Crystal

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Capítulo 11

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Capítulo 11

 

Permitir que tanta gente tuviera acceso a mi mente me hizo acordar a la primera vez en que me puse bikini en público. Tenía miedo de que todos vieran aquellas partes que yo quería mantener ocultas, pero después comprendí que para los demás no era algo tan importante y que debía hacer el trabajo que tenía entre manos. La sensación era escalofriante, podía sentir a mi alrededor la naturaleza distinta de cada uno de los Benedict, pero la presencia de Xav era la que percibía con mayor claridad. Estaba totalmente concentrado en apoyarme. Era como si de nuevo me llevara en sus brazos pero, esta vez, con el pensamiento. ¿Por qué me había costado tanto valorar esa parte de él? Desde el principio supe que era cariñoso, pero había pasado más tiempo discutiendo con él que permitiendo que mostrara su mejor parte.

Porque discutir es divertido, susurró dentro de mi mente.

Piensa en todos los besos que nos daremos después.

Xav, lo reprendió su padre,

concéntrate.

Déjalo tranquilo. Acaba de encontrarla, dijo Will. Los comentarios humorísticos se propagaban en ondas a través de la conversación compartida entre las mentes.

Solo lo dices para que busque primero a tu chica, argumentó Uriel.

Voy a reclamar el privilegio de hermano mayor.

Chicos. Nuevamente la voz de Saul.

Solo estoy haciendo que se sienta cómoda, dijo Xav.

Ella no usa telepatía como nosotros. Estoy buscando la manera de protegerla de todo lo que anda dando vueltas por las cabezas de ustedes.

Fue entonces que descubrí que lo único que me impedía sentir las náuseas tan familiares era que me hallaba dentro del espacio mental de Xav, escuchando la conversación a través de sus filtros. Yo no tenía eso en mi mente, lo cual explicaba sin ninguna duda por qué había pasado la mayor parte de mi vida maltratada por la telepatía.

Sí, cariño, ese soy yo: tu campo de fuerza. Proyectó una imagen de la nave Enterprise con los escudos colocados al máximo de su fuerza abriéndose camino a través de un cinturón de asteroides.

Solo espero que los motores puedan soportarnos cuando comencemos a localizar a las almas gemelas. ¿Con quién probamos? Sabía que todos estaban ansiosos por ofrecerse como voluntarios.

Obviamente, es a Diamond a quien yo conozco mejor, pero ella es la última. ¿Empezamos con tus padres?

Entre almas gemelas, el vínculo es fuerte sin importar cuán reciente sea la relación, explicó gentilmente Saul.

Como tienes cierto conocimiento de la mente de tu hermana, creo que debería ser ella.

¿Trace? Xav se dirigió a su hermano mayor.

Estoy listo. Y yo sentí que lo estaba, como antes de una redada sorpresiva en su trabajo.

Me invadió cierta vergüenza por lo que estaba a punto de hacer y todos ellos debieron haberlo percibido.

Crystal, no seas tímida. No hay nada entre Diamond y yo que ella no querría compartirlo contigo para este propósito, Trace me tranquilizó.

Está bien. Voy a seguir tus sentimientos por ella, es lo que me llega de manera más nítida. Con la ayuda de Xav, hice contacto con su mente. Y allí me encontré con el flujo de pensamientos y emociones de Trace concentrado en su alma gemela. No quería acercarme mucho, solo necesitaba un sentido general de orientación, pero no pude evitar atisbar breves fragmentos de su noviazgo, bromas, momentos privados, preocupaciones compartidas. En ese último grupo, yo ocupaba un sitio importante. Diamond le había hablado mucho de mí a Trace. Ups. Es mejor no mirar muy de cerca, los que escuchan tras las puertas sufren desgracias.

Crystal, tienes que concentrarte. Te estás distrayendo. Ese era Zed, que estaba siguiendo atentamente el desarrollo de mi mente mientras mantenía los dones unidos.

Perdón. Uriel, Trace, ¿tienen algún consejo para darme de cómo hacerlo?

No te preocupes si el rastro se vuelve más vago al alejarse de ti, dijo Uriel.

Esa es tu mente que proyecta una supuesta debilidad. En los senderos mentales, la distancia no tiene importancia. El rastro está allí.

Yo busco puntos de certeza como los soportes de un puente para estar seguro de que el rastro no se desmorone sobre mí, agregó Trace.

Trata de sentir más que de ver.

Buen consejo. Intenté seguirlo pero no me resultó tan claro como había sido con Xav. Sentí que el extremo del hilo flameaba con el viento como una cometa suelta.

Me parece que no está funcionando.

¿Dónde crees que estás?

Retrocedí un poco. Montañas. Frío. Oeste-noroeste. Por el esfuerzo, la cabeza comenzó a girar y el rastro comenzó a esfumarse.

Chicos, ya es suficiente, anunció Xav.

Crystal necesita descansar.

Con suavidad, Zed fue dejando caer la conexión telepática. El último en abandonar mi mente fue Xav y yo concluí la conversación entre sus brazos.

–Lo siento. Todavía no soy muy buena para esto –me sentí muy mal por no haber obtenido una respuesta completa sino solo fragmentos.

Trace tenía la cabeza entre las manos.

–No es tu culpa, Crystal. Yo percibí lo que tú viste. Diamond está en serios problemas. Ella… bueno, ella no está ahí.

–Dios mío, ¿no querrás decir que ha muerto, no? –entré en pánico. Yo había supuesto que se trataba de un secuestro, pero ¿y si la condesa estaba realmente loca y las había matado a todas?

–No lo creo –respondió Trace–. Si fuera así, yo lo sabría –apretó los puños y los flexionó luchando por dominar sus sentimientos–. Lo que quise decir es que había un vacío. Como si ella estuviera desconectada.

–Eso no es posible –afirmó Zed–. Nada puede anular el vínculo de las almas gemelas.

–¿Estás seguro? –los ojos de Trace estaban inundados de pena.

En ese momento, se me ocurrió una horrible idea.

–La condesa se llamó a sí misma el borrador. Yo pensé que eso significaba que podía borrar nuestros recuerdos, pero tal vez se refería a otra cosa.

Saul estaba temblando. Parecía más viejo que nunca.

–Si ella les hizo algo a nuestras almas gemelas, las encontraremos aunque no nos reconozcan. Una vez que las rescatemos, juro que voy a encontrar la manera de revertir el daño. No permitiré que ella me robe el alma.

–Vamos a encontrar la manera, papá –prometió Will–. Mamá no dejará que una vieja malvada como ella destroce más de treinta años de matrimonio.

Yves se levantó y descorrió las cortinas.

–Gracias a Crystal, tenemos una posibilidad. Sus indicaciones fueron lo suficientemente aproximadas como para comenzar la búsqueda. Voy a bajar un mapa del área que ella mencionó –encendió la laptop y consiguió una imagen satelital de la zona con todos los nombres–. Crystal, esto es lo que yo obtuve de tu mente. ¿Podrías acotar la búsqueda?

Me arrodillé junto a él y analicé la imagen de las Dolomitas, la cadena montañosa del norte de Italia.

–Creo que sí –señalé el área alrededor del Lago de Garda–. Y no necesito ningún poder mental para deducirlo.

Xav me acarició el cabello.

–Astuta. Monte Baldo. Por supuesto, ella volvió a las tierras de sus ancestros. ¿Qué mejor manera de esconder lo que hizo que en una especie de fortaleza dotada de personal leal a ella? Deberíamos haber pensado en eso.

–Tarde o temprano, lo habrían hecho –comenté–. Es que esto fue un tremendo impacto para todos.

Victor ya se encontraba frente a su computadora consultando la base de datos de la policía internacional.

–El tipo que arrestamos en Londres… entre sus bienes, los investigadores incluyeron una casa de campo en las montañas –mostró una imagen del lugar–. Maldición, parece inexpugnable –más que una casa de campo se trataba de un castillo construido como defensa en lo alto de un peñasco. Tenía murallas y almenas en forma de cuchillas, una hermosa postal si no hubiera sido transformado en una prisión–. ¿Sugerencias?

–Solo tenemos una opción –dijo Saul–. Vamos hasta la puerta principal y pedimos que nos las devuelvan. Esto tendrá aspecto medieval, pero estamos en la Italia moderna. Si ellas están ahí, no logrará mantenerlas prisioneras.

–Estoy muy segura de que ese es el sitio que percibí –los escalofríos corrían por mi espalda. La fortaleza se veía bellamente cruel, como un águila posada en una roca.

–¿Entonces qué estamos esperando? –preguntó Zed encaminándose a la puerta–. Vayamos a rescatar a nuestras chicas.

Por supuesto que no era así de fácil. Trace y Victor se abocaron de inmediato a alquilar un par de camionetas todo terreno para viajar a las montañas. Al no saber en qué condiciones encontraríamos a las cautivas, decidimos que sería mejor tener nuestra propia base, era posible que no pudieran realizar la larga travesía de regreso a Venecia inmediatamente. Buscando en Internet, Yves y Zed hallaron una residencia cerca de la

villa de la condesa. Afortunadamente, como la temporada de esquí todavía no estaba en pleno apogeo, pudieron dar con el dueño de una gran casa en un pueblo situado en la orilla oriental del lago y no lejos de Monte Baldo. El plan era buscar a las mujeres y trasladarlas allí para que pasaran la noche y se recuperaran.

Victor y Uriel se ofrecieron como conductores. A todos les pareció algo razonable ya que, como no eran sus almas gemelas quienes estaban en peligro, deberían ser los que tomaran la situación con más calma. A Will lo designaron navegador y a mí, su señal de GPS apuntada hacia nuestro destino. Habíamos supuesto que la casa de la condesa era el sitio correcto pero siempre cabía la posibilidad de que yo hubiera sacado conclusiones apresuradas, y errado la verdadera posición de las prisioneras. Mi misión era sentarme en el asiento trasero del vehículo que encabezaba la búsqueda y, con la ayuda de Xav, mantenerme conectada con Trace. Uriel iba detrás con Yves, Zed y su padre como pasajeros.

Una vez que conseguimos las camionetas y cruzamos por el puente a tierra firme, Xav y yo tuvimos un momento a solas y en calma.

–¿Te encuentras bien? Debes estar preocupado por tu madre.

Jugueteó con un mechón de pelo que se me había soltado de la rápida cola de caballo que me había hecho.

–Me siento bastante confundido. Estoy preocupado por mamá y las demás pero también, en mi interior, estoy haciendo un bailecito como en

Happy Feet por haberte encontrado. Es un gran conflicto para mí… se me mezclan los dos sentimientos.

Sonreí ante la imagen de cientos de pingüinitos zapateando dentro de su mente. Así debía sentirse.

–Ustedes forman un gran equipo, tú y tus hermanos y también tu padre. Cuando se presenten en su puerta, la condesa no podrá comprender qué sucedió.

Me besó la mano y la frotó contra su mejilla.

–Gracias. Me ayuda mucho que confíes en nosotros. Y no olvides quién es nuestra arma secreta.

Me volví hacia él para verle el rostro.

–¿Piensas que tu padre tiene razón…? Me refiero a lo que dijo acerca de mí.

–¿Y tú qué crees?

–Supongo que… sí, es posible. Solo tengo miedo de ser un fracaso como lo soy en todo lo demás.

–Bombón, te lo advierto –retorció los dedos en el aire.

–¿Qué? –balbuceé tratando de escapar a la amenaza de las cosquillas.

–Si vuelves a menospreciarte en mi presencia, me veré obligado a tomar medidas drásticas. Te acaban de decir que tienes un don que se da una vez por generación y ahora estás diciendo que piensas que no serás lo suficientemente buena.

–Pero…

–Sin peros. ¿Cuándo vas a darte cuenta de que eres el cisne y no el patito feo?

–Ah…

Antes de que pudiera ponerme sentimental ante su elogio, sus dedos atacaron mi estómago.

–¡No! –aullé mientras me enroscaba y trataba de alejar sus manos.

Trace frunció el ceño e intentó bloquear mis chillidos.

–Admítelo. Di: “Soy un cisne”.

–¡Tú eres un cisne! –mascullé y comencé a reír otra vez.

–¡Vamos! ¡Confiesa!

–Bueno, bueno, soy un cisne. Tú también. Todos somos cisnes. Ahí tienes, somos una gran bandada de cisnes.

–Si es por el ruido que haces, no cabe duda de que eres un cisne –se quejó Trace aunque se notaba que no estaba muy molesto. Es probable que le hiciera bien un poco de distracción que, imagino, era la razón por la cual Xav se comportaba así.

Cuando llegamos al camino de montaña que llevaba al castillo, ya estaba cayendo la tarde. Por tratarse de una ruta que solo conducía a un parque nacional, el camino que ascendía a Monte Baldo mostraba huellas de haber sido transitado recientemente por muchos vehículos, los bordes estaban removidos, el lodo mezclado con la nieve de esas altitudes.

–¿Piensas que se está preparando para un sitio? –preguntó Xav sin animarse a bromear demasiado.

Al llegar a un cruce, divisé un letrero clavado en uno de los árboles. Una flecha conducía hacia la casa y la otra hacia los campos nevados.

–En realidad, creo que esto no tiene nada que ver con ella. Me temo que Hollywood ha llegado a las montañas. ¿Recuerdas que decían en el set que esta semana filmarían en los Alpes italianos? Bueno, ahí estamos. Ellos llegaron primero.

–Por lo que veo, fueron en otra dirección –Victor indicó descender por el angosto camino que serpenteaba alrededor del risco; las huellas de los neumáticos de los pesados vehículos continuaban hacia arriba de la montaña.

–No, deben estar más arriba. Si no recuerdo mal, era una escena de esquí con helicópteros –me sentí reconfortada al saber que tendríamos posibles aliados no muy lejos de allí que, llegado el caso de tener que enfrentar a las autoridades italianas para acceder a la

villa, podrían ponerse de nuestro lado. Cuando nos acercáramos a la policía local con esa historia de secuestros, Lily podría atestiguar que yo no estaba loca.

Al momento de llegar a las rejas, ya se había hecho de noche. Cuando nos aproximamos a la entrada, se encendieron las luces de seguridad. No había guardias a la vista, solo un intercomunicador.

Victor tamborileó los dedos en el volante.

–Bueno, ¿nos bajamos y golpeamos? –él habría preferido un ser humano sobre el cual utilizar sus poderes mentales.

–Supongo que sí –Trace salió de la camioneta–. No se bajen –levantó la mano a los pasajeros del otro vehículo–. Yo me encargo. No les ofrezcamos demasiados blancos, ¿sí?

–¿Realmente piensa que alguien podría dispararle sin previo aviso? –le susurré a Xav.

Se encogió de hombros, el nerviosismo corría por su cuerpo como una corriente de baja tensión.

–¿Está todo bien, Will? –pregunté.

–No, pero la amenaza es general. No está dirigida hacia Trace.

Lo miramos en silencio mientras oprimía el intercomunicador.

¿Si? –chirrió una voz del otro lado.

–Me llamo Trace Benedict. ¿Habla inglés?

No.

Trace lanzó una maldición por lo bajo.

–Un momento. ¿Crystal?

Ya me estaba bajando del automóvil, con Xav pegado a los talones. Apreté el botón de llamada.

–Hola –comencé a decir en italiano–, querría hablar con la

contessa, por favor.

–Ella no recibe visitas. Por favor, váyase, esta es una residencia privada.

–Me temo que no puedo hacer eso. Verá, mi hermana está adentro y… necesito hablar con ella urgentemente… es una emergencia familiar –en realidad, lo era, ¿verdad?

Hubo una pausa. La cámara que se encontraba arriba de un poste cercano giró para observarnos bien.

–Enviaré una moto de nieve a buscarla. Puede entrar.

–¡Diles que no entrarás sola! –masculló Xav.

–Mis amigos no me dejan ir si no me acompaña alguien más.

–Usted y una persona más. El más viejo… los jóvenes no –la comunicación se cortó.

–Esto no me gusta nada –dijo Trace mientras su padre saltaba de la otra camioneta–. No podemos entregarle dos rehenes más.

–Ella ya tuvo la oportunidad de atraparme. Me parece que no está buscando rehenes sino mensajeros.

Saul apoyó la mano en mi hombro.

–Crystal, ¿estás dispuesta a hacerlo?

–Por supuesto que no está dispuesta –Xav estaba a punto de estallar. No había imaginado ese giro de los acontecimientos y no podía aceptar que yo me expusiera al peligro sin él–. ¿Esperan que permita que ella entre directamente en la cueva del lobo?

–¡Xav! –le advertí en voz baja.

–¿Qué? –volteó hacia mí sus ojos llenos de ira.

–Ella no está interesada en mí porque

no soy un alma gemela, ¿recuerdas?

Aun estando furioso, Xav ponía mi seguridad en primer lugar. Alejándose de mí, trató de disimular que estaba a punto de estrangularnos a todos.

–Sí, Bombón, tampoco es que seas tan importante, ¿no? Rayos, quiero patear algo.

El zumbido de los motores se escuchó antes de que surgieran las motos de nieve deslizándose por el sendero hacia nosotros.

Saul comenzó a disparar órdenes a sus hijos.

–Quédense en los vehículos. Si puedo me mantendré en contacto pero no me sorprendería que ella tuviera algún tipo de aislante que impida la conexión telepática.

–Si mi telepatía es única como afirma Xav, es posible que logre comunicarme –le eché una mirada de preocupación a mi alma gemela, que se encontraba zapateando sobre un surco de nieve.

–No lo hagas si eso te delata –exclamó girando hacia mí.

–Por supuesto que no. Tendré cuidado.

–¡Entrar ahí no me parece que sea tener cuidado!

–¡Xav! –Saul estaba perdiendo la paciencia, algo que no era usual en su familia.

–¿Qué? –repuso bruscamente.

–Xav, escúchame –su hijo levantó los ojos y se encontró con la mirada inmutable de su padre–. Puedes confiar en que voy a cuidarla. Te juro por mi vida que voy a hacer todo lo posible para que no le hagan daño a ella… y para el caso, tampoco a tu madre ni a Diamond ni a Phoenix ni a Sky.

–No puedes prometerlo –dijo Xav con calma, su ira pisoteada bajo la nieve.

–Lo que puedo decir es que si las cosas salen muy mal, Yves, tienes mi permiso para volar las puertas de la fortaleza y todos ustedes pueden irrumpir a la fuerza y rescatarnos. Pero por el momento, tratemos de utilizar métodos pacíficos para liberar a nuestras almas gemelas de allí. Es lo más seguro.

Zed lanzó una maldición, Yves asintió con cautela y Trace me abrazó fuertemente.

–Cuídate, hermanita –murmuró–. Sé que a Diamond no le gustaría que te dejara hacer esto.

Dos motos de nieve aparecieron súbitamente y giraron como para quedar apuntando hacia la casa. Los rostros ocultos tras los cascos, los conductores no descendieron ni dijeron una palabra. Por lo que se alcanzaba a ver, podrían haber sido extraterrestres. Con un ligero zumbido, una de las hojas del portón se abrió justo lo suficiente como para que pudiéramos pasar en fila. La condesa no quería correr ningún riesgo, lo cual era de esperar ya que, al tratarse de la familia Benedict, ella sabía muy bien a qué dones se estaba enfrentando. Victor, en especial, no sería bienvenido en esa fiesta.

–Muy bien, nos vemos en un rato –dije con falsa jovialidad y me deslicé a través del portón detrás de Saul. Apenas pasamos, se cerró con un murmullo. Xav trató de apartar la vista pero al final me echó una mirada de angustia.

Saul evaluó a los dos conductores de las motos de nieve.

–Crystal, tú ve con aquel –me indicó que fuera con el más grande de los dos.

Quedé sorprendida pues pensé que me enviaría con el otro.

–El cerebro es más peligroso que los músculos –susurró mientras me ayudaba a acomodarme detrás del hombre silencioso–. Tu conductor emite un aura de persona inofensiva.

Con cautela, sujeté la cintura del conductor. Sin esperar que Saul se hubiera sentado, arrancó hacia el castillo a gran velocidad.

Había demasiado ruido como para hacer preguntas, de modo que me esforcé por grabarme el camino de regreso en caso de que tuviera que buscarlo sola. El sendero estaba marcado claramente con postes que mostraban la huella sobre la nieve espesa. A ambos lados, había grandes extensiones de abetos. Al doblar un recodo, nos encontramos con los jardines envueltos en el misterio invernal. Pero también alcancé a distinguir algunos terraplenes, setos y estatuas. Arriba, el castillo se alzaba amenazador, una silueta oscura recortada contra el cielo, las almenas arañando las estrellas como si envidiaran su libertad desde su existencia confinada a la tierra. Me había apartado bruscamente de la vida normal y estaba inmersa en un cuento de hadas. En ese contexto, era muy fácil imaginar que una charla racional para liberar a las mujeres parecería una tontería, como tratar de convencer a un lobizón de que no te destrozara.

El motor se apagó. Al bajarme, no me sentí capaz de agradecerle al conductor. Otra vez sin decir una palabra, se alejó por el costado del edificio hacia donde yo supuse que la condesa guardaría los vehículos de transporte. Donde yo me hallaba, había un gran círculo pintado en el suelo pero ni rastros de automóviles. Unos segundos después, llegó Saul en la parte de atrás de su moto, visiblemente aliviado al verme. Descendió y se acercó deprisa hacia mí tomándome el brazo antes de que alguien pudiera separarnos.

–¿Y ahora qué? –inquirí.

No había ninguna puerta evidente para ingresar al castillo sino tan solo un pasadizo abovedado. A ninguno de los dos nos convenció la idea de tomar por allí; con la verja levadiza suspendida sobre nuestras cabezas, daba la impresión de que uno se adentraba en la boca del dragón.

De pronto, apareció en el pasaje un hombre con una linterna.

–Supongo que esa es nuestra respuesta –suspiró Saul aferrándome la mano con firmeza.

–Lo reconozco… es el mayordomo de la casa de Venecia de la condesa –susurré.

–Si el señor y la señora desean seguirme –recitó el empleado.

–Esta no es una visita social –exclamó Saul abruptamente–. Creo que usted sabe por qué estamos acá y debería considerar el riesgo de ser acusado por delitos penales si nos impide llevarnos a mi mujer y a las demás chicas.

–Muy bien, señor. Por aquí, por favor.

Ese mayordomo era muy bueno. Debía haber visto todos los clásicos del cine para conseguir con tanta precisión ese tono servil con un toque de desprecio.

Nuestras pisadas resonaron en el pasadizo. Atravesamos un patio y llegamos hasta una puerta abierta, de donde brotaban risas y voces.

–Parece que la condesa tiene compañía. ¿Qué significa eso para nosotros? –pregunté.

–Posibles testigos. Si hay alguien que no trabaje para ella, nos sería de gran ayuda –Saul se detuvo en el escalón de la puerta–. Muy bien, Crystal, trataré de utilizar telepatía. Te pido disculpas porque sé que te hace mal.

–No hay problema –me alejé y reforcé mis escudos–. Provocaré interferencia con el mayordomo –crucé el umbral e ingresé en un hall con paneles de madera decorado con espadas y trofeos de caza, muy original–. Hey, Perkins, ¿dónde puedo colgar mi abrigo? –le pregunté groseramente. Solo por interés, intenté penetrar en la mente del criado para ver si podía percibir algo relacionado con sus conexiones –como hacía cuando buscaba algún objeto perdido de mi sobrina– y me llevé una sorpresa. Su cerebro giraba como un remolino pero no de forma azarosa como el de la mayoría de la gente. Fue como ingresar en una rotonda donde todo se movía en un círculo ordenado: sus responsabilidades, su lealtad hacia la condesa y los lazos con su familia. Tenía la pulcritud de un robot. Me desconecté rápidamente pues no quería que él captara la invasión.

–La señora puede dejar el abrigo aquí –dijo el mayordomo estirando la mano. Me quité la chaqueta y se la di. Su expresión no cambió un ápice; ni una sonrisa ni un brillo de humanidad.

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