Crypta

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VII. Mi amor es una rosa negra » Capítulo 3

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En cuanto dejaron de escucharse los pasos marciales de toda la comitiva, el Gran Ura regresó a lo nuestro. Si bien las cosas habían cambiado un poco.

—Me parece, Hermanos en la Superioridad, que, tras lo que acabamos de escuchar, todos le debemos una disculpa al espíritu medio Eblus —dijo el presidente de la sala, inclinando su cabeza ante mí y dando ejemplo a sus compañeros—: Mis disculpas, espíritu medio Eblus.

Uno por uno, todos repitieron las mismas palabras. El nuevo, con una neutralidad indiferente; Them, con el cansancio habitual cada vez que debía articular palabras (se estaba volviendo un gandul); Phäh, con el señorío de quien está por encima de las cosas mundanas, y, por último, Rufus, con un rictus contrariado que me llenó de satisfacción.

Esperé a que todos terminaran y respondí según marca el protocolo:

—Acepto vuestras disculpas, Seres Superiores, y en pago ofrezco mi lealtad hacia vosotros hasta mi último día.

Bueno, la segunda parte fue de mi cosecha, por hacerles un poco la pelota. Un sexto sentido me dijo que aquel era un buen momento para eso. Y mis corazonadas nunca suelen engañarme.

—Como presidente de esta cámara que soy, considero oportuno interrumpir la sesión durante unos minutos. En cuanto a ti, Eblus, el chambelán te conducirá hasta la Sala de los Espejos, donde esperarás hasta que te demos la orden de comparecer de nuevo ante nosotros. ¿Lo has comprendido?

—A la perfección, Ser Superior —contesté.

—¿Hay algo que desees añadir antes de este intermedio?

Desde luego, las cosas habían cambiado mucho después del paso del Gran Ujah. Ahora incluso se me permitía entablar conversación.

—Con la humildad que corresponde a mi condición y con el permiso de Sus Superioridades, hay algo que quisiera explicar.

Ura extendió la mano, magnánimo.

—Adelante. Te escuchamos.

—Es un asunto que tiene relación con mi anterior comisionado —dije—, aquel que consistía en evitar por todo el mundo la construcción de nuevos templos.

—Sabemos perfectamente qué misión te encargamos. ¡Abrevia!

Al escuchar lo anterior, el dinosaurio bípedo irguió la pesada cabeza, muy extrañado. Procuré paladear bien las sílabas de mi siguiente frase, no solo porque quería que todos —incluso los dormidos— las entendieran adecuadamente, sino porque no deseaba privarme a mí mismo del enorme placer que proporciona dar ciertas noticias.

—Tengo la satisfacción de notificar a los Seres Superiores que he logrado un importante objetivo.

—¿Un objetivo? —preguntó Ura—, ¿a qué te refieres?, ¿has logrado paralizar las obras de algún templo?

—No exactamente. He derribado el templo entero. Y era de los importantes.

Se produjo un murmullo entre Sus Superioridades.

—¿Podemos saber de qué templo se trata, espíritu Eblus?

—Por supuesto, Gran Ura, para mí es un orgullo ofreceros humildemente mis triunfos —dije, volviendo a lo de antes—. Es el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, en Barcelona. O mejor dicho: era.

El triceratops aplaudió, emocionado como un niño. Los demás le chistaron, amonestándolo, mientras clavaban en él ojos furibundos (catorce en total, conté). El pobre, hacía tan poco que se había incorporado a la envarada institución que aún no había tenido tiempo de estudiar las tres mil páginas del protocolo regulador. Allí se dice bien claramente que cualquier muestra de júbilo está terminantemente prohibida.

—Eso es, en efecto, un gran logro, Eblus —observó Ura.

—Gracias, Ser Superior.

—Solo una duda más. —Volvió a la carga el presidente—. ¿Puedo saber en qué estado se encuentra aquella relación tuya con la hembra humana? Si no recuerdo mal, fue por salvarle la vida que aceptaste ser degradado.

Esta vez no tuve que meditar tanto mis palabras. Algo me decía que mi vida ya no dependía de la elección de un adjetivo o un adverbio. Además, para ser brutal bastaba con ser sincero. Sentí un regusto agridulce cuando contesté:

—Ni siquiera recuerdo su nombre, Gran Ura.

Complacido, el presidente interrumpió la sesión y me mandó a la Sala de los Espejos. Orden que obedecí mansamente.

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