Crypta

Crypta


VII. Mi amor es una rosa negra » Capítulo 6

Página 54 de 58

6

Comencé mis visitas por algunos domicilios de Dubái, Nueva York, Londres, Madrid y Berlín. Mero trámite antes de aterrizar en el despacho de mi arquitecto medieval favorito.

Se sobresaltó un poco al verme, porque olvidé adoptar el aspecto antropomórfico al que le tenía acostumbrado y el de gavilán cornudo gigante no fue muy de su gusto.

El suyo tampoco me agradó, apostillo: su cara tenía el doble de arrugas que la última vez que le vi.

—¿Te han llamado ya? —saludé, jovial.

—¿Quiénes?

—Concejos municipales, magnates del petróleo, empresarios multimillonarios…

—No… que yo sepa. La secretaria es quien contesta al teléfono.

—Lo harán, no te preocupes. Todos se han levantado hoy con un solo capricho en la cabeza: encargarte un edificio que perpetúe su memoria. Pero estas cosas quieren tiempo.

Gerhardus sonrió, comprendiendo. Echó un vistazo a mi indumentaria (volvía a ser el humano atildado de siempre) y dio una palmada sobre la superficie de la mesa.

—¡Ya decía yo que te veía diferente! ¿Has recuperado tu estatus?

—Nunca fui tan poderoso —repuse, cruzando las piernas con suficiencia.

—¿Y a pesar de todo has venido a visitarme?

—No te lo tomes por costumbre. ¿Dónde está el contrato?

Abrió un par de cajones, sacó de un doble fondo la plumilla de plata y el pergamino y lo extendió ante mis ojos.

—¿Volveré a ser tan joven como antes? —inquirió.

Estampé mi firma y le otorgué a la rúbrica un aire rococó. Cuando le devolví la plumilla a Gerhardus, zanjé la cuestión:

—Protégete la próxima vez, arquitecto. Hoy has tenido suerte: deber favores a gente como tú me quita el hambre.

Y me esfumé. Así, sin más. Un gran final siempre es garantía de éxito.

La siguiente parada era más comprometida y daba menos margen al lucimiento. El Gran Ujah me había citado en su alcázar imperial y yo no tenía ninguna intención de hacerle esperar. De modo que preparé mis rodillas para la cantidad de genuflexiones que me esperaban y me puse en camino, disfrutando del paisaje y sin perder un instante.

Las reuniones con el Gran Ujah no son un bocado que se sirva todos los días, ni siquiera a los miembros del Cónclave de Los Seis. El Gran Señor de lo Oscuro vive retirado en su alcázar de marfil, donde pasa el día ocupado en mil asuntos de máxima importancia que nadie está autorizado a conocer.

Cuando llegué, por ejemplo, Ujah se encontraba en su harén, donde sus concubinas se turnaban para masajearle la espalda (las vértebras del Gran Señor de lo Oscuro se consideran un asunto de máxima importancia). Tuve que esperar a que terminaran, resignándome a que en estos regios salones el tiempo no importa mucho.

Di varias cabezadas, y solo sé que para cuando el Gran Ujah me recibió, volvía a ser de noche. Un par de hermosas bedelas me condujeron, a través de seis patios porticados, hasta el Salón de Diamante, donde el Gran Oscuro me estaba esperando. Por lo relajado y lo satisfecho que le encontré adiviné que sus concubinas debían de ser expertas masajistas.

Antes de mirarle a la cara, o de demostrar que lo había hecho, me arrodillé ante él y toqué el suelo con la cornamenta (la del gavilán cornudo gigante, que volvía a lucir). El Gran Ujah ronroneó, complacido ante mi actitud servil. La hermosa bedela, que se había detenido a mi derecha, dijo:

—Puedes saludar al Gran Señor de lo Oscuro, Ser Superior.

Sin cambiar de posición, obedecí:

—El Ser Superior Eblus, miembro numerario del Cónclave de Los Seis y por tanto Ministro vuestro, os saluda con humildad, Gran Señor de lo Oscuro.

—Puedes adoptar la posición erguida, Ser Superior Eblus —dijo entonces la bedela, obedeciendo a un gesto de su señor.

Me levanté, pero sin apartar la vista de mis garras, ya que no se me había dado aún permiso para contemplar al Gran Ujah.

—El Gran Señor de lo Oscuro va a hablar —anunció la hermosa fémina.

Ah, ¡cuánto tiempo ganaríamos si prescindiéramos de tanto formalismo!

—Me complace volver a verte, Ser Superior Eblus, ya veo que en solo unas horas las cosas han cambiado mucho para ti —dijo Ujah.

Me quedé esperando unas milésimas de segundo, preguntándome si la moza debía darme también permiso para contestar. Como parecía adormecida, me arriesgué:

—Todo lo debo a vuestra intervención, Gran Ujah.

—Puedes mirar al Gran Señor de lo Oscuro, Ser Superior Eblus —dijo la voz femenina.

Menos mal. Es difícil concentrarse en una conversación mientras ves tu rostro de aguilucho reflejado en las baldosas relucientes.

—Yo te debo algo más preciado, Eblus —continuó, solemne, el Gran Oscuro—. No creas que lo he olvidado.

—Su Oscuridad me honra —repuse, bajando la cabeza para subrayar mis palabras.

—Es por eso —continuó él— que te pedí que vinieras. Hace ya algún tiempo que abrigo el deseo de retirarme para siempre de estos fatigosos menesteres, que llevo desempeñando tanto tiempo. Si no lo he hecho aún es porque no conocía a ningún candidato digno de ocupar mi puesto. Con intención de relacionarme con algunos Superiores y de reparar esa falta, acepté la invitación de Ábigor a pasar una temporada en su mundo, aunque, como bien sabes, por poco lo pago muy caro. Al fin, terminé por conseguir mi propósito, si bien habría preferido lograrlo de un modo menos brusco.

Iba a responder algo, igualmente servil y baboso, cuando continuó.

—Supongo que no desconoces los métodos habituales de alcanzar el Gran Sillón de lo Oscuro. La guerra es el que tiene más tradición, desde luego, pero es repetitivo y lo ensucia todo. Yo prefiero la abdicación, y me distingo por ello: mis antecesores no se han mostrado, a lo largo de los milenios, muy dispuestos a ceder a nadie el asiento de sus regias posaderas. Un error, desde luego, porque no hay nada más aburrido que decidir día tras día los destinos del mundo. Por otra parte, he sabido de tu gran ambición y de las muchas penalidades por las que has pasado a lo largo de tu existencia, aunque alternadas con los momentos de gloria. Para vivir en esta torre de marfil, hijo, es necesario haber hincado muchas veces las rodillas en el fango y haber conocido la humillación y la derrota. En eso, pocos van a resultar mejores candidatos que tú, desde luego.

No acababa de convencerme aquella parte del discurso, y procuré manifestarlo con un rictus de levísima contrariedad que el Gran Ujah, creo, no percibió.

—Sin embargo, son pocos los que se sienten capaces de levantarse después de que les pisoteen, conservando intactas su dignidad y su rabia. Es eso lo que me gusta de ti, Eblus. Ni siquiera cuando solo eras un moscardón del desierto te permitiste ser indigno. Como tú sabes, la grandeza no se demuestra cuando llegas a lo más alto, sino cuando te hallas en lo más bajo. Estoy seguro de que serás un magnífico Gran Señor de lo Oscuro. Al fin he encontrado a mi perfecto sucesor. Ya era hora.

Callé. La emoción solo me habría hecho decir tonterías.

—Pero dejémonos de paparruchas y hablemos de cosas prácticas —dijo el Gran Ujah, dando una palmada en el aire.

De inmediato respondieron a su reclamo seis beldades (y también bedelas) portando una escribanía con todos sus complementos. La depositaron justo enfrente del Gran Señor de lo Oscuro y una de ellas abrió lo que parecía una agenda, de cubiertas y páginas de oro, que consultó antes de decir, con fina voz de tiple:

—¿Os parece bien, Ser Superior Eblus, programar el acto solemne de abdicación y posterior coronación y toma de investidura para dentro de dos lunas?

—Si ese tiempo conviene al Gran Oscuro, soy su siervo en estas y otras cuestiones.

—¡Decidido, pues! —saltó Ujah—. Dentro de dos lunas te cederé el trono. Ordenaré que los preparativos comiencen de inmediato. Habrá espectáculo, discursos y un gran banquete. Ya lo estoy imaginando. El alcázar no conoce nada igual desde que yo ascendí al trono por una escalera hecha con cabezas cortadas. ¡Será fabuloso! No te olvides de facilitarle a mis chicas un modo de contactar con tus ujieres. Habrá que empezar a trabajar de inmediato en la lista de invitados, y más en estos tiempos precipitados en que todo el mundo tiene tanto que hacer.

El Gran Ujah dio otra palmada y las seis servidoras se llevaron la escribanía y todo lo que guardaba.

—Ahora puedes plantear tus dudas o inquietudes, espíritu Superior Eblus. Un máximo de dos —dijo la bedela hermosa, que seguía a mi lado.

No se me ocurría nada que preguntar. Todo me parecía lo bastante claro. Aun así, como el Gran Oscuro deseaba atender mis dudas, formulé una cuestión.

—¿Puedo saber a qué va a dedicarse después de su abdicación, Gran Ujah?

—No lo tengo muy decidido aún —repuso el Gran Oscuro, satisfecho por mi curiosidad, que le permitía hablar de sí mismo—, me retiraré al campo, criaré bonsáis, excavaré pozos en busca de metales, o puede que presida una fundación, quién sabe. Lo único que tengo claro es que me haré célibe. ¡Estoy cansado de tener que practicar el sexo a todas horas, con todas estas señoritas insaciables! Necesito un poco de reposo y flacidez. ¡Aunque para ello tenga que volverme humano!

Pensé que el Gran Ujah tenía mucho más claro lo que no quería (seguir siendo quien era) que lo que de verdad ansiaba, y me prometí a mí mismo no perderle de vista en su futura vida campestre.

La hermosa insaciable (el dato lo había proporcionado el jefe) intervino una vez más:

—Puedes exponer tus conclusiones, Ser Superior Eblus, antes de retirarte.

—No sé si es una conclusión, pero hay algo importante de lo que no hemos tratado —apunté.

—¿Sí? ¿De qué se trata?

—Ábigor. Prometimos conseguirle un sitial en el Cónclave. Creo que deberíamos cumplir nuestra palabra.

El Gran Ujah se removió en el magno trono y soltó un gruñido.

—Ese oportunista ambicioso… No, no me he olvidado de él, aunque tenía la esperanza de que lo hicieras tú. Su recuerdo no me agrada.

Comprendía al Gran Oscuro. A mí tampoco me agradaba Ábigor, y sospechaba que como Ser Superior iba a darnos muchos problemas, pero insistía en que el asunto debía tratarse, puesto que nos habíamos comprometido.

—Aunque no me satisface —continuaba revolviéndose y gruñendo Ujah— y quisiera encontrar un modo de… ¡Ya lo tengo! ¡La Nómina Áurea! ¿Cuántos hay en la lista de espera?

Me maravilla comprobar cómo a todos los Oscuros se nos ocurren siempre las mismas cosas.

—Unos diez mil, Gran Ujah —dije.

—¡Estupendo! Le diremos que le pondremos el primero, y así le garantizamos un puesto en el Cónclave en cuanto haya una vacante. Es perfecto. Cumplimos la palabra dada, pero no hacemos Superior a un indigno traidor. Total, la lista no sirve para nada…

Aún meditaba su solución, que no me parecía ni mucho menos descabellada, cuando el Gran Ujah tuvo otra idea.

—¡Es más! —exclamó, dando un brinco—, para otorgar credibilidad a nuestra promesa, ordenaré hoy mismo que el primer nombre de la lista actual sea quien ocupe tu sitial el mismo día que tú lo dejes libre. ¿Qué me dices? ¿Te parece una buena idea? ¡Quien sea se va a poner loco de contento, y con razón!

Pensé en mi fiel Andras y sentí un escalofrío de satisfacción que me recorrió por completo, del penacho al obispillo.

—Como todas las vuestras, es la mejor idea posible, Gran Ujah —contesté, rayando de nuevo el suelo con los cuernos.

—Así pues, queda decidido. Redactaré la orden ahora mismo. —Otra palmada, y volvieron a salir las chicas con los bártulos de escribir—. Como conclusión, no me parece mal. A menos que tú quieras añadir algo, digno heredero.

Me incliné, en señal de aceptación y humildad, momento que mi escolta aprovechó para decir:

—Puedes retirarte, Ser Superior. Sin dar la espalda al Gran Señor de lo Oscuro ni rayar el suelo con ninguna protuberancia de tu anatomía.

Me preguntaba aún si esta segunda parte de la frase la habría añadido de su cosecha y si tendría algo que ver con mi apariencia física, cuando las puertas de marfil del alcázar se cerraron a mis espaldas. Levanté la mirada y no alcancé a ver las torres más altas de la fortaleza. No me pareció un mal lugar donde vivir, aunque seguía prefiriendo mi claustro bajo la roca.

«Bueno, seguro que algo se puede hacer al respecto», me dije, por no preocuparme antes de tiempo.

Había pensado en tomarme la noche libre. Me apetecía vagabundear por aquí y por allá, tal vez regresar a Vaus, o a Layana, o al monasterio o bajar a las profundidades marinas. Me merecía un poco de sosiego después de tantas emociones y ya había decidido mi rumbo cuando algo me hizo cambiar de planes.

Supongo que imaginas que era algo importante.

Ir a la siguiente página

Report Page