Cross

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SEGUNDA PARTE - Caso enfriado » 33

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Dos días después de abandonarnos, Yaya volvió a casa, gracias a Dios y a todos los santos, que debían de velar por nosotros. Toda la familia, pero yo más que nadie, habíamos aprendido una lección sobre lo mucho que queríamos a Yaya y la necesitábamos; la cantidad de pequeñas cosas que hacía por nosotros todos los días y que a menudo pasaban inadvertidas, ignoradas; lo absolutamente indispensable que era y lo que se sacrificaba.

Y no es que Yaya permitiera bajo ninguna circunstancia que olvidáramos su contribución. Sólo que era aun mejor de lo que ella misma creía.

Cuando entró por la puerta de la cocina como si tal cosa aquella mañana, pescó a Jannie comiendo copos hinchados con chocolate y le largó una andanada en su particular e inimitable estilo:

—Me llamo Janelle Cross. Soy adicta a ciertas sustancias —dijo.

Jannie levantó ambos brazos en el aire en señal de rendición; luego fue y vació los cereales con chocolate directamente en la basura. Miró a Yaya a los ojos y agregó:

—Si fueras un vehículo que viaja a la velocidad de la luz, ¿qué pasaría cuando encendieras los faros? —Luego abrazó a Yaya sin darle tiempo a intentar responder a preguntas sin respuesta.

Yo me acerqué y abracé también a Yaya, y tuve el buen juicio de mantener la boca cerrada, pero la pólvora seca.

Cuando volví del trabajo aquella noche, mi abuela me estaba esperando en la cocina. «Oh, oh», pensé, pero en el instante en que me vio me tendió los brazos, para mi sorpresa.

—Ven —dijo.

Cuando me tuvo entre sus brazos, prosiguió:

—Perdóname, Alex. No tenía ningún derecho a salir huyendo y dejaros de esa manera. Hice mal. Empecé a extrañaros nada más subirme al taxi con Abraham.

—Tenías todo el derecho del… —empecé a decir.

Yaya me cortó.

—Mira, Alex, no me discutas. Por una vez, déjalo mientras estás a tiempo.

Hice lo que se me ordenaba, y me callé.

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