Crystal

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Capítulo 11

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Saul entró al vestíbulo. Arqueé una ceja pero él negó con la cabeza: la telepatía normal no funcionaba. Apunté hacia mi pecho para preguntarle si quería que yo lo intentara pero volvió a hacer un gesto negativo.

–Guardemos eso para más tarde –dijo en voz baja–, por si lo necesitamos.

–¿El señor quiere darme el abrigo? –preguntó el mayordomo.

–Cómo no –Saul se lo alcanzó. Mientras el hombre estaba de espaldas, me di un golpecito en la sien, lo señalé e hice una mueca.

–Mmm, interesante. ¿El borrador? –inquirió Saul con voz queda.

–Supongo que sí. No es natural. Parece que ella puede reordenar la mente a su conveniencia.

–Eso explicaría esta puesta en escena.

–Por aquí –Perkins se dirigió hacia dos hermosas puertas de madera. Al empujar para abrirlas, apareció un viejo y maravilloso salón, una enorme chimenea encendida y un juego de sofás y sillones rosados. Nada de eso llamó nuestra atención ya que, en el salón, estaban todas las personas que habíamos venido a buscar.

–¡Di! Dios mío, ¿te encuentras bien? –exclamé mientras me precipitaba sobre mi hermana, que bebía champagne sin aspecto de estar secuestrada. No reconocí el vestido pasado de moda que llevaba… ni tampoco la expresión de su rostro.

–Perdón, ¿nos conocemos? –Diamond dejó la copa y se puso de pie estirando la mano como si fuéramos dos extrañas–. Oh, debo haber olvidado tu nombre. Es probable que haya bebido demasiado –señaló la copa con pesar como invitándome a unirme a la broma.

–Diamond… soy yo, Crystal. Tu hermana.

–No seas tonta, soy la más joven de la familia. Mamá y papá estaban muy viejos como para tener otra hija. Aunque papá nunca admitirá que mamá esté demasiado vieja para algo, la consiente mucho. Es muy dulce de su parte, a su edad –bebió otro sorbo, su mano temblaba como si su cuerpo supiera algo que el cerebro ignoraba.

–Pero papá está… –no pronuncié la última palabra porque sabía que sería inútil. Su reloj mental había sido reprogramado y no parecía saber que papá había muerto ni que yo existía. Al indagar dentro de su mente, descubrí que yo no estaba allí. Todas las personas y cosas que habían estado en contacto con su relación con Trace habían sido eliminadas y, como yo había estado allí desde el principio, me había borrado por completo. Todos mis recuerdos habían sido sellados como los desechos radiactivos y sepultados profundamente en concreto para evitar que contaminaran al resto de la memoria. Y no era la única. Phoenix y Sky me observaban con educado interés; Karla tenía la mirada fija en el fuego sin notar la entrada de su esposo. Saul se acercó a ella con paso firme y la levantó del sillón.

–¡Karla, esto tiene que terminar ya mismo! –colocó su cara frente a la de ella–. ¡Escúchame, búscame en tu cabeza… en tu corazón! ¡Soy yo… Saul!

–Por Dios, ¿qué está haciendo? –exclamó Diamond dirigiéndose deprisa hacia la pareja junto al hogar–. ¿Está loco? ¡Déjela en paz!

–¿Saul? ¿Saul qué? –preguntó Karla, los ojos vidriosos. Daba la impresión de estar drogada… deseé que fuera algo tan simple como eso pero, por el estado de su panorama mental, había sufrido el mismo tratamiento que el mayordomo. Todas habían pasado por lo mismo, pero con ella era alarmantemente peor. Como había compartido la mayor parte de su vida adulta con su alma gemela, había sido muy poco lo que se había salvado de la limpieza.

A continuación, la diminuta figura de negro sentada en el sillón al otro lado de la chimenea se puso de pie.

–Benedict, ¿qué le parece mi venganza? –preguntó con amargo júbilo.

Saul soltó los brazos de Karla y la ayudó a sentarse suavemente. Estaba batallando con emociones tan intensas que no se encontraba en condiciones de responder.

–Como podrá ver, todas las almas gemelas están… ¿cómo lo diría usted? Perdidas –concluyó la condesa.

–No hay nada más poderoso que el vínculo entre almas gemelas –dijo Saul en voz baja–. Nada.

–Excepto yo –la anciana desvió su atención hacia mí–. Ah, Crystal, regresaste mucho más rápido de lo que imaginé. Estoy asombrada de verte acá esta noche. No esperaba que dedujeras adónde había llevado a todas las almas gemelas hasta, oh, mañana como muy pronto. Te felicito. Te subestimé. Tu falta de dones me hizo pensar que carecías de inteligencia.

–¿Por qué le ha hecho esto a mi hermana? –pregunté con dificultad mientras trataba de tragar el nudo que se había formado en mi garganta–. ¿Acaso le hicimos algo?

–Nada… y es un hecho desafortunado que tú te hayas visto envuelta en esto. Verás, mi querida, para borrar el vínculo de las almas gemelas hay que hundirse tan profundamente que, en ese acto, casi todo desaparece. Ya no queda mucho en sus bonitas cabezas. Ellas no sufren, solo están… –buscó la palabra con un revoloteo de sus dedos torcidos–, vacías.

Me negué a aceptar eso pero lo más importante de todo era alejarlas de ella.

–En ese caso, no cabe duda de que su venganza se ha consumado. ¿Podemos llevárnoslas a casa?

Ladeó la cabeza hacia un lado como si tuviera problemas de audición.

–Estás olvidándote de mi hijo. Una vez que me lo devuelvan… pueden quedarse con ellas.

–Y si hacemos eso, ¿dejará sus mentes como estaban antes? –pregunté.

–Te mentiría si te dijera que puedo hacerlo. No, pensé que era justo quitarles algo a los Benedict para siempre de la misma forma en que ellos se llevaron mi honor. Hicieron demasiado daño públicamente como para que yo revierta lo hecho.

Saul extendió la mano hacia Karla.

–Entonces nos iremos. Vamos, Karla, los chicos te están esperando en la entrada.

–¿Chicos? –Karla se estremeció y retrocedió ante la mano que su esposo le ofrecía.

–Tus hijos. Nuestros hijos. Sky, Phoenix… ustedes también. Nos marchamos. Yves y Zed las necesitan.

–Qué nombres raros –Phoenix se adelantó, alzó la vista y le sonrió–. Usted es raro. ¿Por qué llora? –y le secó las lágrimas de las mejillas.

Sky le ofreció un pañuelo de papel.

–No se preocupe, señor... Lo siento, ¿cómo dijo que se llamaba? No importa, lo estamos pasando muy bien. No tiene por qué llorar.

La condesa sonrió a sus invitadas.

–¿Alguna de ustedes desea marcharse con el señor Benedict y la señorita?

Las cuatro nos miraron como si fuéramos ejemplares de museo vagamente interesantes.

–¿Y por qué querríamos hacerlo? –preguntó Diamond.

Flanqueado por un par de guardaespaldas, el mayordomo apareció en la puerta casi como si pudiera oír a Saul evaluando la posibilidad de escapar de allí con Karla al hombro.

La condesa hizo un ademán hacia la salida.

–Muchas gracias por venir. Espero que estén en contacto conmigo por mi hijo, ¿puede ser?

Saul no respondió. Dio media vuelta y caminó directamente hacia la salida abriéndose paso a través de los tres hombres.

–Vamos, Crystal, no permaneceremos aquí. Condesa, espero que se pudra en el infierno.

Para ser un hombre apacible, la maldición brotó como un horrendo puñetazo de odio. Yo no podría haberlo dicho mejor.

 

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