Crypta

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II. El blog de Natalia (1) » La verdad y nada más que la verdad

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La verdad y nada más que la verdad

Poco después de lo de Rebeca, cuando algunos periódicos se refirieron a nosotras como si estuviéramos malditas, cuando me sentía peor que en toda mi vida (más pieza-que-no-encaja que nunca), decidí investigar mi pasado de una vez por todas. Nada de más preguntas sin respuesta.

Tenía derecho a conocer la verdad.

Abrí una investigación. Objetivo: yo misma.

En el fondo, necesitaba distraerme con algo. Dejar de pensar en Bernal.

Hay una pequeña biblioteca municipal junto al instituto. Como biblioteca no es gran cosa, apenas diez mil volúmenes desgastados. Pero el edificio alberga también la hemeroteca municipal. Un montón de periódicos, revistas y documentos entre los que se conserva la prensa local y comarcal desde hace más de cincuenta años. En alguna parte de toda esa montaña de papel, alguien habló de mí alguna vez.

Me convertí en rastreadora de mis propios tesoros.

La biblioteca está en el primer piso. A las ocho de la mañana de un lunes era casi un lugar desierto. Ni siquiera el bibliotecario había llegado. Curioseé un poco, leí los títulos en los lomos. Nada de lo que descubrí me interesaba lo más mínimo. Ya pensaba en marcharme cuando asomó por la puerta una mujer de cara redonda y sonrosada:

—¿Buscas a alguien? —preguntó.

—Quería consultar unos periódicos —le dije. Y para que no sospechara, añadí—: Es para un trabajo.

Arrugó el entrecejo.

De acuerdo, lo reconozco, no estuve muy bien eligiendo la excusa. Pero funcionó, porque la mujer preguntó a continuación:

—¿Periódicos de qué fechas?

—De hace unos trece años.

Me hizo un gesto para que la siguiera. Subimos al segundo piso por una escalera desierta. En la parte de arriba nos esperaba una sala grande que olía a polvo y abandono. En un rincón distinguí a otro usuario. Un hombre elegante, moreno y con el pelo engominado, concentrado en la lectura de una revista rara.

La mujer señaló varias hileras de libros polvorientos.

—Lo que buscas está aquí. Es material solo de consulta, pero puede fotocopiarse. El servicio de reprografía está en el piso de abajo —explicó.

Me gustó esa mujer tan eficaz, que no había sonreído ni una sola vez ni se había molestado en explicarme que hay que tratar los libros con cuidado, como solían hacer todas sus colegas cada vez que veían a alguien de mi edad, como si los adolescentes utilizáramos las páginas de los libros para lustrarnos los zapatos. Le di las gracias mientras estudiaba su falda plisada de color excremento, sus zapatos de tacón cuadrado y bajo. «Seguro que vive sola y tiene un gato», me dije.

En cuanto se marchó, dejé la mochila sobre la mesa, me quité la chaqueta, eché un vistazo. Leí los nombres impresos en los lomos: Blanco y Negro, El Semanal, Artes & Letras, Heraldo de Aragón, Crónica de las Cinco Villas. ¡Ahí estaba lo que necesitaba! Un periódico local con cierta tendencia enfermiza al sensacionalismo (eso lo descubrí más tarde). Estudié uno de los tomos, hasta dar con la fecha deseada.

Me enfrasqué enseguida en su lectura, saltando de noticia en noticia. No levanté la mirada del papel gastado hasta dar con ella.

Una niña desaparece en la Sierra de Santo Domingo

 

El grupo escolar almorzó en los alrededores del Barranco de Calistro.

Más de cien efectivos policiales se afanan desde ayer en su búsqueda.

Leí deprisa, tenía urgencia por saber. Primero, los grandes trazos, las grandes preguntas, aquellas cuyas respuestas conocía. Luego, los detalles. Pasé páginas a toda velocidad. La misma sección, pero del día siguiente:

Ni rastro de la niña desaparecida en Santo Domingo

 

Los expertos alertan de las escasas posibilidades de hallarla con vida.

La familia está recibiendo ayuda psicológica.

El caso ocupó cada vez más espacio. En una de las ediciones del diario descubrí una foto mía en la portada. En el interior le dedicaron seis páginas. Incluso había entrevistas con el jefe de la Guardia Civil que dirigió la búsqueda. El titular principal del tercer día no resultaba muy esperanzador:

Tercer día de la angustiosa búsqueda de Natalia

 

Las temperaturas nocturnas alcanzan en la zona los 20 grados bajo cero.

Un portavoz de la familia pide que se respete su dolor.

La lectura me atrapó durante un buen rato. El viejo drama local del que fui protagonista cobraba fuerza de nuevo muchos años después. De pronto me pareció escuchar un susurro, algo parecido a una tonada. Levanté la vista y descubrí al otro usuario mirándome fijamente. Tarareaba algo. Al verse descubierto, levantó la voz. La canción me sonaba. La cantaba en un inglés perfecto y sonreía, como si estuviera muy contento:

Please allow me to introduce myself

I am a man of wealth and taste

I’ve been around for a long, long year

Stole many a man’s soul and faith[3]

Al fin di con el titular que remataba aquella historia angustiosa.

Hallada sin un rasguño la niña desaparecida

 

«Creemos que ha sido un secuestro», dice el jefe de la Guardia Civil.

Natalia, que está ilesa, abrazaba una muñeca cuando fue encontrada.

Una muñeca. Lo leí dos veces. Observé la foto del periódico. Allí estaba yo, con mi abrigo blanco y mi pelo recién peinado. Cualquiera que observe esa foto se dará cuenta: no parezco una niña recién liberada de un secuestro. Más bien parezco alguien muy feliz de estrenar ropa nueva. En las manos llevo una muñeca. No es un juguete cualquiera. Es mi muñeca, la que ha sido mi compañera durante todos estos años. De niña, eso lo recuerdo muy bien, no consentía dormir sin ella. Mis padres tenían que llevarla a todas partes porque de lo contrario me sentía sola, desolada. Mamá no la soportaba, ni siquiera hoy le gusta. Por fin he descubierto por qué. En la fotografía, la muñeca está igual que ahora: su vestido de terciopelo de color granate y su pelo negro azabache. Parece mirar a la cámara con suma tranquilidad. Ni ella ni yo estamos conmocionadas. A mi madre, en cambio, se la ve destrozada. Delgada, ojerosa, despeinada… la secuestrada a quien acaban de liberar parece ella.

Me quedé mucho rato mirando esa fotografía, intentando leer en ella algo que no fuera evidente. Algo que los periodistas no escribieron, o que tal vez no llegaron a saber. Aquello que mi madre lleva tantos años negándose a sí misma y, por añadidura, negándome a mí.

En la foto, mi madre lleva mis zapatos en la mano.

No supe si era un detalle importante. Lo descubrí ese día, en la hemeroteca, y le di vueltas durante mucho tiempo.

A veces, un gesto insignificante predice una gran catástrofe.

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