Cross

Cross


SEGUNDA PARTE - Caso enfriado » 28

Página 33 de 131

28

La liberación de once trabajadores del laboratorio detuvo el asalto total del equipo de Rescate de Rehenes y reabrió las comunicaciones. El comisario de policía y el jefe de detectives hicieron acto de presencia y hablaron con el capitán Moran. Lo mismo hicieron un par de sacerdotes de la comunidad. Pese a lo tarde que era, los equipos de televisión seguían allí filmando.

Alrededor de las tres, se nos comunicó que íbamos a entrar después de todo. Luego la cosa volvió a retrasarse. Deprisa, alto, deprisa, alto.

A las tres y media, nos dieron la orden. Nos dijeron que era definitiva.

Pasados unos minutos de las tres y media, Ned Mahoney y yo nos poníamos en marcha a la carrera hacia una entrada lateral del edificio; lo mismo hacían otros doce tíos de Rescate de Rehenes. Lo bueno del equipamiento de protección es que puede detener una bala fatal o lesiva; lo malo es que te hace más lento, te impide correr tanto como querrías o sería necesario, y te hace respirar a trancas y barrancas.

Los francotiradores estaban ocupando ventanas, tratando de reducir al máximo la resistencia desde el interior.

A Mahoney le gustaba referirse a esta rutina como «cinco minutos de emoción y pánico», pero a mí siempre me horrorizaba. Para mí eran más bien «cinco minutos más cerca del cielo o el infierno». No se me podía exigir que estuviera allí, pero Ned y yo habíamos tomado parte juntos en un par de asaltos, y tampoco podía mantenerme al margen.

Una explosión atronadora, ensordecedora, desguazó la puerta trasera.

De pronto, había escombros y nubes de humo negro arremolinándose por todas partes; y nosotros dos corríamos a través de ellas. Esperaba que no me alcanzara una bala en la cabeza u otra parte expuesta del cuerpo en los dos minutos siguientes. Esperaba que no tuviera que morir nadie esa noche.

A Ned y a mí nos llovieron los tiros de inmediato, y ni siquiera podíamos decir quién demonios nos estaba disparando, si los traficantes o los tíos de Operaciones Especiales. Tal vez todos.

El ruido, de las ametralladoras primero y luego de las granadas, retumbaba en los pasillos mientras subíamos cautelosamente por las revueltas de una escalera. La potencia de fuego en el interior del edificio era ahora enorme, acaso excesiva para que se tuviera en pie. El fragor hacía difícil pensar con claridad o mantenerse centrado.

—¡Eh! ¡Capullos! —oí que decía alguien por encima de nuestras cabezas. Siguió una salva de disparos. Destellos de luz cegadora en la oscuridad.

Entonces Ned soltó un gruñido y cayó pesadamente en la escalera.

Al principio, no podía distinguir dónde lo habían alcanzado; luego vi que tenía una herida cerca de la clavícula. No supe si era de bala o lo habían golpeado los cascotes que volaban por el aire. Pero le salía mucha sangre de la herida.

Me quedé allí mismo junto a él, pedí ayuda por radio. Oí más explosiones, gritos, hombres y mujeres que chillaban encima de nosotros. Caos.

A Ned le temblaban las manos, y yo nunca lo había visto asustado por nada hasta entonces. El tiroteo que atronaba el edificio no hacía sino añadir terror y confusión. La cara de Ned había perdido el color; no tenía buen aspecto.

—Vienen a sacarte —le dije—. Quédate conmigo, Ned. ¿Me oyes?

—Qué estúpido —dijo al fin, entre gemidos—. Me la he comido de lleno.

—¿Todavía la sientes?

—Podría ser peor. También podría ser mejor. Por cierto —dijo—, a ti también te han dado.

Ir a la siguiente página

Report Page