Crypta

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II. El blog de Natalia (1) » Los peones del ajedrez

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Los peones del ajedrez

Mis padres tuvieron que aprender a vivir sin Rebeca. Para ellos fue muy duro perder la última esperanza. Cuando más de dos meses después apareció el cuerpo, en un pozo de la iglesia de Aínsa, a muchos kilómetros de aquí, mi madre ya estaba sumida en un túnel de oscuridad interminable. Celebramos un funeral con cámaras de televisión y autoridades, todos representando el papel de familiares desolados. Algunos lo estaban de verdad. Mis padres llevaban semanas sin dormir. Bernal se encontraba como ausente. Yo no sabía qué pensar.

Cuando comenzó el curso de nuevo, la gente del colegio pareció volverse loca. Llenaron de flores la silla de mi hermana. Fue el más sonado homenaje a la peor alumna del instituto que se haya visto jamás. Mi tutora me llamó a su despacho solo para decirme que no debía preocuparme, que mi expediente académico era brillante y que podía permitirme atravesar un mal momento sin que mis notas se resintiesen. Era natural, dijo, con todo lo que estaba pasando.

Qué sabía ella.

La versión oficial era más o menos la siguiente: Natalia está atravesando un mal momento debido a la muerte, en extrañas circunstancias, de Rebeca, su querida hermana mayor, a quien siempre estuvo muy unida.

Eso es lo que todos querían oír.

Mi propia versión era bastante diferente: Natalia está hecha polvo por culpa de una persona que no quiere ni verla. Mientras ella no puede dejar de pensar en él, el muy estúpido acaba de pedirle que le deje en paz. Dice que sigue enamorado de Rebeca.

Le hice notar a Bernal que Rebeca estaba muerta. Se encogió de hombros. Le recordé todo lo que me prometió la tarde anterior a la fatídica noche del pozo, en mi casa, cuando dijo que yo le gustaba mucho y que pensaba cortar con ella.

—Yo sigo aquí —le dije—, ya no tienes que cortar con nadie para estar conmigo.

Su respuesta me dejó helada:

—Ahora ya no es lo mismo.

¿Qué significaba aquello? No podía pensar en otra cosa, pero a pesar de todo no lograba entender nada.

Ahora me pregunto cómo pude estar tan ciega. Bernal se comportaba de un modo rarísimo. No había ni rastro de aquel chaval cargado de dudas que solo un día antes del accidente me dijo que quería dejar a mi hermana. Luego, me mandó literalmente a la mierda. Me dijo cosas que me hicieron mucho daño y que no quiero repetir nunca más. Me comparó con Rebeca. Y en su escala, por supuesto, ella ganaba en todo. Rebeca la simpática, Rebeca la guapa, Rebeca la fiel, Rebeca la humilde, la estupenda, la perfecta… qué risa. Nada de todo eso era verdad. Y Bernal lo sabía tan bien como yo.

¿Qué le ocurría, entonces?

¿Acaso otro decidía por él lo que debía pensar? ¿Estaba siendo manipulado sin darse cuenta?

Claro que, ¿son conscientes las piezas de ajedrez de que todas sus acciones, todos sus triunfos y sus derrotas, nunca les han pertenecido?

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