Crypta

Crypta


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—Vosotros necesitáis descansar. Yo cuidaré del bebé por esta noche —les dice Natalia a sus padres.

Finge ser la buena hermana mayor que nunca será. Es buena actriz. El disimulo es una de las habilidades del mal.

Fede sonríe, agotada. Lleva varias noches durmiendo muy poco. A su edad, el cansancio pasa factura. Le acaricia el pelo a su hija mayor. La buena, la estudiante, la perfecta, la traumatizada.

—Te lo agradezco mucho, hija. Eres muy buena. Y estás hecha toda una mujer.

Qué equivocada puede estar una madre con respecto a su querida hijita.

Cosme ya duerme. Las emociones de esta tarde han sido tan intensas que se ha quedado frito nada más entrar en la cama. Fede se va a hacerle compañía, después de darle de nuevo las gracias a su hija. Esta noche va a dormir de un tirón y va a poder descansar.

El pequeño Rafael duerme. Natalia espera a que la casa quede en silencio. Mientras tanto, prepara una mochila con algunas cosas, las imprescindibles. El cepillo de dientes. Un cuaderno. La tiza con que traza el círculo de las invocaciones. Una pluma. Un diccionario de latín.

Luego, apaga la luz. Su visión nocturna es cada vez más desarrollada. Se sienta junto a la cunita de su hermano y le mira fijamente.

Con mucha destreza y dedos delicados, aparta la manta. Desabrocha el pijama, suave como pelusa. Se lo quita. También el pañal. Tiene la piel suave y calentita como la de un lechón recién salido del horno. Huele tan bien que Natalia comienza a salivar sin poder evitarlo. Esta vez no disimula, ni se reprime las ganas. Se acerca a él, le olisquea y comienza a lamerle. De abajo arriba, comenzando por los pies y terminando por los omóplatos, donde adivina dos porciones de deliciosa y tierna carne pegada al hueso. La cabeza no le llama la atención, aunque nunca se sabe. Una vez tenía tanta hambre que chupó la cabeza de un rodaballo feísimo. Fue en casa de su abuela, un día de Navidad de hace mucho. Hoy tiene aún más hambre.

* * *

Por la mañana, Federica se despierta con una sensación extraña. ¿Qué hora es? En el reloj de la mesita de noche dice la una menos cuarto, pero no puede ser. ¿De la madrugada? No, porque es de día. El sol entra a raudales por la ventana. La casa está en un silencio absoluto. ¿Tal vez Natalia ha salido a dar un paseo con el bebé? ¿Tan en serio se está tomando su papel de hermana mayor?

Sale al pasillo a investigar. La puerta de la habitación de Natalia está cerrada. Ningún ruido dentro. A pesar de todo, Fede llama a la puerta con los nudillos. Silencio.

Decide entrar. Lo primero que ve: la ventana abierta de par en par, las cortinas ondeando al viento, la cama sin deshacer, la ropa del armario revuelta… la cuna de su pequeño le recuerda uno de esos coches vacíos que quedan en las carreteras tras un accidente.

Antes de mirar dentro en busca de su bebé, ve una mancha oscura y aún húmeda en el suelo.

Sangre.

Entonces recuerda las tres noches que pasó Natalia perdida en la Sierra de Santo Domingo y se maldice por no haberlo previsto. Debió imaginarlo, debió suponerlo, debió alejarse de ella, debió matarla cuando aún estaba a tiempo.

Solo entonces, cuando comprende que ya es tarde, mira dentro de la cuna.

Y así las cosas, ¿consideras, dilecto lector, que es buen momento para cerrar esta historia, dejando tal vez a alguno con ganas de más?

Ajá, precisamente.

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