Crypta

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II. El blog de Natalia (1) » Por favor, deja que me presente…

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Por favor, deja que me presente…

De modo que aquel verano también me cambió a mí.

De ser una estudiante ejemplar, aplicada, que siempre obtenía unas calificaciones excelentes, pasé a rozar el aprobado. Tenía demasiados problemas para concentrarme en los estudios. Y, además, estaba loca por Bernal, que de pronto no quería saber nada de mí.

Creí que me volvía loca.

Una madrugada que no podía dormir decidí que lo mejor era regresar al pozo. Tenía que pedir un deseo. Si me había concedido el anterior, tal vez también me concedería este. Además, había un motivo más absurdo pero muy profundo que me empujaba a regresar a ese lugar terrible: de algún modo, el pozo me unía a Bernal. Allí habíamos estado solos por última vez, aunque fuera para hacernos reproches, antes de que toda aquella pesadilla se apoderara de nosotros.

Debía volver.

Lo planifiqué todo bien. Tomé el autobús hasta Ejea y pensé que desde allí sería capaz de recordar el camino que habíamos recorrido aquella noche veraniega. La carretera, el sendero hasta la verja oxidada, entre zarzas y matorrales, en la espesura del bosque… pero con luz de día todo me parecía distinto. Lo único que vi claro fue que me había perdido. Llevaba caminando más de media hora y el lugar no me sonaba de nada. Di media vuelta e intenté regresar a la carretera, pero veinte minutos más tarde me di de bruces con la espesa vegetación de la otra vez, y frente a mí, a lo lejos, distinguí una jaula grande que reconocí al instante.

Vistas con aquella claridad, las mariposas resultaban aún más fascinantes. Eran enormes. Preciosas. Todas tenían las alas de colores vivos, brillantes, y revoloteaban solo para mí. Resultaba increíble que pudieran vivir en aquel lugar yermo, donde no parecía crecer nada aprovechable. Introduje con dificultad un dedo entre los barrotes. Sobre él se posaron al instante media docena de ejemplares. Los observé con emoción. Nunca había visto colores como aquellos. Estuve allí, embelesada, un rato más, hasta que una voz masculina me sobresaltó:

—¿No es increíble que algo tan hermoso se deje poseer?

Era un hombre mayor, pero no mucho, unos treinta a lo sumo. Iba vestido con un elegante abrigo negro que le llegaba casi hasta los pies. Llevaba el pelo arreglado con coquetería y parecía recién afeitado. No puedo decir que no fuera atractivo, más bien que no era mi tipo (además de que era muy mayor para mí). Y lo más curioso: me resultaba familiar, como si lo hubiera visto en alguna otra parte. En aquel lugar, su presencia era tan chocante como las mariposas de la jaula.

—¿Son tuyas? —pregunté.

Asintió con la cabeza, antes de contestar:

—Yo mismo las conseguí, una por una.

—Son muy bonitas.

Sonrió de nuevo, socarrón, y se detuvo junto a mí, frente a la jaula, a contemplar los insectos. Sobre la yema de mi dedo solo uno de ellos continuaba aleteando. Era un precioso ejemplar. Sus grandes alas combinaban los colores verde y violeta. El hombre introdujo un dedo entre los barrotes —llevaba guantes de piel negra— y la mariposa revoloteó hasta posarse sobre él. Como si le reconociera. Como si prefiriera su contacto al mío.

—Es una de las mejores —dijo, refiriéndose a la mariposa—, y mi favorita. Algún día te contaré la historia de cómo la conseguí.

—¿Las cuidas tú mismo?

—Naturalmente. Vengo todos los días.

Recordé el viejo caserío del que me había hablado Bernal.

—¿Vives por aquí?

—Ya no. Pero nunca estoy muy lejos.

«Qué tío más raro», pensé.

—¿Eres de Ejea? —insistí.

Me picaba la curiosidad. Supongo que es típico en un lugar donde todos, más o menos, nos conocemos de algo. A aquel señor yo no le había visto en mi vida. ¿O sí?

—Ya que muestras tanto interés, te diré que vivo en el monasterio de San Juan de la Peña.

—¿En serio? ¿Eres monje?

Me miró con picardía. Creo que de algún modo adivinó mis intenciones. Todo el mundo sabe que en San Juan de la Peña no vive nadie, salvo el personal de la hospedería para turistas. Los dos monasterios que hubo allí alguna vez hoy solo son un puñado de ruinas. La pregunta, pues, estaba cargada de mala intención. A él parecía divertirle.

—La vida monástica favorece mis hábitos. Por eso soy un viejo amigo del lugar. Algo así como un invitado especial.

Hablaba con una sonrisa en los labios y con una confianza que me llamó la atención. Era como si también él creyera conocerme. En su compañía me sentía extrañamente relajada, y percibía que a él le ocurría lo mismo. Y eso que no podía decir que fuera precisamente el tipo de gente con el que yo estaba habituada a tratar.

—¿Te conozco de algo? —me atreví a preguntarle.

—Ah, perdón —dio un respingo afectado—, qué fallo, creí que me había presentado. Permíteme que lo haga ahora.

Entonces entonó una melodía en inglés que reconocí enseguida.

Please allow me to introduce myself

I am a man of wealth and taste

I’ve been around for a long, long year

Stole many a man’s soul and faith

—¿Estabas…? —balbuceé, confusa—, ¿cómo puede ser…?

Intentaba pensar rápidamente, pero mis palabras y mis pensamientos no lograban sincronizarse.

—¿Sorprendida? —preguntó.

Más que eso. Estaba asustada, aunque procuré que no se diera cuenta.

—¿Me estás siguiendo? —inquirí.

—Podríamos llamarlo de esa forma, pero sería una simplificación.

—¿Te envían mis padres?

Qué tontería. No sé cómo se me ocurrió tal cosa. Como si yo guardara grandes secretos y ellos no tuvieran nada mejor en que pensar. Soltó una carcajada a la vez que levantaba la barbilla hacia el cielo.

—¿Por quién me tomas? ¿Por tu canguro? —dijo, divertido.

—No puedo tomarte por nadie, porque no sé nada de ti. Salvo que cantas canciones de los Rolling Stones con bastante gracia.

Sonrió otra vez, se mesó una perilla inexistente, se acercó a mí y espetó:

—Lo que siempre me ha gustado de ti es tu desvergüenza, Natalia Albás Odina. No sabes cuánto me alegro de volver a verte y de que ya seas una mujer. Empezaba a estar cansado de esperarte.

Me recorrió una especie de escalofrío cuando le escuché pronunciar mi nombre completo. Hablaba de un modo tan poco común que en ese mismo instante comencé a pensar que no podía tratarse de una persona corriente.

—Considérame un viejo amigo. El de los mil nombres. Aunque también soy tu maestro. El más interesante de tus pretendientes. Y mucho más, que por ahora me reservo. Por ejemplo, un espíritu en baja forma. Cuando trato con mortales suelo llamarme Elvio. Tío Elvio, hermano Elvio, profesor Elvio… como tú elijas estará bien, mi niña. Aunque si puedo hacer valer mi criterio, preferiría que me designaras por el nombre que tallaron en piedra para mí los Seres Oscuros, y que no es otro sino Eblus. Eblus el ambicioso, el trabajador, Eblus el oportunista, Eblus el astuto. Eblus el que partiendo de lo más bajo a punto estuvo de alcanzar la cima. Eblus el que cayó. Eblus el capitán de los tenaces. Son nombres que me han dado aquellos que aún creen en mí. Te los recito porque las criaturas de las tinieblas te están esperando con ansias de conocerte. A mi lado podrás traspasar el umbral que separa el mundo que siempre has conocido del otro, el real, que ahora ni imaginas. Si lo deseas, juntos formaremos un tándem invencible, querida, soñada, deseada Natalia. ¿Aceptas?

Después de soltar esta parrafada ejecutó una reverencia muy graciosa antes de mirarme de hito en hito con dos ojos de un azul tan claro que resultaban casi transparentes. Era evidente que esperaba que yo dijera algo. El problema era que a mí no se me ocurría nada que decir. De hecho, no había entendido ni media palabra de aquel discurso.

—¿Y bien? —preguntó.

Comprendí que si correspondía de algún modo ocurriría algo interesante.

—Tú también me… —aventuré, a regañadientes—, también me pareces muy interesante.

Me salió fatal, lo reconozco. Se quedó frío. Probé otra vez.

—Me gustas un poco.

Uf, qué difícil estaba resultando aquello.

—Eres un tío interesante —añadí.

Esta vez fue bastante mejor. Su expresión se iluminó. Me besó el dorso de la mano.

—No sabes cuán feliz me hace escucharte decir esto, mi querida niña. ¿Significa, entonces, que aceptas venir conmigo?

—No… No estoy segura —me apresuré a contestar.

—Claro —chasqueó la lengua—, es un asunto complicado incluso para una mente tan despierta como la tuya. Te propongo algo mejor, mi amada niña. Te llevaré a conocer la verdad que tanto deseas. Te mostraré desde qué momento y cuán profundamente me conoces. Qué soy en realidad y qué eres tú. Cuál es el sentido de todo esto, y también de mis palabras. En este trayecto, te advierto, no solo conocerás tu verdadera naturaleza, sino también la del mundo que te rodea y los seres que te importan. Y al mismo tiempo, comenzarás a conocer las estrategias para lograr que se dobleguen a tus deseos. ¿Quieres comenzar a ser poderosa, Natalia? Solo tienes que tomarme de la mano y dejarte llevar. Puedo transportarte más lejos de lo que has llegado nunca.

Me ofreció su mano enguantada.

Valoré la oferta. No parecía un loco, pero hablaba como si lo fuera. ¿Qué podía ocurrirme si aceptaba? ¿Qué ventajas podía sacar de la adoración que sentía por mí? Alguien que te ama siempre es un ser débil, de quien puedes aprovecharte.

Si le rechazaba, nunca conocería la respuesta.

Si aceptaba, tal vez estaba corriendo algún riesgo funesto.

Decidí hacer caso a mi intuición. Dejé caer mi mano sobre la suya.

—A mi lado serás poderosa, Natalia. ¿Estás preparada?

Lo que vino a continuación acaso no sabría contarlo como es debido.

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