Crypta

Crypta


III. El viaje » Capítulo 5

Página 24 de 58

El semáforo cambió de nuevo y un motor rugió a mi espalda. Era un taxi con la luz verde encendida. Yo no resultaba visible para él, al contrario de lo que le ocurría a Gerhardus, a quien el taxista observó con curiosidad. El arquitecto medieval le hizo un gesto con la mano, indicándole que parara.

—Has trabajado bien, viejo maestro —me vi obligado a decir, realmente admirado.

—¿Alguna vez te he fallado, Eblus? —preguntó, solo para darse el gusto de escuchar la respuesta de mis labios:

—Nunca, es cierto. Desde que nos conocimos en Colonia.

Soltó una carcajada breve.

—También aquel fue un proyecto absurdo, ¿recuerdas? ¡Toda una catedral para albergar a tres viejos momificados!

Reí de buena gana al evocar aquel disparate gótico. Recordaba muy bien lo que ocurrió en Colonia, y también a los tres viejos momificados, como los había llamado el irrespetuoso constructor. Eran mucho más que eso.

—¿Has vuelto a saber de ellos, por cierto? —preguntó.

—Alguna vez… De vez en cuando.

—Si vuelves a verles, dales recuerdos de su servidor, el maestro de piedras, ¿de acuerdo? No te olvides.

—No lo haré.

Comenzaba a amanecer. El taxista estaba convencido de que su nuevo cliente, aquel hombre que hablaba solo desde dentro de un círculo trazado con tiza sobre el asfalto, no podía ser más que un loco fugado de algún manicomio. Kul se había dormido sobre una de las franjas blancas del paso de peatones. Y yo comenzaba a estar demasiado confiado para ser yo. Entonces, Gerhardus dijo:

—Puesto que estás satisfecho con mi trabajo, gran Eblus, ¿renuevas, una vez más, tu promesa de mantenerme joven? Creo que me lo he merecido.

Se me hizo un nudo en la garganta. No estaba en condiciones de renovar esa promesa, pero tampoco podía arriesgarme a perder la oportunidad que mi confidente acababa de ofrecerme en bandeja de plata. Si se venía abajo el templo de la Sagrada Familia, uno de los monumentos que más turistas recibe al año de esta parte de Europa, me apuntaría tal tanto en mi currículo que los miembros del Cónclave me verían con otros ojos. Sería el renacer de mi depauperada trayectoria profesional, el primer paso de mi nuevo camino hacia la cima, un logro con el que horas antes no me atrevía ni a soñar.

No podía echarlo a perder por culpa de una frase.

De modo que le mentí a Gerhardus.

—Por supuesto, Gerhardus Maese Petri. Renuevo la promesa que te hice.

—¿Puedes firmar este documento, por favor?

De un puntapié, lanzó hacia mí un pergamino, una pluma de plata y un cuchillo afilado. Seguí el ritual que tantas veces había llevado a término en su presencia. Realicé un corte limpio en mi brazo izquierdo con la hoja del cuchillo, dejé que la sangre corriera sobre mi carne, mojé con ella la pluma y estampé mi firma sobre el papel. Luego, le lancé el documento, que él cazó al vuelo antes de mirarlo y sonreír, satisfecho.

—¡Nos vemos, Eblus! ¡Disfruta con el espectáculo que te he preparado! —exclamó.

Dicho lo cual salió del círculo de un salto, subió al taxi con solo dos zancadas y se alejó por la calle Mallorca a toda velocidad.

Ir a la siguiente página

Report Page