Crypta

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II. El blog de Natalia (1) » La verdad puede matar

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La verdad puede matar

Soy aficionada a hacer listas. Listas de todo. De cosas pendientes, de defectos de las personas, de propósitos para un nuevo año, de cosas que no me atrevo a hacer, de cosas que he hecho… Hoy os regalo tres de mis listas, inéditas y en exclusiva:

1) Lista de mis razones para odiar a Rebeca:

Su encanto personal.

Su sonrisa irresistible.

Su larga melena castaña con mechas rubias.

Su

piercing

en el ombligo (o mi ombligo vacío).

Su desvergüenza con los tíos.

Su modo de decir palabrotas.

Su simpatía a prueba de bombas.

Esa facilidad con que hacía amigos.

Lo bien que le quedaban los tangas.

Lo ordenada (más bien maniática) que era. Solo hay que abrir su cajón de la ropa interior, donde las prendas aún están clasificadas por colores y tamaños.

La siguiente lista es imaginaria pero cierta. Si ella pasa por aquí puede confirmarlo (si quiere, porque es un espíritu caprichoso).

2) Lista de razones por las que me odiaba Rebeca:

Mi fama de niña buena.

Mi facilidad para convencer a nuestros padres de casi cualquier cosa (a veces fastidiándola a ella).

Mi brillante expediente académico.

Los premios que conseguía por sacar buenas notas.

Los comentarios de admiración de los compañeros de curso.

Que Bernal me quiso primero a mí.

[4]

Mi conclusión es esta: nos envidiábamos mutuamente. Mis padres alucinarían si lo supieran. ¿Natalia, celos de Rebeca? ¿De verdad le gustaría ser como ella? ¿Y Rebeca querría que sus padres le hicieran caso? ¿Desde cuándo?

Pues sí, queridos papá y mamá que nunca leeréis esto: así era. Los celos son los protagonistas de esta historia triste. Así fue desde que el mundo es mundo.

Moraleja: los hijos somos como somos, no como vosotros deseáis que seamos.

Y ahora llega el plato principal de este banquete inesperado. En tercer y último lugar, damas y caballeros, he aquí mi

3) Lista de razones por las que odio a mi hermano.

No le conozco de nada.

Nos llevaremos diecisiete años. Nunca podremos compartir nada. Cuando él tenga mi edad, yo seré casi una vieja. Es decir: nunca le conoceré en realidad. Todos esperan que cuide de él. Qué asco. Me parece increíble que dispongan de mi tiempo. ¿De verdad esperan que le cambie los pañales? ¿Que le lleve de paseo? ¿Que renuncie a algo por ser su canguro? Ayer mamá le dijo a una vecina entrometida: «Cuando nazca el bebé, Natalia me echará una mano. —Me acarició la barbilla y, sonriendo, añadió—: ¿Verdad, cariño?». Me dieron ganas de decirle: «Pues claro que no. No soy yo la que se ha quedado embarazada».

Todo el mundo cree que debo quererle. Que debo estar contenta. Que tener un hermanito es algo maravilloso.

Enteraos todos de una vez: no es maravilloso, es un asco. No estoy contenta, sino harta. No le quiero, me da náuseas.

Detesto el nombre que han elegido para él. Rafael. Suena fatal. Pregunté por qué.

—Ese nombre le protegerá —dijo mi padre.

Pensé: «Ajá, de modo que tú también lo sabes».

Rafael, nombre de arcángel. Pero ni eso podrá salvarle.

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