Cross

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SEGUNDA PARTE - Caso enfriado » 39

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John Sampson salió de su coche con calma, recorrió pesadamente el conocido sendero de piedra y subió por último los escalones de entrada al domicilio familiar de los Cross de la calle Cinco.

Vaciló un momento ante la puerta, tratando de aclarar sus pensamientos y serenarse en la medida de lo posible. Aquello no iba a ser fácil, y nadie lo sabía mejor que él. Estaba al tanto de cosas sobre el asesinato de Maria Cross que ni el propio Alex sabía.

Por fin, alargó el brazo y llamó al timbre. Algo que debía de haber hecho mil veces en su vida, pero nunca sintiéndose como ahora.

De esta visita no iba a salir nada bueno. Nada bueno en absoluto. Podía ser incluso que pusiera fin a una larga amistad.

Al cabo de un momento, a Sampson le sorprendió que fuera Mamá Yaya quien acudiera a la puerta. La anciana llevaba una bata azul de flores y parecía aun más menuda que de costumbre, como un ave centenaria digna de ser venerada. Y en esta casa seguro que lo era, incluso por él.

—¿Qué pasa ahora, John? ¿Qué ocurre? Casi me da miedo preguntar. En fin, pasa, pasa. Vas a asustar a todo el vecindario.

—Ya están asustados, Yaya —dijo Sampson, arrastrando las palabras, y forzó una sonrisa—. Esto es el distrito Sureste, ¿no te acuerdas?

—No me vengas con bromas, John. No te atrevas. ¿A qué has venido?

Sampson se sentía de pronto como si volviera a ser un adolescente, fulminado por una de las infaustas miradas severas de Yaya. La escena le resultaba tan rematadamente familiar… Le recordó a aquella vez que a Alex y a él los cazaron robando discos en Grady's, cuando estaban en secundaria. O la vez que estaban fumando marihuana detrás del instituto John Carroll y les pilló un ayudante del director, y Yaya tuvo que venir a llevárselos.

—Tengo que hablar con Alex —dijo Sampson—. Es importante, Yaya. Tenemos que despertarlo.

—¿Y eso por qué? —preguntó ella, dando golpecitos con el pie en el suelo—. Son las tres y cuarto de la madrugada. Alex ya no trabaja para la ciudad de Washington. ¿Es que no pueden dejarlo en paz de una vez? Y tenías que ser tú precisamente, John Sampson. ¿Cómo se te ocurre venir por aquí en plena noche, a pedirle ayuda otra vez?

Sampson no acostumbraba a discutir con Mamá Yaya, pero esta vez lo hizo.

—Me temo que la cosa no puede esperar, Yaya. Y ahora no soy yo el que necesita la ayuda de Alex. Es él quien necesita la mía.

Y sin decir más, Sampson entró en casa de los Cross, dejando atrás a Yaya, sin que lo hubieran invitado a pasar.

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