Steve manoteó de una bandeja.

Los ojos del actor deambulaban por el salón tratando de explotar las circunstancias para mejorar su perfil en los medios.

–Ah, como suelo conocer a la gente. Me topé con él en algún evento de este tipo y le compré un par de cuadros porque mi asesor financiero dijo que incrementarían su valor.

Por lo que había en exhibición, decidí que me gustaba más el artista que su obra.

–¿Y dónde los colgaste? –estaba haciendo grandes esfuerzos para imaginar mi apartamentito con una de esas pinturas horripilantes en la pared. Acababa de reemplazar el afiche de “Crepúsculo” por uno de Monet.

–No, están en una caja fuerte en algún sitio. En este momento, no tengo casa propia, solo una alquilada y unos pocos empleados que mantienen el funcionamiento básico de todo. Paso la mayor parte del tiempo trabajando. Mi asistente personal se ha convertido en un as del embalaje. ¡Hola, Mary, tanto tiempo! –y se dirigió a su segunda conversación de la noche. La mujer resultó ser una periodista de

New York Times. Permanecí al costado del show de Steve y descubrí que la situación me resultaba muy familiar. ¿Acaso mi posición con Diamond en los círculos de savants no había sido bastante parecida? La idea de hacerme un nombre por mí misma nunca me había resultado tan atractiva. Preferiría mucho más ser la persona a quien todos esperaban ansiosamente conocer que el agregado de último momento para darle un toque de glamour a su imagen. Steve no era un compañero desagradable –todo lo contrario– pero una vez superada la adoración que me dejó sin aliento, me di cuenta de que no estaba muy interesado en mí ni en nada que no fuera su carrera. ¿Y por qué habría de estarlo? Esa noche no era más que un intercambio de favores.

De pronto, comenzaron a brotar en mi mente pensamientos absurdos. Si bien yo estaba allí por interés, poseía cierto poder. Si me sentía realmente malvada, podría destrozar su pequeño espectáculo para conseguir publicidad. Me imaginé diciéndole al primer periodista que encontrara: “Hola, soy Crystal. ¿Sabías que a Steve le gusta patear cachorritos y que, a los diez años, arrojó al retrete el conejillo de indias de su hermana? No sería verdad pero tendría que pasarse toda la semana negando el rumor.

Y yo recibiría una demanda.

Bueno, en realidad, no pensaba decir algo tan estúpido. Solo estaba disfrutando la sensación de coquetear con el peligro. Xav entendería la broma. Desde ahora, cada vez que viera una revista de chismes con una “novia” tomada del brazo de una celebridad, no podría dejar de preguntarme si ella no estaría pensando alguna táctica kamikaze para no perder de vista la realidad.

Haciendo una pausa en su conversación con el alcalde local, Steve observó su reloj, uno de esos muy elegantes que costaban miles de euros. Yo había pagado veinte por el mío de oro (en realidad, dorado). Me pregunté si esa gente podría reconocer la diferencia. Probablemente tenían niñeras que los entrenaban desde pequeñitos en ese tipo de habilidades. Steve suspiró y enlazó el brazo alrededor de mi hombro.

–Lo siento, señor Buccari, Crystal tiene que ir a otra fiesta y yo prometí llevarla puntualmente.

El alcalde dijo algo halagador y muy italiano acerca de que las chicas hermosas eran muy demandadas.

–Lo sé… me paso el día ahuyentando muchachos –Steve me besó la mano como si fuéramos una pareja.

El alcalde me echó una mirada de soslayo.

–Pero usted es Steve Hughes… no creo que tenga problemas para retener a su chica. De lo contrario, ¡qué esperanza queda para nosotros! –el grupito que rodeaba al funcionario rio en reconocimiento de la broma.

Yo hice mi contribución mientras permanecía tomada del brazo de Steve con mirada de adoración. Y todavía lo adoraba un poco pero solo cuando lo imaginaba como la figura de la pantalla más que la del hombre que tenía a mi lado. ¿Qué decía eso de mí? ¿Que era superficial? Tal vez.

Cuando regresamos al guardarropa, Steve me observó de arriba abajo y su expresión se volvió seria.

–No te pongas el abrigo y es mejor que retoques el brillo de labios.

–¿Qué?

–Para el tropel de periodistas, cariño. Viniste para eso, ¿verdad?

Supongo que había sido así pero ahora mis pies estaban helados, parecían cubitos de hielo. ¿Realmente lo había pensado bien? No. Había dejado que Lily me metiera en eso mientras yo perseguía un sueño que no estaba segura de desear.

–¿Sin abrigo? Me moriré de frío.

–Será solo un minuto. Mi asistente lo llevará –señaló al joven que esperaba en una silla de la entrada, que también hacía las veces de guardaespaldas –. John, ¿podrías traer el abrigo de la señorita Crystal?

–Mi apellido es Brook. Soy Crystal Brook.

Steve estaba muy ocupado acomodando su pelo como para prestar atención, pero su guardaespaldas captó el comentario.

–Señorita Brook, yo le cuidaré el abrigo –repuso con una sonrisa amable.

–Gracias, John –sintiendo que era un aliado, me acerqué a él–. ¿Hace esto a menudo?

–Todo el tiempo, señorita. Ya se acostumbrará.

Reí con escepticismo.

–Esta es la última vez que me verá congelándome para una foto. Solo lo hago por Lily.

El guardaespaldas volvió a sonreír pero me di cuenta de que no me creía. Imagino que en el ambiente de Los Ángeles, desesperado por publicidad, lo que yo acababa de decir era como la promesa de un borracho de volverse abstemio.

–¿Lista? –preguntó Steve mientras guardaba el brillo de labios en mi pequeño sobre.

–Como nunca.

–Los periodistas querrán saber tu nombre. Supongo que Lily se lo habrá dado a mi encargado de prensa.

¿Lo había hecho? Yo no tenía la menor idea de cómo funcionaban esas cuestiones.

–Seguramente.

Steve colocó su brazo sobre mis hombros.

–Yo te llevaré deprisa entre la multitud. Sonríe y trata de aparentar que somos buenos amigos. ¿Está bien?

Otra actuación más en su vida de actor, era realmente triste.

–Entendido.

Abandonamos la privacidad del guardarropa y nos dirigimos directamente hacia la tormenta eléctrica de los flashes de las cámaras.

–Hey, Steve, ¿cómo va la película?

–Genial. Gracias, chicos –respondió Steve.

–¡Crystal, Crystal, mira hacia acá, cariño!

Tomada de sorpresa, volví la cabeza hacia la voz que me gritaba. Ya sabían quién era yo. Imaginé que debía parecer una coneja sorprendida.

Sonríe, tonta, me dije a mí misma.

Los fotógrafos se apiñaron a nuestro alrededor. Mi nombre rebotó hacia todos lados como los

pinballs. En ese instante, el brazo de Steve fue verdaderamente tranquilizador.

–¡Déjenla respirar! –bromeó.

–Steve, ¿qué dijo Jillian cuando se enteró de tu nueva relación? –inquirió otro periodista.

–¿Y si le preguntan a ella?–respondió Steve, encogiéndose de hombres–. Muchachos, Crystal y yo tenemos muchas cosas que hacer, discúlpanos pero hay gente que nos está esperando.

–Crystal, ¿qué nos puedes decir del rumor de que harás fotos de desnudos?

¡Qué!

–¿Realmente tienes quince años?

Dios mío.

–Ignóralos –susurró Steve al tiempo que me apretaba el brazo con furia–. Están desesperados por conseguir una historia. John, recuerda quiénes hicieron esas preguntas estúpidas y sácalos de nuestra lista.

A continuación, empujado por el tumulto, alguien pisó la cola de mi vestido y sentí un desgarrón… prolongado.

–¡John! ¡El abrigo! –supliqué llevándome la mano izquierda hacia atrás.

Steve continuó la marcha.

–No te detengas… ya falta poco.

Ya estaba harta de esa relación amo-sirviente. La indignación acabó con mi culto al héroe.

–¡Steve Hughes, a menos que quieras que mi ropa interior aparezca exhibida en los periódicos de mañana, tenemos que detenernos! –me libré de su brazo y tomé el abrigo que John me extendía rápidamente para que me cubriera. Al menos él había estado atento al problema. Lo lancé por encima de los hombros asegurándome de que golpeara en el rostro a algunos de los fotógrafos más persistentes–. Muy bien. Ahora sí podemos continuar.

Con la cabeza en alto, me alejé pisando fuerte. A Steve, le tomó un segundo darse cuenta de que ya no me encontraba a su lado. Se apresuró para alcanzarme, me tomó del brazo y me hizo girar.

–Querida, estuviste magnífica –comentó en voz alta y luego me plantó un beso en los labios y me rozó el oído con la nariz–. Ahora tendrán que elegir entre poner esto o tu soberbio trasero en la primera página.

Sujeta por él, me calmé. No estaba aprovechando el momento para seducirme sino que intentaba ayudarme.

–Gracias –susurré.

–De nada –me dio una palmada en la parte de atrás del abrigo, por encima del detestable desgarrón–. No tienes que preocuparte, las dos fotos serán muy favorecedoras.

 

***

 

De regreso en la seguridad de mi dormitorio antes de las diez y media, escuché la llegada de Xav, Diamond y Trace media hora después. Ya le había confesado a Lily mi percance de vestuario y dijo que no era importante siempre y cuando las fotografías mencionasen al vestido. Pensó que todo el tema de Steve y el vestido rasgado podría considerarse muy sexy y ayudar al diseñador a vender varias prendas de su colección.

Para mí, no había sido nada sexy sino algo así como estar en el zoológico a la hora de dar de comer a los animales, donde yo era el trozo de carne. Si pudiera oscurecer mágicamente todas las fotos digitales que me incluyeran, lo habría hecho. Sin embargo, sabía que era demasiado tarde y que las imágenes ya se deberían haber vendido por todo el mundo. Había hecho una búsqueda en Internet y, hasta el momento, no había aparecido nada… pero no faltaría mucho tiempo. Me había consolado mirando otras fallas de vestuario de los ricos y famosos… y encontré varias muchísimo más vergonzosas que la mía.

Cuando Diamond asomó la cabeza por la puerta, yo estaba en pijama dentro de la cama.

–Hola, Crystal.

Cerré con fuerza la laptop.

–¿Cómo te fue?

–Ah, salió todo bien, gracias. Se restauraron la paz y la armonía.

Trace apareció junto a ella.

–Estuvo increíble… Me encanta verla trabajar.

–Sí, Di es una maravilla –esbocé una brillante sonrisa que, de haber estado enterados de lo ocurrido, decía a los gritos que era falsa.

–Hola, Bombón –Xav introdujo la cabeza por la puerta. ¿Qué era esto, una pijamada?

–Hola. ¿Lo pasaste bien en Roma?

–Fantástico… me habría podido quedar una semana entera. ¿Y a ti cómo te fue?

–Mmm –tuve una cita con una estrella de cine súper sexy y es probable que me hayan tomado una fotografía mostrando mis prendas interiores en la parte de atrás de un vestido casi inexistente. Aaayyyyy, espero que no–. Todo bien.

–Genial. Nos vemos por la mañana.

No si lograba escaparme antes de que despertaran. Quizá si fundía la electricidad para que el

router no funcionara y luego compraba todos los periódicos en un radio de un kilómetro alrededor de nuestro apartamento, todo estaría bien.

–Sí, que descanses.

La puerta se cerró. Dios mío, ¿en qué lío me había metido?

 

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